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  • ¿Apoya la arqueología a la Biblia?
    ¡Despertad! 2007 | noviembre
    • ¿Apoya la arqueología a la Biblia?

      LA ARQUEOLOGÍA es una ciencia útil para el estudiante de la Biblia porque amplía sus conocimientos de las condiciones de vida, las costumbres y las lenguas en tiempos bíblicos. Proporciona asimismo datos valiosos sobre el cumplimiento de profecías, como las que anunciaron la desaparición de las antiguas ciudades de Babilonia, Nínive y Tiro (Jeremías 51:37; Ezequiel 26:4, 12; Sofonías 2:13-15). No obstante, esta ciencia también tiene sus límites: sus hallazgos deben ser interpretados, y las interpretaciones están sujetas a errores y modificaciones.

      La fe del cristiano no se sustenta en vasijas rotas, ladrillos desmoronados y muros derruidos, sino en el conjunto armonioso de las verdades espirituales contenidas en la Biblia (2 Corintios 5:7; Hebreos 11:1). Sin duda, la coherencia interna, la franqueza de sus escritores y la realización de sus profecías son una prueba fehaciente de que “toda Escritura es inspirada de Dios” (2 Timoteo 3:16). Dicho esto, analicemos algunos descubrimientos arqueológicos interesantes que confirman el relato bíblico.

      Durante las excavaciones practicadas en Jerusalén en 1970, un equipo de arqueólogos descubrió unas ruinas calcinadas. “Para el ojo experto no había dudas —escribió Nahman Avigad, jefe del equipo—. El fuego había devorado la edificación, y las paredes y el techo se habían desplomado.” En una de las habitaciones se encontraron los huesos [1] de un brazo con la mano todavía extendida intentando aferrarse a un escalón.

      Diseminadas por toda la habitación había unas monedas [2], de las cuales la más reciente tenía grabada la fecha del cuarto año de la rebelión judía contra Roma: el año 69 de nuestra era. Los objetos habían sido desparramados por el suelo antes de que la casa se derrumbara. “Aquello nos evocó la imagen de los soldados romanos saqueando las casas después de haber tomado la ciudad, tal como lo describió Josefo”, comenta Avigad. Los historiadores fechan el saqueo de Jerusalén por las tropas romanas en el año 70.

      Los análisis revelaron que los huesos pertenecían a una joven veinteañera. Una revista especializada dice: “Atrapada por el fuego cuando los romanos atacaron, una joven que estaba en la cocina de la Casa Quemada se desplomó en el suelo y murió tratando de alcanzar un escalón cerca de la salida. El fuego se propagó tan rápido [...] que no pudo escapar y quedó sepultada bajo una pila de escombros” (Biblical Archaeology Review).

      Esta escena nos recuerda la profecía de Jesús lanzada contra Jerusalén unos cuarenta años antes: “Tus enemigos [...] te arrojarán al suelo, a ti y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra” (Lucas 19:43, 44).

      Entre los descubrimientos arqueológicos que confirman las narraciones de las Escrituras figuran también los nombres de personas mencionadas en ellas. Varios de estos descubrimientos han silenciado a los críticos que sostenían que los escritores bíblicos inventaron ciertos personajes o exageraron su fama.

      Inscripciones de nombres bíblicos

      En un tiempo, destacados expertos afirmaban que el rey Sargón II de Asiria, cuyo nombre aparece en Isaías 20:1, nunca existió. Sin embargo, en 1843 se descubrió sobre un afluente del río Tigris, cerca de la moderna ciudad iraquí de Jorsabad, el palacio de Sargón [3], situado sobre una plataforma de casi 10 hectáreas (25 acres). Rescatado del anonimato seglar, Sargón II es hoy uno de los reyes asirios más conocidos. En uno de sus anales [4] se atribuye la captura de Samaria. Según la cronología bíblica, esta ciudad israelita cayó ante los asirios en 740 antes de la era común (a.e.c.). Sargón también registra la captura de Asdod, lo que confirma aún más las palabras de Isaías 20:1.

      La exploración de las ruinas de la antigua ciudad de Babilonia en la moderna Irak, cerca de la Puerta de Istar, puso al descubierto alrededor de trescientas tablillas escritas en caracteres cuneiformes que se remontan al reinado de Nabucodonosor. Entre la lista de nombres que contienen aparece el de “Yaukin, rey de la tierra de Yahud”. Estas palabras aluden a Joaquín, rey de la tierra de Judá, que fue llevado cautivo a Babilonia cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén por primera vez, en 617 a.e.c. (2 Reyes 24:11-15). Las tablillas también mencionan a cinco hijos de Joaquín (1 Crónicas 3:17, 18).

      En el año 2005, las excavaciones realizadas con la esperanza de descubrir el palacio del rey David sacaron a la luz una monumental construcción de piedra que, según los arqueólogos, fue destruida cuando los babilonios desolaron Jerusalén hace más de dos mil seiscientos años, en la época del profeta Jeremías. Si se trata de los restos del palacio de David, no lo sabemos. Sin embargo, la arqueóloga Eilat Mazar halló algo de particular interés, a saber, la impresión de un sello de arcilla [5], de un centímetro (0,4 pulgadas) de diámetro, con la inscripción: “Pertenece a Yehujal, hijo de Schelemyáhu, hijo de Schoví”. Al parecer, esta leyenda se estampó con el sello de Yehujal (también Jehucal o Jucal), funcionario judío mencionado en la Biblia como adversario de Jeremías (Jeremías 37:3; 38:1-6).

      Mazar dice que Jehucal es el “segundo funcionario real” cuyo nombre aparece en una impresión de sello hallada en la Ciudad de David; el primero es Guemarías, hijo de Safán. La Biblia dice que Jehucal, hijo de Selemías (Schelemyáhu), era un príncipe de Judá. Antes de este hallazgo, era un desconocido en el ámbito extrabíblico.

      ¿Conocían la escritura?

      La Biblia indica que los israelitas eran un pueblo alfabetizado (Números 5:23; Josué 24:26; Isaías 10:19). Sin embargo, los críticos disentían y afirmaban que la historia bíblica se había transmitido por tradición oral, un método poco confiable. Su teoría sufrió un gran revés en 2005 cuando los arqueólogos descubrieron en Tel Zayit, a medio camino entre Jerusalén y el Mediterráneo, un alfabeto arcaico inscrito en piedra caliza, quizás el alfabeto hebreo [6] más antiguo jamás hallado.

      Fechado en el siglo X a.e.c., este hallazgo indica la existencia de instrucción formal para escribas, un alto nivel cultural y una burocracia israelita de rápido crecimiento en Jerusalén. Así pues, contrario a las opiniones de los críticos, parece que al menos para ese siglo ya los israelitas conocían la escritura y, por tanto, estaban en condiciones de consignar su propia historia.

      Los hallazgos realizados en Asiria se suman al testimonio

      Asiria, que en su día fue un poderoso imperio, es mencionada con frecuencia en la Biblia, y los numerosos hallazgos arqueológicos realizados allí atestiguan la exactitud de las Escrituras. Por ejemplo, las excavaciones en el emplazamiento de la antigua Nínive, su ciudad capital, dejaron al descubierto una losa esculpida [7] del palacio de Senaquerib que muestra a los soldados asirios llevando cautivos a los judíos tras la caída de Lakís, en 732 a.e.c. El relato se recoge en 2 Reyes 18:13-15.

      Los anales de Senaquerib [8], hallados en Nínive, narran su campaña militar llevada a cabo durante el reinado de Ezequías, rey de Judá, a quien mencionan por nombre. Inscripciones cuneiformes de diversos emperadores asirios también incluyen los nombres de Acaz y Manasés, reyes de Judá, y los de Omrí, Jehú, Jehoás, Menahem y Hosea, reyes de Israel.

      En sus crónicas, Senaquerib se jacta de sus victorias, pero —curiosamente— no menciona en absoluto que haya tomado Jerusalén. Este hecho añade credibilidad al registro bíblico, que dice que este rey nunca sitió la ciudad, sino que sufrió una gran derrota a manos de Dios en sus cercanías. Humillado, Senaquerib volvió a Nínive, donde cuenta la Biblia que fue asesinado por sus hijos (Isaías 37:33-38). El informe de su asesinato aparece en dos inscripciones asirias.

      Debido a la maldad de los ninivitas, Jehová mandó a los profetas Nahúm y Sofonías que les anunciaran la total destrucción de su ciudad (Nahúm 1:1; 2:8–3:19; Sofonías 2:13-15). Sus palabras se cumplieron cuando las fuerzas conjuntas de Nabopolasar, rey de Babilonia, y Ciaxares, rey de los medos, sitiaron y capturaron Nínive en 632 a.e.c. El descubrimiento y la excavación de sus ruinas corroboraron una vez más el relato bíblico.

      Nuzi, antigua ciudad situada al este del río Tigris y al sureste de Nínive, fue excavada entre 1925 y 1931. Entre los abundantes objetos encontrados figuran unas veinte mil tablillas de arcilla escritas en el lenguaje babilónico, las cuales contienen un caudal de detalles sobre prácticas legales muy semejantes a las costumbres patriarcales descritas en el libro de Génesis. Por ejemplo, hacen referencia a los dioses domésticos (terafim), figurillas de arcilla cuya posesión se consideraba comparable a un título de propiedad, pues daban a su dueño el derecho a la herencia. Esto explicaría por qué Raquel hurtó los dioses de su padre, Labán, cuando la familia de Jacob se marchó, y el gran empeño de aquel por recobrarlos (Génesis 31:14-16, 19, 25-35).

      La profecía de Isaías y el cilindro de Ciro

      El antiguo cilindro de arcilla que se ve en la fotografía confirma otro relato bíblico. Este documento, escrito en caracteres cuneiformes y conocido como el cilindro de Ciro [9], se encontró en el lugar donde estaba la antigua Sippar, en el Éufrates, a 32 kilómetros (20 millas) de Bagdad. En él se relata la conquista de Babilonia por Ciro el Grande, fundador del Imperio persa. Sorprende poderosamente que dos siglos antes Jehová hubiera predicho mediante Isaías lo siguiente acerca de un rey que se llamaría Ciro: “‘Es mi pastor, y todo aquello en que me deleito él lo llevará a cabo por completo’; aun en mi decir de Jerusalén: ‘Será reedificada’” (Isaías 13:1, 17-19; 44:26–45:3).

      También es destacable el hecho de que el cilindro mencione la política de Ciro de permitir que los pueblos deportados por la potencia anterior regresaran a su patria, política que contrasta marcadamente con la de otros conquistadores de la antigüedad. Tanto la historia bíblica como la seglar dan testimonio de que Ciro liberó a los judíos, quienes después reconstruyeron Jerusalén (2 Crónicas 36:23; Esdras 1:1-4).

      A pesar de ser una ciencia relativamente nueva, la arqueología bíblica constituye un importante campo de estudio que ha sacado a la luz información muy valiosa. Como hemos visto, muchos hallazgos confirman la autenticidad y exactitud de la Biblia, a veces hasta en los mínimos detalles.

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  • ¿De qué trata la Biblia?
    ¡Despertad! 2007 | noviembre
    • ¿De qué trata la Biblia?

      PARA algunos, la Biblia es un libro de historia que narra la relación de Dios con la humanidad a lo largo de milenios. Para otros es un libro de ética, por las más de seiscientas leyes judiciales, domésticas, morales y religiosas dadas por Dios al pueblo de Israel. Y hay quienes la ven como una guía espiritual que revela el modo de pensar de Dios.

      A decir verdad, todos tienen razón. La Biblia afirma respecto de sí misma: “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente y esté completamente equipado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16, 17). En efecto, toda la Palabra de Dios —incluidas sus narraciones históricas, sus leyes y sus consejos espirituales— tiene un inmenso valor.

      Pero la Biblia es mucho más que una colección de datos útiles: es la única revelación procedente de Jehová Dios. Contiene consejos divinamente inspirados que son de provecho para la vida diaria. Nos dice cuál es la voluntad de Jehová para la Tierra y la humanidad y cómo eliminará él las causas del sufrimiento humano. Más importante aún, enseña que Dios ha sido difamado deliberadamente y explica qué solución dará a esta cuestión de alcance universal.

      Se tilda a Dios de mentiroso y mal gobernante

      La Biblia relata que Dios creó a la primera pareja humana, Adán y Eva, con cuerpos y mentes perfectos, que los puso en un hogar ideal y que les encargó el cuidado de la Tierra y el reino animal (Génesis 1:28). Como hijos de Dios, tenían la oportunidad de vivir eternamente en la Tierra siempre y cuando obedecieran a su Padre celestial, quien les impuso este único mandato: “De todo árbol del jardín puedes comer hasta quedar satisfecho. Pero en cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, no debes comer de él, porque en el día que comas de él, positivamente morirás” (Génesis 2:16, 17).

      No obstante, un ser espiritual a quien la Biblia llama Satanás o Diablo aseguró todo lo contrario: “Positivamente no morirán” (Génesis 3:1-5). Al contradecir abiertamente al Creador, Satanás no solo lo llamó mentiroso, sino que dio a entender que su forma de gobernar era mala y que al hombre le iría mejor sin él. Satanás convenció a Eva de que si desobedecía, obtendría libertad e independencia moral; hasta llegó a decirle que sería “como Dios”. Así mancilló el nombre de Dios y trató de frustrar su propósito.

      Aquella conversación tuvo profundas repercusiones. De hecho, el propósito de Jehová de limpiar su nombre constituye el tema primordial de la Biblia. Dicho tema se condensa en la oración modelo que enseñó Jesús a sus discípulos —conocida generalmente como el padrenuestro—, en la que se pide: “Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Efectúese tu voluntad [...] sobre la tierra” (Mateo 6:9, 10).

      Cómo limpiará Dios su nombre

      Satanás hizo surgir varias cuestiones fundamentales: ¿Quién dijo la verdad: él o Jehová? ¿Es el modo de gobernar de Jehová justo y bueno? ¿Tiene derecho Jehová a esperar que los humanos le obedezcan? ¿Le iría mejor a la humanidad si se gobernara sola? A fin de resolver estas cuestiones, Jehová ha permitido temporalmente que los hombres se gobiernen a sí mismos.

      ¿Cuáles han sido las consecuencias? Desde la primera mentira dicha en Edén, la historia del hombre ha estado marcada por las dificultades y los sufrimientos. Esto prueba que Satanás es un gran mentiroso y que independizarse de Dios conduce irremediablemente al fracaso. Sin embargo, en su amor y sabiduría infinita, Jehová se ha propuesto limpiar su nombre remediando todos los problemas originados en Edén, para lo cual se valdrá del Reino mesiánico. ¿Y qué es ese Reino?

      El Reino, la solución divina

      Si usted está entre los millones de personas que recitan el padrenuestro, deténgase un momento y piense en su significado. Fíjese en las palabras: “Venga tu reino” (Mateo 6:10). Este Reino no es una condición abstracta en el corazón de los hombres, como aseguran algunos; por el contrario, como indica la propia palabra, se trata de un gobierno, un gobierno celestial en manos de un rey, Jesucristo, el “Rey de reyes” (Revelación 19:13, 16; Daniel 2:44; 7:13, 14). La Biblia enseña que Jesucristo regirá toda la Tierra, instaurará la paz y la concordia eternas entre sus habitantes y erradicará la maldad (Isaías 9:6, 7; 2 Tesalonicenses 1:6-10). De manera que es el Reino de Dios, y no ningún gobierno humano, el que convertirá en realidad las palabras de Jesús: “Efectúese tu voluntad [...] sobre la tierra” (Mateo 6:10).

      Para hacer posible que esas palabras se materializaran, Jesús ofreció su vida como sacrificio, pues es a través de él que se redimirá del pecado y la muerte a los hijos de Adán (Juan 3:16; Romanos 6:23). Bajo el Reino de Dios, los seres humanos que pongan fe en el sacrificio de Cristo serán liberados de los efectos del pecado adánico y alcanzarán poco a poco la perfección humana (Salmo 37:11, 29). Entonces se habrán ido para siempre las enfermedades, que tanta congoja nos causan, especialmente durante la vejez. Hasta el dolor emocional que nos produce la muerte será cosa del pasado (Revelación 21:4).

      ¿Por qué podemos tener la certeza de que Dios cumplirá sus promesas? Porque literalmente centenares de profecías bíblicas ya se han cumplido (véase la página 9). Tener fe en la Biblia no significa ser un crédulo ni un soñador. Al contrario, dicha fe se funda en la razón y en pruebas abundantes (Hebreos 11:1).

      Consejos prácticos para nuestros días

      Además de proporcionarnos una base sólida para aguardar el futuro con esperanza, la Biblia también nos ayuda a ser más felices en el presente. La Palabra de Dios contiene consejos insuperables sobre el matrimonio, la vida familiar, las relaciones humanas, la felicidad y muchos otros temas. He aquí unos cuantos ejemplos.

      ◼ Piense antes de hablar. “Existe el que habla irreflexivamente como con las estocadas de una espada, pero la lengua de los sabios es una curación.” (Proverbios 12:18.)

      ◼ Evite los celos mezquinos. “Un corazón calmado es la vida del organismo de carne, pero los celos son podredumbre a los huesos.” (Proverbios 14:30.)

      ◼ Corrija a sus hijos. “Entrena al muchacho conforme al camino para él; aun cuando se haga viejo no se desviará de él.” “El muchacho que se deja a rienda suelta causará vergüenza a su madre.” (Proverbios 22:6; 29:15.)

      ◼ Sea perdonador. Jesús dijo: “Felices son los misericordiosos, puesto que a ellos se les mostrará misericordia” (Mateo 5:7). El sabio rey Salomón escribió: “El amor cubre hasta todas las transgresiones” (Proverbios 10:12). Si alguien peca gravemente contra usted de modo que le resulte muy difícil perdonar y olvidar, siga este consejo bíblico: “Ve y pon al descubierto su falta entre tú y él a solas” (Mateo 18:15).

      ◼ No ame el dinero. “El amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales, y, procurando realizar este amor, algunos han sido descarriados de la fe y se han acribillado con muchos dolores.” (1 Timoteo 6:10.) Observe que la Biblia condena “el amor al dinero”, y no el dinero en sí.

      Una “carta” de nuestro Padre celestial

      Como hemos visto, la Biblia trata de muchas cosas. Es verdad que se ocupa principalmente de Dios y de su propósito; pero también tiene que ver con nosotros —los hombres— y con la forma en que podemos ser felices ahora y vivir para siempre bajo el Reino de Dios. En cierto modo, la Biblia es semejante a una carta de nuestro ‘Padre que está en los cielos’, Jehová (Mateo 6:9). A través de ella, él nos ha comunicado sus maravillosas ideas y nos ha revelado tanto su voluntad como su fascinante personalidad.

      Al leer y meditar la Biblia empezamos a “ver” a Dios como es realmente. En consecuencia, nuestro corazón se siente atraído a él y se forja un amoroso vínculo de unión (Santiago 4:8). Está claro que la Biblia no trata solo de historia, profecías y leyes; también trata de una relación personal, de nuestra relación con Dios. Por ello, es un libro singular y extremadamente valioso (1 Juan 4:8, 16).

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