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  • Jehová bendijo mi resolución
    La Atalaya 1990 | 1 de octubre
    • Mi territorio era inmenso, pues incluía secciones residenciales y comerciales de São Paulo. Yo colocaba centenares de libros y folletos en manos de la gente cada mes. Cierta mañana entré en una sala grande donde trabajaban varios hombres. Abordé al primero y le ofrecí el libro “La verdad os hará libres”.

      “¿Cuántos libros tiene en su maletín?”, preguntó.

      “Unos veinte”, contesté. Los tomó todos y los repartió a los trabajadores allí. ¡Resulta que yo había entrado en el Ayuntamiento!

  • Jehová bendijo mi resolución
    La Atalaya 1990 | 1 de octubre
    • Por ejemplo, en cierta ocasión hicimos arreglos para reunirnos en una escuela local al lado de un parque. Había una pequeña taberna y una iglesia católica al otro lado del parque. Puesto que el maestro no llegó para abrir la escuela, decidí pronunciar el discurso en el parque. Poco después de haber empezado a hablar, media docena de hombres salieron de la taberna y se pusieron a gritar y hacer ademanes. Después nos enteramos de que el sacerdote les había pagado para que hicieran aquello.

      Alcé la voz y hablé directamente a ellos. Dejaron de gritar, y uno de ellos dijo: “Está hablando de Dios. ¿Por qué nos dijo el sacerdote que este hombre es del Diablo?”. Cuando el sacerdote vio que los hombres no iban a disolver la reunión, se subió a su “jeep” y empezó a conducirlo alrededor del parque mientras gritaba: “¡Ningún católico debe asistir a esta reunión!”. Nadie se movió, y la reunión siguió en paz.

      En Mirante do Paranapanema, São Paulo, visité al jefe de la policía y le expliqué el propósito de nuestra obra y solicité un salón para pronunciar un discurso público. Él nos consiguió uno. También le avisamos que prepararíamos hojas sueltas para anunciar el discurso. “¿Dónde van a distribuirlas?”, preguntó. Después que le indicamos, nos pidió algunas para distribuirlas en otra sección del pueblo. El domingo asistió a la reunión y trajo consigo a dos policías, y dijo: “Es para mantener el orden”.

      “¿Quiere que lo presente al auditorio?”, preguntó.

      “Con gusto —contesté—, pero permítame explicarle cómo presentamos a nuestros discursantes.” Después que me presentó, se sentó en la plataforma de los discursantes para escuchar. Créamelo, fue un auditorio muy atento. No hubo ningún problema, pues, imagínese: ¡había dos policías al lado de la puerta, y el jefe de la policía estaba en la plataforma!

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