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  • Una tierra árida se hace fértil
    La Atalaya 1994 | 1 de octubre
    • Una tierra árida se hace fértil

      RELATADO POR ARTHUR MELIN

      Era un claro día primaveral de 1930, y me encontraba de pie en un muelle de Prince Rupert (Columbia Británica, Canadá). Miraba al barco varado en el lecho del mar y me preguntaba: ‘¿Adónde habrá ido toda el agua?’. Esta fue la primera vez que vi los efectos de las mareas de la costa occidental canadiense del Pacífico, donde el nivel del mar puede bajar hasta 7 metros en solo seis horas. Pero ¿cómo llegó a estar un muchacho de campo en la costa del océano Pacífico?

      SE ME había invitado a ensanchar mi privilegio de servicio de tiempo completo a Jehová uniéndome a la tripulación del barco Charmian. Nuestra asignación era dar comienzo a la predicación en la remota costa occidental, desde Vancouver hasta Alaska. Este territorio abarcaba la mayor parte de los muchos kilómetros de costa de Columbia Británica, árida en lo que respecta a alabadores activos de Jehová. La única excepción era el pequeño grupo de publicadores del Reino de la población de Prince Rupert.

      Estaba ansioso por empezar, de modo que cuando bajé del tren, me dirigí inmediatamente al muelle para ver el barco Charmian y conocer a su tripulación, Arne y Christina Barstad. No había nadie a bordo, así que me marché. Cuando regresé más tarde, quedé asombrado. Me pareció como si el océano se estuviera secando.

  • Una tierra árida se hace fértil
    La Atalaya 1994 | 1 de octubre
    • A pesar de las dificultades económicas, las inclemencias del tiempo y las largas distancias, perseveré en el ministerio de precursor en Alberta intermitentemente durante unos tres años, hasta el día memorable de 1930 en que se me invitó a servir en la costa oeste del Pacífico. Como no sabía nada del mar ni de barcos, la invitación me dejó perplejo.

      Pues bien, al poco de llegar a Prince Rupert me sentí como en casa con mis nuevos compañeros del barco. El hermano Barstad era un veterano marinero que había trabajado en la pesca comercial muchos años. Los siguientes seis años fueron un tiempo de predicación intensa por toda la costa de Columbia Británica, desde Vancouver hasta Alaska. Otra lección que aprendí: aceptar siempre la asignación de Jehová y nunca retraerse.

      Sembramos la semilla a lo largo de la costa

      El primer puerto de escala aquella primavera de 1930 fue Ketchikan (Alaska), donde cargamos sesenta cajas de publicaciones bíblicas. Durante varias semanas visitamos las casas de Ketchikan, Wrangell, Petersburg, Juneau, Skagway, Haines, Sitka y otras poblaciones apartadas. Luego abarcamos toda la costa de Columbia Británica, y terminamos antes del fin del verano. Visitamos campamentos remotos de explotación forestal, fábricas de conserva de pescado, poblados indios, pequeñas poblaciones y también a colonos y cazadores aislados. A veces era difícil dejar a los guardafaros solitarios, que agradecían mucho tener a alguien con quien conversar.

      Con el tiempo, la Sociedad nos equipó con gramófonos portátiles y discos de discursos bíblicos. Los llevábamos con nosotros, además de los libros, las Biblias y las revistas. Muchas veces tuvimos que trepar por las rocas de la costa con todo el equipo a cuestas. Durante la marea baja, a veces teníamos que subirlo con dificultad por las escaleras tambaleantes de muelles elevados. Me alegré de la buena forma física que conseguí en mi juventud trabajando en la granja.

      El sistema de amplificación de nuestro barco fue un valioso instrumento para difundir las nuevas del Reino. El sonido de los discursos grabados se reflejaba en el agua y podían oírse a varios kilómetros de distancia. Una vez que atracamos en una ensenada de la isla de Vancouver, tocamos uno de estos discursos bíblicos. Al día siguiente, la gente que vivía en el interior de la isla nos dijo entusiasmada: “¡Ayer oímos un sermón directamente del cielo!”.

      En otra ocasión un matrimonio mayor dijo que oyeron música procedente de la chimenea, pero que dejaron de oírla cuando salieron de la casa. Cuando entraron de nuevo, oyeron una voz. ¿Qué había sucedido? Pues bien, cuando salieron de la casa, nosotros estábamos cambiando el disco. Primero poníamos música para captar la atención de la gente y luego reproducíamos el discurso bíblico.

      Y en otra ocasión, mientras estábamos atracados cerca de una isla donde había un poblado indio, dos jóvenes nativos vinieron remando para ver de dónde salían las voces. Algunos indígenas pensaban que eran las voces de sus muertos que habían resucitado.

      No era raro distribuir cien libros al día entre los trabajadores de las remotas fábricas de conserva de pescado. Como tenían pocas distracciones, disponían de tiempo para reflexionar sobre temas espirituales. Con el tiempo, muchas de estas personas aisladas se hicieron Testigos. Esperábamos con anhelo los siguientes viajes para visitarlas y tener “un intercambio de estímulo”. (Romanos 1:12.)

      Me caso y sigo en el servicio

      En 1931 me casé con Anna, la hermana de Christina Barstad. Servimos de precursores juntos en el barco, y disfrutamos de muchas experiencias provechosas a lo largo de los años. Vivimos entre ballenas, leones marinos, marsopas, ciervos, osos y águilas, con el telón de fondo de majestuosas montañas, ensenadas solitarias y bahías de aguas tranquilas rodeadas de cedros, pinos y abetos Douglas gigantes. Varias veces ayudamos a ciervos extenuados y a sus cervatos que intentaban cruzar a nado las rápidas corrientes de agua para escapar de los predadores.

      Una tarde divisamos a un águila de cabeza blanca volando bajo sobre el agua con un gran salmón real en las garras. El pez era demasiado grande para que el águila lo sacara completamente del agua, de modo que lo remolcó hasta la playa. Frank Franske, uno de los tripulantes, viendo lo que podía conseguir, corrió por la orilla hacia donde se encontraba la cansada águila y la “persuadió” a abandonar su presa. Aquella noche, la tripulación de precursores disfrutó de una deliciosa cena de salmón y el águila aprendió a compartir sus presas, aunque fuera a regañadientes.

      En un islote ubicado en el extremo norte de la isla de Vancouver, un matrimonio de nombre Thuot aceptó la verdad bíblica. Él era un hombre de más de 90 años, analfabeto, de carácter fuerte e independiente, y ella tenía alrededor de 85 años. No obstante, a este hombre le interesó tanto la verdad bíblica que se humilló y permitió que su esposa le enseñara a leer. Pronto pudo estudiar la Biblia y las publicaciones de la Sociedad por sí mismo. Menos de tres años más tarde, tuve el gozo de bautizarlos a ambos en su remota isla natal, para lo que utilicé un bote de remos como piscina de bautismo.

      También tuvimos el gozo de ver a la familia Sallis, de Powell River, responder al mensaje del Reino. Walter leyó el folleto Guerra o paz, ¿cuál?, e inmediatamente reconoció el sonido de la verdad. Toda la familia se unió enseguida a Walter en el servicio de precursor en Vancouver, donde atracábamos el Charmian durante el invierno. Fue muy celoso y, con el paso del tiempo, se ganó el cariño de todos los hermanos de la región de Vancouver. Terminó su carrera terrestre en 1976, dejando atrás una gran familia de Testigos.

      Vencemos la oposición

      A los clérigos de los poblados indios no les solía gustar nuestra obra, y nos consideraban cazadores furtivos en sus dominios espirituales. El clérigo local de Port Simpson pidió al jefe del poblado que nos prohibiera visitar sus hogares. Nos pusimos en contacto con el jefe y le preguntamos si creía que el clérigo había sido justo al dar a entender que su pueblo era demasiado ignorante como para pensar por sí solo. Le recomendamos que diera a su gente la oportunidad de oír la Palabra de Dios y decidir por sí misma lo que quería creer. El resultado: nos dio luz verde para seguir predicando en el poblado.

      Otro jefe de poblado impidió por décadas que los miembros del consejo y algunas agrupaciones religiosas entorpecieran la labor de los Testigos de visitar a la gente. “Mientras yo sea jefe —dijo—, los testigos de Jehová serán bienvenidos aquí.” Es verdad que no siempre éramos bienvenidos en todos los lugares, pero, a pesar de la oposición, nunca se nos obligó a marcharnos de ningún sitio. Pudimos llevar a cabo nuestro ministerio siempre que atracamos en un puerto.

      Problemas en el mar

      En el transcurso de los años nos enfrentamos a tormentas, mareas, escollos desconocidos y, a veces, fallos del motor. En una ocasión nos acercamos demasiado a la isla de Lasqueti, a unos 160 kilómetros al norte de Vancouver. Encallamos en un arrecife al bajar la marea y quedamos a merced de los elementos. Si hubiera hecho mal tiempo, el barco se habría estrellado contra las rocas y se habría hecho pedazos. Todos subimos a las rocas y sacamos el mejor partido de la situación adversa. Comimos, estudiamos un poco y esperamos que subiera la marea.

      A pesar de los muchos riesgos e inconvenientes, era una vida sana y feliz. No obstante, el nacimiento de nuestros dos hijos supuso un gran cambio. Seguimos viviendo en el barco, pero cuando llegábamos a Oona River, al norte, Anna y los niños se quedaban con sus padres y el resto de nosotros seguíamos navegando hasta Alaska. Luego, cuando regresábamos hacia el sur, Anna y los niños se unían de nuevo al grupo.

      No recuerdo que los niños se quejaran ni enfermaran nunca. Siempre llevaban cinturones de seguridad, y a veces incluso los asegurábamos con una cuerda. Sí, hubo algunos momentos tensos.

      Más ajustes

      En 1936 tuvimos que abandonar el Charmian, y yo conseguí un empleo seglar. Después nació nuestro tercer hijo. Con el tiempo compré un barco pesquero, que no solo me sirvió para ganarme la vida, sino también nos permitió seguir predicando a lo largo de la costa.

      Nos establecimos en la isla de Digby, al otro lado de la bahía desde Prince Rupert, y no pasó mucho tiempo antes de que se formara una pequeña congregación. Durante la II Guerra Mundial, cuando se proscribió la predicación de los testigos de Jehová en Canadá, íbamos en barco a Prince Rupert después de la medianoche y emprendíamos una predicación relámpago dejando publicaciones en todas las casas del territorio. Nadie relacionó nunca nuestros viajes de medianoche con la distribución de publicaciones prohibidas.

      La tierra se ha hecho fértil

      El número de testigos de Jehová fue creciendo gradualmente, de modo que en 1948 se hizo necesario disponer de un Salón del Reino en Prince Rupert. Compramos un edificio del ejército al otro lado del puerto, lo desmontamos y lo transportamos, primero en balsa y luego en camión, hasta el lugar de construcción. Jehová bendijo nuestro arduo trabajo, y dispusimos de nuestro propio Salón del Reino.

      En 1956 emprendí de nuevo el precursorado, y Anna lo hizo en 1964. Volvimos a recorrer la costa del Pacífico en barco. Durante un tiempo participamos en la obra de circuito, visitando congregaciones desde las islas Queen Charlotte hasta el lago Fraser, al este, al otro lado de las montañas, y más tarde hasta Prince George y Mackenzie. A lo largo de los años, viajamos miles de kilómetros en automóvil, barco y avión por todo el noroeste del Pacífico.

  • Una tierra árida se hace fértil
    La Atalaya 1994 | 1 de octubre
    • [Fotografía en la página 24]

      La clase de barco que utilizábamos para predicar a lo largo de la costa

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