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Confiar o no confiar¡Despertad! 2007 | noviembre
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Confiar o no confiar
“No os fiéis de las tablas podridas”, escribió el dramaturgo inglés William Shakespeare. Y es lógico, pues antes de saltar al interior de un bote, por ejemplo, conviene asegurarse de que sus tablas no estén podridas.
LAS palabras de Shakespeare reflejan bien el sentir de Salomón, el sabio rey del antiguo Israel, quien unos tres mil años atrás escribió: “El ingenuo cree todo lo que le dicen; el prudente se fija por dónde va” (Proverbios 14:15, Nueva Versión Internacional). Solo un ingenuo iría por la vida aceptando ciegamente todo lo que oyera y basando sus decisiones y conducta en consejos irreflexivos y enseñanzas infundadas. Depositar la confianza en el objeto equivocado —igual que pisar las tablas podridas de un bote— podría resultar catastrófico. Por ello, cabe la pregunta: “¿Habrá una guía que merezca nuestra confianza?”.
Millones de personas confían plenamente en un libro antiguo: la Santa Biblia. Lo consultan para guiarse en la vida y tomar decisiones y amoldan su conducta a sus enseñanzas. ¿Pisan estas personas tablas podridas, por así decirlo? La respuesta depende muchísimo de la contestación a otra pregunta: “¿Existen razones sólidas para fiarse de la Biblia?”. Este número especial de ¡Despertad! ofrecerá pruebas a su favor.
¡Despertad! no pretende imponer creencias o puntos de vista religiosos, sino que expone las poderosas razones que han convencido a millones de personas de que la Biblia es fidedigna. Cuando lea los artículos siguientes, tendrá los elementos necesarios para decidir si puede o no confiar en la Biblia.
El tema merece más que solo un interés pasajero, dada su importancia. De hecho, si la Biblia viene en realidad de parte de nuestro Creador, tanto a usted como a su familia les beneficiará averiguar lo que dice.
Veamos en primer lugar datos relevantes que hacen que sea, como mínimo, un libro sin igual.
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Un libro sin igual¡Despertad! 2007 | noviembre
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Un libro sin igual
“La Biblia es el libro de mayor difusión de la historia.” (The World Book Encyclopedia.)
HACE más de quinientos cincuenta años, el inventor alemán Johannes Gutenberg inició la impresión con tipos móviles. El primer libro de importancia que salió de su prensa fue la Biblia.a Desde entonces se han impreso miles de millones de libros sobre infinidad de temas, pero ninguno alcanza la talla de la Biblia.
Se calcula que se han impreso, total o parcialmente, casi cinco mil millones de biblias, lo que supone más de cinco veces la cifra del Libro rojo de Mao, la segunda obra de mayor difusión.
En tan solo un año reciente, la Biblia completa o en parte ha alcanzado una distribución de más de cincuenta millones de ejemplares. “La Biblia es el libro más vendido del año, todos los años”, informa la revista The New Yorker.
La Biblia ha sido traducida en su totalidad o en parte en más de dos mil cuatrocientos idiomas. Más del noventa por ciento de la humanidad dispone al menos de algún libro de la Biblia en su lengua.
Casi la mitad de los escritores bíblicos completaron sus escritos antes de que nacieran Confucio, el renombrado sabio chino, y Siddhārtha Gautama, el fundador del budismo.
La Biblia ha dejado una honda huella en las artes, como lo atestiguan algunas de las obras pictóricas, musicales y literarias más célebres.
La Biblia ha salido airosa de las prohibiciones oficiales, las quemas a manos de enemigos religiosos y los embates de la crítica. Ningún otro libro ha soportado mayor oposición a lo largo de la historia.
Estos datos son excepcionales, ¿verdad? Pero claro, por impresionantes que sean los datos y las estadísticas, no demuestran por sí mismos que la Biblia sea digna de confianza. A continuación examinaremos cinco razones que han convencido a millones de personas.
a La Biblia de Gutenberg, conocida también como la Biblia de 42 líneas, era una versión latina que vio la luz hacia 1455.
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1. Exactitud histórica¡Despertad! 2007 | noviembre
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Razones para confiar en la Biblia
1. Exactitud histórica
Sería muy difícil fiarse de una obra que tuviera inexactitudes. Imagínese que un libro de historia moderna situara la segunda guerra mundial en el siglo XIX o que llamara rey al presidente de Estados Unidos. ¿No minaría esto su credibilidad?
NADIE jamás ha podido demostrar que la Biblia sea inexacta en materia histórica. Los personajes y los sucesos de los que habla son reales.
Personajes.
La crítica puso en duda la existencia de Poncio Pilato, el prefecto de Judea que entregó a Jesús para que lo colgaran (Mateo 27:1-26). Una prueba de que Pilato gobernó Judea es la inscripción grabada en un bloque de piedra descubierto en 1961 en la ciudad portuaria de Cesarea, a orillas del Mediterráneo.
Antes de 1993 no había prueba externa que sostuviera la historicidad de David, el valeroso y joven pastor que llegó a ser rey de Israel. Pero aquel año se desenterró en el norte de Israel una estela de basalto que databa del siglo IX antes de nuestra era y que, según los expertos, tenía grabadas las palabras “casa de David” y “rey de Israel”.
Sucesos.
Hasta hace poco, muchos eruditos dudaban de la exactitud del relato bíblico sobre la lucha que libró Edom contra Israel en tiempos de David (2 Samuel 8:13, 14). Argumentaban que Edom era un simple pueblo de pastores que en aquella época aún no tenía ni el poder ni la organización suficientes para suponer una amenaza contra Israel. Sin embargo, las últimas excavaciones indican que “Edom era una sociedad desarrollada siglos antes [de lo que se creía anteriormente], tal como describe la Biblia”, afirma un artículo de la revista Biblical Archaeology Review.
Títulos correctos.
Durante los dieciséis siglos que tardó en redactarse la Biblia, hubo muchos gobernantes en el mundo. Cada vez que la Biblia se refiere a un gobernante, le da el tratamiento correcto. Por ejemplo, a Herodes Antipas se le llama acertadamente “gobernante de distrito”, y a Galión, “procónsul” (Lucas 3:1; Hechos 18:12). Esdras 5:6 dice que Tatenai era el gobernador de la provincia persa de “más allá del Río”, el Éufrates, y una moneda acuñada en el siglo IV antes de nuestra era lleva una inscripción similar, que indica que el gobernador persa Mazaeus estaba al frente de la provincia de “más allá del Río”.
La exactitud en lo que parecen ser detalles sin importancia no debe tenerse en poco. El hecho de que los escritores bíblicos demostraran ser confiables aun en tales detalles sin duda refuerza nuestra confianza en todos sus escritos.
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2. Franqueza de sus escritores¡Despertad! 2007 | noviembre
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Razones para confiar en la Biblia
2. Franqueza de sus escritores
La honradez es la base de la confianza. El hombre honrado se gana la confianza de los demás; pero si miente una sola vez, la pierde.
LOS escritores bíblicos fueron hombres honrados y sinceros. Su franqueza contribuye a que sus escritos posean el distintivo sabor de la verdad.
Debilidades.
Los escritores bíblicos admitieron sin reservas sus flaquezas. Moisés contó lo caro que le costó un error (Números 20:7-13). Asaf confesó que por un tiempo envidió la prosperidad de los impíos (Salmo 73:1-14). Jonás habló de su desobediencia y de la mala actitud que al principio adoptó cuando Dios fue misericordioso con los pecadores arrepentidos (Jonás 1:1-3; 3:10; 4:1-3). Mateo contó sin rodeos que había abandonado a Jesús la noche en que lo apresaron (Mateo 26:56).
Los redactores de las Escrituras Hebreas pusieron al descubierto las reiteradas quejas y la rebelión de su propio pueblo (2 Crónicas 36:15, 16). Ni siquiera los líderes nacionales se salvaron de sus denunciaciones (Ezequiel 34:1-10). Con igual franqueza, los apóstoles informaron en sus cartas de los problemas graves por los que pasaron varias congregaciones del siglo primero, así como varios cristianos, incluso algunos que ocupaban puestos de responsabilidad (1 Corintios 1:10-13; 2 Timoteo 2:16-18; 4:10).
Los escritores bíblicos, como Jonás, no escondieron sus flaquezas
La verdad desnuda.
Los escritores bíblicos no intentaron encubrir lo que algunas personas calificarían de verdad embarazosa. Por ejemplo, los cristianos primitivos reconocieron abiertamente que el mundo no los admiraba, sino que los tenía por necios e innobles (1 Corintios 1:26-29). De hecho, escribieron que a los apóstoles de Jesús se los consideraba “hombres iletrados y del vulgo” (Hechos 4:13).
Los evangelistas no adornaron la verdad para darle a Jesús una imagen más favorable. Con franqueza contaron que tuvo un nacimiento humilde en el seno de una familia de clase trabajadora, que no estudió en escuelas prestigiosas y que la mayoría de sus contemporáneos rechazaron su mensaje (Mateo 27:25; Lucas 2:4-7; Juan 7:15).
No cabe duda, la Biblia ofrece muchas pruebas de que es obra de hombres honrados. ¿No le inspira confianza tal honradez?
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3. Coherencia interna¡Despertad! 2007 | noviembre
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Razones para confiar en la Biblia
3. Coherencia interna
Supongamos que se pidiera a cuarenta hombres de diversos antecedentes que cada uno escribiera un fragmento de un libro. La mayoría no se conocen entre sí, y algunos ignoran lo que han escrito los demás. ¿Se esperaría que su obra fuera coherente?
LA Biblia encaja con esta descripción.a Aunque fue redactada en circunstancias aún más insólitas, su coherencia interna es extraordinaria.
¿Era el manto de Jesús púrpura o escarlata?
Circunstancias excepcionales.
La Biblia se escribió en el lapso de unos mil seiscientos años. Se empezó en 1513 antes de nuestra era y se concluyó alrededor del año 98 de nuestra era, de modo que hubo siglos de distancia entre muchos de sus aproximadamente cuarenta redactores. Estos tenían oficios muy variados: algunos eran pescadores, otros pastores, otros reyes, y hubo uno que era médico.
Mensaje coherente.
Los escritores de la Biblia siguieron un mismo hilo argumental: la vindicación del derecho de Dios a gobernar a la humanidad y el cumplimiento de su propósito mediante su Reino celestial, que regirá el mundo. El tema central arranca en Génesis y se desarrolla en libros sucesivos, hasta alcanzar su punto culminante en Revelación o Apocalipsis (véase “¿De qué trata la Biblia?”, de la página 19).
Concordancia en los detalles.
Los escritores bíblicos concordaron hasta en el más mínimo detalle, aunque en muchos casos tal concordancia no fue intencionada. Veamos un ejemplo. Juan el evangelista relata que cuando una multitud fue a donde estaba Jesús para escucharlo, este le preguntó específicamente a Felipe dónde podrían comprar pan para tanta gente (Juan 6:1-5). En un relato paralelo, Lucas sitúa este suceso en las cercanías de Betsaida, y Juan ya había mencionado al comienzo de su Evangelio que Felipe era de Betsaida (Lucas 9:10; Juan 1:44). Era lógico, pues, que Jesús se dirigiera al hombre que había vivido en aquellos alrededores. Como vemos, concuerdan los detalles, aunque es evidente que no hubo intencionalidad.b
Diferencias lógicas.
Es verdad que en algunos relatos existen ciertas diferencias, pero ¿no es lo que se esperaría? Imaginemos que un grupo de personas presenciara un asesinato. Si cada una mencionara los mismos detalles con las mismas palabras, ¿no sospecharíamos que hubo complicidad? Lo normal sería que su testimonio variara algo, en función de su perspectiva personal. Así fue en el caso de los redactores de la Biblia.
Tomemos por ejemplo el manto que llevaba Jesús el día de su muerte. ¿Era de color púrpura, como indican Marcos y Juan, o escarlata, como dice Mateo? (Mateo 27:28; Marcos 15:17; Juan 19:2.) En realidad, ambas descripciones son correctas. El púrpura es un rojo intenso que tiende al violeta, así que, dependiendo del ángulo de visión del observador, el reflejo de la luz y el fondo podrían haber matado su intensidad y haberle dado diferentes tonalidades al manto.c
La coherencia entre los escritores de la Biblia, incluida su concordancia no intencionada en los detalles, imprime un sello de autenticidad a sus relatos.
a La Biblia es una recopilación de 66 libros, desde Génesis hasta Revelación.
b Para más ejemplos, véanse las págs. 16, 17 del folleto Un libro para todo el mundo, editado por los testigos de Jehová.
c Puede hallarse más información en el cap. 7, “¿Se contradice la Biblia?”, del libro La Biblia... ¿la Palabra de Dios, o palabra del hombre?, editado por los testigos de Jehová.
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4. Exactitud científica¡Despertad! 2007 | noviembre
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Razones para confiar en la Biblia
4. Exactitud científica
La ciencia ha avanzado muchísimo en las últimas décadas: viejas teorías han cedido el paso a otras más novedosas. Lo que en su día se admitió como verdad ahora tal vez se considere falso. Tanto es así que no dejan de revisarse los libros de ciencia.
LA Biblia no es un tratado científico, pero cuando toca aspectos de este tipo se destaca no solo por lo que dice, sino también por lo que no dice.
Libre de conceptos contrarios a los principios científicos.
En la antigüedad hubo conceptos erróneos muy difundidos, entre ellos que la Tierra era plana o que la sostenían ciertos objetos o sustancias tangibles. Antes, cuando la ciencia aún ignoraba cómo se propagaban las enfermedades o cómo prevenirlas, los médicos empleaban ciertas técnicas que eran ineficaces o, en el peor de los casos, mortales. Pero la Biblia no apoya ni siquiera una vez, en sus más de mil cien capítulos, ningún concepto ni ninguna técnica nociva que vayan en contra de los principios científicos.
Declaraciones con rigor científico.
Hace tres mil quinientos años, la Biblia declaró que la Tierra colgaba “sobre nada” (Job 26:7). En el siglo VIII antes de nuestra era, Isaías aludió claramente al “círculo [o esfera] de la tierra” (Isaías 40:22). Una Tierra esférica que flota en el vacío sin nada físico o visible que la sustente... ¿no parece un concepto increíblemente moderno?
La Ley de Moisés (escrita alrededor de 1500 antes de nuestra era y recogida en los cinco primeros libros de la Biblia) contenía acertados preceptos sobre la cuarentena, sobre qué hacer cuando se tocaba un cadáver y sobre cómo deshacerse de los excrementos (Levítico 13:1-5; Números 19:1-13; Deuteronomio 23:13, 14).
Gracias en parte a los poderosos telescopios que escrutan el firmamento, algunos cosmólogos han llegado a la conclusión de que el universo tuvo un nacimiento repentino. Claro, no todos los científicos aceptan lo que implica este punto de vista. Cierto profesor dijo: “Un universo que tenga principio parece exigir una primera causa, pues ¿quién podría imaginar semejante efecto sin una causa de suficiente magnitud?”. Mucho antes de que se inventaran los telescopios, el primer versículo de la Biblia ya afirmaba: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra” (Génesis 1:1).
Adelantándose a los conocimientos de la época, la Biblia acertadamente afirmó que la Tierra es circular y cuelga “sobre nada”
Aunque se trata de un libro antiguo y toca muchos temas, la Biblia no contiene inexactitudes científicas. ¿Verdad que merece, como mínimo, que la examinemos?a
a Si desea más ejemplos de exactitud científica, refiérase a las págs. 18-21 del folleto Un libro para todo el mundo, editado por los testigos de Jehová.
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5. Cumplimiento de profecías¡Despertad! 2007 | noviembre
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Razones para confiar en la Biblia
5. Cumplimiento de profecías
Pensemos en un meteorólogo que lleva años pronosticando el tiempo con acierto. Si anunciara lluvia, ¿no sería prudente salir de casa con un paraguas?
EN LA Biblia abundan las predicciones, o profecías.a Y como bien documenta la historia, siempre han resultado certeras.
Señas distintivas.
Las profecías bíblicas suelen ser concretas y se cumplen hasta el más mínimo detalle. Normalmente tratan asuntos de gran relevancia y predicen justo lo contrario de lo que los contemporáneos del escritor esperarían.
Un caso destacado.
A la antigua Babilonia, construida estratégicamente a orillas del río Éufrates, se la ha llamado “el centro cultural, político y religioso del antiguo Oriente”. Pues bien, cerca del año 732 antes de la era común (a.e.c.), Isaías puso por escrito una profecía nefasta: que Babilonia caería. El profeta dio datos precisos, a saber, que el nombre del conquistador sería Ciro, que las aguas protectoras del Éufrates se secarían y que las puertas de la ciudad no estarían cerradas (Isaías 44:27–45:3). Unos doscientos años después, el 5 de octubre del 539, la profecía se cumplió con exactitud. El historiador griego Herodoto (siglo V a.e.c.) confirmó que la caída de Babilonia aconteció tal como se había pronosticado.b
Una predicción audaz.
Isaías lanzó otra predicción aún más sorprendente sobre Babilonia: “Nunca será habitada” (Isaías 13:19, 20). Anunciar la desolación permanente de una ciudad próspera y estratégica como esta sin duda era una predicción audaz, pues lo lógico sería que se la reconstruyera si algún día llegaba a ser destruida. Aunque Babilonia no fue devastada inmediatamente después de su conquista, las palabras de Isaías acabaron realizándose. El lugar donde se alzaba Babilonia “es una zona desolada, calurosa, desértica y polvorienta”, informa la revista Smithsonian.
Resulta impresionante observar el alcance de la profecía de Isaías. Su predicción equivaldría a profetizar con exactitud y con doscientos años de antelación de qué manera una ciudad moderna —como Nueva York o Londres— sería arrasada, y luego declarar enfáticamente que nunca volvería a ser habitada. Por supuesto, lo que más impresiona es que las palabras de Isaías se cumplieron.c
La Biblia predijo con exactitud que un rey llamado Ciro conquistaría la poderosa Babilonia
En esta serie de artículos hemos repasado algunas de las pruebas que han convencido a millones de personas de que la Biblia es digna de crédito y una guía segura para orientar su vida. ¿Por qué no aprende más de ella y así decide usted mismo si merece su confianza?
a Los pronósticos del tiempo se basan en probabilidades, mientras que las profecías bíblicas son inspiradas por Dios, quien puede maniobrar los asuntos, si lo desea, para que se cumplan.
b Hay más datos sobre el cumplimiento de la profecía de Isaías en las págs. 27-29 del folleto Un libro para todo el mundo, editado por los testigos de Jehová.
c Encontrará más ejemplos de profecías bíblicas y datos históricos que documentan su cumplimiento en las págs. 117-133 del libro La Biblia... ¿la Palabra de Dios, o palabra del hombre?, editado por los testigos de Jehová.
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¿Quién es el Autor de la Biblia?¡Despertad! 2007 | noviembre
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El punto de vista bíblico
¿Quién es el Autor de la Biblia?
LA Biblia expone con franqueza quiénes fueron sus escritores. Diversas secciones comienzan con frases del estilo de “las palabras de Nehemías”, “la visión de Isaías” y “la palabra de Jehová que le ocurrió a Joel” (Nehemías 1:1; Isaías 1:1; Joel 1:1). Ciertas historias se atribuyen a Gad, Natán y Samuel (1 Crónicas 29:29). Los encabezamientos de varios salmos revelan la identidad de sus compositores (Salmos 79, 88, 89, 90, 103 y 127).
Por el hecho de que se utilizó a hombres para escribirla, los escépticos sostienen que la Biblia es simplemente producto de la sabiduría humana, como cualquier otro libro. ¿Es sólido su argumento?
Cuarenta escritores y un solo Autor
La mayoría de los escritores bíblicos admitieron haber escrito en nombre de Jehová —el único y verdadero Dios— y haber sido guiados por él o por un ángel (Zacarías 1:7, 9). Los profetas de las Escrituras Hebreas proclamaron más de trescientas veces: “Esto es lo que ha dicho Jehová” (Amós 1:3; Miqueas 2:3; Nahúm 1:12). Un buen número de sus escritos se abren con expresiones como “la palabra de Jehová que le ocurrió a Oseas” (Oseas 1:1; Jonás 1:1). Refiriéndose a los profetas de Dios, el apóstol Pedro indicó: “Hombres hablaron de parte de Dios al ser llevados por espíritu santo” (2 Pedro 1:21).
Por consiguiente, la Biblia es al mismo tiempo un libro compuesto y unificado, escrito por diversos hombres que reconocieron que tras su labor estaba Dios. Dicho de otro modo, Dios se valió de secretarios humanos para que consignaran sus pensamientos. ¿Cómo lo hizo?
“Inspirada de Dios”
“Toda Escritura es inspirada de Dios”, aclaró el apóstol Pablo (2 Timoteo 3:16). El vocablo griego traducido “inspirada de Dios” significa literalmente “insuflada por Dios”, queriendo decir que él actuó en la mente de los escritores humanos mediante una fuerza invisible al transmitirles su mensaje. Los Diez Mandamientos, sin embargo, fueron escritos en tablas de piedra por el propio Jehová (Éxodo 31:18). Hubo veces en que Dios dictó su mensaje directamente a sus siervos humanos, como se lee en Éxodo 34:27: “Jehová pasó a decir a Moisés: ‘Escríbete estas palabras...’”.
Otras veces, Dios hizo que los hombres contemplaran en visiones las cosas que quería que escribieran. Ezequiel dijo: “Empecé a ver visiones de Dios” (Ezequiel 1:1). De igual modo, “Daniel mismo contempló un sueño y visiones de su cabeza sobre su cama. En aquel tiempo puso por escrito el sueño” (Daniel 7:1). El último libro de la Biblia, Revelación, se comunicó por este medio al apóstol Juan, quien escribió: “Por inspiración llegué a estar en el día del Señor, y oí detrás de mí una voz poderosa como la de una trompeta, que decía: ‘Lo que ves, escríbelo en un rollo’” (Revelación 1:10, 11).
El toque humano
La inspiración divina no anuló la individualidad de los escritores; es más, poner por escrito los mensajes de Dios exigió de ellos un esfuerzo personal. Así por ejemplo, el compositor del libro de Eclesiastés “procuró hallar las palabras deleitables y la escritura de palabras correctas de verdad” (Eclesiastés 12:10). Para compilar su relato histórico, Esdras consultó al menos catorce fuentes, entre ellas “la relación de los asuntos de los días del rey David” y “el Libro de los Reyes de Judá y de Israel” (1 Crónicas 27:24; 2 Crónicas 16:11). Lucas el evangelista ‘investigó todas las cosas desde el comienzo con exactitud y las escribió en orden lógico’ (Lucas 1:3).
Algunos libros bíblicos descubren facetas de la personalidad de su escritor. Por ejemplo, Mateo Leví, que fue recaudador de impuestos antes de convertirse en uno de los apóstoles de Jesús, puso especial atención en las cifras; de ahí que su Evangelio sea el único que especifique el precio por el que Jesús fue traicionado, a saber, “treinta piezas de plata” (Mateo 27:3; Marcos 2:14). Lucas, en conformidad con su profesión, suministró detalles médicos concretos, utilizando expresiones como “fiebre alta” o “lleno de lepra” para describir el estado de algunos enfermos a quienes Jesús curó (Lucas 4:38; 5:12; Colosenses 4:14). De lo anterior se desprende que Jehová a menudo dejó que los escritores se expresaran con sus propias palabras y su propio estilo, si bien dirigió su mente para asegurar que el texto transmitiera fielmente Su mensaje (Proverbios 16:9).
El producto final
¿No es asombroso que cerca de cuarenta hombres produjeran un libro perfectamente coherente, con un hilo temático hermoso y uniforme, pese a haber escrito en tierras distintas a lo largo de mil seiscientos años? (Véase “¿De qué trata la Biblia?”, página 19.) Tal logro habría sido imposible si no los hubiera guiado a todos un único Autor.
¿Estaba obligado Jehová a utilizar hombres para escribir su Palabra? No, pero lo hizo como muestra de su sabiduría. De hecho, parte del encanto universal que posee la Biblia radica en la manera tan convincente como sus escritores expresan toda la gama de emociones humanas, incluido el sentimiento de culpa del pecador arrepentido que implora la misericordia divina, como en el caso del rey David (Salmo 51:2-4, 13, 17, encabezamiento).
Aunque Jehová usó escritores humanos, podemos confiar en la labor de ellos tanto como confiaron los primeros cristianos, quienes aceptaron las Sagradas Escrituras “no como palabra de hombres, sino, como lo que verdaderamente es, como palabra de Dios” (1 Tesalonicenses 2:13).
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Cómo nos llegó la Biblia¡Despertad! 2007 | noviembre
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Cómo nos llegó la Biblia
Que la Biblia haya llegado hasta nosotros conservando su pureza original es un verdadero milagro. Su escritura se completó hace más de mil novecientos años, y se llevó a cabo en materiales perecederos (papiro, obtenido del tallo de esta planta, y pergamino, hecho a partir de piel animal) y en lenguas que hoy cuentan con pocos hablantes. Además, hombres poderosos —desde emperadores hasta líderes religiosos— intentaron desesperadamente erradicarla por completo.
¿CÓMO pudo esta formidable obra resistir la prueba del tiempo hasta convertirse en el libro más popular de la historia? A continuación expondremos solo dos factores.
Múltiples copias preservan el texto
Los israelitas, que tenían bajo su custodia el texto bíblico primitivo, conservaron cuidadosamente los rollos originales y produjeron numerosas copias. A los reyes, por ejemplo, se les mandó ‘escribir para sí en un libro una copia de la ley que estaba a cargo de los sacerdotes, los levitas’ (Deuteronomio 17:18).
A muchos israelitas les gustaba leer las Escrituras, a las que consideraban la Palabra de Dios; de ahí que el texto fuera copiado con especial esmero por escribas muy instruidos. Esdras, escriba temeroso de Dios, era tenido por “un copista hábil en la ley de Moisés, que Jehová el Dios de Israel había dado” (Esdras 7:6). Los masoretas, que se ocuparon de copiar las Escrituras Hebreas (Antiguo Testamento) entre los siglos VI y X, incluso contaban las letras para evitar errores. Su minuciosidad contribuyó en gran medida a asegurar la fidelidad del texto y a que la Biblia escapara de los desesperados y obstinados intentos de sus enemigos de destruirla.
En el año 168 antes de nuestra era, el rey sirio Antíoco IV intentó destruir todas las copias de las Escrituras Hebreas que había en Palestina. Una historia judía comenta: “Rompieron y quemaron todos los rollos de la ley que encontraron”. The Jewish Encyclopedia relata: “Los oficiales encargados de ejecutar esta orden lo hicieron con implacable rigor [...]. Poseer un libro sagrado [...] se castigaba con la muerte”. Pese a tales medidas, sobrevivieron copias de las Escrituras entre los judíos de Palestina y entre los que vivían en otras partes del mundo.
Poco tiempo después de que las Escrituras Griegas Cristianas (Nuevo Testamento) quedaron terminadas, ya proliferaban copias de sus cartas, profecías y narraciones históricas inspiradas. El apóstol Juan, por ejemplo, redactó su Evangelio en Éfeso o cerca de allí. Sin embargo, a centenares de kilómetros, en Egipto, se encontró un fragmento de una copia que, según los expertos, fue hecha menos de cincuenta años después de que él elaboró su relato. Dicho descubrimiento indicó que los cristianos de países distantes poseían copias de lo que entonces eran textos recién inspirados.
La amplia difusión de la Palabra de Dios también contribuyó a que siguiera viva siglos después de Cristo. Por ejemplo, se dice que al amanecer del día 23 de febrero del 303, el emperador romano Diocleciano observaba mientras sus soldados derribaban las puertas de una iglesia y quemaban las copias de las Escrituras. Convencido de que podía eliminar el cristianismo destruyendo sus libros sagrados, decretó al día siguiente la quema pública de biblias por todo su imperio. No obstante, algunas se salvaron, y de estas se hicieron reproducciones. De hecho, han llegado hasta nosotros extensas secciones de dos biblias en griego realizadas probablemente poco después de la persecución de Diocleciano. Una se conserva en Roma y la otra en la British Library de Londres.
Aunque es verdad que aún no se han encontrado los manuscritos originales, existen millares de copias del texto completo o parcial, algunas de las cuales son muy antiguas. ¿Cambió el mensaje contenido en los originales durante el proceso de copiado? Respecto de las Escrituras Hebreas, el erudito W. H. Green sostuvo: “Se puede decir sin temor a equivocarse que ninguna otra obra de la antigüedad se ha transmitido con tanta exactitud”. En cuanto a las Escrituras Griegas, Sir Frederic Kenyon, una eminencia en manuscritos bíblicos, escribió: “El intervalo entre las fechas de la composición original y las de los primeros testimonios existentes es tan corto que no merece siquiera considerarse, y el último fundamento de cualquier duda de que las Escrituras llegaron hasta nosotros sustancialmente como fueron escritas ha sido removido. Tanto la autenticidad como la integridad general de los libros del Nuevo Testamento se pueden dar finalmente por establecidas”. Y agregó: “No sobra recalcar que, en sustancia, el texto de la Biblia es fiable. [...] No es posible decir lo mismo de ningún otro libro antiguo del mundo”.
Traducción
El segundo factor decisivo para que la Biblia llegara a ser el libro más conocido de todos es su existencia en innumerables idiomas. Esto concuerda con el propósito de Dios de que todas las naciones y lenguas lo conozcan y lo adoren “con espíritu y con verdad” (Juan 4:23, 24; Miqueas 4:2).
La primera traducción conocida de la Biblia hebrea fue la versión griega de los Setenta, o Septuaginta. Realizada por judíos de lengua griega que vivían fuera de Palestina, quedó terminada unos dos siglos antes del ministerio terrenal de Jesús. La Biblia entera, en especial las Escrituras Griegas Cristianas, se vertió a muchos idiomas pocos siglos después de completada. Pero luego surgieron reyes y hasta sacerdotes que en lugar de hacer todo lo que estuviera en su poder para ponerla al alcance de la gente —como era su deber—, hicieron justo lo contrario: procuraron mantener a sus rebaños sumidos en la oscuridad espiritual impidiendo la traducción de la Palabra de Dios a las lenguas vulgares.
Desafiando a la Iglesia y el Estado, hombres valientes arriesgaron su vida para traducir la Biblia en la lengua del pueblo. Por ejemplo, William Tyndale, un inglés formado en Oxford, produjo en 1530 una edición del Pentateuco (los cinco primeros libros de las Escrituras Hebreas). Pese a la enconada oposición de sus adversarios, fue el primero en verter la Biblia del hebreo directamente al inglés y el primer traductor inglés en usar el nombre de Jehová. Digno de mención es también el erudito español Casiodoro de Reina, quien vivió constantemente amenazado de muerte por sus perseguidores católicos mientras preparaba una de las primeras Biblias en castellano. Para llevar a cabo su obra, tuvo que viajar a Inglaterra, Francia, Holanda y Suiza.a
La Biblia sigue traduciéndose a cada vez más idiomas, y aún se imprimen millones de ejemplares. El hecho de que haya sobrevivido hasta convertirse en el libro de mayor circulación en el mundo demuestra lo ciertas que son estas palabras inspiradas del apóstol Pedro: “La hierba se marchita, y la flor se cae, pero el dicho de Jehová dura para siempre” (1 Pedro 1:24, 25).
a La versión de Reina vio la luz en 1569 y fue revisada por Cipriano de Valera en 1602.
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