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¡Cuántas personas viven y mueren sumidas en la pobreza!¡Despertad! 1995 | 22 de noviembre
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¡Cuántas personas viven y mueren sumidas en la pobreza!
YATI vive en un país del sudeste asiático, y cada día sale de su chabola para trabajar en una fábrica de calzado cosiendo trozos de cuero y cordones. Aunque su semana laboral es de cuarenta horas y además hace noventa horas mensuales extraordinarias, gana menos de 80 dólares (E.U.A.) al mes. La empresa que la tiene contratada se presenta orgullosamente como concienzuda promotora de los derechos humanos en los países menos desarrollados. En el mundo occidental, esta empresa vende los zapatos a más de 60 dólares el par, de los cuales Yati percibe alrededor de 1,40.
Cuando Yati “sale de la fábrica limpia y dotada con luz eléctrica —dice un reportaje publicado en el periódico The Boston Globe—, apenas cuenta con lo suficiente para el alquiler de su chabola, de 3 por 3,6 metros, con paredes sucias y plagadas de gecos. Como no hay muebles, Yati y sus dos compañeras tienen que dormir acurrucadas en posición fetal sobre un suelo de barro y ladrillo”. Lamentablemente, su situación es bastante típica.
“¿Cómo se benefician más estas personas, conmigo, o sin mí? El exiguo salario les da la oportunidad de llevar una vida decente —protesta el presidente de una asociación comercial—. Quizás no naden en la abundancia, pero no se mueren de hambre.” No obstante, muchas están desnutridas, y sus hijos se acuestan a menudo con hambre. Se encaran diariamente a los riesgos implicados en sus peligrosos trabajos, y bastantes de ellas están muriéndose lentamente a causa de los venenos y los residuos tóxicos que manejan. ¿Es eso una “vida decente”?
Hari, peón agrícola del sur de Asia, opinaba que no. Él describió con elocuencia poética el trágico ciclo de vida y muerte que veía a su alrededor. “Entre el mortero y el mazo —dijo—, el chile no puede durar. Los pobres somos como chiles: se nos machaca año tras año, y pronto no quedará de nosotros ni el recuerdo.” Hari jamás vio aquella “vida decente” ni tuvo la más remota idea de la abundancia en la que probablemente nadaban sus patronos. Murió a los pocos días, sumido, como tantos otros, en la pobreza.
Mucha gente vive y muere igual que Hari. Consumiéndose en la miseria, demasiado débiles para oponer resistencia a los que los están desangrando. ¿Quiénes los desangran? ¿Quién haría algo semejante? Parecen muy benévolos. Les dicen que quieren dar comida a sus hijos, ayudarlos con sus cosechas, mejorar su vida, hacerlos ricos. En realidad, lo que quieren es enriquecerse ellos. Ven la oportunidad de vender productos y obtener beneficios. Si las consecuencias de su codicia son niños desnutridos, trabajadores intoxicados y un ambiente contaminado, da igual. Es el precio que las empresas están dispuestas a pagar para satisfacer su codicia. Por tanto, cuanto más aumentan las ganancias, más aumentan también las desgarradoras cifras de víctimas.
[Reconocimiento en la página 3]
U.N. Photo 156200/John Isaac
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Las naciones pobres se convierten en vertederos de las ricas¡Despertad! 1995 | 22 de noviembre
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Las naciones pobres se convierten en vertederos de las ricas
COMO un huérfano no deseado, el cargamento había pasado de un barco a otro y de un puerto a otro a la espera de que alguien lo aceptase. Once mil bidones repletos de resinas tóxicas, pesticidas y otras sustancias químicas peligrosas habían sido transportados de Yibuti (África) a Venezuela, luego a Siria y después a Grecia. El contenido de los bidones se salía y finalmente afectó a la tripulación de uno de los cargueros. Un hombre murió y la mayoría sufrió trastornos dermatológicos, renales y respiratorios provocados por las sustancias tóxicas que se llevaban a bordo.
Barcos, camiones y trenes repletos de residuos letales similares surcan el planeta en busca de lugares donde depositar su carga. Muchas veces, los países ya asolados por la pobreza, el hambre y la enfermedad se convierten en vertederos de toneladas de productos tóxicos y de basura contaminada. Los defensores del medio ambiente temen que para que se origine un desastre ecológico, solo es cuestión de tiempo.
Pinturas, disolventes, baterías y neumáticos viejos, residuos radiactivos, escoria cargada de plomo y de PCB probablemente no sean cosas que le atraigan, pero sí atraen al floreciente negocio de los desechos industriales. Resulta irónico que cuanto más estricto es un gobierno en cuestiones ecológicas, más residuos tóxicos transportan sus industrias al extranjero. Según el semanario londinense The Observer, “todos los años se envían a países del Tercer Mundo casi veinte millones de toneladas de sustancias químicas tóxicas”, que proceden de empresas “sin escrúpulos” de las naciones industrializadas. Las lagunas legales y la falta de firmeza en la aplicación de las leyes dan pie a que miles de toneladas de residuos tóxicos acaben en suelo africano, asiático y latinoamericano.
No es de extrañar que a esas empresas les resulte tentadora dicha solución. El costo de verter los residuos puede disminuirse muchísimo si se escoge el lugar apropiado. Un ejemplo de ello lo tenemos en el transatlántico United States, que en un tiempo fue el mejor buque de pasajeros de la flota estadounidense. En 1992 lo compraron con el fin de acondicionarlo para realizar cruceros de lujo. En él había probablemente más asbesto que en cualquier otro barco del mundo. Eliminar todo aquel asbesto en Estados Unidos habría costado 100 millones de dólares (E.U.A.). Así que remolcaron el buque hasta Turquía, donde podía efectuarse el trabajo por 2.000.000. Pero el gobierno turco se negó, pues consideró que quitar más de 46.000 metros cuadrados de la carcinógena fibra de asbesto en su país, era demasiado peligroso. El barco fue llevado a un puerto de otra nación, donde las normas para la protección del medio ambiente eran menos estrictas.
Reciclaje letal
Las empresas occidentales que negocian en los países en vías de desarrollo quizás prefieran verse como benefactoras de los pobres. Harvey Alter, de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, sostiene que “la exportación de desechos y la industria del reciclaje elevan el nivel de vida en esos países”. Pero cuando se analizaron algunas de las prácticas corporativas de dichas empresas en el extranjero, se concluyó que, en la mayoría de los casos, en lugar de aumentar el nivel de vida, “lo más común es que paguen únicamente el salario mínimo de la nación, contaminen el ambiente y vendan productos que en algunos casos son peligrosos y han sido comercializados fraudulentamente”.
El papa Juan Pablo II también expresó su preocupación en un encuentro reciente sobre la contaminación en el mundo en vías de desarrollo. El pontífice dijo: “Es un abuso serio que los países ricos se aprovechen de la debilidad económica y legislativa de los países más pobres para exportar desechos y métodos tecnológicos contaminantes que tienen un efecto perjudicial para el ambiente y la salud de la población”.
Un ejemplo típico de esto lo tenemos en el sur de África, donde se encuentran las mayores instalaciones del mundo para reciclar residuos de mercurio. Las han tildado de ser “uno de los peores escándalos ecológicos del continente”. Los desechos tóxicos provocaron la muerte de un trabajador, otro cayó en coma y se dice que una tercera parte del personal padece algún grado de intoxicación por mercurio. Los gobiernos de algunas naciones industriales prohíben o restringen mucho el vertido de ciertos residuos de mercurio. Barcos de corporaciones de por lo menos uno de estos países transportan el peligroso cargamento a las costas de África. Un equipo de inspección encontró almacenados en la planta de reciclaje 10.000 barriles de residuos de mercurio procedentes de tres empresas extranjeras.
Enviar desechos a naciones en vías de desarrollo para que los reciclen suena mucho mejor que verterlos en ellas. El reciclaje puede ser fuente de valiosos productos secundarios, suministrar puestos de trabajo y dar impulso a la economía. Pero, como indica el informe citado del sur de África, también puede tener consecuencias desastrosas. La recuperación de productos valiosos procedentes de tales sustancias puede liberar compuestos químicos letales que contaminen o enfermen a los trabajadores, y a veces hasta les provoquen la muerte. La revista New Scientist comenta: “No cabe duda de que a veces se utiliza el reciclaje de residuos como pretexto para deshacerse de ellos”.
Así es como describe esta estrategia la revista U.S.News & World Report: “El etiquetado falso, las lagunas legales y la falta de experiencia convierten a los países en desarrollo en blancos fáciles para los voraces traficantes de residuos que venden sedimentos de aguas residuales tóxicas como ‘abono orgánico’, o pesticidas anticuados como ‘ayuda para la agricultura’”.
En México han surgido muchas maquiladoras (fábricas) de propiedad extranjera. Uno de los principales objetivos de tales empresas extranjeras es librarse de las rigurosas normas ecológicas y aprovecharse de la incontable cantidad de trabajadores mal pagados. Decenas de miles de mexicanos viven en casuchas situadas junto a turbios canales de agua contaminada. “Ni las cabras quieren beberla”, dijo cierta mujer. Un informe de la Asociación Médica Americana dijo que la región fronteriza era “prácticamente una cloaca y un caldo de cultivo para enfermedades infecciosas”.
No solo mueren las plagas
“¿Cómo puede un gobierno prohibir un veneno en su país y sin embargo fabricarlo y venderlo a otras naciones? ¿Dónde está la ética de estas acciones?”, preguntó Arif Jamal, agrónomo de Jartum especializado en pesticidas, mostrando unas fotografías de barriles que en el país industrializado de su procedencia habían sido marcados con las palabras: “No se autoriza su uso”. Se encontraron en una reserva natural de Sudán. En las inmediaciones había montones de animales muertos.
Un país próspero “exporta anualmente unos 227 millones de kilogramos de pesticidas prohibidos, restringidos o no autorizados para uso nacional”, dice The New York Times. En 1978 se prohibió el uso de heptacloro —un insecticida cancerígeno relacionado con el DDT— en los cultivos alimentarios. Pero la empresa química que lo inventó continúa fabricándolo.
Una inspección de la ONU descubrió cuantiosas existencias de “pesticidas muy tóxicos” en por lo menos ochenta y cinco naciones en vías de desarrollo. Cada año sufren intoxicación grave por sustancias químicas alrededor de un millón de personas y unas veinte mil mueren como consecuencia de ello.
Podría decirse que la industria tabacalera es el ejemplo más sobresaliente de codicia mortífera. Un artículo de la revista Scientific American titulado “La epidemia mundial del tabaco” dice: “Las enfermedades y muertes en todo el mundo por causas relacionadas con el tabaco constituyen un problema cuya magnitud no es exagerada”. La edad media de los que empiezan a fumar es cada vez menor, y la cantidad de mujeres que fuman está aumentando alarmantemente. Las poderosas compañías tabacaleras confabuladas con los astutos anunciantes están conquistando el inmenso mercado de los países menos desarrollados. En su camino hacia las riquezas dejan un rastro de muertos y cuerpos desfigurados por la enfermedad.a
Hay que admitir, sin embargo, que no todas las empresas pasan por alto el bienestar de las naciones en vías de desarrollo. Algunas se esfuerzan por llevar sus negocios en esos países de una manera honrada y responsable. Por ejemplo, cierta empresa paga a sus trabajadores jubilación, subsidios de enfermedad y hasta sueldos tres veces superiores al salario obligatorio. Otra empresa ha adoptado una postura firme con respecto a los derechos humanos y ha cancelado docenas de contratos porque violaban tales derechos.
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