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  • Testigos hasta la parte más distante de la Tierra
    Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
    • En 1920 el hermano Rutherford animó a Juan Muñiz, que había empezado a servir a Jehová en 1917, a dejar Estados Unidos y regresar a España, su tierra natal, para organizar la predicación del Reino en aquel país. No obtuvo muchos resultados, pero no por falta de celo por su parte, sino porque la policía le seguía constantemente; de modo que al cabo de unos cuantos años fue trasladado a Argentina.

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    Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
    • El hermano Young pasó de Brasil a Argentina en 1924 y se encargó de que se distribuyeran gratuitamente 300.000 publicaciones en español en veinticinco de las principales poblaciones del país.

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    Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
    • El hermano Muñiz, a todo esto, había empezado a predicar de inmediato a su llegada a Argentina, a la vez que se ganaba el sustento reparando relojes. Predicó no solo en Argentina, sino también en Chile, Paraguay y Uruguay. A petición suya vinieron varios hermanos de Europa para predicar a la población de habla alemana. Muchos años más tarde, Carlos Ott relató que comenzaban su servicio diario a las 4.00 de la madrugada dejando tratados por debajo de las puertas de todas las casas del territorio. A lo largo de ese mismo día volvían a las casas para dar un testimonio más amplio y ofrecer más publicaciones bíblicas a los amos de casa que mostraban interés. Los ministros de tiempo completo llegaban desde Buenos Aires hasta todos los rincones del país, primero siguiendo las líneas de ferrocarril de cientos de kilómetros de longitud que partían de la capital como si fueran los dedos extendidos de una mano, y luego empleando cualquier otro medio de transporte disponible. Tenían muy poco en sentido material y pasaban muchas penalidades, pero eran ricos en sentido espiritual.

      Uno de aquellos hermanos que trabajó con celo en Argentina fue el griego Nicolás Argyrós. A principios de los años treinta obtuvo algunas publicaciones de la Sociedad Watch Tower y le impresionó especialmente el folleto titulado Infierno, con subtítulos que preguntaban: “¿Qué es? ¿Quién está en él? ¿Pueden salir de él?”. Le extrañó que el folleto no representara a los pecadores asándose. ¡Qué sorpresa descubrir que el infierno de fuego era una mentira religiosa concebida para tener atemorizada a la gente, tal como lo estaba él! Sin perder tiempo comenzó a enseñar la verdad: en primer lugar, a los griegos, y después, cuando aprendió español, a los que hablaban este idioma. Cada mes dedicaba de doscientas a trescientas horas a proclamar las buenas nuevas. Recorrió a pie y en cualquier medio de transporte posible catorce de las veintidós provincias argentinas difundiendo las verdades bíblicas. Cuando pasaba de un lugar a otro dormía en una cama si alguna persona hospitalaria se la ofrecía, aunque con frecuencia tenía que pasar la noche al aire libre, o incluso en un establo donde un burro le servía de despertador.

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