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  • La venta de sangre es un gran negocio
    ¡Despertad! 1990 | 22 de octubre
    • La venta de sangre es un gran negocio

      ¡ORO ROJO! Como su apelativo indica, se trata de una sustancia muy apreciada. Es un líquido precioso, un recurso natural primordial que no solo se ha comparado al oro, sino también al petróleo y al carbón. Sin embargo, el oro rojo no se extrae de venas o filones en la roca con perforadoras y dinamita, sino de la gente y empleando métodos mucho más sutiles.

      “Por favor, mi hijita necesita sangre”, implora un cartel en una concurrida avenida de la ciudad de Nueva York. Otros carteles dicen: “Si eres donante, eres la persona sin la que este mundo no puede vivir”. “Tu sangre cuenta. Tiende un brazo.”

      Es evidente que las personas que desean ayudar a los demás captan el mensaje. Por todo el mundo, gran número de personas hacen cola para donar sangre. No hay duda de que la mayoría, así como los que recogen sangre y los que la transfunden, desean sinceramente ayudar a los que sufren, y creen que lo están haciendo.

      Sin embargo, una vez donada y antes de que se transfunda, la sangre pasa por más manos y es sometida a más procedimientos de lo que la mayoría nos imaginamos. Al igual que el oro, la sangre alienta la codicia. Se sacan ganancias con su venta y luego se puede revender con mayores beneficios. Algunas personas luchan por el derecho de recogerla, la venden a precios exorbitantes, ganan fortunas y hasta la pasan de contrabando de un país a otro. La venta de sangre es un gran negocio por todo el mundo.

      Tiempo atrás, en Estados Unidos la sangre de los donantes se pagaba en el acto. Sin embargo, en 1971 el autor británico Richard Titmuss formuló la acusación de que inducir a los pobres y a los enfermos a donar sangre por un puñado de dólares, hacía que el sistema americano fuese inseguro. Afirmó además que no era ético obtener lucro de donar sangre para ayudar a otros. Estos argumentos contribuyeron a que en Estados Unidos se dejase de retribuir a los donantes de sangre completa (aunque este sistema sigue practicándose en algunos países). De todas formas, eso no hizo que el mercado de la sangre fuese menos lucrativo. ¿Por qué?

      Cómo la sangre ha seguido siendo lucrativa

      En la década de los cuarenta, los científicos empezaron a dividir la sangre en componentes. Ese proceso, llamado ahora fraccionamiento, ha hecho que la sangre se convierta en un negocio aún más lucrativo. ¿Cómo? Pues, tal como un modelo reciente de automóvil una vez desarmado y vendido por piezas puede valer hasta cinco veces más que entero, la sangre también tiene mucho más valor cuando se divide en sus componentes y se venden por separado.

      El plasma, que compone más o menos la mitad del volumen total de la sangre, es un componente sanguíneo especialmente lucrativo. Como no está integrado por ninguno de los componentes celulares de la sangre —glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas—, se puede secar y almacenar. Además, a un donante se le permite dar sangre completa solo cinco veces al año, pero puede dar plasma hasta dos veces por semana si se practica la plasmaféresis, proceso que consiste en extraer sangre completa, separar el plasma y volver a inyectar los componentes celulares en el donante.

      En Estados Unidos todavía se permite la donación retribuida de plasma, así como el que una persona done unas cuatro veces más plasma al año de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud. No es de extrañar entonces que Estados Unidos recoja más del 60% del suministro de plasma mundial. Todo ese plasma vale por sí solo unos 450 millones de dólares (E.U.A.), pero en el mercado alcanza un valor muy superior porque también puede separarse en diversos ingredientes. Por todo el mundo el plasma constituye el fundamento para una industria que logra nada menos que dos mil millones de dólares (E.U.A.) anuales.

      Según el periódico Mainichi Shimbun Japón consume alrededor de la tercera parte del plasma mundial y el 96% de su consumo lo importa, principalmente de Estados Unidos. Algunos críticos japoneses lo han llamado “el vampiro del mundo”, y el Ministerio de Sanidad y Seguridad Social de Japón ha tratado de reprimir ese comercio diciendo que no es razonable lucrarse con la sangre. De hecho, dicho Ministerio acusa a las instituciones médicas de Japón de sacar de tan solo un componente del plasma —la albúmina— unos doscientos millones de dólares (E.U.A.) de beneficios anuales.

      La República Federal de Alemania consume más derivados de la sangre que el resto de Europa junta, una cantidad mayor por persona que cualquier otro país del mundo. El libro Zum Beispiel Blut (Por ejemplo, sangre) dice acerca de los hemoderivados: “Más de la mitad se importan, principalmente de Estados Unidos, pero también del Tercer Mundo. Tanto en un caso como en otro procede de personas de pocos recursos que quieren mejorar sus ingresos donando plasma”. Algunas de estas personas mueren debido a la gran cantidad de sangre que donan.

      Muchos bancos comerciales de plasma están situados estratégicamente en zonas donde la gente tiene pocos ingresos o junto a las fronteras de los países más pobres. Se lo extraen a los indigentes y los desamparados, personas que están más que dispuestas a trocar su plasma por dinero y tienen suficientes razones para dar más de lo que deberían o para esconder cualesquier enfermedades que tengan. El tráfico de plasma ha surgido en 25 países por todo el mundo, y tan pronto como se detiene en un país, brota en otro. El contrabando y el soborno de funcionarios no es infrecuente.

      Lucro en el ámbito de lo no comercial

      Sin embargo, últimamente los bancos de sangre no comerciales también han sido objeto de duras críticas. En 1986 la reportera Andrea Rock alegó en la revista Money que extraer de los donantes una unidad de sangre cuesta 57,50 dólares (E.U.A.) a los bancos de sangre, que a los hospitales les cuesta 88 dólares comprársela a los citados bancos y que a los pacientes les cuesta de 375 a 600 dólares recibirla en transfusión.

      ¿Ha cambiado la situación desde entonces? En septiembre de 1989 el reportero Gilbert M. Gaul del periódico The Philadelphia Inquirer escribió una serie de artículos sobre el sistema de bancos de sangre en Estados Unidos.a Tras un año de investigaciones informó que algunos bancos de sangre suplican que la gente done sangre, y luego se dan la vuelta y venden hasta la mitad de esa sangre a otros bancos, con una ganancia considerable. Gaul calculó que los bancos de sangre comercian de esta manera con aproximadamente medio millón de litros de sangre cada año en un turbio mercado de 50 millones de dólares (E.U.A.) que en cierto modo funciona como una bolsa de valores.

      No obstante, existe una diferencia clave: esta bolsa de valores sanguíneos no está controlada por el gobierno. Nadie puede determinar su alcance con exactitud y mucho menos regular sus precios. Y gran número de donantes de sangre no saben nada al respecto. “Se está engañando a la gente —declaró a The Philadelphia Inquirer el gerente jubilado de un banco de sangre—. Nadie les dice que nosotros nos quedamos con su sangre. Se pondrían furiosos si lo supieran.” Un funcionario de la Cruz Roja lo expresó de forma muy concisa: “Los bancos de sangre han engañado al público americano por años”.

      Tan solo en Estados Unidos, los bancos de sangre recogen unos seis millones y medio de litros de sangre cada año y venden más de 30 millones de unidades de derivados sanguíneos por unos mil millones de dólares (E.U.A.), lo que representa una enorme cantidad de dinero. Sin embargo, los bancos de sangre no utilizan el término “ganancia”, sino que prefieren llamarlo “excedente con relación a los gastos”. Por ejemplo, entre 1980 y 1987 la Cruz Roja tuvo 300 millones de dólares (E.U.A.) de “excedente con relación a los gastos”.

      Los bancos de sangre objetan diciendo que no son organizaciones lucrativas. Afirman que, a diferencia de las grandes empresas de Wall Street, su dinero no va a parar a accionistas. Pero si la Cruz Roja los tuviese estaría clasificada entre las empresas más lucrativas de Estados Unidos, como la General Motors. Los que ocupan altos cargos en los bancos de sangre perciben buenos salarios. El 25% de los que ocupaban estos puestos en los 62 bancos de sangre que examinó The Philadelphia Inquirer ganaban más de 100.000 dólares (E.U.A.) al año, y había quienes ganaban más del doble.

      Los bancos de sangre también afirman que no “venden” la sangre que recogen, sino que solo cobran los costes de tratamiento. Sin embargo, el gerente de un banco de sangre replica a esa afirmación diciendo: “Me exaspero cuando la Cruz Roja dice que no vende sangre. Es como si un supermercado dijese que solo cobra el envase, no la leche”.

      El mercado mundial

      La industria de la sangre completa —al igual que la del plasma— se extiende por todo el mundo, y lo mismo sucede con las críticas en su contra. Por ejemplo, la Cruz Roja japonesa provocó mucha indignación cuando en octubre de 1989 trató de abrirse paso a codazos en el mercado japonés concediendo grandes descuentos en los productos extraídos de sangre donada. Los hospitales obtuvieron cuantiosas ganancias declarando en sus formularios de seguros que habían comprado la sangre a los precios estándar.

      Según el periódico tailandés The Nation algunos países asiáticos han tenido que restringir el mercado de oro rojo poniendo fin a las donaciones retribuidas. En India hasta 500.000 personas venden su sangre para ganarse la vida, y algunas, demacradas y menesterosas, se disfrazan para poder donar más sangre de la permitida. En el caso de otras personas, son los propios bancos de sangre los que deliberadamente les extraen más sangre de la cuenta.

      En su libro Blood: Gift or Merchandise (Sangre: regalo o mercancía) Piet J. Hagen afirma que donde las turbias actividades de los bancos de sangre son peores es en Brasil. Los centenares de bancos de sangre comerciales de ese país dirigen un mercado de 70 millones de dólares (E.U.A.) que atrae a personas sin escrúpulos. Según el libro Bluternte (Cosecha de sangre) los pobres y desempleados acuden en grandes cantidades a los incontables bancos de sangre de Bogotá (Colombia) para vender medio litro por la exigua cantidad de 350 a 500 pesos. Por la misma cantidad de sangre, los pacientes pueden llegar a pagar entre 4.000 y 6.000 pesos.

      De todo lo dicho se desprende con claridad por lo menos una conclusión que es verídica en todo el mundo: la venta de sangre es un gran negocio. “¿Y qué? —quizás pregunte— ¿por qué no puede serlo?”

      Veamos, ¿qué factor hace que muchas personas desconfíen de los grandes negocios en general? La codicia. La codicia se manifiesta, por ejemplo, cuando los grandes negocios persuaden a la gente para que compre cosas que en realidad no necesita; o peor aún, cuando impone al público productos que se ha comprobado que son peligrosos o cuando rehúsa gastar dinero para que sus productos sean más seguros.

      Si el negocio de la sangre está contaminado con esa clase de codicia, la vida de millones de personas por todo el mundo se encuentra en grave peligro. ¿Ha corrompido la codicia el negocio de la sangre?

      [Nota a pie de página]

      a En abril de 1990 las averiguaciones de Gaul ganaron el premio Pulitzer de servicios prestados a la sociedad y provocaron una importante investigación de la industria de la sangre por parte del Congreso a finales de 1989.

      [Diagrama en la página 4]

      (Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

      Principales componentes de la sangre

      Plasma: cerca del 55% de la sangre. El 92% es agua; el resto está compuesto de proteínas complejas, como globulinas, fibrinógeno y albúmina

      Plaquetas: cerca del 0,17% de la sangre

      Glóbulos blancos: cerca del 0,1%

      Glóbulos rojos: cerca del 45%

      [Recuadro/Ilustración en la página 6]

      Tráfico de placentas

      Probablemente muy pocas mujeres que acaban de dar a luz se preguntan lo que sucede con la placenta, la masa de tejido que nutre al feto mientras está en la matriz. Según el periódico The Philadelphia Inquirer muchos hospitales las guardan, las congelan y las venden. Tan solo en 1987, Estados Unidos envió unos 800.000 kilogramos de placentas al extranjero y una empresa de los alrededores de París (Francia) compra diariamente 15 toneladas. Las placentas constituyen una fuente asequible de plasma sanguíneo materno, que la compañía elabora a fin de producir diversos fármacos que se venden a unos cien países.

  • ¿Legado de vida o beso mortal?
    ¡Despertad! 1990 | 22 de octubre
    • ¿Legado de vida o beso mortal?

      “¿Cuántas personas tienen que morir? ¿Cuántas muertes necesitan ustedes? Dígannos la cantidad mínima de muertes que necesitan para confirmar este hecho.”

      DON FRANCIS, representante del Centro para el Control de la Enfermedad de Estados Unidos (CDC) dio un puñetazo sobre la mesa mientras gritaba esas palabras en una reunión con los más altos representantes de la industria de los bancos de sangre. El CDC intentaba convencer a los bancos de sangre de que el sida se estaba propagando a través del suministro de sangre de la nación.

      No obstante, los bancos de sangre se mostraron escépticos. Dijeron que la prueba era poco convincente —solo un reducido número de casos— y decidieron no aumentar la cantidad de análisis o pruebas que hacían a la sangre. Eso sucedía el 4 de enero de 1983. Seis meses después el presidente de la Asociación Americana de Bancos de Sangre declaró: “El público en general no corre prácticamente ningún peligro”.

      Para muchos expertos, ya existía suficiente prueba para justificar que se tomase acción. Desde entonces, aquel “reducido número de casos” originales había aumentado de forma alarmante. Antes de 1985, es posible que unas veinticuatro mil personas recibieran transfusiones de sangre contaminada con el VIH (virus de inmunodeficiencia humana), el virus del sida.

      La sangre contaminada constituye una manera terriblemente eficiente de diseminar el virus del sida. Según la revista The New England Journal of Medicine (14 de diciembre de 1989) una sola unidad de sangre puede contener suficiente cantidad de virus como para causar hasta 1,75 millones de infecciones. El CDC dijo a ¡Despertad! que en junio de 1990, tan solo en Estados Unidos, ya existían 3.263 casos de sida como consecuencia de transfusiones de sangre, componentes sanguíneos y trasplantes de tejidos.

      De todas formas, no son más que cifras y no pueden expresar las inmensurables tragedias que han vivido esas personas. Por ejemplo, considere el lamentable caso de Frances Borchelt, mujer de setenta y un años. A pesar de haber expresado tajantemente a los médicos su deseo de que no le administrasen una transfusión de sangre, se la pusieron. Tras una penosa agonía, murió de sida ante la mirada impotente de su familia.

      O piense en la triste historia de una muchacha de diecisiete años que tenía hemorragias menstruales y le pusieron dos unidades de sangre tan solo para combatir la anemia. A los diecinueve años, estando embarazada, descubrió que la transfusión le había transmitido el virus del sida. A los veintidós años se le manifestó la enfermedad. Además de saber que pronto iba a morir, se quedó con la incertidumbre de si había pasado la enfermedad a su bebé. La lista de tragedias aumenta sin cesar por todo el mundo y abarca desde bebés hasta personas de edad avanzada.

      En 1987 el libro Autologous and Directed Blood Programs, publicado por una asociación de bancos de sangre, lamentaba: “Casi tan pronto como los grupos de riesgo originales quedaron definidos ocurrió lo impensable: la demostración de que esta enfermedad potencialmente letal [el sida] podía transmitirse, y se estaba transmitiendo, a través del suministro de sangre procedente de donantes voluntarios. Esta fue la más amarga de todas las ironías médicas: la sangre, ese precioso regalo dador de vida, podía convertirse en un instrumento de muerte”.

      Hasta medicamentos derivados del plasma ayudaban a propagarla por todo el mundo. Los hemofílicos, que en su mayoría utilizan un agente coagulante derivado del plasma como tratamiento, quedaron diezmados. En Estados Unidos entre el 60 y el 90% de los hemofílicos contrajeron la enfermedad antes de que se instaurase un método de tratamiento térmico del fármaco para librarlo del VIH.

      Pero hasta el día de hoy, la sangre todavía no está libre de sida. Y el sida no es ni mucho menos el único peligro que se deriva de las transfusiones de sangre.

      Riesgos que empequeñecen al sida

      “Es la sustancia más peligrosa empleada en medicina”, afirma el doctor Charles Huggins respecto a la sangre. Su opinión es autorizada, pues es el director del servicio de transfusiones de sangre en un hospital de Massachusetts (E.U.A.). Muchos piensan que para hacer una transfusión tan solo hay que encontrar a alguien con un tipo de sangre compatible. Pero aparte de las pruebas cruzadas rutinarias para determinar los tipos ABO y el factor Rh, quizás haya unas cuatrocientas diferencias más para las que no se hacen pruebas. Como indica el cirujano cardiovascular Denton Cooley: “Una transfusión sanguínea es un trasplante de un órgano. [...] Creo que existe cierto grado de incompatibilidad en casi todas las transfusiones”.

      No sorprende que la transfusión de una sustancia tan compleja —según lo expresó cierto cirujano— pudiera “confundir” al sistema inmunológico del cuerpo. De hecho, puede entorpecer el proceso inmunológico hasta por un año, algo que en opinión de algunos constituye el aspecto más amenazante de las transfusiones.

      A este hecho hay que añadir las enfermedades infecciosas. Tienen nombres exóticos —como la enfermedad de Chagas y el citomegalovirus— y sus efectos van desde fiebre y escalofríos hasta la misma muerte. El doctor Joseph Feldschuh de la universidad Cornell de Medicina dice que existe una posibilidad entre diez de contraer algún tipo de infección por causa de una transfusión. Es como jugar a la ruleta rusa con un revólver de 10 cartuchos. Estudios recientes también han mostrado que las transfusiones de sangre administradas durante operaciones de cáncer pueden incrementar el riesgo de que la enfermedad reaparezca.

      No es raro, pues, que un programa de noticias televisadas afirmara que una transfusión sanguínea pudiera ser el mayor obstáculo para recuperarse de una operación quirúrgica. La hepatitis infecta a centenares de miles de personas y mata a muchos más receptores de transfusiones que el sida, pero recibe poca publicidad. Aunque nadie sabe la cantidad de vidas que siega, el economista Ross Eckert dice que pudiera equivaler al número de víctimas mortales que se producirían si un avión DC-10 lleno de pasajeros se estrellara cada mes.

      El riesgo y los bancos de sangre

      ¿Cómo han respondido los bancos de sangre ante el descubrimiento de que su producto encierra todos esos riesgos? Según los críticos, mal. En 1988 un informe titulado Report of the Presidential Commission on the Human Immunodeficiency Virus Epidemic (Informe de la comisión presidencial sobre la epidemia del virus de inmunodeficiencia humana) acusaba a esa industria de ser “innecesariamente lenta” en reaccionar a la amenaza del sida. Se había instado a los bancos de sangre para que desanimasen de donar sangre a los grupos de alto riesgo y también a que analizaran la sangre donada para saber si procedía de donantes que perteneciesen a estos grupos. Sin embargo, los bancos de sangre no actuaron con rapidez y desdeñaron los riesgos, tachándolos de mera histeria. ¿Por qué?

      En su libro And the Band Played On (Y la banda seguía tocando) Randy Shilts formula la acusación de que algunos bancos de sangre se negaron a hacer pruebas adicionales “casi únicamente por razones económicas. Aunque la industria de la sangre está dirigida principalmente por organizaciones no lucrativas como la Cruz Roja, dicho comercio proporcionaba grandes cantidades de dinero, con ingresos anuales de mil millones de dólares (E.U.A.). Su negocio de suministrar la sangre para tres millones y medio de transfusiones al año se veía amenazado”.

      Además, en vista de que los bancos de sangre no comerciales dependen tanto de donantes voluntarios, no se atrevían a ofender a ninguno por excluir a ciertos grupos de alto riesgo, en particular a los homosexuales. Los defensores de los derechos de los homosexuales les advirtieron que si les prohibían donar sangre, violarían sus derechos civiles y manifestarían una mentalidad semejante a la que reinaba en los campos de concentración del pasado.

      La pérdida de donantes y la adición de nuevas pruebas también costaría más dinero. En la primavera de 1983, el banco de sangre de la universidad de Stanford (California, E.U.A.) fue el primero en utilizar un análisis especial de sangre que podía indicar si procedía de donantes que perteneciesen a un grupo de alto riesgo. Otros bancos de sangre criticaron la medida diciendo que era una estratagema comercial para atraer a más pacientes. Es cierto que las pruebas aumentan los precios, pero según lo expresó un matrimonio a cuyo bebé se le transfundió sangre sin ellos saberlo, “habríamos pagado con gusto otros 5 dólares (E.U.A.) por medio litro” para que se hubiesen hecho esas pruebas. Su bebé murió de sida.

      El instinto de conservación

      Según algunos expertos, los bancos de sangre responden con lentitud a los peligros de la sangre porque no tienen que rendir cuentas por las consecuencias de sus fracasos. Por ejemplo, según el informe publicado en The Philadelphia Inquirer, la FDA (Administración para los Fármacos y los Alimentos de Estados Unidos) es responsable de hacer que los bancos de sangre satisfagan los requisitos, pero la estipulación de esos requisitos mínimos la deja en gran medida en manos de los bancos de sangre. Además algunos funcionarios de la FDA son ex altos cargos de la industria de la sangre. Por consiguiente, en los bancos de sangre disminuyó la frecuencia de las inspecciones a medida que se desarrollaba la crisis del sida.

      Los bancos de sangre de Estados Unidos también han luchado a favor de una legislación que les proteja de pleitos. En casi todos los estados, la ley ahora dictamina que la sangre es un servicio, no un producto. Eso significa que para demandar a un banco de sangre se tiene que demostrar que ha habido negligencia, un obstáculo legal difícil de superar. Puede ser que estas leyes protejan a los bancos de sangre de los pleitos, pero no hacen que la sangre sea más segura para los pacientes.

      Como razona el economista Ross Eckert, si a los bancos de sangre se les hiciese responsables ante la ley de la sangre con la que comercian, se preocuparían más de asegurarse de su calidad. Aaron Kellner, gerente ya jubilado de un banco de sangre, concuerda diciendo: “Con un poco de alquimia legal, la sangre se convirtió en un servicio. Todo el mundo estaba protegido, bueno, todo el mundo a excepción de la víctima inocente: el paciente”. Y añade: “Por lo menos podríamos haber señalado la falta de equidad, pero no lo hicimos. Estábamos tan preocupados por el peligro que nosotros corríamos que ¿dónde estaba nuestro interés por el paciente?”.

      La conclusión resulta ineludible. La industria de los bancos de sangre está mucho más interesada en protegerse a sí misma económicamente que en proteger a la gente de los peligros de su producto. “Pero, ¿importan realmente todos esos peligros —alguien pudiera razonar— si la sangre es el único tratamiento posible para salvar una vida? ¿No superan los beneficios a los riesgos?” Sin duda son buenas preguntas. ¿Hasta qué grado son necesarias las transfusiones?

      [Comentario en la página 9]

      Los médicos hacen grandes esfuerzos por protegerse de la sangre de sus pacientes, pero ¿están los pacientes lo bastante protegidos de la sangre que se les transfunde?

      [Ilustración en la página 10]

      Que la sangre sea un remedio que salva vidas es discutible, pero lo que es indudable es que mata a las personas

      [Recuadro en la página 11]

      Las transfusiones de sangre y el cáncer

      Los científicos se están dando cuenta que la sangre transfundida puede entorpecer el sistema inmunológico y como consecuencia afectar adversamente el índice de supervivencia de los operados de cáncer. En su número del 15 de febrero de 1987 la revista Cancer comentaba sobre un estudio informativo llevado a cabo en los Países Bajos. “En los pacientes con cáncer de colon —decía la revista— se observó que las transfusiones tenían un efecto muy adverso en la supervivencia a largo plazo. En este grupo la supervivencia global al cabo de cinco años era de un 48% para los pacientes que recibieron transfusiones y de un 74% para los que no las recibieron.”

      Un grupo de médicos de la universidad de Southern California también descubrió que de los pacientes operados de cáncer, había muchos más casos de recurrencia de la enfermedad entre los que habían recibido una transfusión. La revista Annals of Otology, Rhinology & Laryngology de marzo de 1989 informó lo siguiente en un estudio de seguimiento que estos mismos médicos efectuaron a cien pacientes: “El índice de recurrencia de todos los cánceres de laringe fue de un 14% para los que no recibieron sangre y de un 65% para los que sí recibieron. Para los casos de cáncer de la cavidad oral, faringe y nariz o senos paranasales, el índice de recurrencia fue de un 71% con transfusiones y de un 31% sin ellas”.

      En su artículo Blood Transfusions and Surgery for Cancer (Las transfusiones de sangre y las operaciones de cáncer) el doctor John S. Spratt concluyó: “El cirujano de cáncer puede que necesite convertirse en un cirujano sin sangre”. (The American Journal of Surgery, septiembre de 1986.)

      [Recuadro/Ilustración en las páginas 8, 9]

      ¿Está hoy la sangre libre del sida?

      “SON buenas noticias sanguíneas” rezaba un titular del periódico Daily News de Nueva York el 5 de octubre de 1989. El artículo decía que las posibilidades de contraer el sida como consecuencia de una transfusión de sangre son de 1 por cada 28.000. Explicaba que la efectividad del proceso para mantener el virus fuera del suministro sanguíneo es actualmente de un 99,9%.

      En la industria de los bancos de sangre impera un optimismo similar. Afirman que ‘el suministro de sangre es más seguro que nunca’. El presidente de la Asociación Americana de Bancos de Sangre dijo que el riesgo de contraer sida a través de la sangre había sido “prácticamente eliminado”. Pero si la sangre no encierra peligro ¿por qué la han tachado tribunales y médicos de “tóxica” y “sin duda peligrosa”? ¿A qué se debe que algunos médicos operen vestidos con lo que parece un traje espacial, cubriéndose la cara con una máscara y calzando botas altas e impermeables para evitar todo contacto con la sangre? ¿Por qué piden tantos hospitales a sus pacientes que firmen un formulario de consentimiento exonerando de responsabilidad al hospital por los efectos perjudiciales de las transfusiones de sangre? ¿Está la sangre verdaderamente libre de enfermedades como el sida?

      Depende de las dos medidas que se adoptan para proteger la sangre: la selección de los donantes y los análisis a los que se somete la sangre donada. Estudios recientes han demostrado que a pesar de todos los esfuerzos por no aceptar a los donantes cuyo estilo de vida les coloque entre los grupos de alto riesgo, todavía hay algunos que se escabullen de la selección. No dan respuestas verídicas a las preguntas del cuestionario y donan sangre. Hay quienes solo lo hacen porque quieren descubrir discretamente si están infectados.

      En 1985 los bancos de sangre empezaron a someter la sangre a la prueba del sida, un sistema de diagnóstico capaz de detectar la presencia de anticuerpos producidos por el organismo para luchar contra el virus. El problema de esa prueba es que desde que un individuo es infectado hasta que desarrolla anticuerpos suele haber un período de latencia, un lapso de tiempo decisivo llamado período de ventana.

      La idea de que solo hay 1 posibilidad entre 28.000 de contraer sida como consecuencia de una transfusión sanguínea proviene de un estudio publicado en la revista The New England Journal of Medicine. Esta revista estableció que el período de ventana más probable abarca como promedio ocho semanas. Sin embargo, tan solo unos meses antes, en junio de 1989, la misma revista publicó un estudio que concluía que el período de ventana puede ser mucho más largo: tres años o más. Este primer estudio indicaba que unos períodos de ventana tan largos pueden ser más comunes de lo que en un tiempo se pensaba, y especulaba que, peor aún, algunas personas infectadas quizás nunca desarrollen anticuerpos contra el virus. Estos hallazgos no estaban incluidos en el estudio más optimista, pues decían que “no se comprendían del todo”.

      No es de extrañar que el doctor Cory SerVass, de la Comisión Presidencial sobre el Sida, dijera: “Los bancos de sangre pueden seguir diciendo al público que el suministro de sangre es lo más seguro que puede ser, pero la gente ya no se lo cree porque percibe que no es verdad”.

      [Reconocimiento]

      CDC, Atlanta, Ga.

  • Transfusiones. ¿Pasaporte a la vida?
    ¡Despertad! 1990 | 22 de octubre
    • Transfusiones. ¿Pasaporte a la vida?

      EN 1941 el doctor John S. Lundy estableció una norma para las transfusiones de sangre. Al parecer, sin el respaldo de prueba clínica alguna dijo que cuando la hemoglobina —el componente sanguíneo que transporta el oxígeno— baja hasta un nivel de 10 gramos o menos por cada decilitro de sangre, el paciente necesita una transfusión. Desde entonces esa cifra se convirtió en una norma para los médicos.

      Pero la norma de los 10 gramos ha estado en tela de juicio por casi treinta años. En 1988 la revista The Journal of the American Medical Association afirmó rotundamente que no hay pruebas que la apoyen. Según el anestesiólogo Howard L. Zauder, esa afirmación se encuentra hoy “al amparo de la tradición, oculta en la penumbra y sin pruebas clínicas o experimentales que la justifiquen”. Otros simplemente dicen que se trata de un mito.

      A pesar del descrédito que ha sufrido, ese mito sigue reverenciándose en muchos lugares como una directriz sensata. Muchos anestesiólogos y otros médicos, cuando el nivel de hemoglobina es inferior a 10 gramos administran casi automáticamente una transfusión para combatir la anemia.

      Seguramente, esto ayuda a explicar el uso excesivo que se da a la sangre y sus derivados hoy día. La doctora Theresa L. Crenshaw, que sirvió en la Comisión Presidencial sobre la Epidemia del Virus de Inmunodeficiencia Humana, calcula que tan solo en Estados Unidos se administran anualmente unos dos millones de transfusiones innecesarias y que podrían evitarse aproximadamente la mitad de todas las transfusiones de sangre procedentes de bancos. El Ministerio de Sanidad y Seguridad Social de Japón criticó “el uso indiscriminado de transfusiones” que se hace en ese país, así como la “fe ciega en su eficacia”.

      El problema de intentar corregir la anemia con una transfusión es que esta puede ser más mortífera que la anemia misma. Los testigos de Jehová, que rechazan las transfusiones de sangre ante todo por razones religiosas, han ayudado a demostrar la veracidad de esta afirmación.

      Es posible que haya leído en titulares de periódicos que un testigo de Jehová murió por no aceptar una transfusión de sangre. Lamentablemente, tales noticias raras veces narran todos los detalles. Lo que muchas veces provoca la muerte del Testigo es precisamente la negativa del médico a operar o a hacerlo con suficiente prontitud. Hay cirujanos que rehúsan operar si no tienen libertad para transfundir sangre en el caso de que el nivel de hemoglobina descienda por debajo de diez. No obstante, muchos cirujanos han operado con éxito a Testigos con niveles de hemoglobina de cinco, dos y hasta menos. El cirujano Richard K. Spence dice: “Lo que he visto con los Testigos es que el hecho de tener un nivel de hemoglobina más bajo no tiene relación alguna con la mortalidad”.

      Gran número de alternativas

      “Sangre o muerte.” Así es como algunos médicos presentan las alternativas a las que se enfrenta el paciente Testigo. Sin embargo, lo cierto es que hay muchas alternativas a la transfusión de sangre. Los testigos de Jehová no quieren morir, sino que desean un tratamiento alternativo. Pero como la Biblia prohíbe la ingestión de sangre, no consideran que las transfusiones sean la alternativa a la muerte.

      En junio de 1988 el informe titulado Report of the Presidential Commission on the Human Immunodeficiency Virus Epidemic (Informe de la comisión presidencial sobre la epidemia del virus de inmunodeficiencia humana) proponía que a todos los pacientes se les concediese precisamente lo que los Testigos habían solicitado por años, a saber, que “el consentimiento informado para una transfusión de sangre o sus componentes debería incluir una explicación de los riesgos implicados [...] e información acerca de alternativas apropiadas a la terapia de transfusión de sangre homóloga”.

      En otras palabras, a los pacientes debería dárseles otra opción. Una de tales opciones es un tipo de transfusión de sangre autóloga que consiste en recuperar la propia sangre del paciente durante la operación y retornarla a su torrente circulatorio. Cuando ese proceso no es más que una extensión del propio sistema circulatorio del paciente, la mayoría de los Testigos lo aceptan. Los cirujanos también recalcan el valor de incrementar el volumen sanguíneo del paciente con ensanchadores no sanguíneos y dejar que el organismo reponga sus propios glóbulos rojos. Tales técnicas se han empleado en lugar de la transfusión sin que aumentase la mortalidad. Es más, han reducido los riesgos.

      Recientemente se ha aprobado para uso limitado un fármaco prometedor denominado eritropoyetina recombinante, que obliga al cuerpo a acelerar la producción de glóbulos rojos o, en otras palabras, ayuda a la persona a producir más sangre.

      Los científicos todavía están buscando un sustituto eficaz para la sangre que imite su sobresaliente capacidad de transportar oxígeno. En Estados Unidos los fabricantes de tales sustitutos encuentran difícil que aprueben sus productos. En cambio, como objetó uno de esos fabricantes: “Si se le ocurriese llevar sangre a la FDA [Administración para los Fármacos y los Alimentos] para que aprobaran su uso, es tan tóxica que ni siquiera la analizarían”. Aún así, hay grandes esperanzas de que se descubra un producto químico eficaz que pueda ser aprobado como sustituto para la sangre, capaz de transportar oxígeno.

      De modo que hay otras opciones. Las que se han mencionado aquí no son más que una muestra de las existentes. Como escribió en la revista Emergency Medicine el doctor Horace Herbsman, profesor de cirugía clínica: “Está [...] bastante claro que tenemos alternativas a la reposición de la sangre. De hecho, es posible que de nuestra experiencia con los testigos de Jehová se pueda interpretar que no necesitamos depender de las transfusiones sanguíneas, con todas sus posibles complicaciones, tanto como antes pensábamos”. Por supuesto, nada de todo esto es nuevo. La revista The American Surgeon comentó: “El hecho de que se puede practicar cirugía mayor con éxito sin transfusiones sanguíneas ha sido ampliamente documentado en los últimos veinticinco años”.

      Pero si se sabe que la sangre es peligrosa y además existen alternativas seguras para no tener que utilizarla, entonces ¿por qué se administran innecesariamente transfusiones a millones de personas, muchas sin que ellas lo sepan y otras hasta en contra de su voluntad? El informe de la comisión presidencial sobre el sida indica que la razón se debe en parte a que a los médicos y los hospitales no se les ha informado de las alternativas. Pero también atribuye la culpa a otro factor: “Algunos bancos de sangre regionales son reacios a promover estrategias que minimicen el uso de terapias de transfusión, pues la venta de sangre y hemoderivados constituye su principal fuente de ingresos”.

      En otras palabras: la sangre es un gran negocio.

  • El fluido más preciado del mundo
    ¡Despertad! 1990 | 22 de octubre
    • El fluido más preciado del mundo

      Aun si se descartasen las transfusiones de sangre por considerarlas un recurso peligroso e innecesario de una industria frecuentemente codiciosa, habría que explicar por qué los testigos de Jehová las rechazan. Sus razones son totalmente diferentes y mucho más importantes. ¿Cuáles son?

      ES TAN fácil no darle importancia a una gota de sangre. A veces la vemos fluir de un rasguño o un alfilerazo y no es más que una minúscula cúpula de color rojo brillante, por lo que, sin pensar la limpiamos con agua o con un pañuelo.

      Pero si pudiésemos empequeñecer hasta que la gota de sangre pareciese una montaña, encontraríamos en sus rojas profundidades un mundo de increíble complejidad y orden. Solo en esa gota se mueven grandes ejércitos de células, entre las que se encuentran 250.000.000 de glóbulos rojos, 400.000 glóbulos blancos y 15.000.000 de plaquetas. Cuando entran en acción en la corriente sanguínea, cada ejército desempeña una tarea específica.

      Los glóbulos rojos corren por la intrincada red del sistema vascular transportando el oxígeno de los pulmones a cada célula del cuerpo y retirando el dióxido de carbono. Son tan pequeños que 500 glóbulos rojos uno encima del otro solo medirían 1 milímetro. Sin embargo, si apilásemos todos los glóbulos rojos que tenemos en el cuerpo, el montón se elevaría a 50.000 kilómetros. Después de ciento veinte días de recorrer el cuerpo 1.440 veces al día, el glóbulo rojo se jubila. Su núcleo cargado de hierro es reciclado eficazmente y el resto se elimina. Cada segundo se destruyen tres millones de glóbulos rojos mientras en la médula se fabrican otros tres millones. ¿Cómo sabe el organismo que cierto glóbulo rojo ya ha llegado a la edad precisa para jubilarse? Es un misterio para los científicos. Pero si no existiese este proceso de reemplazo “en un par de semanas nuestra sangre sería tan espesa como el hormigón”, afirmó cierto químico.

      Mientras tanto, los glóbulos blancos recorren el sistema vascular, buscando y destruyendo a los invasores no deseados. Allí donde haya un corte, se reúnen al instante las plaquetas y comienzan a coagular la sangre y cerrar la herida. Todas estas células están suspendidas en un fluido claro de color marfil llamado plasma, a su vez compuesto por centenares de ingredientes, muchos de los cuales desempeñan papeles vitales en llevar a cabo la larga lista de funciones que tiene la sangre.

      A pesar de la gran capacidad intelectual de los científicos en conjunto, aún no son capaces de comprender todo lo que la sangre hace, y mucho menos de reproducirlo. ¿Qué otra cosa podría ser este fluido milagroso y complejo sino la obra de un Ingeniero Maestro? ¿Y no es lógico que este Creador sobrehumano tenga el derecho de regular cómo debería utilizarse lo que Él ha creado?

      Los testigos de Jehová siempre han opinado que sí. Consideran que la Biblia es una carta de nuestro Creador, que contiene Sus directrices en cuanto a cómo vivir la vida lo mejor posible y no guarda silencio respecto a esta cuestión de la sangre. Levítico 17:14 dice: “El alma de toda clase de carne es su sangre”, no en sentido literal, por supuesto, pues la Biblia también dice que el organismo vivo como tal es un alma. Más bien, en vista de que la vida de todas las almas está vinculada de manera tan inextricable con la sangre que la mantiene, es apropiado verla como un fluido sagrado que representa la vida.

      No obstante, esto resulta difícil de comprender para algunos. Vivimos en un mundo en el que muy pocas cosas se consideran sagradas. Hasta la propia vida raras veces se aprecia como merece. Por eso no es de extrañar que la sangre se compre y se venda como si se tratase de otra mercancía cualquiera. Pero los que respetan los deseos del Creador no la tratan de esa forma. ‘No deben comer sangre’ fue lo que Dios mandó a Noé y sus descendientes, es decir, a toda la humanidad. (Génesis 9:4.) Ocho siglos después Dios incluyó ese mandato en la Ley que dio a los israelitas y quince siglos más tarde la reafirmó a la congregación cristiana: ‘Absténganse de sangre’. (Hechos 15:20.)

      La razón principal por la que los testigos de Jehová se apegan a esa ley es porque quieren obedecer a su Creador. Por medio de la muerte sacrificatoria de Su propio Hijo amado, el Creador ya ha proporcionado a la humanidad una sangre que puede salvar vidas y prolongar la existencia, no solo por unos meses o años sino para siempre. (Juan 3:16; Efesios 1:7.)

      Además, la abstención de la sangre ha protegido a los Testigos de un sinfín de peligros. Hoy día son cada vez más las personas que sin ser testigos de Jehová rechazan las transfusiones de sangre. Poco a poco la comunidad médica va respondiendo y reduce el uso que hace de la sangre. Según se expresó en la revista Surgery Annual: “Está claro que la transfusión más segura es la que no se administra”. La revista Pathologist indicó que los testigos de Jehová han insistido por mucho tiempo en que las transfusiones de sangre no son una terapia aconsejable. Y añadió: “Existen numerosas pruebas que apoyan su opinión, a pesar de que los bancos de sangre se pronuncian en contra”.

      ¿En quién prefiere usted confiar? ¿En el Ser sabio que creó la sangre o en personas que han hecho de la sangre un gran negocio?

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