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La paradoja laboralLa Atalaya 2005 | 15 de junio
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La paradoja laboral
“¡Trabajo, trabajo! Qué delicia saber que aún nos quedan las mejores obras por realizar.” Katherine Mansfield, escritora (1888-1923).
¿COMPARTE usted el concepto idealista que comunica la declaración anterior? ¿Qué opina del trabajo? ¿Le parece que se trata de un largo y oscuro túnel que va de un relajante fin de semana a otro? ¿O le apasiona tanto que raya en la adicción?
Casi todo el mundo dedica gran parte del día al trabajo. De hecho, este llega a determinar dónde vivimos y qué estilo de vida llevamos. Desde el inicio de la edad adulta hasta la jubilación, la gente se da cuenta de que su vida gira principalmente en torno al trabajo. Hay quienes obtienen gran satisfacción personal de él, otros lo valoran según la paga o el prestigio que les reporta, y aun otros lo consideran un mero pasatiempo o incluso una pérdida de tiempo.
Unos trabajan para vivir, otros viven para trabajar y a otros los mata el trabajo. Según un informe reciente de las Naciones Unidas, el trabajo causa más angustia y más muertos “que las guerras o las drogas y las bebidas alcohólicas juntas”. El rotativo londinense The Guardian comentó al respecto: “Cada año mueren debido a accidentes o a enfermedades laborales más de dos millones de personas [...]. La exposición al polvo, a las sustancias químicas, al ruido y a la radiación provoca cáncer, afecciones cardíacas y derrames cerebrales”. Otras dos espantosas realidades del mundo laboral de hoy son el trabajo infantil y la esclavitud.
Además, existe también lo que el psicólogo Steven Berglas llama “el síndrome de la supernova apagada”. Con esta denominación describe a la persona diligente que ha alcanzado la cúspide de su carrera y que ahora se encuentra en “constante temor, angustia, abatimiento o depresión porque se ve atrapada en un empleo o una profesión de la cual no puede escapar ni obtener gratificación emocional”.
Diferencias entre el trabajador diligente y el adicto al trabajo
En un mundo en el que se trabaja muchas horas, conviene distinguir entre empleados diligentes y adictos al trabajo. Estos ven su trabajo como un refugio en un mundo peligroso e impredecible, mientras que aquellos lo consideran una obligación ineludible con la que a veces se sienten realizados. Los adictos permiten que su profesión invada todo aspecto de su vida, mientras que los trabajadores diligentes saben cuándo apagar la computadora, desconectarse mentalmente y celebrar con los suyos su aniversario de boda, por ejemplo. Quienes están obsesionados con su trabajo se sienten recompensados dedicándole muchas horas, lo que les proporciona altos niveles de adrenalina. No sucede así con los del otro grupo.
La diferencia entre estos dos grupos se desvanece cada vez más, pues la sociedad moderna glorifica las largas jornadas laborales. Con la aparición del módem, los teléfonos móviles y los buscapersonas, apenas se distingue el hogar del lugar de trabajo. Ahora que cualquier sitio puede convertirse en una oficina y se puede trabajar a cualquier hora, hay quienes se matan trabajando.
¿Cómo reacciona la gente ante esta actitud tan nociva? Los sociólogos han notado que entre las personas sobrecargadas y estresadas existe cierta propensión a mezclar la espiritualidad y el empleo, es decir, a combinar la vida profesional con la religiosa. El periódico San Francisco Examiner declaró que “fundir la espiritualidad y el trabajo se ha convertido en un fenómeno público”.
Un informe reciente dijo sobre Silicon Valley —la meca estadounidense de la tecnología—: “Los espacios libres en los estacionamientos de las empresas aumentan por los continuos despidos, en tanto que escasean en los lugares donde se imparten cursos bíblicos nocturnos”. Sin entrar a analizar esta tendencia, lo cierto es que por todo el mundo numerosas personas han permitido que la Biblia moldee su concepto sobre el trabajo, lo cual las ha ayudado a adoptar una actitud más equilibrada ante la vida.
¿Cómo puede la Biblia contribuir a que equilibremos nuestro punto de vista sobre el trabajo? ¿Existen principios bíblicos que puedan ayudarnos a superar los retos laborales a los que nos enfrentamos? Se abordarán estas cuestiones en el siguiente artículo.
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El trabajo: ¿bendición o maldición?La Atalaya 2005 | 15 de junio
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El trabajo: ¿bendición o maldición?
“En cuanto al hombre, no hay nada mejor que el que [...] vea el bien a causa de su duro trabajo.” (Eclesiastés 2:24.)
“ACABO la jornada agotado.” Así se expresó un tercio de los trabajadores encuestados en un sondeo reciente. Comentarios como este han dejado de sorprender en una sociedad plagada por el estrés, donde la gente trabaja más horas, se lleva más trabajo a casa y apenas recibe palabras de gratitud de parte de sus superiores.
Con la llegada de la producción en cadena, muchos operarios se sienten como si fueran poco más que piezas de un engranaje inmenso e impersonal. Suele sofocarse la inspiración y la creatividad, lo cual, como es lógico, causa un efecto adverso en la actitud general hacia el trabajo. Se pierde fácilmente la vocación y el deseo de realizar una labor de calidad. Tales consecuencias fomentan el desapego al trabajo mismo, lo que puede llevar a que la persona llegue a odiarlo.
Examinemos nuestra actitud
No siempre es posible cambiar las circunstancias, pero ¿no es verdad que podemos cambiar de actitud? Si tal vez hemos adoptado cierta forma de pensar negativa con relación al trabajo, deberíamos conocer la opinión de Dios sobre el particular y los principios bíblicos subyacentes (Eclesiastés 5:18). Meditar en ellos ha proporcionado a muchas personas mayor felicidad y satisfacción en su empleo.
Dios es el Trabajador Supremo. Dios es un trabajador. Tal vez nunca hayamos reparado en ello, pero así es como él mismo se presenta en la Biblia. El relato de Génesis empieza con la creación de los cielos y la Tierra (Génesis 1:1). Pensemos en los diversos papeles que asumió Dios cuando comenzó a crear. Fue diseñador, organizador, artista, ingeniero, especialista en materiales, urbanizador, químico, biólogo, zoólogo, programador, lingüista, y un largo etcétera (Proverbios 8:12, 22-31).
¿De qué calidad fue la obra de Dios? La Biblia dice que fue “buena”, “muy buen[a]” (Génesis 1:4, 31). En efecto, la creación está “declarando la gloria de Dios”, y eso mismo deberíamos hacer nosotros (Salmo 19:1; 148:1).
Sin embargo, la obra de Dios no finalizó con la creación del cielo y la Tierra y de la primera pareja humana. El Hijo de Jehová, Jesucristo, dijo: “Mi Padre ha seguido trabajando hasta ahora” (Juan 5:17). Así es, Jehová sigue activo alimentando a sus criaturas, manteniendo en funcionamiento su creación y salvando a sus siervos fieles (Nehemías 9:6; Salmo 36:6; 145:15, 16). Incluso utiliza “colaboradores” humanos para llevar a cabo ciertas labores (1 Corintios 3:9).
El trabajo puede ser una bendición. ¿No dice la Biblia que el trabajo es una maldición? Hay quien deduce del relato de Génesis 3:17-19 que Dios castigó la rebelión de los primeros seres humanos, Adán y Eva, imponiéndoles la pena de tener que trabajar. Cuando Dios los sentenció, dijo dirigiéndose a Adán: “Con el sudor de tu rostro comerás pan hasta que vuelvas al suelo”. ¿Supuso aquello una condena total del trabajo?
No. Aquello significó, más bien, que debido a la infidelidad de Adán y Eva, no se extendería el jardín de Edén en aquel entonces. El suelo recibió la maldición divina y, por tanto, haría falta sudor y gran esfuerzo para arrancarle su fruto (Romanos 8:20, 21).
En vez de presentar el trabajo como una maldición, la Biblia indica que es una bendición que hay que apreciar. Como ya se ha mencionado, Dios mismo es un trabajador incansable. Al crear a los seres humanos a su imagen y semejanza, les concedió la capacidad y la autoridad para cuidar de la creación terrestre (Génesis 1:26, 28; 2:15). Se dio aquella encomienda antes de que Dios pronunciara las palabras que leemos en Génesis 3:19. Si el trabajo fuese una maldición y una desgracia, Jehová nunca lo habría fomentado. Por otra parte, Noé y su familia tuvieron mucho que hacer tanto antes como después del Diluvio. Y ya en la era cristiana, también se instó a los discípulos de Jesús a ser industriosos (1 Tesalonicenses 4:11).
Ahora bien, todos sabemos que el trabajo puede llegar a ser una carga. De hecho, algunos de los “espinos y cardos” que lo acompañan son el estrés, los riesgos, la monotonía, las decepciones, la competencia, el engaño y las injusticias. Pero el trabajo en sí mismo no es una maldición. En Eclesiastés 3:13, la Biblia dice que el trabajo y su fruto son un don de Dios (véase el recuadro “Cómo superar el estrés laboral”).
Podemos glorificar a Dios con nuestro trabajo. Siempre se han elogiado la calidad y la excelencia del trabajo. De hecho, es esencial tener presentes estas propiedades para comprender el punto de vista bíblico sobre el trabajo. Las obras del propio Dios son de calidad suprema. Él nos ha dotado con talentos y aptitudes, y espera que los utilicemos para bien. Por ejemplo, durante la construcción del tabernáculo del antiguo Israel, Jehová llenó de sabiduría, entendimiento y conocimiento a hombres como Bezalel y Oholiab para que efectuasen ciertos trabajos artísticos y otras labores (Éxodo 31:1-11). Esto demuestra que Dios puso especial interés en la función, la realización, el diseño y demás detalles de su obra.
Todo ello influye mucho en el concepto que tenemos de nuestras aptitudes y hábitos de trabajo, pues nos hace ver que en cierto modo son dones de Dios que no han de subestimarse. De ahí que se exhorte a los cristianos a realizar sus tareas como si Dios mismo estuviera evaluándolos: “Cualquier cosa que estén haciendo, trabajen en ello de toda alma como para Jehová, y no para los hombres” (Colosenses 3:23). A los siervos de Dios se les manda que sean diligentes en su trabajo, ya que de esta manera el mensaje cristiano cobra mayor atractivo para sus compañeros, así como para otras personas (véase el recuadro “Apliquemos los principios bíblicos en el lugar de trabajo”).
A la luz de lo expuesto, hacemos bien en preguntarnos: “¿Efectúo trabajo de calidad y soy diligente? ¿Se sentirá Dios complacido con lo que hago? ¿Estoy satisfecho con mi manera de realizar las tareas que se me encargan?”. Si no es así, entonces podemos mejorar (Proverbios 10:4; 22:29).
Equilibremos el trabajo con la espiritualidad. Aunque es loable que se trabaje duro, otro elemento fundamental para lograr satisfacción en el empleo y en la vida es la espiritualidad. El rey Salomón, quien trabajó arduamente y gozó de todas las riquezas y comodidades que la vida podía ofrecerle, llegó a esta conclusión: “Teme al Dios verdadero y guarda sus mandamientos. Porque este es todo el deber del hombre” (Eclesiastés 12:13).
Queda claro que debemos tomar en cuenta la voluntad de Dios en toda empresa que acometamos. ¿Trabajamos en conformidad con su voluntad, o tal vez lo hacemos en contra de ella? ¿Procuramos complacerlo, o tratamos de complacernos a nosotros mismos? Si no hacemos la voluntad divina, tarde o temprano sufriremos las punzadas de la desesperación, la soledad y la falta de propósito.
Steven Berglas —citado anteriormente— recomendó a los directivos “quemados” que buscasen “una causa que les apasionara y se involucraran en ella”. No hay causa más noble que servir a Aquel que nos dio las aptitudes y destrezas para realizar trabajo significativo. Si efectuamos labores que agradan a nuestro Creador, nunca quedaremos decepcionados. Para Jesús, la obra que Jehová le encomendó fue nutritiva, reconfortante y satisfaciente, como el alimento (Juan 4:34; 5:36). Además, recordemos que Dios, el Trabajador Supremo, nos invita a ser sus “colaboradores” (1 Corintios 3:9).
Adorar a Dios y cultivar la espiritualidad nos prepara para asumir trabajos y responsabilidades gratificantes. Dado que el trabajo es un ámbito de la vida lleno de presiones, conflictos y exigencias, nuestra fe y espiritualidad hondamente arraigadas podrán suministrarnos la fortaleza que precisamos en nuestro esfuerzo por ser mejores empleados y patronos. Por otra parte, las duras realidades de la vida en este mundo impío pueden alertarnos sobre aspectos en los que tengamos que desarrollar más fe (1 Corintios 16:13, 14).
Cuando el trabajo sea una bendición
Quienes trabajan arduamente para servir a Dios pueden anhelar el tiempo en que él restablezca el Paraíso y todo el trabajo que se realice en la Tierra tenga sentido. Isaías, un profeta de Jehová, predijo sobre la vida futura: “Ciertamente edificarán casas, y las ocuparán; y ciertamente plantarán viñas y comerán su fruto. No edificarán y otro lo ocupará; no plantarán y otro lo comerá [...;] la obra de sus propias manos mis escogidos usarán a grado cabal” (Isaías 65:21-23).
¡Qué gran bendición resultará ser el trabajo! Aprendamos cuál es la voluntad de Dios y actuemos en consecuencia. Deseamos que usted se cuente entre los benditos de Jehová y siempre “vea el bien por todo su duro trabajo” (Eclesiastés 3:13).
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