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  • Aborrezcamos lo que es inicuo
    La Atalaya 1997 | 1 de enero
    • En el caso de un hombre que haya sido corruptor de menores antes de bautizarse, tal vez haya otra consecuencia. Cuando aprende la verdad, se arrepiente y se vuelve, de modo que no introduce ese horrible pecado en la congregación. Quizá después progrese bien, venza completamente sus malos impulsos y quiera ‘alcanzar’ un puesto de responsabilidad en la congregación. ¿Qué ocurre, sin embargo, si la comunidad todavía no ha olvidado la mala reputación que se ganó cuando abusó sexualmente de menores? ¿Sería “irreprensible”? ¿Tendría un ‘excelente testimonio de los de afuera y estaría libre de acusación’? (1 Timoteo 3:1-7, 10; Tito 1:7.) No, en absoluto. Por lo tanto, no llenaría los requisitos para tener privilegios en la congregación.

  • Aborrezcamos lo que es inicuo
    La Atalaya 1997 | 1 de enero
    • ¿Qué ocurre con los que abusan de menores?

      ¿Qué pasa si un cristiano adulto bautizado abusa sexualmente de un niño? ¿Es el pecador tan malvado que Jehová no lo perdonará nunca? No necesariamente. Jesús dijo que ‘la blasfemia contra el espíritu santo’ era imperdonable. Y Pablo dijo que no queda sacrificio por los pecados del que practica voluntariosamente el pecado a pesar de conocer la verdad. (Lucas 12:10; Hebreos 10:26, 27.) Pero la Biblia no dice en ningún lugar que no pueda perdonarse a un cristiano adulto que abuse sexualmente de un niño, se trate de incesto o no. En efecto, se pueden lavar sus pecados si se arrepiente con sinceridad desde el corazón y cambia su conducta, si bien tal vez tenga que seguir peleando contra los impulsos carnales impropios que fomentó. (Efesios 1:7.) Y quizá haya consecuencias que no pueda evitar.

      Dependiendo de la ley del país donde viva, es probable que lo encarcelen o que el Estado le imponga otras sanciones. La congregación no lo protegerá de estas consecuencias. Además, ese hombre ha demostrado una seria debilidad que en lo sucesivo tendrá que tomarse en cuenta. Si parece estar arrepentido, se le animará a progresar espiritualmente, a salir al servicio del campo e incluso a participar en la Escuela del Ministerio Teocrático y tener asignaciones que no impliquen enseñanza en la Reunión de Servicio. Eso no quiere decir, sin embargo, que llenará los requisitos para ocupar una posición de responsabilidad en la congregación. ¿Cuáles son las razones bíblicas para ello?

      Por una parte, los ancianos deben tener “autodominio”. (Tito 1:8.) Es cierto que nadie tiene un autodominio perfecto. (Romanos 7:21-25.) Pero un cristiano adulto dedicado que cae en el pecado de abusar sexualmente de un menor demuestra una debilidad carnal anormal. La experiencia muestra que esos adultos probablemente abusen de otros niños. Es cierto que no todos los que abusan de un menor vuelven a cometer ese pecado, pero muchos lo hacen. Y la congregación no puede leer el corazón para decir quién probablemente abusará de un niño de nuevo y quién no. (Jeremías 17:9.) Por lo tanto, el consejo de Pablo a Timoteo es aplicable con especial fuerza en el caso de los adultos bautizados que hayan abusado de menores: “Nunca impongas las manos apresuradamente a ningún hombre; ni seas partícipe de los pecados ajenos”. (1 Timoteo 5:22.) Para la protección de nuestros hijos, un hombre que haya abusado de menores no llena los requisitos para ocupar una posición de responsabilidad en la congregación. Además, no puede ser precursor ni participar en ningún otro aspecto del servicio especial de tiempo completo. (Compárese con el principio de Éxodo 21:28, 29.)

      Puede que alguien pregunte: ‘¿No ha habido casos en que quienes cometieron otros tipos de pecado y parecieron arrepentirse, volvieron a cometer el mismo pecado más tarde?’. Sí, eso ha ocurrido, pero hay otros factores que analizar. Si, por ejemplo, un individuo se acerca a otro adulto con intenciones inmorales, este puede oponer resistencia. A los niños es más fácil engañarlos, confundirlos o aterrorizarlos. La Biblia habla de su falta de sabiduría. (Proverbios 22:15; 1 Corintios 13:11.) Jesús utilizó a los niños como un ejemplo de inocencia y humildad. (Mateo 18:4; Lucas 18:16, 17.) Su inocencia implica una total falta de experiencia. La mayoría de los niños son abiertos, están deseosos de agradar, y por ello son más vulnerables a que abuse de ellos un adulto malintencionado a quien conocen y en quien confían. Por lo tanto, la congregación tiene ante Jehová la responsabilidad de proteger a los niños.

      Los niños bien educados aprenden a obedecer y honrar a sus padres, a los ancianos y a otros adultos. (Efesios 6:1, 2; 1 Timoteo 5:1, 2; Hebreos 13:7.) Sería una horrible perversión que una de estas personas con autoridad se aprovechara de la confianza inocente de un niño para seducirle o forzarle a someterse a actos sexuales. Los que han pasado por esta experiencia con frecuencia luchan durante años para superar el consiguiente trauma emocional. Por tanto, quien abusa de un niño tiene que afrontar disciplina severa de parte de la congregación y algunas restricciones. Lo que debe importar no es su posición como persona con autoridad, sino la pureza sin tacha de la congregación. (1 Corintios 5:6; 2 Pedro 3:14.)

      Si una persona que ha abusado de un menor se arrepiente sinceramente, reconocerá la sabiduría de aplicar los principios bíblicos. Si en verdad aprende a aborrecer lo que es inicuo, rechazará el pecado cometido y luchará por no repetirlo. (Proverbios 8:13; Romanos 12:9.) Además, seguramente agradecerá a Jehová la grandeza de Su amor, gracias al cual un pecador arrepentido, como él, puede seguir adorando a nuestro Dios santo y tener la esperanza de ser uno de “los rectos” que residirán en la Tierra para siempre. (Proverbios 2:21.)

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