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Mi familia sirve unida a JehováLa Atalaya 1996 | 1 de octubre
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Feliz en el servicio de tiempo completo
En enero de 1954, cuando solo contaba 22 años, me aceptaron para servir en la sucursal de los testigos de Jehová, conocida como Betel. Al llegar, me sorprendió ver que el superintendente de la sucursal, Richard Mucha, era un hombre tan solo dos años mayor que yo. En 1955 surgió una necesidad de superintendentes viajantes, y estuve entre los cinco hombres a quienes se invitó para participar en este servicio.
Mi asignación fue el estado de Rio Grande do Sul. Cuando empecé, solo había ocho congregaciones de testigos de Jehová, pero en cuestión de dieciocho meses se formaron dos nuevas congregaciones y veinte grupos aislados. En esta zona hay actualmente quince circuitos de testigos de Jehová, cada uno compuesto por unas veinte congregaciones. A finales de 1956 me dijeron que habían dividido mi circuito en cuatro más pequeños que se asignarían a cuatro siervos de circuito, y me pidieron que regresara a Betel para recibir una nueva asignación.
Me llevé la agradable sorpresa de ser asignado al norte de Brasil en calidad de siervo de distrito, ministro viajante que atiende unos cuantos circuitos. Brasil tenía en aquel entonces 12.000 ministros de los testigos de Jehová, y el país estaba dividido en dos distritos. Richard Wuttke atendía el distrito del sur y yo el del norte. En Betel nos enseñaron a utilizar un proyector para presentar las películas producidas por los testigos de Jehová, a saber, La Sociedad del Nuevo Mundo en acción y La felicidad de la Sociedad del Nuevo Mundo.
Viajar en aquellos días era bastante diferente. Ningún Testigo tenía automóvil, de modo que me vi obligado a viajar en canoa, en bote de remos, en carreta, a caballo, en camión y una vez en avioneta. Fue emocionante sobrevolar la selva amazónica para llegar a Santarém, una ciudad a mitad de camino entre Belém, en la desembocadura del Amazonas, y Manaus, la capital del estado de Amazonas. En aquel tiempo los siervos de distrito atendíamos pocas asambleas de circuito, por lo que yo pasaba gran parte de mi tiempo proyectando las películas de la Sociedad. En las grandes ciudades la asistencia llegaba a centenares.
Lo que más me impresionó del norte de Brasil fue la región amazónica. Mientras servía allí, en abril de 1957, el río Amazonas y sus afluentes se desbordaron. Tuve el privilegio de mostrar una de las películas en la selva, para lo cual extendí una pantalla improvisada entre dos árboles. La energía para el proyector provino de una lancha motora anclada en un río cercano. Para la mayor parte del auditorio aquella era la primera película que jamás habían visto.
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A poco de regresar a Betel conocí a Clara Berndt, y en marzo de 1959 nos casamos. Nos asignaron a la obra de circuito en el estado de Bahia, donde servimos por aproximadamente un año. Clara y yo todavía recordamos con gozo la humildad, la hospitalidad, el celo y el amor de aquellos hermanos; eran pobres en sentido material, pero ricos en fruto del Reino. Posteriormente nos cambiaron al estado de São Paulo. Mi esposa quedó encinta en aquella localidad en 1960, por lo cual tuvimos que dejar el ministerio de tiempo completo.
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