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    Anuario de los testigos de Jehová 2013
    • El edificio de Betel había llegado al límite de su capacidad. Una hermana planchaba la ropa en el suelo

      Para entonces, los hermanos habían trasladado la sucursal de la calle 39 a una casa de dos plantas con bastante terreno alrededor, ubicada en la avenida Inya, en un barrio de gente adinerada al norte de la ciudad. Sin embargo, el edificio había llegado al límite de su capacidad. El hermano Viv Mouritz, quien por ese tiempo visitó Myanmar como superintendente de zona, recuerda: “Los 25 miembros de la familia Betel trabajaban en condiciones difíciles. No tenían cocina (estufa), así que una hermana hacía las comidas en un hornillo eléctrico. Otra hermana lavaba en un hoyo excavado en el suelo y conectado a un desagüe, ya que tampoco tenían lavadora. Hacía falta comprar estos aparatos, el problema era que sencillamente no se podían importar”.

      Estaba claro que se necesitaban unas instalaciones más grandes. Así que el Cuerpo Gobernante aprobó la propuesta de demoler la casa y levantar en el mismo sitio un edificio de viviendas y oficinas de cuatro plantas. No obstante, para que los hermanos pudieran materializar el proyecto, antes había que superar varios obstáculos enormes. Primero, se necesitaba la aprobación de seis funcionarios del gobierno, cada uno de mayor rango que el anterior. Segundo, los contratistas del país no sabían trabajar con estructuras de acero, así que no podían encargarse de la obra. Tercero, no se permitía la entrada a Myanmar de voluntarios extranjeros. Y por último, los materiales de construcción no se podían obtener localmente ni se podían importar. De más está decir que el proyecto parecía condenado al fracaso. Con todo, los hermanos confiaban en Jehová. Si era su voluntad, la sucursal se construiría (Sal. 127:1).

      No por poder, sino por el espíritu de Jehová

      Kyaw Win, del Departamento de Asuntos Legales de la sucursal, prosigue el relato: “Nuestra solicitud pasó sin problemas por cinco de las seis instancias del gobierno, entre ellas el Ministerio de Asuntos Religiosos. Pero entonces, el Comité de Desarrollo de la ciudad de Yangón alegó que un edificio de cuatro plantas sería demasiado alto y rechazó nuestra solicitud. Volvimos a presentarla, pero sin éxito. Los miembros del Comité de Sucursal me animaron a seguir intentándolo. Así que oré con fervor a Jehová y presenté la solicitud por tercera vez. ¡Y fue aprobada!

      ”El siguiente paso fue ir al Ministerio de Inmigración, donde nos dijeron que a los extranjeros se les concedían únicamente visados de una semana para turismo. Pero cuando les explicamos que nuestros voluntarios internacionales eran expertos que enseñarían técnicas avanzadas de construcción a gente local, les concedieron visados de seis meses.

      ”Luego nos dirigimos al Ministerio de Comercio y allí nos enteramos de que se habían congelado todas las importaciones. Sin embargo, les informamos a los funcionarios sobre la naturaleza de nuestro proyecto y, como resultado, nos otorgaron una licencia para importar materiales de construcción valorados en más de un millón de dólares. Ahora solo faltaba ir al Ministerio de Hacienda para resolver lo del impuesto a las importaciones. De allí salimos con un permiso para importar los materiales sin pagar impuestos. ¡Parecía increíble! En esta y en muchas otras ocasiones, vimos lo ciertas que son las palabras: ‘“No por una fuerza militar, ni por poder, sino por mi espíritu”, ha dicho Jehová de los ejércitos’” (Zac. 4:6).

      En las obras colaboraron hermanos de Myanmar y extranjeros

      En 1997 llegaron los voluntarios. Los hermanos de Australia donaron la mayor parte del material de construcción, y el resto de los suministros vino desde Malasia, Singapur y Tailandia. Bruce Pickering, que colaboró en la supervisión de las obras, relata: “Varios hermanos prefabricaron la estructura de acero completa en Australia y luego viajaron a Myanmar para ensamblarla pieza por pieza. ¡Y todas encajaron a la perfección!”. También llegaron voluntarios de Alemania, Estados Unidos, Fiyi, Gran Bretaña, Grecia y Nueva Zelanda.

      Por primera vez en treinta años, los publicadores de Myanmar pudieron relacionarse libremente con hermanos y hermanas de otros países. “Estábamos tan entusiasmados que nos parecía un sueño —recuerda Donald Dewar—. La espiritualidad, el amor y el espíritu de entrega de los visitantes fue un estímulo enorme.” Otro hermano añade: “Nos enseñaron útiles técnicas de construcción. Publicadores que en su vida solo habían usado velas, aprendieron cómo tender cables para la iluminación eléctrica. Y otros aprendieron a instalar acondicionadores de aire aunque nada más conocían los abanicos de mano. Hasta nos enseñaron a manejar herramientas eléctricas”.

      Betel de Myanmar

      Por su parte, a los voluntarios extranjeros les conmovió la fe y el amor de los hermanos de Myanmar. “Aunque eran pobres, tenían un gran corazón —cuenta Bruce Pickering—. Muchos nos invitaban a comer en sus casas, a pesar de que para ello gastaban lo que les habría servido para alimentar varios días a su familia. Su ejemplo nos recordó lo que es verdaderamente importante en la vida: nuestra relación con Dios, la familia, la hermandad y contar con la bendición divina.”

      Las nuevas instalaciones de la sucursal se dedicaron el 22 de enero de 2000 en una reunión especial celebrada en el Teatro Nacional. Para los hermanos del país fue muy significativo que un miembro del Cuerpo Gobernante, el hermano John E. Barr, presentara el discurso de dedicación.

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