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  • Por qué me deleito en hacer discípulos
    La Atalaya 2007 | 1 de febrero
    • En el extranjero

      Se me asignó a Bolivia, a la ciudad tropical de Santa Cruz, donde había una congregación de unos cincuenta publicadores. Aquel lugar me recordaba el Lejano Oeste de las películas de Hollywood. Debo decir que mi vida de misionera ha sido bastante normal: nunca me he visto amenazada por cocodrilos ni turbas enfurecidas, jamás me he perdido en un desierto ni he naufragado en alta mar. Pero para mí, hacer discípulos ha sido muy emocionante.

      Una de las primeras señoras que estudiaron la Biblia conmigo en Santa Cruz fue Antonia. Dirigir estudios bíblicos en español me costaba trabajo, tanto trabajo que un día su hijito le dijo: “Mami, ¿ella se equivoca a propósito para hacernos reír?”. Con el tiempo, Antonia se hizo discípula cristiana, y su hija Yolanda también. Un amigo de Yolanda, que era estudiante de Derecho, y a quien llamaban Dito, también empezó a estudiar la Biblia y a asistir a las reuniones. Con él aprendí otra lección respecto a enseñar la verdad bíblica: que a veces las personas necesitan un empujoncito.

      Dito empezó a faltar a su estudio bíblico, así que un día le dije: “Dito, Jehová no te obliga a apoyar su Reino. La decisión es tuya”. Cuando me aseguró que quería servir a Dios, le comenté: “Aquí tienes fotos de un líder revolucionario. ¿Crees que quienes las vean concluirán que has optado por apoyar el Reino de Dios?”. Ese fue el empujoncito que él necesitaba.

      Dos semanas después hubo un levantamiento y se produjo un tiroteo entre la policía y los universitarios. “¡Vámonos de aquí!”, le gritó Dito a otro estudiante. “¡No! Este es el gran día que tanto hemos esperado”, respondió el compañero. Entonces agarró un fusil y salió corriendo hacia el techo de la universidad. Él fue uno de los ocho amigos de Dito que murieron ese día. ¿Puede imaginarse lo feliz que me siento cuando veo a Dito, que podría estar muerto si no hubiera decidido abrazar el cristianismo verdadero?

      Contemplo el espíritu de Jehová en acción

      En una ocasión, cuando pasaba frente a una casa que pensé que ya habíamos visitado, salió la dueña y me llamó. Su nombre era Ignacia. Ella sabía algo de los testigos de Jehová, pero la fuerte oposición de su esposo —un policía corpulento llamado Adalberto— le impedía progresar espiritualmente. Ignacia no entendía bien muchas de las enseñanzas fundamentales de la Biblia, así que comencé un estudio bíblico con ella. Aunque Adalberto estaba resuelto a poner fin a las sesiones de estudio, tuve la oportunidad de hablarle largo y tendido sobre otros asuntos. Con aquella charla nació nuestra amistad.

      Imagínese la alegría que sentí al ver a Ignacia convertirse en una cariñosa hermana de la congregación, una hermana que se preocupaba por el bienestar espiritual y físico de los que necesitaban consuelo. Con el tiempo, su marido y tres de sus hijos se hicieron Testigos. De hecho, cuando Adalberto por fin captó el significado de las buenas nuevas, fue a la comisaría y habló con tanto entusiasmo a los policías que obtuvo doscientas suscripciones a las revistas La Atalaya y ¡Despertad!

  • Por qué me deleito en hacer discípulos
    La Atalaya 2007 | 1 de febrero
    • A principios de la década de 1970 vivían en la sucursal de los testigos de Jehová de La Paz doce personas. Con el progreso de la obra del Reino se necesitaron instalaciones más amplias. Estas se construyeron en la floreciente ciudad de Santa Cruz. En 1998, la sucursal se trasladó allí, y a mí se me invitó a formar parte del personal, el cual consta actualmente de más de cincuenta miembros.

      De una sola congregación que había en Santa Cruz en 1966, se han formado más de cincuenta.

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