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BrasilAnuario de los testigos de Jehová 1997
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El rápido aumento en la cantidad de publicadores ha creado la necesidad de más pastores espirituales que cuiden del rebaño de Dios. (Hech. 20:28; 1 Ped. 5:2.) No solo hacen falta ancianos que atiendan las congregaciones, sino también superintendentes capacitados que puedan viajar a fin de supervisar con amor circuitos y distritos. Algunos hermanos llevan más de treinta años entregados al servicio de superintendentes viajantes. Cada año se forman como promedio doce nuevos circuitos, y actualmente hay 326 superintendentes de circuito y veintiuno de distrito en el campo brasileño. Estos hermanos manifiestan un espíritu excelente: están dispuestos a servir en cualquier lugar, prescindiendo de las condiciones.
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BrasilAnuario de los testigos de Jehová 1997
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¿Qué pudiera implicar esto? Algunos han dejado hogares cómodos y ahora aceptan gustosamente alojamiento en las diversas condiciones en que viven nuestros hermanos. Como el clima es tropical, tienen que habérselas con mosquitos y otros insectos. Debido al calor, algunos duermen en hamacas en vez de camas. Hay hogares que tienen techo pero no paredes. En las zonas aisladas han de desplazarse en barcas, caballos, autobuses desvencijados, o simplemente caminando.
José Vertematti, que en los años setenta fue superintendente de circuito en Maranhão, escribió: “Para llegar a las congregaciones de Sítio Ceará y Guimarães, mi esposa Mazolina y yo teníamos que viajar dos horas en barca y después esperar cualquier medio de transporte que pasara, porque no había servicio de autobuses. En varias ocasiones nos desplazamos en camión, Mazolina en la cabina y yo entre la carga, que podía consistir en cerdos, pollos, cabras o sacos de harina, arroz y frijoles. Cuando el camión se atascaba en el lodo, teníamos que salir a empujar. Si todo iba bien, esta parte del trayecto tomaba unas cinco horas. Después caminábamos otras cuatro horas para llegar al Salón del Reino”. Los Testigos de aquellos lugares apreciaban mucho estas visitas.
Para asistir a las reuniones en el Salón del Reino de Guimarães, algunos hermanos tenían que caminar semanalmente unos 30 kilómetros [20 millas], lo que les tomaba de cinco a seis horas. Durante la visita del superintendente de circuito, se quedaban en el pueblo toda la semana a fin de aprovecharla al máximo.
Hay circuitos que abarcan extensiones enormes, aunque escasamente pobladas. Por ejemplo, durante los años ochenta había un circuito que incluía los estados de Acre, Rondônia y secciones del Mato-Grosso y Amazonas, con una extensión equivalente a la de España. Cuando servía en aquel circuito, Adenir Almeida visitó la congregación de Lábrea (Amazonas), un pueblo donde muchas personas padecían la enfermedad de Hansen, es decir, la lepra. Para llegar allí, viajó cuatro horas en autobús, pasó la noche en una casa de huéspedes y salió por la mañana, junto con otros ocho pasajeros, en un camión cargado de bebidas alcohólicas. Después de viajar varias horas, y con el calor que hacía, todos tenían mucha sed. El único líquido disponible estaba en aquellas botellas. El hermano Almeida admite que en esas circunstancias fue difícil rechazar el trago que le ofrecieron de las botellas que sustrajeron del cargamento. Después de viajar diez horas bajo un sol ardiente, entre polvaredas y luego lluvia, llegaron por fin a Lábrea. Allí lo recibió toda la congregación: dos precursores especiales y dos publicadores no bautizados. El domingo tuvo el placer de bautizar a los dos publicadores.
En el caso de Wladimir Aleksandruk, hermano soltero que ha servido de superintendente viajante durante casi treinta años, el alojamiento ha incluido la cárcel local. En 1972 visitó a una publicadora aislada cuyo esposo no era creyente. El pueblo era pequeño y no había hotel, así que el superintendente de circuito se fue a dormir a la cárcel. Se ríe cuando lo recuerda: “Como la gente me veía entrar y salir de la cárcel a mi antojo, vestido de traje y corbata, todo el mundo pensó que yo era el nuevo jefe de policía. Al principio estuve solo, pero al día siguiente me acompañó un hombre que había robado un cerdo. Así que aproveché para darle testimonio”.
Estos abnegados superintendentes admiten sin dudarlo que el amor y el celo sincero de los hermanos compensan con creces toda incomodidad o falta de intimidad.
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