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BeliceAnuario de los testigos de Jehová 2010
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“SEÑORA PRATT, ¿PODRÍA ORAR POR NOSOTROS?”
En octubre de 2000, el huracán Keith azotó a la población del cayo Ambergris —llamado también isla de San Pedro— con lluvias torrenciales y vientos de 205 kilómetros (125 millas) por hora que duraron tres días. En Ladyville, ubicada a 16 kilómetros (10 millas) al norte de la ciudad de Belice, cayeron en tres días 800 milímetros (32 pulgadas) de lluvia. Debido a las inundaciones, 42 hermanos se refugiaron en el Salón de Asambleas. Además, la tormenta destruyó casi todas las casas del cayo Caulker. Los cayos Ambergris y Caulker se quedaron varias semanas sin servicios de electricidad, agua y teléfono, y sus 57 publicadores perdieron todos o casi todos sus bienes. Ambos cayos, junto con los distritos de Belice, Orange Walk y Corozal, fueron declarados zona de desastre por el primer ministro. A fin de detener el saqueo, se impuso un toque de queda en las áreas afectadas.
Cecilia Pratt, una precursora especial que servía en el cayo Caulker, hizo caso de las advertencias de huracán y preparó una bolsa por si surgía la necesidad de buscar refugio. Ese mismo día acababa de recoger los informes de servicio de doce hermanas del cayo, y tenía planes de salir en el barco de la tarde para entregarlos a la sucursal. Con cuidado, envolvió en plástico los informes y los guardó en su bolsa de emergencia. Tal como se lo temían, ella y algunas de las hermanas tuvieron que refugiarse por la noche en una escuela hecha de hormigón, y las demás, en el centro social del cayo.
“El viento arrancó el techo de cinc de la primera aula en que estuvimos —cuenta Cecilia—, y todos nos vimos obligados a recoger nuestras cosas y correr hacia otra aula. Aunque el edificio era de hormigón, daba la sensación de que el viento lo sacudía. Cuando miramos hacia fuera, parecía que estábamos en medio del mar, pues no se veía el suelo. Nosotras nos mantuvimos juntas, orando intensamente. Éramos cuarenta personas de distintas religiones en el aula y todas estábamos aterradas. Hubo quienes hasta le atribuían a Dios lo que estaba pasando. Un predicador laico católico se me acercó y me dijo: ‘Señora Pratt, ¿podría orar por nosotros?’. Le respondí que, por ser mujer y no tener con qué cubrirme la cabeza, no podía hacerlo. Él me contestó: ‘Pues yo tengo una gorra’. No estaba segura de si estaría bien que hiciera una oración pública, pero deseaba dejar claro que Jehová no había mandado el huracán. Así que me puse a orar con las hermanas, procurando que todos me oyeran. Cuando terminé, al unísono dijeron ‘amén’, y sorprendentemente el viento se apaciguó. Y es que, en ese momento, el ojo del huracán estaba sobre nosotros. El predicador reconoció: ‘Fue una magnífica oración. Su Dios es el Dios verdadero’. Después de eso, no querían que ninguna de nosotras cinco saliéramos del refugio, y hasta nos dieron comida y café durante los siguientes tres días.
”Sin embargo, como yo estaba preocupada por las demás hermanas, salí a buscarlas a la mañana siguiente, cuando el viento había amainado. Se veían árboles caídos y destrozos dondequiera. El viento arrastró algunas casas hasta por 10 ó 15 metros (40 ó 50 pies). Primero fui al centro social, donde encontré a dos hermanas con sus hijas. Otra hermana, que había perdido su casa, también estaba sana y salva.”
La sucursal tuvo problemas para recopilar los informes de servicio de las congregaciones afectadas por la tormenta. Pero los del cayo Caulker fueron los primeros en llegar: Cecilia los había guardado en su bolsa de emergencia y se los entregó personalmente a los representantes de la sucursal que fueron a averiguar si las hermanas estaban bien.
Durante las siguientes semanas, los Testigos damnificados que vivían en los cayos recibieron provisiones de socorro y la ayuda de voluntarios para limpiar y reparar sus hogares. En el cayo Ambergris, también se restauró el Salón del Reino.
Merle Richert, un hermano del equipo de socorro del cayo Caulker, comenta: “Cuando llegamos, levantamos viviendas provisionales y organizamos la distribución de suministros. Al día siguiente empezamos a reparar las casas de los publicadores. Y el domingo por la mañana, todos salimos al servicio del campo. Luego acondicionamos el patio de una hermana como lugar de reunión: hicimos bancas y convertimos el viejo tocón de un cocotero en un atril. Ajustamos el horario de reunión para no interferir con el toque de queda de las 8.00 de la noche, y la asistencia para el discurso público y el Estudio de La Atalaya fue de cuarenta y tres”.
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BeliceAnuario de los testigos de Jehová 2010
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2000 El huracán Keith azota Belice.
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