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Jehová me enseñó a hacer su voluntadLa Atalaya 2012 | 15 de julio
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Biografía
Jehová me enseñó a hacer su voluntad
Relatada por Max Lloyd
Una noche de 1955, mientras otro misionero y yo estábamos predicando en Paraguay, una multitud furiosa rodeó la casa en la que nos encontrábamos y se puso a gritar: “¡Nuestro Dios está sediento de sangre, y quiere la sangre de los gringos!”. ¡Y los “gringos” éramos nosotros! Pero ¿cómo llegamos allí?
EN MI caso, todo comenzó años atrás en mi país natal, Australia, donde Jehová me enseñó a hacer su voluntad. En 1938, mi padre le aceptó a un Testigo el libro Enemigos en inglés. Hacía tiempo que mamá y él estaban muy descontentos con su pastor, quien afirmaba que algunos relatos bíblicos eran simples fábulas. Un año después, mis padres se bautizaron en símbolo de su dedicación a Jehová. A partir de entonces, nuestra vida familiar siempre giró en torno a la voluntad de Dios. Mi hermana, Lesley, que era cinco años mayor que yo, fue la siguiente en bautizarse. Y yo lo hice en 1940, con nueve años de edad.
Poco después de estallar la segunda guerra mundial, Australia prohibió la impresión y distribución de las publicaciones de los testigos de Jehová. Como resultado, desde niño aprendí a defender mis creencias usando únicamente la Biblia. Me acostumbré a llevarla a la escuela para explicar por qué no saludaba la bandera ni tomaba partido en los conflictos bélicos (Éxo. 20:4, 5; Mat. 4:10; Juan 17:16; 1 Juan 5:21).
Muchos compañeros de clase no se juntaban conmigo porque decían que era un espía alemán. En aquella época, los alumnos solíamos ver películas en la escuela, y antes de la proyección teníamos que ponernos en pie y cantar el himno nacional. Como yo me quedaba sentado, dos o tres niños trataban de levantarme agarrándome del cabello. Al final, acabé expulsado de la escuela por mis creencias religiosas, pero seguí con mis estudios tomando cursos por correspondencia.
ALCANZO MI META
Me había puesto la meta de emprender el ministerio de tiempo completo cuando cumpliera 14 años. Sin embargo, mis padres me dijeron que primero debía encontrar trabajo. ¡Qué decepción! Insistieron en que les pagara mi propia habitación en casa, pero me prometieron que me darían permiso para ser precursor cuando cumpliera 18 años. Muchas veces hablábamos del dinero que estaba ganando. Yo argumentaba que quería ahorrarlo para el precursorado, pero ellos seguían quedándoselo.
Cuando por fin me hice precursor, se sentaron conmigo y me explicaron que habían estado depositando todos los fondos en una cuenta de ahorros. Entonces me los devolvieron para que comprara ropa y otros artículos que necesitaría en el ministerio. Así me enseñaron a cuidar de mí mismo sin esperar que los demás lo hicieran por mí. ¡Qué lección tan valiosa!
Mis padres solían invitar a precursores a quedarse en nuestra casa, y a Lesley y a mí nos encantaba salir al ministerio con ellos. Dedicábamos los fines de semana a predicar puerta por puerta y en las calles, así como a dirigir cursos bíblicos. En aquellos años, los publicadores tenían como objetivo predicar sesenta horas cada mes. Mamá nos daba un excelente ejemplo al respecto, pues casi siempre lo lograba.
SIRVO DE PRECURSOR EN TASMANIA
Mi primer destino como precursor fue la isla australiana de Tasmania, donde ya servían mi hermana y su esposo. Sin embargo, poco después los invitaron a la clase 15 de la Escuela de Galaad. Como yo era muy tímido y nunca había vivido fuera de casa, algunos pronosticaron que no duraría más de tres meses allí. Pero en menos de un año, en 1950, fui nombrado siervo de compañía, ahora llamado coordinador del cuerpo de ancianos. Más tarde empecé a servir de precursor especial, y otro hermano joven se convirtió en mi compañero.
Nos enviaron a un aislado pueblo de mineros del cobre en el que no vivía ningún Testigo. Llegamos una tarde en autobús y pasamos la primera noche en un viejo hotel. Al día siguiente, mientras predicábamos, les preguntamos a los vecinos si sabían de alguna habitación donde pudiéramos alojarnos. Ya casi al final del día, un hombre nos dijo que la casa del ministro religioso que estaba junto a la iglesia presbiteriana estaba vacía. Siguiendo sus indicaciones, hablamos con el diácono, y este nos ofreció amablemente la casa. A decir verdad, se hacía muy raro ir a predicar cada día saliendo de la casa de un líder religioso.
Eso sí, el territorio era muy fértil: muchas personas conversaban con interés y aceptaban estudiar la Biblia. No obstante, las autoridades eclesiásticas de la capital se enteraron de nuestra presencia y le ordenaron al diácono que nos echara de la casa inmediatamente. ¡Nos quedamos otra vez en la calle!
Al día siguiente estuvimos predicando hasta media tarde y luego empezamos a buscar alojamiento. Lo mejor que encontramos fueron las gradas del estadio deportivo local, así que escondimos allí nuestras maletas y continuamos predicando. Aunque estaba oscureciendo, decidimos llamar a las últimas puertas de una calle. En una de ellas, un hombre nos ofreció quedarnos en una casita de dos habitaciones en la parte trasera de su propiedad.
LA OBRA DE CIRCUITO Y LA ESCUELA DE GALAAD
Cuando llevaba ocho meses allí, recibí una invitación de la sucursal de Australia para servir de superintendente de circuito. Me quedé atónito, pues solo tenía 20 años. Después de un par de semanas de capacitación, comencé a visitar congregaciones a fin de animar a los hermanos. La mayoría de ellos —por no decir todos— eran mayores que yo, pero ninguno me menospreciaba; al contrario, respetaban mi labor.
Los viajes entre una y otra congregación eran de lo más variado: una semana iba en autobús, otra en tranvía, otra en automóvil y, a veces, de pasajero en una motocicleta, con una maleta en una mano y el maletín de predicar en la otra. Disfrutaba muchísimo quedándome en los hogares de los hermanos. Recuerdo que un siervo de compañía tenía su casa a medio construir, pero estaba deseoso de darme alojamiento. ¡Pasé esa semana durmiendo en su bañera! Aun así, espiritualmente hablando, para los dos fueron unos días fantásticos.
En 1953 recibí otra sorpresa: me llegó una solicitud para la clase 22 de la Escuela de Galaad. Estaba contento, aunque también preocupado. ¿Por qué razón? Mi hermana y su esposo se habían graduado el 30 de julio de 1950, y los habían enviado a Pakistán. Pero en menos de un año, Lesley se había enfermado y había fallecido allí mismo. Con aquella pérdida tan reciente, ¿cómo se sentirían ahora mis padres si yo me iba a otro lugar del mundo? Su respuesta fue: “Ve y sirve a Jehová donde él quiera”. Nunca más volví a ver a mi padre, pues murió a finales de los cincuenta.
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Jehová me enseñó a hacer su voluntadLa Atalaya 2012 | 15 de julio
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[Comentario de la página 19]
Una semana iba en autobús, otra en tranvía, otra en automóvil y, a veces, de pasajero en una motocicleta, con una maleta en una mano y el maletín de predicar en la otra
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Jehová me enseñó a hacer su voluntadLa Atalaya 2012 | 15 de julio
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[Ilustraciones de la página 18]
Izquierda: En la obra de circuito en Australia
Derecha: Mis padres y yo
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