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Se ofrecieron de buena gana para servir en África occidentalLa Atalaya 2014 | 15 de enero
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Albert-Fayette y Aurele
Aurele, un hermano francés de 70 años, explica: “Hace cinco años me jubilé y vi que tenía dos opciones: vivir tranquilamente en Francia esperando el Paraíso, o hacer algo por ampliar mi ministerio”. Al final se decidió por esto último. Así que hace unos tres años se mudó a Benín con su esposa, Albert-Fayette. “Ofrecernos para venir a este lugar a servir a Jehová es lo mejor que hemos hecho en la vida”, dice Aurele. Y añade con una sonrisa: “Y por si fuera poco, algunas zonas costeras de nuestro territorio parecen el Paraíso”.
Clodomir y su esposa, Lysiane, se mudaron de Francia a Benín hace dieciséis años. Al principio extrañaban mucho a la familia y los amigos, y pensaban que no iban a poder adaptarse. Pero sus temores desaparecieron y llegaron a ser muy felices. “En estos dieciséis años —comenta Clodomir—, hemos tenido el privilegio de ayudar, como promedio, a una persona por año a abrazar la verdad.”
Clodomir y Lysiane con algunos a los que han enseñado la verdad
Johanna y Sébastien
Sébastien y Johanna, un matrimonio de Francia, se mudaron a Benín en el 2010. “Hay mucho que hacer en la congregación —dice Sébastien—. Servir aquí es como asistir a un curso teocrático intensivo.” ¿Y qué hay de las personas del territorio? Johanna cuenta: “La gente tiene sed de la verdad. Incluso cuando no estamos predicando, nos paran por la calle para hacernos preguntas sobre la Biblia y pedirnos publicaciones”. ¿Qué efecto tuvo la mudanza en su matrimonio? “Nos ha unido más. Para mí es un placer pasar días enteros predicando con mi esposa”, afirma Sébastien.
Eric y su esposa, Katy, son precursores en el norte de Benín, una zona muy poco poblada. Hace unos diez años, mientras vivían en Francia, empezaron a leer artículos sobre servir donde hacen falta más predicadores y a hacerles preguntas a siervos de tiempo completo. Esto los motivó a mudarse al extranjero, y finalmente lo hicieron en el 2005. Desde entonces han visto un magnífico aumento. Eric se expresa así: “Hace dos años, nuestro grupo de Tanguiéta constaba de 9 publicadores; ahora somos 30. Los domingos vienen a la reunión entre 50 y 80 personas. La alegría que sentimos al ver este progreso no se compara con nada”.
Katy y Eric
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Marie-Agnès y Michel
Eric y Katy, ya mencionados, servían en una congregación de habla extranjera en Francia antes de mudarse a Benín. ¿En qué se diferenció servir en África occidental? Katy comenta: “No fue fácil encontrar un hogar adecuado. Durante meses vivimos en una casa sin electricidad ni agua corriente”. Y Eric añade: “Los vecinos tenían la música altísima hasta muy tarde. Tienes que ser paciente y estar dispuesto a adaptarte”. Pero los dos reconocen: “Las bendiciones de servir en un territorio donde apenas se ha predicado superan con creces los sacrificios”.
Michel y Marie-Agnès, otro matrimonio de Francia, de casi 60 años, se mudaron a Benín hace unos cinco años. Al principio estaban nerviosos. “Algunos dijeron que mudarnos sería tan arriesgado como ir en carretilla por una cuerda floja —recuerda Michel—. Y la verdad, nos habría dado mucho miedo si no fuera porque sentíamos que el que empujaba la carretilla era Jehová. Nos mudamos para servirle mejor, y él nunca nos ha abandonado.”
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Saphira
Quienes ponen el Reino en primer lugar pueden estar seguros de que Jehová se encargará de darles lo necesario (Mat. 6:33). Veamos lo que le sucedió a Saphira, una hermana francesa soltera, de unos 30 años, que es precursora en Benín. En el 2011 regresó a Francia para trabajar y ahorrar dinero para pasar su sexto año en África. Ella relata: “Era viernes, mi último día de trabajo. Todavía me quedaban dos semanas en Francia y aún necesitaba trabajar diez días más para conseguir el dinero suficiente. Le oré a Jehová y le expliqué la situación. Al rato, una agencia de empleos me llamó por teléfono para que sustituyera a alguien por dos semanas”. El lunes, Saphira se presentó en el nuevo trabajo para que la entrenara la persona a quien iba a reemplazar. “Para mi sorpresa, me enteré de que se trataba de una hermana que necesitaba diez días libres para asistir a la Escuela del Servicio de Precursor. El jefe le había dicho que solo le daría los días libres si conseguían a alguien que la sustituyera. La hermana también le había pedido ayuda a Jehová, ¡y él nos contestó a las dos!”
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