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Mi vida ha sido muy feliz sirviendo a JehováLa Atalaya (estudio) 2021 | julio
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ME VOY A SUDÁFRICA
Viajando en tren de Ciudad del Cabo a Johannesburgo con Dennis Leech, Ken Nordin y Bill McLellan en 1959.
Los cuatro nos reencontramos 60 años después en la sucursal de Sudáfrica en el 2019.
Primero fuimos al Betel de Brooklyn, donde recibimos tres meses de preparación para manejar un tipo específico de prensa. Luego subimos a un carguero rumbo a Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Acababa de cumplir 20 años. Luego de llegar a Ciudad del Cabo, iniciamos al anochecer un largo viaje en tren hacia Johannesburgo. La primera parada fue al amanecer en un pueblito en el Karroo, un área semidesértica. Había mucho polvo y hacía mucho calor. Cuando los cuatro nos asomamos por la ventana, nos preguntamos qué clase de lugar era aquel. ¿En qué nos habíamos metido? Años más tarde, volvimos a esta región y nos dimos cuenta de que esos pueblitos eran muy agradables y pacíficos.
Mi asignación por algunos años fue manejar la linotipia, una increíble y complicada máquina. Mi labor era preparar las líneas de letras para imprimir las revistas La Atalaya y ¡Despertad! La sucursal imprimía las revistas en muchos idiomas africanos, no solamente para Sudáfrica, sino para muchos otros países del continente. Nos alegró que se le diera tanto uso a la nueva rotativa que nos llevó al otro lado del mundo.
Más tarde, trabajé en la Oficina de la Fábrica, que atendía varios aspectos del trabajo de impresión, envíos y traducción. Llevaba una vida ocupada y muy feliz.
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VOLVEMOS A BETEL
Mi asignación en Betel fue en el Departamento de Servicio, donde tuve el privilegio de trabajar con muchos hermanos de experiencia. En aquel tiempo, después de que el superintendente de circuito visitaba una congregación, enviaba un informe a la sucursal. En respuesta, el Departamento de Servicio enviaba una carta a la congregación. Esas cartas tenían el propósito de animar a los hermanos y de darles cualquier instrucción necesaria. Los secretarios trabajaban muy duro para traducir al inglés los informes de los superintendentes de circuito de idiomas como el xhosa y el zulú. Luego traducían a los idiomas africanos las cartas que la sucursal escribía en inglés. Agradecí mucho el duro trabajo de aquellos traductores, que me ayudaron a entender las dificultades por las que pasaban nuestros hermanos negros de la región.
En ese tiempo, los sudafricanos vivían bajo el régimen de segregación racial conocido como el apartheid. Cada grupo racial debía vivir en zonas específicas, así que no había mucho trato entre personas de razas diferentes. Nuestros hermanos negros hablaban en sus idiomas, predicaban en sus idiomas y asistían a las congregaciones de sus idiomas.
Como siempre me habían asignado a territorios de habla inglesa, no conocía a muchos africanos de raza negra. Pero ahora tenía la oportunidad de aprender de su cultura y sus costumbres. Me enteré de las dificultades por las que nuestros hermanos pasaban debido a las tradiciones y creencias religiosas locales. Fueron muy valientes. Rechazaron las tradiciones antibíblicas y se negaron a seguir las prácticas espiritistas, aunque tuvieron que soportar dura oposición de parte de sus familias y sus comunidades. En las zonas rurales, la gente era muy pobre. Muchos tenían muy poca o ninguna educación académica, pero respetaban la Biblia.
Tuve el honor de trabajar en algunos casos legales relacionados con la libertad de culto y la neutralidad. Me fortaleció mucho la fe ver la lealtad y el valor de jovencitos Testigos que fueron expulsados de las escuelas por negarse a participar en oraciones e himnos religiosos.
Los hermanos pasaron por otra prueba en el pequeño país africano que entonces se llamaba Suazilandia (ahora Esuatini). Cuando el rey Sobhuza II murió, se les exigió a todos los ciudadanos seguir ciertos rituales en señal de duelo. Los hombres debían afeitarse la cabeza y las mujeres debían cortarse el cabello muy muy corto. Como esta práctica estaba relacionada con la adoración a los antepasados, a muchos hermanos y hermanas los persiguieron por negarse a participar en ella. Su lealtad a Jehová nos llegó al corazón. Nuestros hermanos africanos nos enseñaron mucho sobre la lealtad y la paciencia, y eso fortaleció nuestra fe.
REGRESO A LA IMPRENTA
En 1981, volví a la imprenta para ayudar a implementar el uso de computadoras en el trabajo de impresión. Fue una época muy emocionante. El mundo de la impresión estaba cambiando. Un representante de ventas local le dio a la sucursal una máquina fotocomponedora para que la probáramos sin ningún compromiso. El resultado fue que se reemplazaron las nueve linotipias por cinco fotocomponedoras nuevas. También instalamos una rotativa nueva. Ahora imprimíamos más que nunca antes.
El uso de computadoras nos llevó a crear nuevos métodos de composición mediante MEPS, el Sistema Electrónico de Edición Plurilingüe. ¡Cuánto había avanzado la tecnología desde que los cuatro betelitas canadienses llegamos a trabajar a Sudáfrica! (Is. 60:17). Para entonces, todos nos habíamos casado con unas buenas precursoras que amaban mucho a Jehová. Bill y yo seguíamos en Betel. Ken y Dennis vivían cerca con sus familias.
La labor de traducir e imprimir seguía aumentando, pues cada vez trabajábamos con más idiomas. Además, enviábamos las publicaciones a otras sucursales. Por todo esto, necesitábamos un Betel nuevo. Los hermanos lo construyeron en una hermosa zona al oeste de Johannesburgo, y se dedicó en 1987. Fue un placer formar parte de todo aquel crecimiento y servir por muchos años en el Comité de Sucursal de Sudáfrica.
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