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¿Legado de vida o beso mortal?¡Despertad! 1990 | 22 de octubre
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[Recuadro/Ilustración en las páginas 8, 9]
¿Está hoy la sangre libre del sida?
“SON buenas noticias sanguíneas” rezaba un titular del periódico Daily News de Nueva York el 5 de octubre de 1989. El artículo decía que las posibilidades de contraer el sida como consecuencia de una transfusión de sangre son de 1 por cada 28.000. Explicaba que la efectividad del proceso para mantener el virus fuera del suministro sanguíneo es actualmente de un 99,9%.
En la industria de los bancos de sangre impera un optimismo similar. Afirman que ‘el suministro de sangre es más seguro que nunca’. El presidente de la Asociación Americana de Bancos de Sangre dijo que el riesgo de contraer sida a través de la sangre había sido “prácticamente eliminado”. Pero si la sangre no encierra peligro ¿por qué la han tachado tribunales y médicos de “tóxica” y “sin duda peligrosa”? ¿A qué se debe que algunos médicos operen vestidos con lo que parece un traje espacial, cubriéndose la cara con una máscara y calzando botas altas e impermeables para evitar todo contacto con la sangre? ¿Por qué piden tantos hospitales a sus pacientes que firmen un formulario de consentimiento exonerando de responsabilidad al hospital por los efectos perjudiciales de las transfusiones de sangre? ¿Está la sangre verdaderamente libre de enfermedades como el sida?
Depende de las dos medidas que se adoptan para proteger la sangre: la selección de los donantes y los análisis a los que se somete la sangre donada. Estudios recientes han demostrado que a pesar de todos los esfuerzos por no aceptar a los donantes cuyo estilo de vida les coloque entre los grupos de alto riesgo, todavía hay algunos que se escabullen de la selección. No dan respuestas verídicas a las preguntas del cuestionario y donan sangre. Hay quienes solo lo hacen porque quieren descubrir discretamente si están infectados.
En 1985 los bancos de sangre empezaron a someter la sangre a la prueba del sida, un sistema de diagnóstico capaz de detectar la presencia de anticuerpos producidos por el organismo para luchar contra el virus. El problema de esa prueba es que desde que un individuo es infectado hasta que desarrolla anticuerpos suele haber un período de latencia, un lapso de tiempo decisivo llamado período de ventana.
La idea de que solo hay 1 posibilidad entre 28.000 de contraer sida como consecuencia de una transfusión sanguínea proviene de un estudio publicado en la revista The New England Journal of Medicine. Esta revista estableció que el período de ventana más probable abarca como promedio ocho semanas. Sin embargo, tan solo unos meses antes, en junio de 1989, la misma revista publicó un estudio que concluía que el período de ventana puede ser mucho más largo: tres años o más. Este primer estudio indicaba que unos períodos de ventana tan largos pueden ser más comunes de lo que en un tiempo se pensaba, y especulaba que, peor aún, algunas personas infectadas quizás nunca desarrollen anticuerpos contra el virus. Estos hallazgos no estaban incluidos en el estudio más optimista, pues decían que “no se comprendían del todo”.
No es de extrañar que el doctor Cory SerVass, de la Comisión Presidencial sobre el Sida, dijera: “Los bancos de sangre pueden seguir diciendo al público que el suministro de sangre es lo más seguro que puede ser, pero la gente ya no se lo cree porque percibe que no es verdad”.
[Reconocimiento]
CDC, Atlanta, Ga.
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¿Legado de vida o beso mortal?¡Despertad! 1990 | 22 de octubre
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¿Legado de vida o beso mortal?
“¿Cuántas personas tienen que morir? ¿Cuántas muertes necesitan ustedes? Dígannos la cantidad mínima de muertes que necesitan para confirmar este hecho.”
DON FRANCIS, representante del Centro para el Control de la Enfermedad de Estados Unidos (CDC) dio un puñetazo sobre la mesa mientras gritaba esas palabras en una reunión con los más altos representantes de la industria de los bancos de sangre. El CDC intentaba convencer a los bancos de sangre de que el sida se estaba propagando a través del suministro de sangre de la nación.
No obstante, los bancos de sangre se mostraron escépticos. Dijeron que la prueba era poco convincente —solo un reducido número de casos— y decidieron no aumentar la cantidad de análisis o pruebas que hacían a la sangre. Eso sucedía el 4 de enero de 1983. Seis meses después el presidente de la Asociación Americana de Bancos de Sangre declaró: “El público en general no corre prácticamente ningún peligro”.
Para muchos expertos, ya existía suficiente prueba para justificar que se tomase acción. Desde entonces, aquel “reducido número de casos” originales había aumentado de forma alarmante. Antes de 1985, es posible que unas veinticuatro mil personas recibieran transfusiones de sangre contaminada con el VIH (virus de inmunodeficiencia humana), el virus del sida.
La sangre contaminada constituye una manera terriblemente eficiente de diseminar el virus del sida. Según la revista The New England Journal of Medicine (14 de diciembre de 1989) una sola unidad de sangre puede contener suficiente cantidad de virus como para causar hasta 1,75 millones de infecciones. El CDC dijo a ¡Despertad! que en junio de 1990, tan solo en Estados Unidos, ya existían 3.263 casos de sida como consecuencia de transfusiones de sangre, componentes sanguíneos y trasplantes de tejidos.
De todas formas, no son más que cifras y no pueden expresar las inmensurables tragedias que han vivido esas personas. Por ejemplo, considere el lamentable caso de Frances Borchelt, mujer de setenta y un años. A pesar de haber expresado tajantemente a los médicos su deseo de que no le administrasen una transfusión de sangre, se la pusieron. Tras una penosa agonía, murió de sida ante la mirada impotente de su familia.
O piense en la triste historia de una muchacha de diecisiete años que tenía hemorragias menstruales y le pusieron dos unidades de sangre tan solo para combatir la anemia. A los diecinueve años, estando embarazada, descubrió que la transfusión le había transmitido el virus del sida. A los veintidós años se le manifestó la enfermedad. Además de saber que pronto iba a morir, se quedó con la incertidumbre de si había pasado la enfermedad a su bebé. La lista de tragedias aumenta sin cesar por todo el mundo y abarca desde bebés hasta personas de edad avanzada.
En 1987 el libro Autologous and Directed Blood Programs, publicado por una asociación de bancos de sangre, lamentaba: “Casi tan pronto como los grupos de riesgo originales quedaron definidos ocurrió lo impensable: la demostración de que esta enfermedad potencialmente letal [el sida] podía transmitirse, y se estaba transmitiendo, a través del suministro de sangre procedente de donantes voluntarios. Esta fue la más amarga de todas las ironías médicas: la sangre, ese precioso regalo dador de vida, podía convertirse en un instrumento de muerte”.
Hasta medicamentos derivados del plasma ayudaban a propagarla por todo el mundo. Los hemofílicos, que en su mayoría utilizan un agente coagulante derivado del plasma como tratamiento, quedaron diezmados. En Estados Unidos entre el 60 y el 90% de los hemofílicos contrajeron la enfermedad antes de que se instaurase un método de tratamiento térmico del fármaco para librarlo del VIH.
Pero hasta el día de hoy, la sangre todavía no está libre de sida. Y el sida no es ni mucho menos el único peligro que se deriva de las transfusiones de sangre.
Riesgos que empequeñecen al sida
“Es la sustancia más peligrosa empleada en medicina”, afirma el doctor Charles Huggins respecto a la sangre. Su opinión es autorizada, pues es el director del servicio de transfusiones de sangre en un hospital de Massachusetts (E.U.A.). Muchos piensan que para hacer una transfusión tan solo hay que encontrar a alguien con un tipo de sangre compatible. Pero aparte de las pruebas cruzadas rutinarias para determinar los tipos ABO y el factor Rh, quizás haya unas cuatrocientas diferencias más para las que no se hacen pruebas. Como indica el cirujano cardiovascular Denton Cooley: “Una transfusión sanguínea es un trasplante de un órgano. [...] Creo que existe cierto grado de incompatibilidad en casi todas las transfusiones”.
No sorprende que la transfusión de una sustancia tan compleja —según lo expresó cierto cirujano— pudiera “confundir” al sistema inmunológico del cuerpo. De hecho, puede entorpecer el proceso inmunológico hasta por un año, algo que en opinión de algunos constituye el aspecto más amenazante de las transfusiones.
A este hecho hay que añadir las enfermedades infecciosas. Tienen nombres exóticos —como la enfermedad de Chagas y el citomegalovirus— y sus efectos van desde fiebre y escalofríos hasta la misma muerte. El doctor Joseph Feldschuh de la universidad Cornell de Medicina dice que existe una posibilidad entre diez de contraer algún tipo de infección por causa de una transfusión. Es como jugar a la ruleta rusa con un revólver de 10 cartuchos. Estudios recientes también han mostrado que las transfusiones de sangre administradas durante operaciones de cáncer pueden incrementar el riesgo de que la enfermedad reaparezca.
No es raro, pues, que un programa de noticias televisadas afirmara que una transfusión sanguínea pudiera ser el mayor obstáculo para recuperarse de una operación quirúrgica. La hepatitis infecta a centenares de miles de personas y mata a muchos más receptores de transfusiones que el sida, pero recibe poca publicidad. Aunque nadie sabe la cantidad de vidas que siega, el economista Ross Eckert dice que pudiera equivaler al número de víctimas mortales que se producirían si un avión DC-10 lleno de pasajeros se estrellara cada mes.
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