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La perseverancia conduce al progresoLa Atalaya 1995 | 1 de mayo
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Entre las personas a las que ayudé está Joaquim Melo, a quien hallé en el ministerio de casa en casa. Mientras yo hablaba con otros tres hombres que no tenían mucho interés, me di cuenta de que un muchacho se había unido al grupo y estaba escuchándome atentamente. Al percatarme de su interés, me dirigí a él, y después de un amplio testimonio, le invité al Estudio de Libro de Congregación. Aunque no asistió al estudio, fue a la Escuela del Ministerio Teocrático, y después asistió regularmente a todas las reuniones. Progresó con rapidez, se bautizó y por varios años sirvió de ministro viajante con su esposa.
También está Arnaldo Orsi, a quien conocí en mi empleo. Yo solía predicar a un compañero de trabajo, pero me apercibí de que un joven con barba siempre nos escuchaba a cierta distancia, de modo que empecé a hablarle directamente. Pertenecía a una ferviente familia católica, pero me hizo muchas preguntas sobre asuntos como el fumar, la pornografía y el judo. Le mostré lo que la Biblia dice, y para gran sorpresa mía, al día siguiente me llamó para que presenciara cómo rompía su pipa, su encendedor, su crucifijo y sus películas pornográficas, y, además, cómo se afeitaba la barba. Un hombre transformado en cuestión de minutos. También abandonó el judo y me pidió que estudiara la Biblia con él todos los días. A pesar de la oposición de su esposa y su padre, progresó espiritualmente con la ayuda de los hermanos que vivían cerca de él. En poco tiempo se bautizó, y hoy es anciano de congregación. Su esposa y sus hijos también aceptaron la verdad.
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La perseverancia conduce al progresoLa Atalaya 1995 | 1 de mayo
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En aquellos días, la Iglesia Católica organizaba largas procesiones por las calles de São Paulo, y muchas veces iban hombres delante de estas para despejar el camino. Un domingo, mientras papá y yo ofrecíamos La Atalaya y ¡Despertad! en la calle, apareció una larga procesión. Mi padre llevaba sombrero, como era su costumbre. Uno de los hombres que iba delante de la procesión gritó: “¡Quítese el sombrero! ¿No ve que se acerca una procesión?”. Como mi padre no se lo quitó, vinieron más hombres, nos empujaron contra un escaparate y armaron un alboroto. Este incidente llamó la atención a un policía, que acudió al lugar de los hechos. Uno de los hombres lo agarró del brazo para hablarle. “¡Quite las manos de mi uniforme!”, ordenó el policía, empujándole la mano. Entonces preguntó qué sucedía. El hombre explicó que mi padre no se había quitado el sombrero ante la procesión, y añadió: “Soy católico apostólico romano”. La inesperada respuesta fue: “¿Dice usted que es romano? ¡Pues regrese a Roma! Esto es Brasil”. Entonces se dirigió a nosotros y nos preguntó: “¿Quién estaba aquí primero?”. Cuando mi padre le contestó que nosotros, el policía despidió a los demás hombres y nos dijo que siguiéramos con nuestra labor. Permaneció junto a nosotros hasta que pasó toda la procesión, y el sombrero de papá no se movió de su lugar.
Incidentes como este eran raros, pero cuando sucedían, nos animaba saber que había gente que creía en la justicia para las minorías y no se doblegaba ante la Iglesia Católica.
En otra ocasión, encontré a un adolescente que mostró interés y me pidió que volviera la semana siguiente. Cuando regresé, me recibió bien y me invitó a pasar. ¡Cuál no fue mi sorpresa al ver a una banda de jóvenes alrededor mío burlándose de mí e intentando provocarme! El ambiente se puso tenso, y pensé que pronto me atacarían. Le dije al joven que me había invitado que él sería el responsable si me sucedía algo y que mi familia sabía dónde estaba. Les pedí que me dejaran salir, y accedieron. Sin embargo, antes de marcharme, les dije que si alguno quería hablar conmigo a solas, yo estaba dispuesto. Más tarde me enteré de que era un grupo fanático, amigos del sacerdote del barrio, que los había convocado para esta ocasión. Me alegré de no haber caído en sus manos.
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