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La gran muchedumbre, ¿vivirá en el cielo, o en la Tierra?Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
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Transcurrieron otros sesenta años antes de que se le revelara al apóstol Juan que solo 144.000 personas serían tomadas de la Tierra para participar con Cristo en el Reino celestial. (Rev. 7:4-8; 14:1-3.)
Charles Taze Russell y sus colaboradores compartían esa esperanza, al igual que la mayoría de los testigos de Jehová hasta mediados de los años treinta. También sabían, por su estudio de las Escrituras, que la unción con espíritu santo no solo significaba que había personas que servirían como reyes y sacerdotes con Cristo en el cielo, sino que también tenían una labor especial que efectuar mientras estuvieran en la carne. (1 Ped. 1:3, 4; 2:9; Rev. 20:6.) ¿Qué obra era esa? Conocían muy bien Isaías 61:1, y a menudo citaban este texto, que dice: “El espíritu del Señor Soberano Jehová está sobre mí, por razón de que Jehová me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los mansos”.
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La gran muchedumbre, ¿vivirá en el cielo, o en la Tierra?Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
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Se daban cuenta de que en aquel tiempo a los cristianos verdaderos se les extendía un solo “llamamiento”. Era una invitación para ser miembros de la novia de Cristo, que finalmente se compondría de solo 144.000 escogidos. (Efe. 4:4; Rev. 14:1-5.) Procuraban incitar a todos los que afirmaban tener fe en el sacrificio de rescate de Cristo, fueran o no miembros de las iglesias, a apreciar “las preciosas y grandiosísimas promesas” de Dios. (2 Ped. 1:4; Efe. 1:18.) Se esforzaban por infundir en ellos celo para que se conformaran a los requisitos que tenían que satisfacer los miembros del rebaño pequeño de herederos del Reino. Con diligencia, el hermano Russell y sus colaboradores trataron de hacer disponible el ‘alimento espiritual al tiempo apropiado’ mediante las columnas de la revista Watch Tower y otras publicaciones basadas en la Biblia, con el fin de fortalecer espiritualmente a aquellos a quienes consideraban parte de ‘la casa de la fe’ (pues profesaban fe en el rescate). (Gál. 6:10; Mat. 24:45, 46.)
No obstante, veían que no todos los que afirmaban haberse ‘consagrado’ —o ‘haberse dado de lleno al Señor’, lo que entendían que esto significaba— seguían después en un derrotero de sacrificio voluntario, haciendo del servicio al Señor la ocupación principal de su vida. Sin embargo, según ellos explicaban, los cristianos consagrados habían concordado en abandonar de buena gana su naturaleza humana con la esperanza puesta en la herencia celestial; no podían retraerse; si no alcanzaban la vida en la esfera espiritual, les esperaba la muerte segunda. (Heb. 6:4-6; 10:26-29.) Pero muchos de los cristianos que aparentemente se habían consagrado tomaban el camino fácil, no mostraban verdadero celo por la causa del Señor ni eran abnegados. Sin embargo, al parecer no habían repudiado el rescate y llevaban vidas limpias hasta un grado razonable. ¿Qué les ocurriría a tales personas?
Por muchos años los Estudiantes de la Biblia creyeron que estas personas componían el grupo descrito en Revelación 7:9, 14, que menciona “una gran muchedumbre” que sale de la gran tribulación y está de pie “delante del trono” de Dios y delante del Cordero, Jesucristo. Concluyeron que, aunque estos evitaban llevar una vida abnegada, su fe afrontaría pruebas que terminarían en muerte durante un tiempo de tribulación después que se glorificara a los últimos miembros de la novia de Cristo. Creían que si estos de quienes se decía que componían la gran muchedumbre eran fieles entonces, se les resucitaría a la vida celestial, no para gobernar como reyes, sino para ocupar un lugar delante del trono. Razonaban que se les darían aquellas posiciones secundarias porque su amor al Señor no había sido lo bastante intenso y no habían dado muestras de suficiente celo. Pensaban que aquellas personas habían sido engendradas por el espíritu de Dios, pero habían sido negligentes en cuanto a obedecer a Dios, posiblemente por seguir adhiriéndose a las iglesias de la cristiandad.
También creían que tal vez —solo tal vez— a los “beneméritos de la antigüedad” que serían príncipes en la Tierra durante la era del milenio se les concedería de algún modo la vida celestial al fin de aquel tiempo. (Sal. 45:16.) Razonaban, además, que quizás les esperaba algo similar a los que se “consagraran” después que los 144.000 herederos del Reino hubieran sido escogidos, pero antes de que comenzara el tiempo de la restitución en la Tierra. Hasta cierto grado esto era un remanente de la enseñanza de la cristiandad de que todos los que fueran lo suficientemente buenos irían al cielo.
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