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Tasmania: una isla pequeña con una historia singular¡Despertad! 1997 | 8 de mayo
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El capitán James Cook arribó a sus costas en 1777 y, al igual que Du Fresne, se puso en contacto con los peculiares habitantes de la isla, los aborígenes tasmanios. Su visita, sin embargo, fue el comienzo de una tragedia. “Para algunas naciones, [Cook] abrió el camino a la civilización y la religión —dice John West en The History of Tasmania—, [pero] para esta raza [los tasmanios] fue el precursor de la muerte.” ¿Qué condujo a tan trágico resultado?
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Tasmania: una isla pequeña con una historia singular¡Despertad! 1997 | 8 de mayo
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La comida, en cambio, a veces escaseaba. Durante los períodos de carencia, los presidiarios liberados y los colonos cazaban con armas de fuego los mismos animales que los aborígenes perseguían con lanzas. Como era de esperar, crecieron las hostilidades. Ahora añadamos a tal mezcla explosiva la arrogancia racial de los blancos, la abundancia de ron y las diferencias culturales irreconciliables. Los europeos delimitaban el terreno y levantaban cercas; los aborígenes eran nómadas que vivían de la caza y la recolección de plantas silvestres. Solo se necesitaba una chispa.
La extinción de una raza
La chispa saltó en mayo de 1804. Un grupo de soldados al mando del teniente Moore abrió fuego sin previa provocación contra una partida grande de hombres, mujeres y niños aborígenes que iban de cacería, y mataron e hirieron a muchos de ellos. Había estallado la “guerra negra”, una guerra de balas contra lanzas y piedras.
A muchos europeos les repugnó la matanza de los indígenas. Tan consternado quedó el gobernador, sir George Arthur, que dijo que estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para ‘compensar los daños que el gobierno había causado involuntariamente a los aborígenes’. Como consecuencia, puso en marcha un plan encaminado a “concentrarlos” y “civilizarlos”. En una campaña denominada la “frontera negra”, unos dos mil soldados, colonos y presidiarios se internaron en la maleza con el fin de atrapar a los aborígenes e instalarlos en un lugar seguro. Pero la misión fue un fracaso humillante; solo lograron capturar a una mujer y un niño. Un destacado metodista wesleyano llamado George A. Robinson encabezó otra campaña con un enfoque más conciliador, y esta funcionó. Los aborígenes confiaron en él y aceptaron su propuesta de establecerse en la isla de Flinders, al norte de Tasmania.
En su libro A History of Australia, Marjorie Barnard dice del logro de Robinson: “Aunque probablemente sin darse cuenta, en realidad su conciliación tuvo un toque de Judas. Los desafortunados indígenas fueron confinados en la isla de Flinders, situada en el estrecho de Bass, donde se apostó a Robinson como guardián. Allí fueron languideciendo hasta morir”. Lo que no se había conseguido con el mosquete se consiguió con el cambio que se les impuso en el estilo de vida y la dieta. Se considera que “el último aborigen tasmanio de sangre pura fue Fanny Cochrane Smith, quien murió en Hobart en 1905”. Pero no todos los entendidos coinciden en esto. Algunos afirman que esa designación corresponde a Truganini, una mujer fallecida en Hobart en 1876, y otros, que el último tasmanio fue una mujer cuya muerte tuvo lugar en la isla del Canguro en 1888. Aún quedan descendientes de sangre mezclada de los tasmanios, que viven en condiciones satisfactorias. El exterminio de esta raza, un episodio más en la lista de abusos cometidos por la humanidad, ha recibido en Tasmania la denominación apropiada de “la tragedia más grande del Estado”. Dicho episodio, por otra parte, pone de relieve la verdad bíblica de que “el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo”. (Eclesiastés 8:9.)
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