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Sevilla: puerta del Nuevo Mundo¡Despertad! 2003 | 22 de julio
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La veleta y el naranjal
No obstante, mucho antes de descubrirse América, la ciudad vivió otra edad de oro, de la que datan algunos de sus magníficos edificios. Durante varios siglos, los moros —procedentes en su mayoría de Marruecos— dominaron amplias regiones de la península ibérica. Para el siglo XII, la dinastía almohade convirtió Sevilla en su capital, y en aquel período construyeron una mezquita cuyo alminar aún preside el paisaje urbano.
Tras la expulsión de los moros de la ciudad, se desmanteló el lugar de culto musulmán para hacer sitio a la catedral de Sevilla, la tercera más grande de Europa (foto 1). Como el elegante alminar era muy bello para perderlo, lo convirtieron en el campanario de la mole catedralicia, de la cual se destaca por sus armoniosas proporciones, fina labor de ladrillo y complejas ventanas.
Hace cinco siglos, los desperfectos ocasionados por un terremoto condujeron a la renovación de las secciones superiores de la torre, en la que se sustituyó la cúpula original por una giralda (veleta) de bronce que daría nombre al entero alminar: La Giralda (foto 2). Hoy es el monumento más conocido de Sevilla y brinda un magnífico panorama a cuantos tienen las fuerzas precisas para subir a la cúspide.
Al pie del campanario hay un pequeño recinto que fue parte de la mezquita original: el Patio de los Naranjos, llamado así por las hileras de árboles que lo adornan, y que es el prototipo de muchos patios de Andalucía.b Todas las primaveras, el aroma del azahar inunda el aire sevillano, dado que el naranjo —traído a España por los moros— es una constante en muchas calles y plazas, así como en las plantaciones de las cercanías. A partir de su dorado fruto se confecciona una exquisita mermelada.
El Guadalquivir, que atraviesa Sevilla, es desde siempre su arteria comercial y el medio que posibilitó que albergara el primer puerto español para el Nuevo Mundo. En la actualidad, el puerto interior de este río aún acoge barcos, y sus riberas están ajardinadas en los tramos próximos al centro urbano. En una de ellas hallamos otro recordatorio de la historia mora: La Torre del Oro (foto 3).
Deriva su nombre de los azulejos dorados que antaño la recubrían. Sin embargo, el principal propósito de esta edificación no era decorativo, sino defensivo. Entre ella y una torre gemela situada en la orilla opuesta se tendía una pesada cadena con la que se controlaba el tráfico fluvial. Era lógico, pues, que los galeones que venían de América descargaran allí el oro y la plata. Hoy, sin embargo, lo único que se deja en la ribera son los viajeros de barcos turísticos.
Jardines, patios y azulejos
Los moros erigieron mezquitas y palacios ajardinados, uno de los cuales —incluido entre los más bellos de España— se encuentra en Sevilla: los Reales Alcázares (foto 4). Esta residencia data del siglo XII, aunque sufrió modificaciones sustanciales en el XIV. Con todo, conserva su esencia mora, y resulta impresionante por la exquisitez de los aposentos y patios, la delicadeza de los arcos, las múltiples tonalidades de los azulejos y la complejidad de los estucos.
La rodean deliciosos jardines repletos de fuentes y palmeras, para cuyo riego llegó a construir el soberano moro un acueducto de 16 kilómetros. Ejerce tal fascinación el palacio, que desde hace setecientos años figura entre las residencias oficiales de la familia real española.
Si los naranjos son los que aportan sombra y fragancia a las calles de Sevilla, es el arco iris de azulejos el que imprime carácter a sus viviendas. Se trata también de un uso implantado en España por los moros, que siempre decoraban sus residencias con baldosines de dibujos geométricos. Hoy día son muy diversos y ornamentan las fachadas de casas, tiendas y mansiones.
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Sevilla: puerta del Nuevo Mundo¡Despertad! 2003 | 22 de julio
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b Región meridional de España donde se conservan mejor las huellas de ocho siglos de legado moro.
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