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  • Camboya... cómo sobreviví a una pesadilla

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  • Camboya... cómo sobreviví a una pesadilla
  • ¡Despertad! 1987
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  • Mis primeros años
  • El fin de la administración de Lon Nol
  • Un tiempo de horror
  • La huida, y la fe en Dios
  • Hallo el propósito de la vida
  • Me di cuenta del propósito de la vida
  • Mi largo viaje desde la vida y la muerte en Camboya
    ¡Despertad! 1998
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¡Despertad! 1987
g87 22/2 págs. 13-19

Camboya... cómo sobreviví a una pesadilla

Según lo relató Khem Sou

POR muchos años Camboya (o Kampuchea) estuvo en paz. Entonces en 1970 el teniente general Lon Nol tomó el poder. Como resultado de esto los comunistas conocidos como Khmer Rouge, o Khmer Rojos, se alzaron en revuelta. Lon Nol movilizó a cuantos pudo por toda Camboya a fin de combatir a los comunistas.

Para ese tiempo yo estaba estudiando leyes y ciencias médicas en la Universidad de Phnom Penh, y también trabajaba como escritor. En realidad, escribí mi primer libro, Las lágrimas de los huérfanos, cuando solo tenía 15 años de edad. Era básicamente una compilación de diarios que había llevado desde que tenía siete años. El libro se vendió muy bien, y puesto que no necesitaba el dinero, doné las ganancias a un orfanato.

Mientras estuve en la universidad, era conocido como autor, compositor y cantante. En total escribí unos 20 libros y muchas canciones. Mi deseo de ser escritor podría deberse a la influencia de mi madre, que era profesora de literatura francesa en la Universidad de Phnom Penh. Ella quería que yo fuera abogado.

Sin embargo, cuando Lon Nol movilizó a la gente para combatir a los comunistas, tuve que dejar mis estudios y decidir si quería unirme al ejército o a la policía. Aunque mi padrastro era un general de alto rango, yo no quería tener nada que ver con los militares. Por lo tanto, me alisté en el cuerpo de la policía, y para 1973, a la edad de 22 años, había alcanzado el grado de teniente.

Sin embargo, mientras trabajaba en la policía aumentó mi descontento con la vida. De hecho, esto me movió a escribir un libro titulado La vida no tiene propósito. Lamentablemente, ese fue mi veredicto aun después de haber dado consideración seria al budismo y a algunas filosofías francesas, y de haber sido escritor y policía.

Mis primeros años

Cuando era muy pequeño viví con mi abuela, un tío y dos tías, pero nunca con mis padres. Con el tiempo mi madre se casó de nuevo, de modo que a los 12 años de edad pude por fin vivir con mi madre, mi padrastro y mis dos hermanas.

Mi abuela me crió como budista. A la edad de diez años fui enviado por tres meses a un monasterio para recibir instrucción religiosa. Noté que fuera del monasterio los monjes caminaban con la cabeza baja y daban la apariencia de ser la personificación misma de la mansedumbre, pero dentro del monasterio no pasaba un día sin que pelearan unos con otros.

En nuestra pagoda había una pequeña estatua dorada de Buda que de vez en cuando desaparecía de su lugar. ¿Dónde se hallaba en aquellas ocasiones? Los monjes decían que la estatua podía volar y que visitaba varias pagodas cercanas. Después de vigilar cuidadosamente, descubrí que un monje se llevaba la estatua y la escondía. Me afligió que los monjes practicaran tal engaño. Cuando se lo conté a mi abuela, ella se enfadó muchísimo conmigo, porque quería creer en la estatua volante.

Cuando salí del monasterio me hice más incrédulo todavía. En la escuela secundaria hasta el profesor de religión enseñaba que el budismo está dividido en muchas escuelas y que no es nada más que una filosofía. Investigué las enseñanzas de varios filósofos franceses, esperando encontrar las respuestas a mis preguntas sobre la vida. Pero en realidad aumentaron mis dudas sobre la existencia de Dios. ¿En qué debería creer? No lo sabía, pero me preguntaba vez tras vez qué razón tenía mi existencia.

El fin de la administración de Lon Nol

Durante 1973 y 1974 aumentó la confusión creada por la guerra, y gente de toda condición llegó a estar aún más afligida por las injusticias que veía. Puesto que, como policía, era muy poco lo que yo podía hacer con relación a las injusticias, traté de hacer algo como escritor. Escribí una novela de crítica social, El cielo está oscuro.

Aquel fue el último libro que escribí. Fui a prisión debido a este. Me sentenciaron a dos años de prisión, pero gracias a que estaba emparentado tanto con la familia real como con un embajador de Camboya a un país asiático cercano, me pusieron en libertad en pocos días. El embajador usó su influencia a favor mío.

Por supuesto, yo prefería la libertad a la prisión, pero no me sentía completamente libre. El sistema, que trataba de imponer cierta forma de pensar y vivir en todos, me era casi tan repugnante como el estar en prisión. La vida en la capital, Phnom Penh, donde nací, parecía muy anormal. La sociedad corrupta, materialista y amadora de placeres me repugnaba, y quería escapar de ella. Ya no quise trabajar más en la policía, y renuncié.

Poco después me mudé a la provincia de Pailin, cerca de la frontera de Tailandia. Para ganarme la vida comencé a trabajar para una compañía minera que buscaba piedras preciosas. La vida en el campo me atrajo más, pero no pude disfrutar de ella por mucho tiempo. Esto se debió a que en abril de 1975 los comunistas Khmer Rouge entraron en Phnom Penh, destituyeron a Lon Nol, y de inmediato trataron de crear una sociedad completamente nueva.

Con este fin, todos los funcionarios que habían servido en el régimen anterior tenían que presentarse ante las autoridades para ser enviados a campos especiales con el propósito de reconvertirlos. No me presenté porque no deseaba ser policía de nuevo. El que no me presentara me salvó la vida. Más tarde me enteré de que aquella “reconversión” en realidad significaba ejecución. Todos los que se presentaron fueron asesinados.

Un tiempo de horror

Según se calcula, de uno a dos millones de camboyanos murieron en los meses siguientes. Yo, personalmente, fui testigo de ejecuciones; vi sepulturas para muchos, así como ríos y lagos literalmente rojos de sangre y llenos de cadáveres. Se separó a miembros de familias, y se les expulsó de sus hogares y terrenos. Una revolución sin precedente barrió con tradiciones camboyanas que habían durado más de dos mil años. Ningún camboyano habría siquiera pensado que fuera posible un cambio tan radical.

Desconcertado y lleno de horror, me pregunté si había algún propósito en seguir viviendo en una sociedad tan inhumana. Decidí huir a un país extranjero. Los Khmer Rojos ya estaban buscándome; me tenían en su lista negra. Desde que dejé la policía había estado usando un nombre falso, y, en parte, por eso no me habían encontrado. Sin embargo, puesto que era bien conocido como compositor y autor, muchas personas sabían quién era y hasta me llamaban por mi verdadero nombre. De modo que me di cuenta de que corría gran peligro.

Aun así, la decisión de huir a Tailandia no fue nada fácil. Sin importar qué régimen gobernara, yo seguía amando a mi país. También sabía que, una vez que partiera, nunca podría regresar para ver a mis padres, mi hermano y mis hermanas. Además, no había manera de hallar rutas hacia Tailandia. No podía preguntarle a nadie. Había visto el cadáver de un hombre a quien habían matado y dejado en el suelo porque se supo que pensaba huir del país.

La huida, y la fe en Dios

EXACTAMENTE dos meses después que los Khmer Rojos tomaron el poder, otro hombre y yo intentamos huir. Sin embargo, nos perdimos y tuvimos que regresar. Pero no me rendí. Unos días más tarde me puse de nuevo en camino con un amigo que había sido policía. Luego se nos unieron otras siete personas, entre ellas una niñita de tres años de edad.

En la selva podíamos oír los rugidos de los tigres, y se nos helaba la sangre. Pero más aterradores que los tigres y las serpientes venenosas eran los apoyadores de los Khmer Rojos que constantemente andaban por la selva buscando a los refugiados. A veces los veíamos. El menor ruido hubiera atraído su atención, y esto hubiera significado nuestra muerte. En algunas ocasiones el miedo nos privaba del sueño.

Al tercer día de nuestra huida supusimos, equivocadamente, que habíamos cruzado la frontera. Nos sentimos tan felices que cocimos todo el arroz que teníamos y nos lo comimos. ¡Fue un grave error! Pasamos sin alimento los siguientes cuatro días. Cuando empezábamos a perder las esperanzas y las fuerzas, de repente vimos a unos monos que saltaban de árbol en árbol con racimos de plátanos. Por el hambre que teníamos, les suplicamos a los monos que nos dieran plátanos. Y aunque parezca increíble, ¡uno de los monos nos tiró uno! Luego los demás comenzaron a imitarlo, de manera que en total nos tiraron 20 plátanos.

Los excitantes sucesos de aquel día me impidieron dormir esa noche. Levanté la vista hacia los cielos despejados y vi una luna llena en un cielo azul oscuro que parecía de terciopelo. Miríadas de estrellas resplandecían. Para mí esta sería una noche inolvidable.

Por algún tiempo había estado haciéndome preguntas a mí mismo respecto a la existencia de Dios. Cuando veía los maravillosos e intrincados procesos de la naturaleza me preguntaba por qué no deberíamos honrar por estas cosas a un Creador sabio. En aquel momento, mientras admiraba la belleza de aquella noche, sentí necesidad de orar. Pensando que Dios tenía que estar muy por encima del cielo, miré hacia arriba y, con la misma intimidad con que hablaría con mi propio padre, por primera vez en la vida oré desde lo más profundo del corazón. Aquella oración resultó ser un punto de viraje muy importante para mí.

Después de abrirle a Dios las puertas de mi corazón, empecé a comprender muchas cosas, y me convencí de que 1) Dios existe y de que 2) la vida sí tiene propósito. Razoné que todos los procesos naturales dan evidencia de diseño inteligente. Entonces, ¿no debería ser que el Originador de todas aquellas leyes con propósito hubiera puesto al hombre en la Tierra con un propósito específico?

Luego se me presentó la pregunta: Puesto que Dios evidentemente tiene poder y sabiduría suficientes para eliminar el sufrimiento humano, ¿por qué ha permitido tanta calamidad hasta ahora? También deseaba saber qué religión realmente adoraba al Dios vivo. Me propuse dar prioridad en mi vida a buscar la respuesta a estas preguntas. No podía creer que Dios fuera tan desamorado que le ocultara al hombre la respuesta a ellas.

Mientras continuábamos nuestro penoso viaje por la selva, pensé en mi madre. Ella había mostrado algún interés en el cristianismo. Misioneros franceses habían visitado nuestro hogar muchas veces. De vez en cuando ella me hablaba de una religión extraña cuyos seguidores no comían sangre. También me habló de “buenas nuevas” acerca de las condiciones justas y hasta paradisíacas que Dios traería. En aquellos días no creí ni una sola palabra de lo que dijo. Pero ahora me preguntaba: ‘¿Tengo razones para no creer? ¿No es mi madre una mujer inteligente, que sopesa y examina estas cosas?’. Quise averiguar más. Pero primero tenía que salir vivo de Camboya.

Iba escasamente vestido, solo con un sarong. Andaba descalzo, y para entonces tenía muy inflamados los pies y las piernas. Todos estábamos rendidos de cansancio y hambrientos. Masticábamos las hojas de los árboles para mantenernos vivos. Al décimo día de nuestro viaje tuvimos que escalar una montaña. Desde la cima miramos hacia lo que pensábamos que era Tailandia. Al descender de la montaña llegamos a una choza de la cual salía un olor a carne putrefacta. ¡En el interior había un cadáver humano en descomposición, y un esqueleto! Alrededor de la choza estaban las huellas que indicaban que allí habían estado los Khmer Rojos. ¡Huimos aterrorizados! Todavía no estábamos a salvo. Aquellos cadáveres tenían que haber sido de personas que habían tratado de huir de Camboya.

Más adelante en la selva llegamos a un río y pensamos que al fin estábamos en la frontera. ¡Pero a unos 27 metros (30 yardas) más abajo había una catarata! Se suscitó una discusión acalorada entre mi amigo y yo. En vista de los riesgos implicados, él insistía en que solo adultos deberían intentar el cruce. Sin embargo, no le hice caso; esperé hasta que oscureciera y, con la niña atada a mi espalda, empecé a nadar hacia el otro lado. El río era profundo, y me hundía, ¡pero finalmente logré cruzarlo! ¡Todos estábamos a salvo!

Al día siguiente llegamos a un poblado pequeño donde había maizales. Para apaciguar el hambre comimos maíz crudo. Cerca de allí había una choza, y en ella hallamos una caja de cerillas. La etiqueta mostraba que había sido hecha en Tailandia, y no en Camboya. ¿Se imagina usted cómo nos sentimos? ¡Aquí estaba la prueba! ¡Estábamos en Tailandia!

¡Qué hermosas nos parecían ahora las montañas y los ríos! Poco después me empezó una fiebre alta y quedé inconsciente por tres días. Aparentemente había contraído paludismo en la selva. Aun así, nos creíamos las personas más felices de la Tierra.

Hallo el propósito de la vida

EN EL campo de refugiados de Tailandia nos alojamos con otros 200 camboyanos. Allí estudié la Biblia con un miembro de la secta protestante conocida como Hijos de Dios. Este grupo percibió mi interés en el cristianismo y quiso que me bautizara en seguida. Rehusé hacerlo, pues todavía no estaba convencido. Muchos camboyanos se bautizaban inmediatamente porque recibían ropa después de bautizarse.

Mediante la secta “Hijos de Dios” obtuve una Biblia en mi lengua natal, el camboyano. De ella aprendí que el nombre personal de Dios es Jehová y que este Dios, quien se reveló de manera especial a los judíos de la antigüedad, también es el Dios de los cristianos. Este era el Dios a quien yo quería conocer mejor.

En diciembre de 1975, después que hube pasado cinco meses en Tailandia, el Comité Internacional de la Cruz Roja me ayudó a emigrar a Austria. Primero me pusieron en un campo de refugiados, donde estudié alemán. Después de seis meses fui trasladado a Linz, donde comencé a vivir en un apartamento. Continué mis estudios de alemán por la noche, y trabajé en una fábrica de embalaje durante el día.

Durante aquel período investigué la iglesia evangélica y la católica, pero nadie me pudo contestar satisfactoriamente preguntas como: “¿Qué sucede después de la muerte?” y “¿Qué es el Reino de Dios?”. Le pregunté a un sacerdote católico cuál era el significado de las “buenas nuevas”, y si había algo parecido a una “religión de las buenas nuevas”. No respondió. Yo me preguntaba: ‘¿Qué serán esas buenas nuevas de que mi madre trató de hablarme?’.

En dos ocasiones, mientras estaba solo en casa, oré a Dios, y cada vez, después de orar, encontré tratados debajo de la puerta. Eran invitaciones para asistir a unas reuniones en un lugar llamado Salón del Reino de los Testigos de Jehová. El nombre Jehová ya significaba algo para mí, pero ¿quiénes eran los “testigos de Jehová”? ¿De qué eran testigos? Lleno de preguntas y curiosidad, en ambas ocasiones salí a buscar el Salón del Reino, pero las dos veces fui a parar a iglesias. El Salón del Reino estaba ubicado en el segundo piso de un salón de bailes, y por eso no pude hallarlo.

Unos días después de mi segundo intento, me hallaba de visita en casa de un amigo de Tailandia cuando dos personas que se identificaron como testigos de Jehová llegaron a su puerta. Al ver que mi amigo los despedía, le dije que yo quería hablar con ellos. Primero les pregunté qué era el Reino de Dios. Me explicaron con la Biblia que es un gobierno celestial por el cual Cristo reinará sobre la Tierra. De nuevo usaron la Biblia para contestar la pregunta que después les hice, respecto a la condición del hombre después que muere. Quedé muy impresionado por sus respuestas lógicas y basadas en la Biblia, e inmediatamente pedí un estudio bíblico. Aquel mismo día mi amigo y yo asistimos a la reunión en el Salón del Reino.

Escuché el discurso a pesar de que no entendí la mayor parte de la información, pues todavía estaba aprendiendo alemán. No obstante, comprendí que tenía que ver con las buenas nuevas, las buenas nuevas del Reino de Dios. Mediante el Reino de Jehová la Tierra sería transformada en un paraíso donde la gente ya no derramaría lágrimas de desconsuelo, y donde Dios ‘haría nuevas todas las cosas’. (Revelación 21:3-5.) Recordé que mi madre en una ocasión me había leído estas mismas palabras de la Biblia. Un mundo libre de toda maldad era exactamente lo que yo esperaba de un Dios poderoso y justo.

Sin embargo, ahora quería saber por qué Jehová no había creado un mundo como ese desde mucho tiempo atrás. Esta pregunta y muchas otras me fueron contestadas satisfactoriamente durante unas consideraciones regulares de la Biblia. Me regocijé de haber hallado una religión que no me pedía que creyera ciegamente en sus enseñanzas. Además, las enseñanzas y el modo de vivir de Jesucristo me atrajeron muchísimo.

En claro contraste con lo que había experimentado en la secta “Hijos de Dios”, los Testigos no me pidieron que me bautizara después de recibir instrucción por un corto espacio de tiempo. Comprendí que el bautismo era un requisito cristiano, así que les pregunté si podían bautizarme. Yo pensaba que se apresurarían a hacerlo antes de que cambiara de idea. Para sorpresa mía, dijeron que querían que me diera tiempo para decidir si realmente quería dar aquel paso. Me di cuenta de que lo que contaba para los Testigos era la calidad, más bien que la cantidad. Finalmente, después de estudiar la Biblia por unos siete meses en alemán, me bauticé en julio de 1977 en la asamblea de los testigos de Jehová que se celebró en Linz.

Me di cuenta del propósito de la vida

En aquella misma asamblea se presentó un nuevo libro. Cuatro años antes yo había publicado mi libro titulado La vida no tiene propósito. Ahora los testigos de Jehová estaban presentando el libro La vida sí tiene propósito, casi como una respuesta directa al que yo había publicado. En reconocimiento de las tonterías que yo había escrito, gustosamente recibí aquel nuevo libro.

¡Cuánto anhelaba dar a conocer aquellas buenas nuevas a los habitantes apesadumbrados de Camboya! Las buenas nuevas les ofrecerían una esperanza segura y una maravillosa meta en la vida. Puesto que me era imposible regresar a aquel país, hice cuanto pude por publicar las buenas nuevas a los camboyanos que vivían en Austria. Oré como Isaías: “¡Aquí estoy yo! Envíame a mí”, deseando que Jehová me utilizara para ayudar a mis coterráneos. (Isaías 6:8.)

En 1980 me casé en Viena con una Testigo japonesa. La conocí en una boda de testigos de Jehová. Mi esposa también halló lo que había estado buscando cuando una condiscípula japonesa de la Academia de Música de Viena, testigo de Jehová, le ayudó a entender la Biblia. Después que nació nuestro segundo hijo, mi esposa tuvo problemas de salud, y pareció mejor que regresara a Japón. Nos mudamos allá en 1983, y nos establecimos en Tokio.

Mi sincero deseo de ayudar a los refugiados camboyanos no había cambiado. Hay unos 600 de ellos en Japón, mayormente esparcidos en los suburbios de Tokio. Me causa mucho gozo trabajar entre ellos y ayudarles a entender el propósito amoroso de Jehová para la humanidad. Tengo el gran privilegio de ayudar a atender unos doce estudios bíblicos en hogares camboyanos, ya sea conduciendo los estudios yo mismo o ayudando a los conductores japoneses. Dos veces al mes nuestra familia entera dedica días completos a servir solo a los camboyanos. Aunque esto significa que tenemos que viajar casi 300 kilómetros (180 millas), es muy animador ver el constante progreso espiritual que algunos están logrando.

Después de mucho tiempo sin poder comunicarme con mis familiares en mi país natal, recibí respuesta a una carta que escribí en 1981. Me enteré de que mi padrastro y una de mis hermanas habían perdido la vida en la guerra civil. Tres miembros de mi familia, mi madre, mi hermano y mi otra hermana, todavía viven. Ahora podemos escribirnos unas cuantas veces al año, pero por sus cartas es difícil percibir exactamente qué está sucediendo en Camboya con relación a lo religioso.

Puedo decir con confianza que ciertamente he tenido mucho éxito en mi búsqueda del propósito de la vida. Habiendo hallado ya el verdadero significado y propósito de la vida, me siento sumamente feliz de tener una familia amorosa que sirve en unión a nuestro gran Dios, Jehová. ¡Cuánto anhelo ver el día en que pueda estar de nuevo con mi madre, mi hermano y mi hermana! Mientras tanto, ¡qué privilegio es participar en llevar las buenas nuevas del Reino de Dios a las personas oprimidas!

[Fotografía en la página 15]

Uno de los edificios del palacio real de Phnom Penh. Cuando era niño, bailé aquí ante el rey

[Fotografía en la página 18]

Mi esposa y yo estudiando con nuestros dos hijos

[Mapas en la página 16]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Kampuchea y países adyacentes, con un recuadro que muestra la ruta de mi huida hacia Tailandia

Mar de Andaman

CHINA

VIETNAM

LAOS

TAILANDIA

KAMPUCHEA

[Mapa]

TAILANDIA

Battambang

Pailin

KAMPUCHEA

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