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    ¡Despertad! 2003 | 8 de junio
    • A la escucha del universo en Australia

      DE NUESTRO CORRESPONSAL EN AUSTRALIA

      INTRIGADO por un ruido apenas perceptible, el canguro levanta súbitamente la cabeza y orienta sus erguidas orejas hacia la fuente del sonido: las antenas de un radioobservatorio que avanzan con lentitud sobre unos rieles. Entonces, los motores —así como el animal— se detienen como si se hubieran congelado, y vuelve a reinar el silencio, en una extraña sinfonía de ciencia y naturaleza.

      Escenas como esta son habituales en el Telescopio Nacional de Australia, situado en una zona rural cerca de Narrabri, localidad de Nueva Gales del Sur. Este observatorio, que cuenta con cinco antenas móviles y una fija, está conectado por un lado con la parabólica de 64 metros de diámetro situada no lejos de Parkes, y por otro con la del cercano Coonabarabran, de 22 metros. Cuando todas las antenas se sincronizan, funcionan como una antena gigante. Pero eso no es todo; todavía pueden sumarse los telescopios de Tidbinbilla, en las cercanías de Canberra, y de Hobart (Tasmania).

      Estos imponentes instrumentos rastrean minuciosamente los cielos del hemisferio austral a fin de revelar los secretos que ocultan. Ahora bien, ¿por qué tomarse toda esta molestia? Un folleto del Telescopio Nacional de Australia señala la razón: “Un poco de curiosidad conduce a grandes hallazgos”.

      Se desentrañan los enigmas del espacio

      El observatorio de Parkes fue inaugurado oficialmente en octubre de 1961 por el que fuera gobernador general de Australia, Lord De L’Isle, quien predijo con entusiasmo: “Acaparará por completo la atención de científicos del mundo entero. Su contribución al descubrimiento de los misterios del cosmos será enorme”.

      La confianza del gobernador se vio recompensada. La inauguración representó un hito para la radioastronomía, una ciencia relativamente nueva. El libro Beyond Southern Skies (Más allá de los cielos australes) observa: “La apertura oficial [...] constituyó un momento histórico para la ciencia en Australia. El proyecto comenzó a gestarse hace un decenio; el diseño duró cuatro años, y la construcción, dos”.

      El doctor David McConnell, director del centro de Narrabri, mencionó a ¡Despertad! que el Telescopio Nacional de Australia es la mayor infraestructura de su clase en el hemisferio sur, y añadió: “Radioastrónomos de muchas regiones del planeta vienen a utilizarlo para sus investigaciones y para estudiar el universo, pues su excepcional ubicación ofrece un acceso magnífico a los cielos meridionales”.

      Ver lo invisible

      A diferencia de los telescopios ópticos, los radiotelescopios captan las señales de radiofrecuencia de la radiación que llega a la Tierra, y tras interpretarlas y analizarlas, las convierten en imágenes. No es una tarea fácil, pues tales señales son sumamente débiles.

      Por ejemplo, según el cálculo de Rick Twardy, de los servicios científicos del observatorio de Parkes, si convirtiéramos en corriente eléctrica la cantidad total de energía de las radioseñales que ha captado el telescopio de Parkes en los últimos cuarenta años, solo lograríamos encender una bombilla de 100 vatios durante una cienmillonésima de segundo. La información que se recibe se envía a una gran computadora que procesa las señales de todas las antenas. “El centro de Narrabri es capaz de analizar 6.000 millones de datos por segundo”, afirma su director, el doctor McConnell. Los resultados obtenidos se siguen analizando y luego se envían a las oficinas del Telescopio Nacional de Australia, ubicadas en Sidney. Allí se convierten en radioimágenes que, al combinarse con los datos de los telescopios ópticos, revelan impresionantes maravillas del universo.

      Sin embargo, los radiotelescopios también funcionan por separado para determinados proyectos científicos. Hay señales muy débiles, como las provenientes de los púlsares, por ejemplo, que se captan y procesan mejor con una sola de las grandes antenas, como la de Parkes. De ahí que este telescopio haya desempeñado un papel decisivo en el descubrimiento de más de la mitad de los púlsares conocidos. También se empleó para retransmitir las imágenes de los primeros paseos lunares y fue un elemento clave en la misión de rescate del Apolo 13. Tampoco hay que olvidar los numerosos descubrimientos en los que ha intervenido, como los anillos de Einstein y restos de una supernova, por citar solo dos ejemplos (véase el recuadro).

      ¿Estamos solos?

      Aunque el Telescopio Nacional de Australia se centra en la investigación científica y en despejar las incógnitas del universo, un pequeño grupo de investigadores lo utiliza para averiguar si existen otras civilizaciones en el universo. A estos se les llama exobiólogos, término en el que intervienen los componentes griegos exo (fuera de) y bíos (vida).

      ¿Cómo puede contestarse esta compleja pregunta con los radiotelescopios? Algunos exobiólogos creen que si hubiera otras civilizaciones en el espacio, probablemente serían mucho más antiguas que la nuestra y sabrían, por tanto, usar las señales de radio para comunicarse con la Tierra. Unos cuantos científicos opinan con bastante optimismo que terminaremos hallando culturas parecidas a la nuestra.

      Pero no todos ellos se muestran tan convencidos. Algunos incluso admiten que las radioseñales que parecían demostrar la existencia de vida en el universo “ciertamente proceden de una civilización: la nuestra”. El doctor Ian Morison, ingeniero jefe del radiotelescopio británico de Jodrell Bank, dijo: “Hace veinte años suponíamos que nuestra galaxia podría albergar un millón de civilizaciones, pero cada vez estoy más convencido de que la humanidad es una especie única”.

      Aunque seamos una civilización única, causamos muchos problemas a los astrónomos. En realidad, les obstaculizamos la recopilación de datos del espacio exterior, pues producimos interferencias de radio que dificultan cada vez más escuchar el universo.

      ¡Silencio, por favor! Déjenme escuchar

      Las señales de radio más intensas, de origen humano, ahogan las radioondas naturales que emiten los cuerpos celestes; de hecho, “el panorama es ensordecedor”, apunta Science News. Las interferencias tienen su origen en computadoras, microondas, teléfonos celulares, emisoras de radio y televisión, radares militares, torres de control aéreo y sistemas de satélites. De modo que para obtener las señales limpias de las galaxias, hay que hacer una “criba”.

      A fin de escapar de las interferencias, los radiotelescopios de Australia y del resto del mundo se construyen en zonas remotas. Con todo, ni siquiera eso es suficiente. Un artículo de Science News se lamentó así: “Los radioastrónomos temen que dentro de poco no queden lugares tranquilos donde investigar. [...] Quizá algún día instalen sus telescopios en un lugar más silencioso: la cara oculta de la Luna”.

      Pese a todos los escollos, el Telescopio Nacional de Australia ha revelado detalles de un universo maravilloso que jamás percibiríamos a simple vista. Tales descubrimientos deberían hacernos reflexionar sobre el lugar que ocupa nuestro maravilloso planeta en el imponente universo, algo que nos debe llenar de gratitud hacia el Hacedor del cielo y la Tierra.

  • A la escucha del universo en Australia
    ¡Despertad! 2003 | 8 de junio
    • [Ilustración de la página 15]

      Parte superior: cinco de las seis antenas cercanas a Narrabri

      [Reconocimiento]

      S. Duff © CSIRO, Australia Telescope National Facility

      [Ilustración de la página 15]

      Antena de 64 metros situada cerca de Parkes

      [Reconocimiento]

      Photo Copyright: John Sarkissian

      [Reconocimiento de la página 15]

      J. Masterson © CSIRO, Australia Telescope National Facility

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