-
BenínAnuario de los testigos de Jehová 1997
-
-
Se registra la sucursal y hogar misional
En la tarde del martes 27 de abril los militares rodearon el Hogar Betel-misional. Portaban armas de fuego automáticas. Un soldado se apostó en la entrada, otro en la puerta trasera y otros en el jardín. Se ordenó a los misioneros que bajaran al comedor, donde se les mantuvo en custodia a punta de pistola. Los soldados llevaron a un misionero tras otro a su habitación y la registraron con la esperanza de encontrar información que probara que eran espías estadounidenses o revolucionarios extranjeros. Entraron en el cuarto de Margarita Königer y empezaron a registrarlo. ¡Ajá! Ya tenían en su poder documentos comprometedores, o por lo menos eso creían. Confiscaron una copia en alemán del testamento del padre de la hermana Königer. Estaban convencidos de que era un mensaje codificado. En la habitación de Peter Pompl, descubrieron lo que pensaban que era una fórmula secreta, pero que en realidad era una receta médica para el hongo de las uñas de los pies.
La última habitación que registraron fue la de Carlos y Mary Prosser. Los soldados encontraron en una maleta una gran suma de dinero. Los misioneros lo habían sacado de la cuenta bancaria de la Sociedad dos días antes temiendo que tal vez la congelaran, pero no habían podido llevar el dinero a un lugar seguro porque habían estado bajo arresto domiciliario. Por alguna razón, parece que a los soldados les dio miedo tocar el dinero e inmediatamente lo pusieron de nuevo en la maleta. Más tarde, la suma completa se entregó intacta a la sucursal de Lagos (Nigeria).
La hermana Prosser relata lo que sucedió: “Uno de los soldados me dijo: ‘Usted lleva mucho tiempo aquí, de modo que debe saber los nombres de algunos de los encargados de su congregación’. Contesté: ‘Pues bien, ya sabe cómo son las cosas aquí, a nadie se le conoce por el nombre completo. Todos nuestros conocidos se llaman Papá Emmanuel o Mamá Eugenie, y así por el estilo. Realmente no sé cómo firman su nombre’. El soldado se rió y dijo: ‘Usted de veras que lleva mucho tiempo aquí’”.
La hermana Prosser agrega: “Observamos que uno de los hombres dejó de registrar el cuarto y se sentó. El comandante le ordenó que continuara trabajando. Su respuesta fue conmovedora, pues alzó la vista y dijo: ‘Conozco a los señores Prosser desde hace muchos años, y a menudo hemos hablado de la Biblia en mi casa. ¿Cómo puedo entrar aquí y registrar su habitación?’”.
Los soldados terminaron de registrar el cuarto de los Prosser y se dirigieron al piso de abajo. No encontraron nada comprometedor. La mayoría de los misioneros habían pasado gran parte de la noche cortando los nombres de los archivos que aún quedaban en la sucursal. Los recortes los echaron por el inodoro o los quemaron. Mientras registraban la sucursal, uno de los guardias observó algo que humeaba en el jardín y preguntó qué era. “Oh, sí, allí es donde quemamos la basura”, contestó el hermano Prosser. Tanto el guardia como el hermano Prosser sabían que lo que se había quemado eran documentos importantes.
“¡Eh!, miren esto”, exclamó un soldado que registraba la sección de envíos. Los soldados encontraron las cintas de carrete y el guión de un drama bíblico que se había presentado en una asamblea de distrito. Estaban seguros de que los nombres de los que componían el reparto eran los de los hombres principales de la organización. Recogieron alegremente las cintas y los guiones para presentarlos como prueba contra los Testigos.
-
-
BenínAnuario de los testigos de Jehová 1997
-
-
“Cuando llegamos a casa, ya eran después de las ocho de la noche —relata el hermano Prosser—. Sabíamos que nos esperaba una noche difícil. Miles de revolucionarios rodearon nuestro hogar, gritaron lemas políticos, orinaron contra la pared y nos insultaron. Esto continuó durante toda la noche. Nadie pudo dormir mucho, si es que alguien pudo dormir, porque no sabíamos lo que la turba enfurecida haría. Algunos se preguntaban si los golpearían esa noche o si sobrevivirían hasta el día siguiente. Lejos de perder la calma o echarse a llorar, las hermanas se mantuvieron ocupadas haciendo las maletas y animándose mutuamente. Gracias a Jehová, los revolucionarios no entraron en el hogar y nadie sufrió daño físico. Pero la tensión emocional y el acoso psicológico fueron una prueba que los misioneros pudieron aguantar únicamente con el apoyo de Jehová mediante la oración y el estímulo de los demás.” Esta ayuda mutua y esta confianza en Jehová resultarían ser muy importantes en las siguientes horas.
El último día en Benín
Los primeros rayos del sol se filtraron por las nubes como a las seis de la mañana, anunciando el comienzo de un nuevo día. Era el 28 de abril, un día difícil de olvidar. Como de costumbre, los misioneros se reunieron a la mesa a las siete de la mañana para analizar el texto bíblico diario. Obviamente, no era un día para descuidar el estudio de la Palabra de Dios. Todos los misioneros sabían que necesitarían fuerza de más para superar las pruebas que afrontarían ese día.
Theophilus Idowu era un nigeriano que había aprendido el idioma gun años atrás y ahora servía de traductor en la sucursal, aunque no vivía allí. Había estado observando atentamente desde afuera lo que ocurría. Como nadie podía entrar ni salir, los misioneros no tenían pan para el desayuno. Sabiendo eso, el hermano Idowu compró pan en la panadería y se presentó como el repartidor del pan ante el soldado en el portón de Betel. Llevaba ropa andrajosa y un sombrero que le cubría el rostro para que no lo reconocieran las personas que aún estaban allí. El guardia lo dejó entrar. ¡Cuánto se alegraron los misioneros de ver de nuevo el rostro sonriente del querido hermano Idowu! Aquel gesto sencillo dio nuevo significado a la oración: “Danos hoy nuestro pan para este día”. (Mat. 6:11.) Los misioneros percibieron la mano de Jehová y se sintieron fortalecidos.
“¡Pum! ¡pum! ¡pum!” Alguien golpeaba a la puerta principal. Cuando empezaron a examinar el texto diario, se oía mucho alboroto afuera. El jefe del distrito y otros revolucionarios colocaron el asta de la bandera en la propiedad de la sucursal en señal de que el edificio pertenecía ahora “al pueblo”. Se ordenó a los misioneros que salieran y participaran en la ceremonia de izar la bandera. No sabían si los obligarían a salir, pero todos estaban decididos a no tener nada que ver con dicha ceremonia. Uno de los misioneros, Paul Byron, dijo: “Tendrán que arrastrarme”. Sus palabras fortalecieron la determinación de los demás misioneros. Por alguna razón, tal vez intervención divina, los soldados no hicieron que los misioneros salieran. Esto les dio unos minutos más para terminar de examinar el texto del día.
Cuando terminó la ceremonia de izar la bandera, los oficiales del ejército ordenaron a los misioneros que llevaran sus pertenencias al piso de abajo, donde las registraron cuidadosamente. Podrían llevarse solo lo que tenían en las maletas y tendrían que dejar las demás posesiones. Los soldados llevaron al hermano Prosser a cada una de las habitaciones para que las cerrara con llave y exigieron que les entregara las llaves. Habían confiscado la sucursal. Algunos hermanos locales observaban de lejos lo que ocurría, y les partió el corazón cuando vieron que a sus queridos misioneros los echaban de su hogar y que guardias armados los escoltaban como criminales.
-