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  • Maravillas y misterios de las profundidades
    ¡Despertad! 2000 | 22 de noviembre
    • Tras hora y media de descenso, el sumergible Alvin se estabilizó cerca del fondo, y se encendieron los reflectores. Era normal que los científicos pensaran que estaban en otro planeta. A una profundidad en la que el agua ronda por lo general el punto de congelación salieron a la luz brillantes fuentes termales, en cuyos alrededores apareció algo todavía más extraño: comunidades enteras de seres vivos hasta entonces desconocidos. Dos años después, a bordo del mismo vehículo, pero esta vez en la dorsal del Pacífico oriental, frente a las costas de México, ciertos investigadores encontraron otros manantiales de agua caliente (llamados humeros), algunos de los cuales componían fantasmagóricas chimeneas de hasta seis metros de altura. También hallaron allí muchos de los organismos que pueblan la zona de fractura de las Galápagos. En el siguiente artículo examinaremos más de cerca estas asombrosas formas de vida y el mundo de abrumadores extremos que las alberga.

  • Se desentrañan los secretos del fondo oceánico
    ¡Despertad! 2000 | 22 de noviembre
    • Un oasis de toxinas

      A causa de su gran inestabilidad y su intensa actividad volcánica, la dorsal mediooceánica que ciñe el planeta está repleta de corrientes de lava, así como de fuentes hidrotermales que arrojan una mezcla tóxica de agua sumamente caliente con minerales en disolución procedentes del interior de la Tierra. Por increíble que parezca, este mundo inhóspito, que soporta presiones cientos de veces mayores que a nivel del mar, no ahuyenta la vida, sino que la atrae; ¡y vaya si la atrae! Viven en él centenares de especies, entre ellas, bacterias, almejas gigantes (de unos 30 centímetros de largo) y —aferrada al fondo marino formando colonias— la más extraña de todas: anélidos tubícolas, gusanos de hasta casi dos metros de longitud que ostentan penachos carmesíes.

      Cuando se izan estas formas de vida a la superficie, huelen a huevos podridos. El hedor no es producto de la descomposición, sino del sulfuro de hidrógeno (compuesto fétido y muy venenoso que abunda en las fuentes hidrotermales). El agua que mana de las grietas es ácida en extremo y contiene muchos metales, como magnesio, cobre, hierro y cinc. Aun así, los anélidos tubícolas y otros animales no solo sobreviven en un ecosistema comparable a una zona de vertidos tóxicos, sino que prosperan. ¿Cómo? Examinemos esta clase de gusanos y encontraremos la respuesta.

      Un enigma viviente

      A raíz de los estudios que se realizaron, se calificó a los anélidos de enigmas vivientes, puesto que no cuentan con sistema digestivo ni boca. Por ello surgió la cuestión de cómo se alimentaban y cómo asimilaban los nutrientes. Más tarde se realizó el asombroso hallazgo de que poseen sangre roja (no un fluido semejante, sino auténtica sangre, rica en hemoglobina) que circula por su organismo y su penacho.

      Las incógnitas aumentaron al diseccionar la flácida envoltura del gusano, pues albergaba 10.000 millones de bacterias en cada gramo de tejido. En 1980, una estudiante de biología concibió la teoría de que el anélido tubícola vive en simbiosis (asociación íntima de organismos de diferente especie que se favorecen mutuamente), hipótesis que se confirmó al demostrarse que el gusano anfitrión alimenta a las bacterias, y viceversa.

      El penacho, al igual que las branquias de los animales acuáticos, absorbe oxígeno, carbono y otros ingredientes imprescindibles para que las bacterias fabriquen alimento. Pero no lo hace directamente del líquido abrasador que sale de la grieta —sería suicida intentarlo—, sino en los alrededores, donde el agua cercana al punto de congelación se mezcla con la que emana de la fuente. Por supuesto, la elaboración de nutrientes precisa de energía. Aunque la luz solar la suministra en abundancia a la vegetación terrestre y de aguas poco profundas, no llega a la zona abisal donde habita el anélido tubícola.

      Energía de las entrañas de la Tierra

      Con gran ingenio, el Creador ha dispuesto que las entrañas de la Tierra brinden la energía necesaria mediante las fuentes hidrotermales y el pestilente sulfuro de hidrógeno. Las bacterias de tales oasis se nutren de este compuesto, que sustituye a la luz solar, pues les aporta la energía esencial para elaborar alimento; estas, por su parte, hacen de “plantas”, ya que son la base de la cadena alimentaria del ecosistema.a

      A fin de atrapar todas las sustancias químicas que las bacterias necesitan, las moléculas de la hemoglobina de este gusano son treinta veces mayores que las humanas. Así, la sangre las transporta a las hambrientas bacterias, que, a su vez, las convierten en nutrientes para su anfitrión.

      Un paraje repleto de vida

      En el oasis, nadie tiene por qué pasar hambre, pues las bacterias recubren casi todo con capas de hasta varios centímetros de espesor. En ocasiones hay grandes nubes bacterianas incluso en las turbulentas y calientes aguas de las fuentes hidrotermales, con lo que se forma una verdadera sopa orgánica. Mientras que algunos animales, como los anélidos tubícolas, viven en simbiosis con dichos microorganismos, otros los devoran. En realidad, estos parajes poseen tal fertilidad y energía que se han comparado a marismas, selvas tropicales y arrecifes de coral de aguas someras.

      De hecho, ya se han catalogado unas trescientas nuevas especies en estos ecosistemas; entre ellas, enormes mejillones y almejas blancos (el color está de más en un mundo de absoluta oscuridad), pulpos y voraces cangrejos blancos, que consideran un manjar el delicado penacho del anélido. Por ello, este lo protege retrayéndolo al interior del tubo gracias a un ágil reflejo.

      Entre otras criaturas se encuentran arañas de mar; caracoles; camarones danzarines; lapas; copépodos; peces anguiliformes (que se arrastran por las superficies cargadas de bacterias y sulfuros); diversas especies de gusanos tubícolas menores, y otros anélidos, como el gusano de Pompeya y el gusano espagueti, cuyo nombre refleja muy bien la apariencia de sus colonias, semejantes a manojos de gruesos fideos blancos esparcidos sobre las rocas. Una característica singular del gusano de Pompeya es su capacidad de tolerar hasta 80 °C. Claro está, las bacterias que lo recubren también soportan tales temperaturas.b

      Una luz fantasmagórica

      En 1985 se realizó un sorprendente hallazgo cerca de las fuentes hidrotermales: un camarón que tenía dos órganos semejantes a ojos, pero sin cristalino, dotados de sustancias sensibles a la luz. Como es natural, lo primero que se planteó fue: “¿Qué ven estos animales en un mundo de total oscuridad?”. Para salir de la incógnita, se fotografió sin luces artificiales una fuente hidrotermal, valiéndose de una cámara digital de alta sensibilidad como las que se usan para estrellas casi imperceptibles.

      El resultado fue fascinante. La imagen reveló “un resplandor intenso y bien perfilado” por donde salía el agua caliente de la chimenea, comentó la científica Cindy Lee Van Dover. ¿Aprovechan los crustáceos esta luz fantasmagórica invisible a los ojos humanos? Sea como fuere, el descubrimiento del resplandor de las fuentes hidrotermales “abre una nueva fase de investigación”, añade la citada científica.

      La mayor y la menor

      Recientemente, en 1997, se descubrió que las mayores bacterias conocidas habitan en una región del lecho marino rica en metano. Estos gigantes, que recuerdan collares de perlas, son de cien a doscientas veces mayores que las bacterias comunes. Además, son muy voraces y no dejan apenas rastro de los sulfuros tóxicos de los sedimentos, lo que contribuye a que la zona no sea peligrosa para otras criaturas marinas.

      Lo que pudiera ser el organismo más pequeño del planeta también se encontró hace poco en el mar, aunque en esta ocasión a cinco kilómetros bajo el fondo oceánico. El periódico The New York Times informa de que el descubrimiento, realizado en las costas occidentales de Australia, es “tan singular que ha provocado un agitado debate internacional”. La cuestión principal radica en si los llamados nanobios (en alusión al hecho de que se miden en nanómetros, la millonésima parte de un milímetro) constituyen en realidad seres vivos. Lo cierto es que parecen hongos, tienen aproximadamente el mismo tamaño que los virus, poseen ADN, y todo indica que se reproducen con rapidez y forman densas colonias.

      Ante la aparición de tanta diversidad biológica, muchos científicos opinan que el total de microorganismos existentes en la capa superior de la litosfera pudiera sobrepasar con creces al de seres vivos de la superficie. Tales hallazgos propician una revolución en la forma de pensar de la comunidad científica. Tanto es así que uno de sus miembros observó: “En los últimos años se han descartado las afirmaciones dogmáticas en el campo de la microbiología. Esta ciencia se ha redescubierto a sí misma; se ha renovado por completo”.

      Lo que es más, estos profundos descubrimientos nos aportan una enseñanza que trasciende a la ciencia. La Biblia recoge la esencia de esta doctrina con las palabras: “Las cualidades invisibles de [Dios] se ven claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se perciben por las cosas hechas” (Romanos 1:20). Por ejemplo, el Creador se preocupa por la limpieza, como lo evidencian las bacterias y otras criaturas marinas que eliminan sustancias muy tóxicas provenientes del interior de la Tierra y de los detritos que se sedimentan. También le interesa, claro está, el buen estado del planeta y de todo ser vivo que lo puebla. Como veremos en el artículo siguiente, este rasgo de Su personalidad garantiza un futuro glorioso para toda forma de vida terrestre.

      [Notas]

      a El procedimiento químico que emplean las bacterias es la quimiosíntesis. Se contrapone a la fotosíntesis, proceso por el que transforman la energía de la luz la vegetación terrestre y el fitoplancton (organismos vegetales o similares de la capa superficial, bien iluminada, del mar).

      b En la década de 1960 se iniciaron estudios sobre las bacterias adaptadas al calor que habitan en los géiseres del Parque Nacional de Yellowstone (E.U.A.). Estos asombrosos “ecosistemas marginales permitieron a los científicos comprender los extraordinarios talentos de las que parecían ser las formas de vida más sencillas de la Tierra”, menciona el libro The Deep Hot Biosphere (La profunda y caliente biosfera).

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