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  • ¿Legado de vida o beso mortal?
    ¡Despertad! 1990 | 22 de octubre
    • En 1988 un informe titulado Report of the Presidential Commission on the Human Immunodeficiency Virus Epidemic (Informe de la comisión presidencial sobre la epidemia del virus de inmunodeficiencia humana) acusaba a esa industria de ser “innecesariamente lenta” en reaccionar a la amenaza del sida. Se había instado a los bancos de sangre para que desanimasen de donar sangre a los grupos de alto riesgo y también a que analizaran la sangre donada para saber si procedía de donantes que perteneciesen a estos grupos. Sin embargo, los bancos de sangre no actuaron con rapidez y desdeñaron los riesgos, tachándolos de mera histeria. ¿Por qué?

      En su libro And the Band Played On (Y la banda seguía tocando) Randy Shilts formula la acusación de que algunos bancos de sangre se negaron a hacer pruebas adicionales “casi únicamente por razones económicas. Aunque la industria de la sangre está dirigida principalmente por organizaciones no lucrativas como la Cruz Roja, dicho comercio proporcionaba grandes cantidades de dinero, con ingresos anuales de mil millones de dólares (E.U.A.). Su negocio de suministrar la sangre para tres millones y medio de transfusiones al año se veía amenazado”.

      Además, en vista de que los bancos de sangre no comerciales dependen tanto de donantes voluntarios, no se atrevían a ofender a ninguno por excluir a ciertos grupos de alto riesgo, en particular a los homosexuales. Los defensores de los derechos de los homosexuales les advirtieron que si les prohibían donar sangre, violarían sus derechos civiles y manifestarían una mentalidad semejante a la que reinaba en los campos de concentración del pasado.

      La pérdida de donantes y la adición de nuevas pruebas también costaría más dinero. En la primavera de 1983, el banco de sangre de la universidad de Stanford (California, E.U.A.) fue el primero en utilizar un análisis especial de sangre que podía indicar si procedía de donantes que perteneciesen a un grupo de alto riesgo. Otros bancos de sangre criticaron la medida diciendo que era una estratagema comercial para atraer a más pacientes. Es cierto que las pruebas aumentan los precios, pero según lo expresó un matrimonio a cuyo bebé se le transfundió sangre sin ellos saberlo, “habríamos pagado con gusto otros 5 dólares (E.U.A.) por medio litro” para que se hubiesen hecho esas pruebas. Su bebé murió de sida.

      El instinto de conservación

      Según algunos expertos, los bancos de sangre responden con lentitud a los peligros de la sangre porque no tienen que rendir cuentas por las consecuencias de sus fracasos. Por ejemplo, según el informe publicado en The Philadelphia Inquirer, la FDA (Administración para los Fármacos y los Alimentos de Estados Unidos) es responsable de hacer que los bancos de sangre satisfagan los requisitos, pero la estipulación de esos requisitos mínimos la deja en gran medida en manos de los bancos de sangre. Además algunos funcionarios de la FDA son ex altos cargos de la industria de la sangre. Por consiguiente, en los bancos de sangre disminuyó la frecuencia de las inspecciones a medida que se desarrollaba la crisis del sida.

  • ¿Legado de vida o beso mortal?
    ¡Despertad! 1990 | 22 de octubre
    • Un grupo de médicos de la universidad de Southern California también descubrió que de los pacientes operados de cáncer, había muchos más casos de recurrencia de la enfermedad entre los que habían recibido una transfusión. La revista Annals of Otology, Rhinology & Laryngology de marzo de 1989 informó lo siguiente en un estudio de seguimiento que estos mismos médicos efectuaron a cien pacientes: “El índice de recurrencia de todos los cánceres de laringe fue de un 14% para los que no recibieron sangre y de un 65% para los que sí recibieron. Para los casos de cáncer de la cavidad oral, faringe y nariz o senos paranasales, el índice de recurrencia fue de un 71% con transfusiones y de un 31% sin ellas”.

      En su artículo Blood Transfusions and Surgery for Cancer (Las transfusiones de sangre y las operaciones de cáncer) el doctor John S. Spratt concluyó: “El cirujano de cáncer puede que necesite convertirse en un cirujano sin sangre”. (The American Journal of Surgery, septiembre de 1986.)

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