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República ArgentinaAnuario de los testigos de Jehová 2001
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Para esas fechas, Carlos Ferencia, superintendente viajante, visitaba la congregación de un sector muy peligroso. Acababa de recibir una carta de la sucursal en la que se le informaba de la inminente proscripción de la obra de los testigos de Jehová en el país.
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Se proscribe una obra ya proscrita
¿Cómo se había enterado la sucursal de que la proscripción era inminente? A finales de agosto de 1976, la policía federal había registrado la sucursal de la Sociedad. El inspector al mando dijo que se había denunciado que allí se almacenaban armas de fuego. Humberto Cairo, miembro del Comité de Sucursal en ese momento, acompañó a los agentes hasta el depósito de publicaciones, donde, claro está, no había armas de ningún tipo, salvo aquellas con las que la policía le estaba apuntando. A continuación subieron hasta el despacho del hermano Eisenhower, coordinador del Comité de Sucursal, en el segundo piso, donde el inspector escribió un informe de los resultados del registro y les pidió a los hermanos que lo firmaran. Luego les dijo que el gobierno iba a promulgar un decreto con respecto a los testigos de Jehová. El Comité de Sucursal redactó de inmediato una carta en la que se indicaba a los superintendentes viajantes que se prepararan para la proscripción oficial.
Pero si la obra de los testigos de Jehová en la Argentina llevaba proscrita desde 1950, ¿cómo era posible que la proscribieran otra vez? Pronto se obtuvo la respuesta. Tomás Kardos, miembro del Comité de Sucursal, recuerda los sucesos del 7 de septiembre de 1976, el día en que entró en vigor la nueva proscripción. “A las cinco de la madrugada nos despertaron unos ruidos de la calle. Una potente luz roja penetró por las persianas. Mi esposa se levantó enseguida, miró por la ventana, se volvió hacia mí y dijo solamente: ‘Ya llegaron’.”
Cuatro hombres fuertemente armados salieron del furgón policial, y de inmediato se apostó a los guardias en las oficinas y en la fábrica. El hermano Kardos continúa su relato: “Nos preguntábamos si podríamos analizar el texto diario y desayunar, tal como acostumbrábamos. Los agentes no se opusieron, así que esa mañana examinamos un texto bíblico mientras un policía armado vigilaba la puerta y otro estaba sentado a la mesa con respeto. Todos nos hacíamos la misma pregunta: ‘¿Y ahora qué?’”.
Un decreto con fecha del 31 de agosto de 1976 proscribió en todo el país la obra de los testigos de Jehová, la cual ya estaba prohibida desde 1950. La policía clausuró la sucursal y la imprenta. Poco después se cerraron también todos los Salones del Reino.
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“Suspendan el té”
Justo antes de que se decretara la proscripción de 1976, la Sociedad había organizado la distribución mundial de un número especial de Noticias del Reino. ¿Qué haríamos si se imponían más restricciones a las actividades de los testigos de Jehová? Pablo Giusti, entonces superintendente viajante, recuerda: “Puesto que no teníamos la respuesta, consultamos a la sucursal. Si esta creía prudente posponer la campaña, los ancianos recibirían un telegrama con el mensaje: ‘Suspendan el té’. No teníamos la menor idea del malentendido que provocarían estas palabras”.
Poco después de la entrada en vigor del decreto gubernamental, el matrimonio Giusti realizó su primera visita a la Congregación Malargüe, al sur de Mendoza, donde estaban los cuarteles de la Gendarmería, o policía de frontera. La pareja solo tenía la dirección de un anciano que vivía y trabajaba en el edificio de la Dirección Nacional de Vialidad, en las afueras de la localidad. El hermano no estaba, pero un empleado les dijo que tal vez lo encontrarían en un bosque cercano, donde a menudo iba a hacer ejercicio. Mientras descendían por un sendero, Pablo Giusti reparó en el aislamiento y la soledad del lugar. Se le ocurrió que era el emplazamiento ideal para reunirse sin despertar sospechas. Puesto que era domingo, pensó que tal vez hallarían a la congregación reunida allí. Sin embargo, encontraron al hermano solo, haciendo ejercicio. El matrimonio Giusti se llevó entonces una sorpresa.
Después de presentarse, Pablo le preguntó por la congregación, a lo que el hermano contestó: “Ah, aquí en Malargüe suspendimos todo”.
“¿Qué quiere decir con ‘todo’?”, interrogó Pablo.
El hermano respondió lisa y llanamente: “Recibimos un telegrama que nos ordenaba suspender el té, así que cancelamos las reuniones, la predicación..., en fin, todo”. Afortunadamente, fue la única congregación que interpretó el mensaje así.
Visitas relámpago
En cuanto se clausuró la sucursal, el comité se reunió con los superintendentes de circuito a fin de darles instrucciones sobre cómo efectuar su obra. Les indicó que consiguieran un trabajo de tiempo parcial y un domicilio permanente para no levantar sospechas sobre sus actividades. Casi todos vendían diversos productos por las mañanas y después, por las tardes, visitaban las congregaciones.
Los superintendentes de circuito hicieron una visita relámpago a las congregaciones de sus circuitos —unas veinte— para transmitirles las instrucciones de la Sociedad. En una sola semana se entrevistaron con los ancianos y les indicaron cómo ajustar las reuniones y la predicación a las nuevas circunstancias. También les notificaron que la duración de la visita del superintendente viajante no sería necesariamente de una semana entera, sino que dependería de la cantidad de grupos de estudio de libro que hubiera en la congregación. Además, las reuniones se celebrarían en hogares particulares y se dedicaría un día a cada grupo.
Durante la proscripción, el papel de los superintendentes de circuito fue fundamental para preservar la comunicación entre los publicadores y el Comité de Sucursal. Mario Menna, superintendente de circuito durante aquel tiempo, recuerda: “Fue un verdadero privilegio servir a las congregaciones y consolar a los hermanos en aquellos años. Procurábamos animarlos con grabaciones del programa de las asambleas, las nuevas publicaciones que conseguíamos en países vecinos o experiencias fortalecedoras”.
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