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  • Sobrevivimos a una bomba asesina
    ¡Despertad! 1992 | 8 de enero
    • Sue añade: “También recibimos ayuda práctica. Amigos Testigos allegados nos prepararon zumos de fruta y verduras particularmente ricos en hierro. Pensábamos que como estábamos pidiendo a los médicos que respetaran nuestros deseos, teníamos la obligación de colaborar con ellos, lo que en mi caso significaba enriquecer la sangre. También tomé un suplemento de hierro”. Muchos de nosotros nos hicimos expertos en licuar una comida completa, y hay que decir en favor de Sue que también aprendió a bebérselo todo. (¿Ha intentado alguna vez comerse un asado a través de una caña?) “El resultado de todo esto fue que mi nivel de hemoglobina subió tres puntos antes de la operación, lo que complació mucho a mi nuevo cirujano”, dice Sue.

      La paciencia, el amor, la oración, la ayuda del espíritu de Dios y simplemente el paso del tiempo, así como una dieta cuidada, han contribuido a la recuperación de Sue. Algunas heridas han dejado una huella que solo la gobernación del Reino de Dios podrá eliminar a su debido tiempo. Los que conocían bien a Sue se dan cuenta de que su rostro es un poco distinto, pero debe reconocerse que los cirujanos han realizado un trabajo excelente. Yo todavía considero que Sue es muy bonita.

  • Sobrevivimos a una bomba asesina
    ¡Despertad! 1992 | 8 de enero
    • Surge la cuestión de la sangre

      Estaba en la unidad de cuidados intensivos. Cuando la vi desde los pies de la cama, me eché a llorar. Me saludó un rostro lívido, hinchado y desfigurado, prácticamente irreconocible. Grupos de puntos, a modo de pequeñas cremalleras negras, le mantenían la cara unida.

      Sue no podía ver porque tenía los ojos, e incluso las pestañas, cubiertos por la hinchazón. Se habían roto los huesos faciales de la nariz, la mandíbula superior, la mejilla y los orbitales. El verdadero peligro, sin embargo, radicaba en que una parte del cráneo, justo sobre el puente de la nariz, había retrocedido y perforado una arteria. La sangre se había acumulado invisiblemente en el estómago mientras permaneció inconsciente y enterrada en los escombros. Su nivel de hemoglobina descendió a seis. (El nivel medio de la mujer es aproximadamente de catorce.)

      Pronto saltaron a la palestra las transfusiones de sangre, y el cirujano acabó desentendiéndose de nuestro caso. Le dijo a Sue que su negativa a aceptar una transfusión de sangre, de ser esta necesaria, le ataría las manos. Sue le aseguró que ambos nos dábamos cuenta de ello y que ‘aceptaríamos cualquier procedimiento alternativo razonable, pero que nuestra petición de “abstenernos de sangre” no era negociable’. (Hechos 15:28, 29.) El médico no estuvo dispuesto a respetar nuestra posición.

      Comenzó una continua presión psicológica. Se le preguntó a Sue si tenía hijos, y cuando contestó que no, se le dijo: “Bien, porque hubieran tenido una madre fea”. También le habló de la posibilidad de que me divorciara de ella debido a cómo le quedaría el rostro. ¿Cuál fue la reacción de Sue? “Esto me hizo mucho daño. Aunque el cirujano quería, a su manera, que mi aspecto fuera el mejor posible, me resolví a no permitir que forzara mi conciencia.” Su insistente acoso en cuanto a la transfusión de sangre solo aumentó la tensión e hizo que se desperdiciara un tiempo valioso. La presión que recibimos durante aquellos días traumáticos contrastó con la atención compasiva y cariñosa que dispensaron a Sue todas las enfermeras. Se ganaron nuestro respeto.

      Habían pasado once días desde la explosión. Se acercaba el momento crítico en que los huesos faciales de Sue iban a empezar a soldarse, pero no en su debido lugar. Necesitaba con urgencia la intervención quirúrgica. En su siguiente visita, el médico, en un último arranque de cólera, exclamó: “Me desentiendo de ella”, y se marchó. Estos fueron los momentos de mayor ansiedad de nuestra vida. Sin embargo, cuando miramos al pasado, nos damos cuenta de que resultó ser una bendición el que el cirujano abandonara a Sue.

      Un cirujano compasivo

      Un médico Testigo habló en favor nuestro a un cirujano plástico, que concordó en operar a Sue utilizando una técnica alternativa. Aunque no era el método que los médicos preferían, eliminó la cuestión de la transfusión de sangre. Este cirujano fue considerado y amable. Se ganó nuestro respeto, pues estuvo dispuesto a hacer todo lo posible sin utilizar sangre.

      Introdujeron agujas de acero roscadas de unos 8 centímetros de largo en los huesos faciales rotos de Sue. Unos puentes de acero sujetaban las agujas en su lugar a fin de que los huesos asentaran correctamente. “Con la cara llena de agujas durante unas seis semanas, dormir no era precisamente un placer”, confesó Sue. Se ató la mandíbula superior rota a la inferior para asegurar que se soldara bien. Fue imposible que recuperara el olfato.

      Sue tiene un buen sentido del humor y, lo que es más importante, supo reírse de sí misma, como cuando dijo que se parecía a una ‘antena de televisión andante’. No obstante, iba a necesitar más que solo un buen sentido del humor, pues se la iba a someter a intervenciones quirúrgicas durante los siguientes dos años y medio. También se le practicaron injertos de tímpano y ortodoncias.

      Lecciones aprendidas

      Los dos aprendimos muchas lecciones, como el poder de la oración y que Jehová nunca permite que suframos más de lo que podemos soportar. Cuando tuvo que enfrentarse al primer cirujano debido a la cuestión de la sangre, Sue confesó: “Estaba muy nerviosa y triste por tal enfrentamiento. Oraba a Jehová en toda ocasión, y el sentimiento de calma completa que me invadía era muy tranquilizador. Había leído sobre otros Testigos que habían pasado por circunstancias similares, pero entonces lo viví en mi propia piel”. En la actualidad confiamos más en que podremos aguantar posibles pruebas futuras, pues hemos visto que Jehová ayuda en situaciones que antes nos hubieran parecido desalentadoras.

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