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JehúPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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Sin embargo, más adelante la adoración de Baal volvió a causar problemas, tanto en Israel como en Judá. (2Re 17:16; 2Cr 28:2; Jer 32:29.)
Probablemente para distinguir el reino de diez tribus de Israel del reino de Judá, que tenía el templo de Jehová en Jerusalén, el rey Jehú permitió que continuase la adoración de becerros en Israel, con sus centros en Dan y Betel. “Y Jehú mismo no puso cuidado en andar en la ley de Jehová el Dios de Israel con todo su corazón. No se apartó de los pecados de Jeroboán, con que él hizo pecar a Israel.” (2Re 10:29, 31.)
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JehúPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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Sin embargo, después del tiempo de Jehú, Jehová dijo por medio del profeta Oseas: “De aquí a poco tiempo tengo que pedir cuentas por los actos de derramamiento de sangre de Jezreel a la casa de Jehú, y tengo que hacer que el regir real de la casa de Israel cese”. (Os 1:4.) Esta culpa de sangre sobre la casa de Jehú no podía deberse a que se hubiera cumplido con la comisión de aniquilar a la casa de Acab, pues Dios le había mandado a Jehú hacerlo. La culpa tampoco pudo deberse a haber ejecutado a Ocozías de Judá y a sus hermanos, pues por medio de las relaciones familiares de estos, debidas al matrimonio de Jehoram de Judá, el hijo del rey Jehosafat, con Atalía, la hija de Acab y Jezabel, el linaje real de Judá se había contaminado con la inicua casa de Omrí.
Más bien, parece que el error de Jehú fue permitir que continuase la adoración de becerros en Israel y no haber andado en la ley de Jehová con todo su corazón. Quizás pensó que la independencia de Judá solo podía mantenerse mediante la separación religiosa. Al igual que otros reyes de Israel, perpetuó la adoración de becerros a fin de afianzar su posición. Esta fue, en realidad, una expresión de falta de fe en Jehová, quien había hecho posible que llegara a ser rey. De modo que puede ser que, aparte de la justa ejecución del juicio de Jehová contra la casa de Acab, el móvil impropio que llevó a Jehú a permitir la adoración de becerros también fuera causa de derramamiento de sangre.
El poder del reino de Israel se resquebrajó cuando cayó la casa de Jehú, y el reino solo duró unos cincuenta años más. Únicamente a Menahem, quien derribó a Salum, el asesino de Zacarías, le sucedió su hijo en el trono. Este hijo, Peqahías, fue asesinado, al igual que su asesino y sucesor Péqah. A Hosea, el último rey de Israel, se le hizo cautivo del rey de Asiria. (2Re 15:10, 13-30; 17:4.)
La adoración de becerros fue el principal pecado de Israel en toda su historia. Este proceder condujo a la nación a apartarse de Jehová, con la consiguiente decadencia. De manera que la culpa por el “derramamiento de sangre de Jezreel” fue una de las prácticas, junto con el asesinato, robo, adulterio y otros crímenes, que en realidad tenían su raíz en la adoración falsa a la que los gobernantes permitieron que el pueblo se entregara. Finalmente, Dios tenía que “hacer que el regir real de la casa de Israel [cesara]”. (Os 1:4; 4:2.)
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