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    Anuario de los testigos de Jehová para 1989
    • Lo que al principio no parecía ser más que un rumor resultó ser la cruda realidad. Los hombres, Johann Pichler y Josef Wegscheider, dos de nuestros hermanos, habían sido ejecutados por un destacamento militar debido a que rehusaron efectuar el servicio militar. Pero la ejecución no se llevó a cabo con la normalidad que esperaban los oficiales que estaban al mando. Los dos hermanos declararon que no era necesario vendarles los ojos, aunque se hizo de todas maneras. Entonces, cuando se dio la orden, los soldados se negaron a disparar. No fue sino hasta después de que se advirtiera enérgicamente a los soldados que se encararían a medidas disciplinarias si desobedecían y de que se les diera la orden por segunda vez, que los soldados fusilaron a aquellos hombres inocentes. Pero eso no fue todo.

      Durante su proceso en Salzburgo, el juez y sus auxiliares intentaron convencer a los acusados de que cambiaran de opinión. Este juez hizo comparecer ante el tribunal a las respectivas esposas de los hermanos, con la confianza de que su presencia influiría en ellos y les haría ceder. Por el contrario, una de las mujeres se dirigió a ellos con palabras de estímulo, y les dijo: “La vida de ustedes está en manos de Dios”. Aquello impresionó tanto al juez que, ostensiblemente agitado, dio un puñetazo sobre la mesa y gritó: “¡Estas personas no son criminales ni traidores, son un conjunto de creyentes cuya cantidad no se limita a dos o tres, sino que se eleva a cientos y hasta a miles!”. Pese a ello, la ley exigía la sentencia de muerte.

      El día antes de la ejecución, los hermanos Pichler y Wegscheider fueron visitados en su celda, y hubo un nuevo intento de persuadirles a cambiar de idea. Cuando se les preguntó cuál era su última voluntad, expresaron el deseo de tener una Biblia. El juez mismo se la entregó en persona. Estuvo observándolos en su celda hasta la medianoche; después, se fue, y dijo: “En su última hora los dos hombres estuvieron en unión con su Dios; ¡son verdaderos santos!”.

      Consumada la ejecución, los dos féretros fueron entregados a los familiares para que celebraran el funeral en privado. Unas trescientas personas asistieron al acto, celebrado, por supuesto, bajo la más estricta vigilancia policial. Se prohibió entonar cánticos, y la oración fue interrumpida por los improperios de un oficial de la Gestapo a quien le pareció demasiado larga. La Gestapo también había prohibido emplear el nombre Jehová. Pero eso no impidió que cuando bajaban los féretros, un hermano exclamase: “¡Hasta que nos reunamos de nuevo en el Reino de Jehová!”.

  • Austria
    Anuario de los testigos de Jehová para 1989
    • [Ilustraciones de la página 120]

      Josef Wegscheider (a la izquierda) y Johann Pichler fueron fusilados el 26 de septiembre de 1939 cerca de Salzburgo

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