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¿Hay razones para creer en Dios?La Atalaya 2009 | 1 de octubre
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Fracasa la religión
Aunque parezca irónico, la religión es una de las principales causas del ateísmo. El historiador Alister McGrath explica: “Lo que lleva a la gente al ateísmo es, sobre todo, una aversión a los excesos y fracasos de la religión organizada”. A la religión se le suele ver como un elemento clave tras las guerras y la violencia. El filósofo Michel Onfray, de orientación atea, se pregunta cómo es que un mismo libro religioso puede llevar a dos personas a actuar de manera tan distinta: que una “procure la santidad” y la otra “realice actos de crueldad” como el terrorismo.
Muchas personas tienen malos recuerdos de sus experiencias con la religión. Por ejemplo, un joven sueco llamado Bertil recuerda que durante su servicio militar escuchó al capellán del ejército justificar la violencia valiéndose de las palabras de Jesús: “Todos los que toman la espada perecerán por la espada”. El capellán razonaba que alguien tiene que tomar esa espada, así que quien la utiliza es un siervo de Dios (Mateo 26:52).a
Bernadette, cuyo padre perdió la vida en Francia durante la segunda guerra mundial, recuerda con indignación lo que dijo un cura en el funeral de su prima de tres años: “Dios se la llevó al cielo porque quería otro angelito”. Posteriormente, Bernadette dio a luz un hijo discapacitado, y tampoco recibió consuelo de la Iglesia.
Ciarán se crió en medio del conflicto que vivió Irlanda del Norte. Le repugnaba la doctrina del infierno, y odiaba al dios responsable de dicho tormento eterno. Desafiaba a Dios diciéndole: “Si acaso existes, mátame”. Pero Ciarán no es el único que ha abrigado tales sentimientos hacia enseñanzas crueles de la Iglesia, como esta. De hecho, puede que el dogma eclesiástico haya abierto el camino a la teoría de la evolución. El historiador McGrath señala que la aversión visceral que Darwin sentía por la doctrina del infierno —no su creencia en la evolución— fue lo que lo hizo dudar de la existencia de Dios. McGrath también hace mención del “profundo dolor que le ocasionó [a Darwin] la muerte de su hija”.
Algunos ven a las personas que practican una religión como ignorantes o fanáticas. Irina, quien estaba cansada de los sermones religiosos vacíos y las letanías repetitivas, dice: “Me parecía que el que tiene religión no sabe pensar”. Louis, indignado con las crueldades cometidas por fanáticos religiosos, adoptó una postura más radical: “Tras mostrarme por años su lado aburrido, la religión me reveló su lado más horroroso. Me convertí en un agresivo opositor de todas las religiones”.
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Otras razones para no creer
Generalmente se enseña que la evolución es un hecho establecido. Anila, por ejemplo, estudió en Albania, país donde predominaba el ateísmo. “En clase aprendimos que quienes creen en Dios son ingenuos y anticuados —cuenta ella—. Me maravillaba de lo que aprendía sobre las plantas y la vida orgánica, pero todo lo atribuía a la evolución, pues eso nos hacía sentir que estábamos al nivel del pensamiento científico.” Hoy, ella admite que tenía que aceptar ciegamente todo lo que le enseñaban.
El resentimiento puede ser un obstáculo para algunos. Los testigos de Jehová a menudo lo perciben cuando van de puerta en puerta hablando de la esperanza que ofrece la Biblia. Bertil, mencionado antes, recibió la visita de un joven Testigo y recuerda haber pensado: “Pobre fanático. Has venido al lugar equivocado”. Y continúa: “Lo dejé entrar, y muy indignado le dije todo lo que opinaba sobre Dios, la Biblia y la religión”.
En cambio, a Gus, de Escocia, le preocupaban las injusticias. Al principio era muy polémico y desafiante cuando hablaba con los testigos de Jehová. Planteaba preguntas parecidas a las del profeta hebreo Habacuc, quien dijo a Dios: “¿Por qué me obligas a ver tanta violencia e injusticia? Por todas partes veo sólo pleitos y peleas” (Habacuc 1:3, Traducción en lenguaje actual).
La aparente indiferencia de Dios hacia la maldad ha perturbado a las personas por mucho tiempo (Salmo 73:2, 3). Simone de Beauvoir, escritora francesa, comentó en cierta ocasión: “Me resultaba más fácil creer en un mundo sin creador que en un creador cargado con todas las contradicciones del mundo”.
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“CUANDO contemplaba la posibilidad de que existiera un Creador, me enfurecía pensar que él tuviera el poder de impedir el sufrimiento pero que no hiciera nada.” Así se expresó un ex ateo que perdió a varios familiares durante el Holocausto. Y él no era el único que se sentía así.
Cuando sufren atrocidades, a muchos se les hace difícil creer en Dios, o se consuelan pensando que no existe.
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