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    ¡Despertad! 1993 | 22 de agosto
    • Un visitante sorprendente

      Al año siguiente, me encontraba un día sentado en el patio donde la patrona cocía pan en un horno de leña, cuando un hombre se acercó a la entrada. Supuse que tendría algún asunto que tratar con ella, así que le invité a pasar. Entró y se sentó a mi lado. Aunque iba bien vestido, su aspecto delataba que era de antecedentes humildes. Me sorprendió que empezara a hablarme de la Biblia.

      Supe más tarde que su nombre era Adrián Guerra y que era testigo de Jehová. No tardé en darme cuenta de que no leía muy bien. Yo estaba a la defensiva, pero no le tenía miedo. “Después de todo —pensé—, sé latín y griego. He estudiado teología y he pasado años discutiendo sobre filosofía con teólogos y obispos.” No era un sentimiento de orgullo o desprecio, simplemente es que no esperaba aprender nada de él.

      Me preguntó mi opinión sobre la causa del aumento de la maldad en el mundo. Hablamos de ese tema, y me pidió que le mostrara mi Biblia. Para aquel entonces yo me había comprado otra traducción católica recién publicada, la Biblia de Jerusalén. Me hizo leer Revelación 12:12, que dice: “Por eso, regocijaos, cielos y los que en ellos habitáis. ¡Ay de la tierra y del mar! porque el Diablo ha bajado donde vosotros con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo”.

      “Seguramente se refiere al comienzo del pecado”, le repliqué. Me dijo que leyera el contexto, los versículos del 7 al 10 Rev 12:7-10, donde dice que la guerra en el cielo comenzó cuando Cristo llegó a ser Rey y que, como consecuencia, Satanás y sus ángeles fueron arrojados a la Tierra. “Las terribles circunstancias que contemplamos en la actualidad son el resultado del aumento de la cólera del Diablo —explicó Adrián—. Pero podemos alegrarnos de que Cristo sea ahora Rey y de que los días del Diablo estén contados.”

      Me fascinó aprender esto en mi Biblia. Pero también me sorprendió ver a este hombre humilde, con aquella sonrisa tan agradable, sentarse allí y explicarme las Escrituras tan tranquilo.

      Sacio mi sed de Dios

      Adrián me dejó algunas publicaciones y prometió volver. Me alegró recibir de nuevo su visita, y empecé a hacerle preguntas que me habían desconcertado durante mucho tiempo, por ejemplo, “¿cómo es posible que Dios sea una trinidad?”, y “¿por qué estuvo Jesús en el infierno?”. Utilizó una guía bíblica llamada La verdad que lleva a vida eterna, y me hizo leer de mi propia Biblia los textos citados allí que respondían a mis preguntas. Me sentí como un burro. Aprendí que el nombre de Dios es Yavé o Jehová y que él no es una trinidad, que el infierno es la tumba y que Jesús estuvo inconsciente en él durante parte de tres días. (Salmo 16:10; Eclesiastés 9:10; Isaías 42:8.)

      A menudo había inquirido en el seminario sobre la vida en el más allá, y me habían contestado que el cielo es como una gran iglesia en la que todos estarán de pie orando ante Dios. Yo pensaba: “¡Qué aburrimiento!”. Pero con la explicación que entonces se me daba sobre la promesa bíblica de vida eterna en una tierra paradisíaca, mi fe en el amor de Dios a la humanidad se reafirmaba. (Salmo 37:9-11, 39; Revelación 21:3, 4.)

      Después de varias visitas, Adrián llevó un día a un extranjero, al que presentó como superintendente de la congregación. “Hace usted tantas preguntas —me dijo—, que he pensado que este misionero podrá ayudarle mucho mejor que yo.” Pero Adrián me caía bien, y la presencia del misionero me ponía nervioso, así que continué estudiando la Biblia con Adrián. Empecé a asistir a las reuniones en el Salón del Reino, y descubrí que los discursos bíblicos eran muy instructivos.

      Superé el temor

      Con el tiempo, Adrián empezó a animarme a hablar con otros sobre lo que había aprendido. En las reuniones se estimula a los testigos de Jehová a enseñar de casa en casa. De hecho, llegué a darme cuenta de que el tema bíblico que Adrián había comentado conmigo por primera vez —la causa del aumento de la maldad—, había sido el tema de conversación recomendado para los testigos de Jehová de Bolivia aquel mes de 1970. Podía apreciar que la instrucción que Adrián obtenía lo capacitaba para servir a Dios mejor que los diez años de enseñanza que yo había recibido. A pesar de todo, la idea de visitar los hogares de la gente me asustaba, pues era muy diferente de predicar a la gente que iba a la iglesia.

      La siguiente vez que Adrián fue para estudiar conmigo, me escondí y fingí no estar en casa. Debió sospechar lo que pasaba, pues esperó pacientemente afuera durante media hora antes de marcharse. Pero no se dio por vencido. Para mi asombro, volvió a la semana siguiente. De forma gradual, mi amor a Jehová se fortaleció y superé el temor. En 1973 mi esposa y yo nos bautizamos. Porfiria llegó a ser precursora, y sirvió de tiempo completo en la obra de predicar y hacer estudios hasta el mismo día de su muerte, a principios de 1992.

      Adrián llegó a leer con fluidez, y yo ya he servido de anciano en la congregación por muchos años. Ambos seguimos predicando las buenas nuevas del Reino de Dios de casa en casa.

  • Sacié mi sed de Dios
    ¡Despertad! 1993 | 22 de agosto
    • [Fotografía en la página 15]

      Adrián y yo presentamos el mensaje del Reino

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