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BenínAnuario de los testigos de Jehová 1997
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Carlos Prosser, en representación del Comité de la Sucursal, escribió lo siguiente al Cuerpo Gobernante el 7 de abril de 1976: “Mientras redactaba esta carta vino a visitarme el jefe del distrito con su guardia y su secretaria. Me preguntó sobre los lemas, el saludo a la bandera, etc., y tuve la oportunidad de explicarle algunos de estos asuntos. También dijo que a varios de nuestros hermanos los habían arrestado por no querer participar en dichas actividades y que había mandado preparar una lista de nombres. La visita fue bastante amigable, pero él fue firme en algunos puntos; dijo, por ejemplo, que ya no podíamos predicar en los hogares de la gente, sino que debíamos permanecer en nuestro ‘templo’. No sabemos qué planean hacer las autoridades, pero una cosa es segura: ahora más que nunca la gente conoce a los testigos de Jehová y oramos a Dios para que esto resulte en un testimonio. Los misioneros ya hemos comenzado a preguntarnos cuánto tiempo más nos permitirán quedarnos aquí”.
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Al día siguiente, el 17 de abril, regresaron dos funcionarios que querían hablar con el encargado. El hermano Prosser les dijo que tenían que apagar los cigarrillos antes de entrar. Accedieron, y se les invitó a entrar en la oficina. Aún querían saber los nombres de todos los hermanos responsables de la obra en el país. Pero los archivos importantes de la sucursal ya no estaban allí, de modo que de nada les hubiera servido registrar el lugar.
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27 de abril de 1976: arrestan al coordinador del Comité de Sucursal
A la mañana siguiente llegó un policía armado buscando al hermano Prosser. Le ordenó que se subiera a la furgoneta de la Sociedad y la condujera; por todo el camino el policía estuvo apuntándole con un arma de fuego. Cuando el hermano Prosser llegó a la comisaría de Akpakpa, lo interrogaron. No lo maltrataron físicamente, pero trataron de intimidarlo con insultos.
“¡Díganos los nombres de su gente clave!”, le gritó el policía. El hermano Prosser respondió: “No puedo darles los nombres de mis hermanos. Si los quieren, vayan al Salón del Reino y escríbanlos ustedes mismos”. La respuesta les satisfizo. El hermano sabía que no había peligro porque las reuniones no se habían celebrado en el Salón del Reino por algún tiempo. Ahora se celebraban en hogares particulares donde se reunían los grupos del Estudio de Libro de Congregación.
“¿Y Samuel Hans-Moévi? ¿Lo conoce? Es uno de los suyos, ¿no es cierto?” Esa pregunta sorprendió mucho al hermano Prosser, porque era en la casa de este hermano donde habían escondido los archivos de la Sociedad en dos maletas viejas y gastadas. Contenían los nombres de muchos hermanos. ¿Los había confiscado la policía? El hermano Prosser aparentó estar sereno, pero en lo más profundo de su corazón pidió la guía de Jehová.
Por fin terminó el interrogatorio. El hermano Prosser no dio ningún nombre ni sufrió daño físico. Entonces lo pusieron en libertad, sin escolta. Años después, al reflexionar en ese incidente, el hermano Prosser dijo: “Lo primero que pensé fue: ‘¿Qué puedo hacer para ayudar a los hermanos?’. Luego pensé: ‘¡Cuidado! Pudiera ser una trampa. Tal vez quieran seguirme para ver si los conduzco a los hermanos’”.
“En vez de ir directamente a casa —recuerda el hermano Prosser—, crucé el puente y fui a la ciudad para ver si había correspondencia en la oficina de correos. No quería hacer nada que causara dificultades a los hermanos. Pero anhelaba verlos para asegurarles que estábamos bien y darles orientación en cuanto a qué hacer en los días venideros.
”Me dirigí a casa, pensando por el camino en cómo comunicarme con los hermanos. De repente sopló un viento muy fuerte y empezó a caer una lluvia torrencial. Sin previo aviso, una motocicleta con dos personas me pasó al lado a toda velocidad. Me pregunté quiénes serían, pues era peligroso pasar a otro vehículo en el puente angosto, sobre todo cuando llovía. Entonces el hombre que iba de pasajero miró hacia atrás y se levantó el casco para que lo reconociera. Para mi sorpresa, ¡era un miembro del Comité de la Sucursal! ¡Y el conductor era otro de los miembros! Hacía días que no los veía porque se nos había mantenido en arresto domiciliario en la sucursal y hogar misional.
”Continuó lloviendo a cántaros y la mayoría de la gente corrió para protegerse. Crucé el puente, pasé el camino que conducía a casa y me estacioné al lado de la carretera... orando... esperando... deseando ver a mis hermanos, tal vez por última vez.
”La espera pareció una eternidad; por fin se estacionó a mi lado la motocicleta con los dos hermanos. Fue un momento oportuno para conversar ya que no había nadie a nuestro alrededor por la fuerte lluvia. Les dije que era necesario trasladar los archivos de la Sociedad a otro lugar, en vista de lo que había dicho la policía cuando me interrogaron. También hablamos de asuntos relacionados con los precursores especiales, las visitas que los superintendentes de circuito harían inmediatamente a todas las congregaciones para informarles sobre lo que estaba ocurriendo y los planes para seguir reuniéndonos en grupos pequeños en hogares particulares. Por lo visto, la proscripción era inminente.”
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La última habitación que registraron fue la de Carlos y Mary Prosser. Los soldados encontraron en una maleta una gran suma de dinero. Los misioneros lo habían sacado de la cuenta bancaria de la Sociedad dos días antes temiendo que tal vez la congelaran, pero no habían podido llevar el dinero a un lugar seguro porque habían estado bajo arresto domiciliario. Por alguna razón, parece que a los soldados les dio miedo tocar el dinero e inmediatamente lo pusieron de nuevo en la maleta. Más tarde, la suma completa se entregó intacta a la sucursal de Lagos (Nigeria).
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Los soldados terminaron de registrar el cuarto de los Prosser y se dirigieron al piso de abajo. No encontraron nada comprometedor. La mayoría de los misioneros habían pasado gran parte de la noche cortando los nombres de los archivos que aún quedaban en la sucursal. Los recortes los echaron por el inodoro o los quemaron. Mientras registraban la sucursal, uno de los guardias observó algo que humeaba en el jardín y preguntó qué era. “Oh, sí, allí es donde quemamos la basura”, contestó el hermano Prosser. Tanto el guardia como el hermano Prosser sabían que lo que se había quemado eran documentos importantes.
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“Cuando llegamos a casa, ya eran después de las ocho de la noche —relata el hermano Prosser—. Sabíamos que nos esperaba una noche difícil. Miles de revolucionarios rodearon nuestro hogar, gritaron lemas políticos, orinaron contra la pared y nos insultaron. Esto continuó durante toda la noche. Nadie pudo dormir mucho, si es que alguien pudo dormir, porque no sabíamos lo que la turba enfurecida haría. Algunos se preguntaban si los golpearían esa noche o si sobrevivirían hasta el día siguiente. Lejos de perder la calma o echarse a llorar, las hermanas se mantuvieron ocupadas haciendo las maletas y animándose mutuamente. Gracias a Jehová, los revolucionarios no entraron en el hogar y nadie sufrió daño físico. Pero la tensión emocional y el acoso psicológico fueron una prueba que los misioneros pudieron aguantar únicamente con el apoyo de Jehová mediante la oración y el estímulo de los demás.” Esta ayuda mutua y esta confianza en Jehová resultarían ser muy importantes en las siguientes horas.
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Los soldados llevaron al hermano Prosser a cada una de las habitaciones para que las cerrara con llave y exigieron que les entregara las llaves.
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[Ilustración de la página 102]
Peter Pompl con Mary y Carlos Prosser; los tres fueron expulsados de Benín y sirven actualmente en Camerún
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