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Una tragedia de gran magnitud¡Despertad! 2003 | 22 de febrero
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Una tragedia de gran magnitud
Aunque Erika ya cuenta medio año de vida, apenas alcanza la talla y el peso de un bebé de uno o dos meses. Pese a tal déficit, tiene inflamados el vientre, las piernas y su redonda y pálida cara. Además, presenta cabellos quebradizos y opacos, lesiones cutáneas y gran irritabilidad. El médico ha de extremar el cuidado al examinarle los ojos, pues su tejido ocular puede desgarrarse con facilidad. Y es probable que su desarrollo intelectual se haya visto mermado. Por desgracia, el caso de Erik es bastante frecuente.
“SE TRATA de un fenómeno directamente relacionado con más de la mitad de los casos de mortalidad infantil que ocurren en el mundo, una proporción que no tiene precedentes en la historia de las enfermedades infecciosas desde la época de la peste negra. Y sin embargo, no se trata de una enfermedad infecciosa. Su poder destructivo se hace sentir en los millones de sobrevivientes que padecen discapacidades, sufren una mayor propensión a contraer enfermedades durante el resto de sus vidas o quedan mermados intelectualmente. Se trata de un fenómeno que amenaza a las mujeres y las familias y que, en última instancia, pone en peligro la existencia misma de sociedades enteras.” (El Estado Mundial de la Infancia, Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia [UNICEF].)
¿Qué enfermedad corresponde a esta descripción? El síndrome de la mala nutrición y, más concretamente, la desnutrición proteicoenergética, calificada de “emergencia silenciosa” por la Organización Mundial de la Salud (OMS). ¿Cuál es la magnitud de esta tragedia? Según la OMS, “interviene en al menos la mitad de los 10,4 millones de fallecimientos de niños que ocurren cada año”.
La mala nutrición abarca un amplio abanico de afecciones: desde la desnutrición por carencia de uno o más nutrientes —tales como vitaminas o minerales—, a la obesidad y otros males crónicos ligados a la dieta. Pero la desnutrición proteicoenergética “es, con mucho, el tipo más mortífero de mala nutrición”, señala la OMS. Sus principales víctimas no superan los cinco años de edad.
Pensemos por un momento en Erik, mencionado al principio, y en los millones de niños aquejados de desnutrición. Ni son culpables de encontrarse en esa situación ni poseen los medios para salir de ella. Georgina Toussaint, especialista en nutrición pediátrica, comentó a ¡Despertad!: “Sufre y paga el que menos culpa tiene y es el más vulnerable”.
Hay quienes dan por sentado que es un problema insoluble, ya que sencillamente no hay comida para todos. La paradoja es que “vivimos en un mundo de abundancia”, señala la OMS. En efecto, existen alimentos de sobra para todos. Por si fuera poco, la desnutrición es la enfermedad más fácil de prevenir y la que menos cuesta curar. ¿Verdad que resulta indignante esta realidad?
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Profundas raíces, extensas ramificaciones¡Despertad! 2003 | 22 de febrero
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¿Por qué corren los niños mayor riesgo de desnutrirse? Porque se encuentran en una etapa de crecimiento rápido en la que aumenta la demanda de calorías y proteínas. Por razones parecidas, también son vulnerables a la desnutrición las embarazadas y las madres lactantes.
En muchos casos, los problemas del bebé comienzan en la etapa prenatal. Si la nutrición de la embarazada es deficiente o precaria, el niño nacerá con poco peso. Más tarde, el destete prematuro, los malos hábitos alimentarios y la falta de higiene pueden ocasionar desnutrición.
La carencia de nutrientes lleva a que el niño no crezca ni se desarrolle adecuadamente, y a que se vuelva llorón y enfermizo. Al agravarse la afección, la pérdida de peso se vuelve más acusada, se hunden los ojos y la fontanela (región blanda de la parte superior del cráneo), pierden elasticidad la piel y los tejidos, y mengua la capacidad de mantener la temperatura corporal.
La desnutrición adopta otras modalidades, que también retrasan el crecimiento infantil. Así ocurre cuando hay carencia de minerales —principalmente hierro, yodo y cinc—, o de vitaminas, en particular la A, de la que presentan insuficiencia unos cien millones de niños pequeños, según datos del UNICEF. Esta deficiencia los expone a padecer ceguera y les debilita el sistema inmunológico, lo que a su vez mina su resistencia a las infecciones.
Extensas ramificaciones
La desnutrición causa estragos en el organismo, particularmente entre los niños. Pueden verse afectados todos los órganos y sistemas del cuerpo, incluidos los riñones, el corazón, el estómago, los intestinos, los pulmones y el cerebro.
Diversos estudios revelan que los problemas en el crecimiento infantil están asociados al retraso en el desarrollo mental y al bajo rendimiento académico e intelectual. De hecho, un informe de las Naciones Unidas cataloga a esta problemática como la secuela más grave a largo plazo de la desnutrición.
Si el niño sobrevive, las repercusiones tal vez se extiendan hasta la edad adulta. De ahí la siguiente queja del UNICEF: “La privación de inteligencia humana en tal escala, y por razones totalmente susceptibles de prevención, representa un despilfarro de proporciones casi criminales”. Ciertamente, son inquietantes las consecuencias a largo plazo de la desnutrición infantil. Estudios recientes la vinculan con la propensión a sufrir en la edad adulta males crónicos como enfermedades cardíacas, diabetes e hipertensión.
Pero la desnutrición grave no es el problema más extendido, como admite el UNICEF: “En más del setenta y cinco por ciento de las defunciones relacionadas con la desnutrición no se trató del tipo más grave, sino del leve o el moderado” (cursivas nuestras). Muchos niños aquejados de estas dos últimas variedades afrontarán problemas de salud a largo plazo. Por ello, es imperioso identificar en los niños los síntomas de este mal para aplicarles el tratamiento debido (véase el recuadro de la pág. 7).
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Profundas raíces, extensas ramificaciones¡Despertad! 2003 | 22 de febrero
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[Recuadro de la página 7]
¿ESTÁ DESNUTRIDO EL NIÑO?
¿Cómo evalúan los profesionales de la salud el estado nutricional de los niños? Analizan varios signos y síntomas, plantean preguntas sobre sus hábitos alimentarios, prescriben pruebas de laboratorio y, sobre todo, efectúan mediciones corporales y las comparan con los valores de referencia para establecer el tipo de desnutrición y su gravedad.
Los indicadores clave son la talla, el peso y la circunferencia del brazo. La correlación entre peso y edad permite determinar el grado de desnutrición. En los peores casos, el niño aparece demacrado. Si el déficit de peso supera el 40%, se considera que el mal es grave; si se encuentra entre el 25 y el 40%, moderado, y si va del 10 al 25%, leve. Cuando la relación entre peso y edad es muy baja, pudiera tratarse de desnutrición crónica, que incide muy adversamente en el desarrollo del niño.
Las peores modalidades de desnutrición proteicoenergética son el marasmo, el kwashiorkor y una combinación de ambos. El marasmo (debilitamiento progresivo) se manifiesta en los lactantes de seis a dieciocho meses de edad. Se trata de una carencia crónica de calorías y nutrientes que se desarrolla lentamente y tiene su origen en la lactancia insuficiente o el empleo de sucedáneos de la leche materna muy diluidos. El bebé presenta grandes pérdidas de peso, músculos tan delgados que la piel se pega a los huesos y retraso del crecimiento. Además, tiene “cara de viejo”, está irritable y no deja de llorar.
El vocablo kwashiorkor, procedente de un dialecto africano, significa “niño desplazado” y alude al pequeño que es apartado del pecho materno al llegar un nuevo hermano. Esta afección aparece después del destete y, aunque incluye un déficit de calorías, tiene su origen en la carencia aguda de proteínas. Conlleva retención de líquidos, lo que ocasiona hinchazón de las extremidades, el abdomen y, a veces, el rostro, que adquiere aspecto de luna llena. También aparecen lesiones en la piel, alteraciones en el color y la textura del cabello e inflamación del hígado. Además, el niño se vuelve apático y triste. Así le ocurrió a Erik, de quien hablamos antes, que fue amamantado por su madre solo durante su primer mes de vida y luego pasó a recibir leche de vaca muy diluida. A los tres meses comenzó a tomar sopa de verdura y agua azucarada, y quedó al cuidado de una vecina.
El tercer tipo de desnutrición proteicoenergética presenta características tanto del marasmo como del kwashiorkor. Todas estas enfermedades pueden resultar mortales de no tratarse a tiempo.
[Ilustración y recuadro de la página 8]
CÓMO PROTEGER AL NIÑO DE LA DESNUTRICIÓN
◼ Resulta esencial mejorar la alimentación de la madre. Durante el embarazo y la lactancia debe consumir más calorías y proteínas. En particular estas últimas le ayudarán a producir leche. Por lo tanto, si escasea la comida, hay que dar preferencia a las mujeres en edad fértil y a los niños pequeños.
◼ Por lo general, el mejor alimento infantil es la leche materna, sobre todo en los primeros días de vida del bebé, ya que le aporta anticuerpos contra las infecciones. Además, durante los primeros cuatro meses le brinda todos los nutrientes necesarios para crecer y desarrollarse adecuadamente.
◼ Entre el cuarto y el sexto mes, el niño ya puede recibir otras comidas, aunque la leche materna sigue siendo el alimento principal. Hay que incorporar gradualmente en su dieta purés de frutas y verduras. Es mejor introducir los alimentos nuevos de uno en uno y, al cabo de dos o tres días, cuando se haya acostumbrado a una comida, puede pasarse a otra. Claro, muchas veces hacen falta paciencia y varios intentos para que acepte las novedades. No debemos olvidar que al preparar la comida todo tiene que estar inmaculado, incluidos los alimentos y utensilios, que han de lavarse a fondo.
◼ Entre el quinto y el noveno mes, el bebé promedio comienza a necesitar más calorías y proteínas que las que recibe de la leche. Hay que ir dándole con constancia nuevas comidas. Los productos infantiles de cereales y verduras vienen primero, y luego los cárnicos y lácteos. Aunque inicialmente se debe pasar la comida por un colador, a partir del sexto mes bastará con partirla en trozos pequeños. No es necesario ni recomendable agregarle sal o azúcar.
◼ Después del octavo mes, la leche materna deja de ser la base de la alimentación infantil para convertirse en un complemento. El bebé comienza a admitir la misma comida que el resto de la familia, aunque esta debe mantenerse muy limpia y estar bien cortada para que la mastique mejor. La dieta ideal abarca frutas, verduras, cereales, legumbres, carne y lácteos.b En particular, los niños precisan alimentos ricos en vitamina A, tales como leche materna, vegetales verdes de hojas grandes y frutas y hortalizas anaranjadas o amarillas del tipo del mango, la zanahoria o la papaya. No hay que olvidar que los menores de tres años necesitan cinco o seis comidas diarias.
◼ Cuando el bebé recibe la mayor variedad posible de alimentos en diversas combinaciones, obtiene nutrientes que lo protegen. El objetivo de la madre es darle comida de buena calidad, y no debe obligarlo a comer si está lleno o limitarle los alimentos si da muestras de querer más.
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