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Se pone a prueba la fe en la Europa nazi¡Despertad! 2003 | 8 de febrero
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Mi hermano Willi
Willi, cuatro años mayor que yo, no se había comunicado con nosotros desde que nos habíamos mudado de Francia unos nueve años antes. A pesar de que mamá le había enseñado la Biblia de niño, él había llegado a creer que el programa político de Hitler era el medio de lograr un futuro glorioso. En mayo de 1940, un tribunal francés lo condenó a dos años de cárcel por sus ilegales actividades nazis. Pero enseguida salió libre cuando las tropas alemanas invadieron el país. En ese momento nos envió una postal desde París. Nos alegró saber que estaba vivo, aunque nos consternó descubrir en qué se había convertido.
Mientras duró la guerra, Willi pudo visitarnos a menudo gracias a sus buenas relaciones con las SS (Schutzstaffel, la guardia de elite de Hitler). Estaba deslumbrado por las victorias militares de Hitler. Casi todos mis intentos de atraer su atención sobre nuestra esperanza basada en la Biblia recibían la misma respuesta: “¡Tonterías! Mira la ‘guerra relámpago’ de Hitler. ¡Los alemanes pronto serán los dueños del mundo!”.
Durante uno de los permisos de Willi, en febrero de 1942, le obsequié el libro Enemigos, editado por los testigos de Jehová. Para mi gran sorpresa, lo leyó de un tirón y empezó a caer en la cuenta de que el régimen nazi estaba condenado al fracaso. Había apoyado un sistema cruel y estaba resuelto a corregir su error sin tardanza.
Willi se pone de parte de la verdad bíblica
Cuando Willi nos visitó al mes siguiente, era un hombre completamente diferente.
—Anton, ¡escogí el camino equivocado! —me dijo.
—Willi, ya es un poco tarde para reconocerlo —le respondí.
—¡No, todavía no es demasiado tarde! La Biblia dice que ‘hagamos lo que debamos hacer mientras tengamos vida’, y, gracias a Dios, ¡todavía estoy vivo! —me contestó (Eclesiastés 9:10).
—¿Y qué es exactamente lo que pretendes hacer?
—Bueno, no pienso seguir siendo soldado —dijo—. Voy a romper mis lazos con los nazis y ver qué ocurre.
Salió de inmediato rumbo a Zagreb —que por entonces formaba parte de Yugoslavia— para visitar a nuestra hermana Pepi una vez más. Allí, tras asistir durante un tiempo a las reuniones de los Testigos, las cuales estaban prohibidas, se bautizó en secreto. ¡Al fin había regresado el hijo pródigo! (Lucas 15:11-24.)
Para escapar de los nazis de Francia, Willi intentó huir a Suiza cruzando la frontera. Pero la policía militar alemana lo arrestó. Le formaron un consejo de guerra en Berlín, y el 27 de julio de 1942 fue condenado a muerte por desertor. Pude visitarlo en la prisión militar de Tegel, localizada en el sector norte de Berlín. Me condujeron a una pequeña sala a la que no tardó en entrar Willi, encadenado a un guardia. Al verlo en semejante estado, los ojos se me llenaron de lágrimas. No nos estaba permitido abrazarnos, y solo disponíamos de veinte minutos para despedirnos.
Willi vio mis lágrimas y me dijo: “Anton, ¿por qué lloras? ¡Deberías estar feliz! ¡Agradezco tanto a Jehová que me haya ayudado a encontrar de nuevo la verdad! De morir por Hitler, no tendría ninguna esperanza. Pero al morir por Jehová, tengo la garantía de que seré resucitado y de que nos reuniremos otra vez”.
En su carta de despedida a la familia, Willi escribió: “Nuestro amado Dios, a quien yo sirvo, me proporciona todo lo que necesito y sin duda me sostendrá hasta el fin para que pueda aguantar y salir victorioso. Lo repito: estén seguros de que no me arrepiento de mi decisión y de que he permanecido firme en el Señor”.
Al día siguiente, el 2 de septiembre de 1942, Willi fue ejecutado en la prisión de Brandeburgo, cerca de Berlín. Tenía 27 años. Su ejemplo demuestra la veracidad de las palabras registradas en Filipenses 4:13: “Para todas las cosas tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder”.
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Se pone a prueba la fe en la Europa nazi¡Despertad! 2003 | 8 de febrero
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[Ilustración de la página 18]
Willi, mi hermano, poco antes de ser ejecutado
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