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Jehová de veras me ayudóLa Atalaya 2014 | 15 de mayo
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Jehová me ayudó de un modo especial a partir de enero de 1957. Ese mes me casé con Evelyn, quien había asistido a la clase 14 de la Escuela de Galaad. Antes de casarnos, ella servía en la provincia de habla francesa de Quebec. La Iglesia Católica ejercía una gran influencia en esa zona, así que la asignación no era nada fácil. Pero Evelyn se mantuvo leal a Jehová y siguió predicando.
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Jehová de veras me ayudóLa Atalaya 2014 | 15 de mayo
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Nos esperaban más cambios. Mientras servíamos en la obra de distrito hacia finales de 1960, me invitaron a asistir a la clase 36 de la Escuela de Galaad, un curso de diez meses que comenzaría a principios de febrero de 1961 en Brooklyn (Nueva York). Yo, por supuesto, estaba emocionadísimo, pero mi alegría no era completa porque Evelyn no estaba invitada. A ella, al igual que a otras esposas en su misma situación, se le pidió que escribiera una carta para confirmar que accedía a estar sin mí durante al menos diez meses. No pudo contener las lágrimas al pensar en el tiempo que estaríamos separados. Pero los dos decidimos que yo debía ir, y ella se alegró por mí, pues iba a recibir una preparación muy valiosa.
Mientras yo estaba en Brooklyn, Evelyn trabajaba en el Betel de Canadá, donde tuvo la bendición de compartir la habitación con Margaret Lovell, una hermana ungida. Aunque nos echábamos mucho de menos, Jehová nos ayudó a disfrutar de nuestras asignaciones. Me llegó al corazón que ella estuviera dispuesta a sacrificar nuestro tiempo juntos para que pudiéramos servir más de lleno a Jehová y su organización.
Llevaba tres meses en Galaad cuando el hermano Knorr, quien dirigía la obra en aquel tiempo, me hizo una invitación extraordinaria. Me preguntó si estaría dispuesto a dejar la Escuela de Galaad y volver a Canadá para servir temporalmente de instructor de la Escuela del Ministerio del Reino en la sucursal. Pero me dijo que no estaba obligado a aceptar la invitación. Si lo prefería, podía terminar la Escuela de Galaad y entonces tal vez ser enviado como misionero al extranjero. También me explicó que si decidía volver a Canadá, quizá nunca volverían a invitarme a Galaad y que probablemente con el tiempo me enviarían de nuevo a algún territorio dentro de Canadá. Añadió que, si quería, podía darle la respuesta después de hablarlo con mi esposa.
No me hizo falta preguntar a Evelyn, pues sabía cómo veía ella las asignaciones teocráticas. Los dos siempre hemos pensado que, sin importar cuáles sean nuestras preferencias, iremos adonde la organización de Jehová nos mande. Por eso le dije enseguida al hermano Knorr: “Estamos dispuestos a hacer cualquier cosa que la organización de Jehová nos pida”.
Así que en abril de 1961 dejé Brooklyn y regresé a Canadá como instructor de la Escuela del Ministerio del Reino. Más adelante llegamos a ser miembros de la familia Betel de allí. Entonces, para nuestra sorpresa, recibí una invitación a asistir a la clase 40 de Galaad, que comenzaría en 1965. Una vez más, Evelyn tuvo que escribir una carta para confirmar que estaba de acuerdo en que nos separáramos. Unas semanas después, sin embargo, volvimos a tener noticias. ¡Habían invitado a Evelyn también!
Después de llegar a la Escuela de Galaad, el hermano Knorr nos dijo que los alumnos inscritos en clases de francés, como nosotros, serían enviados a África. Pero ¿adónde nos asignaron en nuestra graduación? ¡A Canadá! Me nombraron superintendente de sucursal (ahora llamado coordinador del Comité de Sucursal). Como solo tenía 34 años de edad, recuerdo que le comenté al hermano Knorr: “Soy muy joven”. Él me ayudó a sentirme más seguro. Además, desde el principio traté de consultar a hermanos mayores, de más experiencia, antes de tomar decisiones importantes.
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