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La fe me ayudó a hacer frente a la cirugía cerebral¡Despertad! 1990 | 22 de abril
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Cuando llegaron mis padres, confirmaron mi postura respecto a la sangre. El neurólogo aceptó la decisión y dijo que conocía a un cirujano que probablemente respetaría mi postura. De modo que así fue como nos pusimos en contacto con el doctor H. Dale Richardson.
La tarde del jueves 30 de septiembre de 1988, conocimos en su despacho a este neurocirujano, que iba a convertirse en una parte tan importante y respetada de nuestras vidas durante los próximos meses. Él ya había hablado con el doctor Stewart y estaba al tanto de nuestra postura respecto a la sangre.
“Por la zona donde operaremos pasan muchos vasos —dijo—. El tumor ha rodeado el seno sagital (un importante vaso sanguíneo del cerebro), y hasta que abramos no sabremos con exactitud cómo está.”
“Aunque la situación se ponga crítica —le dije—, y comprendo que podría darse ese caso, sigo sin querer que me ponga sangre.” Mis padres confirmaron que su postura coincidía con la mía. Vimos que se le llenaban los ojos de lágrimas, y más tarde supimos que tenía dos hijos y una hija.
“Puede que no esté de acuerdo con tus creencias —nos dijo—, pero respetaré tu petición. Sin sangre, tenemos un 70% de posibilidades de éxito. Debes entender que quizás no podamos sacar todo el tumor la primera vez, pues no es infrecuente que para extirpar por completo uno de este tamaño se requieran dos o tres operaciones.”
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La fe me ayudó a hacer frente a la cirugía cerebral¡Despertad! 1990 | 22 de abril
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El doctor Richardson dijo que había extirpado el 80% del tumor. Parecía agotado, y no es extraño si se tiene en cuenta que su habilidad como cirujano estuvo sometida a presión durante las trece horas y media que duró la operación. Luego supe que le dijo a mi padre: “Casi la perdimos. Cuando llegamos al seno sagital empezó a sangrar mucho. Afortunadamente, pudimos detener la hemorragia”. De todas formas, el cirujano tendría que volver a abrir y quizás más de una vez. “Algunos de los pacientes con meningioma [el tipo de tumor que yo tenía] han de someterse a una operación cada tres, cuatro o cinco años —dijo—. Cabe la posibilidad de que nunca podamos extirparlo por completo.”
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Esta operación no duró tanto como la primera —esta vez fueron diez horas— y las noticias que mi familia y yo recibimos cuando desperté fueron como un tónico. El doctor Richardson nos dijo con una amplia sonrisa que había podido extirpar todo el tumor y que cabía esperar una total recuperación. Más tarde, mientras me cambiaba el vendaje, me hizo reír al decirme: “Bethel, tendremos que dejar de vernos en estas circunstancias”. ¡Qué agradecidos estábamos a Jehová y a aquellos médicos tan excelentes!
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