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“No hay camino demasiado largo ni duro”La Atalaya (estudio) 2017 | febrero
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ERA el 26 de marzo de 1937. Cansados tras un larguísimo viaje, Arthur Willis y Bill Newlands llegaron a Sidney (Australia) conduciendo lentamente una polvorienta camioneta. Hacía un año que habían partido de esa misma ciudad, y habían recorrido más de 19.300 kilómetros (12.000 millas) por algunas de las regiones más solitarias y accidentadas del país. Aquellos hombres no eran intrépidos exploradores; eran dos humildes precursores que, como tantos otros, sintieron un intenso deseo de llevar las buenas nuevas del Reino de Dios hasta el mismísimo corazón de Australia.
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“No hay camino demasiado largo ni duro”La Atalaya (estudio) 2017 | febrero
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Por ejemplo, a Arthur Willis y Bill Newlands, mencionados antes, les tomó dos semanas abarcar unos 30 kilómetros (20 millas) en su viaje al interior de Australia, pues las lluvias torrenciales habían convertido el desierto en un mar de lodo. Otras veces, tuvieron que sudar la gota gorda para empujar su camioneta duna arriba en medio de un calor abrasador o cruzar valles rocosos y lechos de río secos y cubiertos de arena. Cuando se les averiaba la camioneta, cosa que sucedía a menudo, iban a pie o en bicicleta hasta el pueblo más cercano para pedir las piezas necesarias. Este viaje podía tomarles días, y una vez allí, debían esperar unas cuantas semanas hasta que llegaran. Pese a todo, mantenían una actitud positiva. Parafraseando lo que dijo en cierta ocasión la revista The Golden Age (hoy ¡Despertad!), Arthur Willis comentó: “No hay camino demasiado largo ni duro para sus Testigos”.
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