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BeliceAnuario de los testigos de Jehová 2010
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CAMPAÑAS DE PREDICACIÓN POR LA PLUVISELVA
Aunque la ciudad de Belice y las poblaciones más grandes del país se abarcaban a fondo, el territorio rural no se cubría con regularidad. Algunos de los primeros misioneros habían viajado en barco a las ciudades del sur, pero con el tiempo se construyó una carretera que unía los distritos sureños de Stann Creek y Toledo con el resto del país. Así que a principios de 1971, la sucursal dispuso que cada año se realizaran campañas de predicación por la pluviselva, localmente llamadas bush trips, para llevar el mensaje a los mayas kekchíes y mopanes de las partes más aisladas de la selva.
Los publicadores, tanto hermanos como hermanas, usaban vehículos alquilados y piraguas para poder visitar pueblos y ciudades desde Dangriga hasta Punta Gorda y llegar todavía más al sur, como al pueblo de Barranco, cerca de la frontera con Guatemala. En algunos viajes iba un grupo en una camioneta y de dos a cuatro motociclistas. Cada noche la pasaban en un pueblo diferente, y de día, mientras el grupo predicaba en el pueblo, una o dos parejas de motociclistas se dirigían por senderos hacia las granjas más apartadas.
En el área de Punta Gorda, los varones caminaban de aldea en aldea con sus mochilas. Antes de predicar a los aldeanos, a menudo tenían que hablar con el alcalde en el cabildo, el lugar donde se reunían los ancianos del pueblo.
“En una aldea —cuenta el misionero Reiner Thompson—, los hermanos llegaron cuando los hombres estaban reunidos en el cabildo hablando sobre cómo cosecharían el maíz. Al finalizar su reunión, pidieron a los hermanos —que estaban cansados y hambrientos— que les cantaran un cántico del Reino.” El hermano Thompson agrega que, aunque no llevaban cancionero, “cantaron con toda el alma, y a los hombres les fascinó”. Con el tiempo se formaron congregaciones en Mango Creek y después en San Antonio, una de las poblaciones mayas más grandes.
“A veces caminábamos de un pueblo a otro por las noches para cumplir con nuestro programa —comenta Santiago Sosa—. Nos acostumbramos a andar en fila india por el centro del camino en vez de por las orillas, pues en los arbustos había serpientes. También nos acostumbramos a beber de los bejucos de agua cuando se nos terminaba el agua.”
De vez en cuando el grupo se dividía en grupitos de dos o cuatro para predicar en distintas partes del pueblo y, al atardecer, todos los hermanos se juntaban de nuevo. Solían quedarse dos preparando la comida. “En ocasiones era un desastre —recuerda Santiago riéndose—, pues algunos no sabían cocinar. Me acuerdo que un día miré la comida y pregunté: ‘¿Y esto qué es?’. El cocinero me contestó: ‘No sé, pero es comida’. Como ni él mismo sabía lo que era, creímos que convendría dárselo a probar primero a un perro hambriento que andaba por allí. Pero ni él se lo quiso comer.”
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[Ilustración y recuadro de las páginas 227 y 228]
Una campaña de predicación por la pluviselva
“En marzo de 1991, veintitrés hermanos y hermanas de todo el país nos reunimos en Punta Gorda para participar en una campaña de predicación de diez días en la espesura del bosque lluvioso —cuenta Martha Simons—. Además de ropa, mantas y hamacas, cargamos con publicaciones en inglés, español y kekchí. Y entre los alimentos, llevamos doscientos journey cakes [una especie de panecillos].
”A la mañana siguiente, aunque el mar estaba picado, emprendimos el viaje en una piragua hecha de un tronco de ceiba ahuecado. Una vez que llegamos a la población de Crique Sarco, descargamos nuestras cosas y montamos el campamento. Mientras los hermanos colocaban las hamacas, las hermanas cocinamos uno de nuestros platos favoritos: boilup de rabo de cerdo, un guisado que lleva yuca (mandioca), ñame, plátano verde, coco, huevo cocido y, por supuesto, rabo de cerdo. Se corrió la voz de que habíamos llegado, y no tardaron en desfilar por allí los aldeanos kekchíes para saludarnos. De esa manera pudimos predicar a todo el pueblo en dos horas. Aquella noche, los hermanos durmieron en las hamacas debajo de la estación de policía, que estaba construida sobre pilotes, y las hermanas dormimos en el cabildo, un lugar con techo de palma donde se reunían los ancianos del pueblo.
”Al otro día nos subimos de nuevo a la embarcación y viajamos río arriba. Las enmarañadas raíces de algunos manglares por los que pasamos nos ofrecían un escenario un tanto sombrío y tenebroso. Media hora después desembarcamos y caminamos hora y media más por el bosque hasta la población de Sundaywood. Los habitantes eran de baja estatura, de piel morena aceitunada y de cabello negro y lacio. La mayoría de ellos andaban descalzos, y las mujeres vestían faldas típicas y llevaban adornos de cuentas. Respecto a las casas, los techos eran de paja, los pisos de tierra, y adentro no había divisiones ni muebles, sino únicamente hamacas. A un lado del grupo de viviendas había un fogón comunitario para cocinar.
”Las personas eran muy amigables y mostraban mucho interés por el mensaje. Lo que más les llamaba la atención es que tuviéramos publicaciones en kekchí y que les leyéramos textos de una Biblia en ese idioma.
”Tras una noche de descanso, nos despertamos con los sonidos de gallos, aves del bosque y monos aulladores. Después de un desayuno sustancioso, fuimos a visitar a quienes el día anterior habían mostrado interés. Comenzamos varios estudios bíblicos y los animamos a todos a que siguieran estudiando por su cuenta hasta que volviéramos el próximo año. Nuestra jornada fue muy similar durante los siguientes días, cuando seguimos adentrándonos en el bosque hasta llegar a las aldeas más remotas.
”Al final de diez emocionantes días nos pusimos a recordar los largos trayectos que recorrimos, todas las aldeas que visitamos y la gente que conocimos. Le pedimos a Jehová en oración que cuidara las semillas de la verdad que habíamos plantado hasta que regresáramos al año siguiente. Terminamos exhaustos y con los pies adoloridos; pero nuestro corazón rebosaba de gratitud a Jehová por la dicha de haber participado ese año en la campaña de predicación por la pluviselva.”
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