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  • Una epidemia de niños con estrés
    ¡Despertad! 1993 | 22 de julio
    • Una epidemia de niños con estrés

      “¡RANDY!”, gritó Rita horrorizada por lo que vio de lejos al acercarse a su casa. En la ventana del dormitorio del piso de arriba, a 8 metros del suelo de hormigón del patio, estaba asomado su hijo Randy con medio cuerpo colgando fuera. Dentro de la casa, Larry oyó los gritos histéricos de su esposa y, sobresaltado, subió corriendo las escaleras, entró a toda prisa en el dormitorio, agarró a Randy y, tirando de él, logró meterlo dentro sano y salvo. Los padres de Randy necesitaban respuestas inmediatas. “¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué?”, le preguntaron sin poder creer lo que había pasado. “Te podías haber hecho daño; ¡te podías haber matado!” “Quería morirme”, respondió Randy con indiferencia. Randy solo tenía 5 años de edad.

      RANDY tenía toda la apariencia de ser un niño sano y normal. Nadie sospechaba que en su fuero interno deseara morir. Sin embargo, posteriores consultas a consejeros especializados revelaron que Randy era un niño muy estresado.

      Hoy día hay muchísimos niños que sufren como Randy graves trastornos emocionales. Al no ser capaces de encontrar buenas maneras de superar su angustia, algunos tratan en vano de reprimir su ansiedad. Pero el estrés reprimido encuentra con el tiempo una vía de escape. En algunos casos, no poder expresar la ansiedad desencadena enfermedades físicas o conducta delincuente. En otros, el estrés provoca acciones autodestructivas, como infligirse heridas, trastornos del apetito, consumo de sustancias adictivas y hasta suicidio. El libro The Child in Crisis (El niño en crisis) hace la siguiente observación: “Muchos de estos problemas, especialmente el suicidio, se veían antes como patrimonio exclusivo de los adultos y los adolescentes mayores. Ahora parece que van afectando también a los muy jovencitos”.

      Los adultos, desconcertados, se preguntan: “¿Cómo es posible? ¿No es la infancia una época de juegos, risas y diversiones?”. Para muchos niños no lo es. El Dr. Julius Segal afirma que la concepción de “la infancia como una etapa de puras alegrías es una ficción inventada por los adultos”. Joseph Lupo, terapeuta infantil, confirma esta lamentable realidad: “Llevo veinticinco años ejerciendo mi profesión, y actualmente veo cuatro veces más niños y adolescentes deprimidos”.

      ¿Qué está provocando un estrés tan inaudito en los niños? ¿Qué señales pueden alertar a los padres? ¿Cómo se puede ayudar a los niños con estrés? En los siguientes artículos se dará atención a estas preguntas.

  • Pequeños con mucho estrés
    ¡Despertad! 1993 | 22 de julio
    • Pequeños con mucho estrés

      “Es cierto que las penas de los niños son pequeñas, pero ellos también lo son.” —Percy Bysshe Shelley.

      MIRE el sombrero de copa dibujado abajo. A primera vista la altura del sombrero parece mayor que la anchura de su ala. Pero, en realidad, mide lo mismo de alto que de ancho. Las dimensiones pueden interpretarse mal fácilmente.

      Igual de fácil es que los adultos interpreten mal las dimensiones del estrés de un niño. “Los problemas de los niños son insignificantes”, razonan algunos. Este modo de pensar es engañoso. “Los adultos no deberían juzgar los problemas por su magnitud —advierte el libro Childstress! (El estrés infantil)—, sino por la magnitud del sufrimiento que producen.”

      En muchos casos el sufrimiento del niño es mayor de lo que los adultos se imaginan. Este hecho lo confirmó un estudio en el que se pidió a ciertos padres que dijesen cuál era el estado emocional de sus hijos. Casi todos respondieron que sus hijos eran “muy felices”. No obstante, cuando se preguntó a los niños sin estar sus padres delante, la mayoría contestaron que se sentían “infelices” y hasta “desgraciados”. Los padres quitan mucha importancia a los temores que afrontan los niños.

      En otro estudio, llevado a cabo por el Dr. Kaoru Yamamoto, se pidió a unos niños que calificasen veinte sucesos de la vida según una escala de estrés del uno al siete. A continuación se pidió a un grupo de adultos que calificasen los mismos sucesos tal como pensaban que los calificaría un niño. Los adultos se equivocaron en dieciséis de los veinte casos mencionados. “Todos pensamos que conocemos a nuestros hijos —concluye el Dr. Yamamoto—, pero en realidad muchas veces ni vemos ni oímos ni entendemos lo que de veras les perturba.”

      Los padres deben aprender a ver las experiencias de la vida desde una nueva perspectiva: a través de los ojos de un niño. (Véase el recuadro.) Y esto es de suma importancia hoy día, pues la Biblia predijo que ‘en los últimos días llegarían tiempos peligrosos de mucho estrés [...], difícil de sobrellevar y de soportar’. (2 Timoteo 3:1, The Amplified Bible.) Los niños no son inmunes al estrés; al contrario, suelen ser sus víctimas principales. Aunque en algunos casos el estrés no es más que un fenómeno que ‘acompaña a la juventud’, en otros constituye un síntoma de un trastorno más serio y merece atención especial. (2 Timoteo 2:22.)

      [Ilustración en la página 4]

      Sombrero de copa anticuado

      [Recuadro en la página 5]

      A través de los ojos de un niño

      Muerte de uno de los padres = Culpabilidad. Cuando el niño recuerda pensamientos hostiles momentáneos con respecto al padre o la madre que ha fallecido, puede que esconda en su interior sentimientos de responsabilidad por su muerte.

      Divorcio = Abandono. Según la lógica de un niño, si los padres pueden dejar de amarse el uno al otro, también pueden dejar de amarle a él.

      Alcoholismo = Tensión. Claudia Black escribe: “El ambiente cotidiano de temor, abandono, negación, incoherencia y violencia real o potencial que reina en los hogares con problemas de alcoholismo, difícilmente es propicio y saludable”.

      Peleas de los padres = Temor. Un estudio elaborado con veinticuatro estudiantes reveló que las peleas de los padres son tan estresantes, que algunas de sus consecuencias fueron ataques de vómitos, tics nerviosos en la cara, caída del cabello, pérdida o aumento de peso y hasta úlcera.

      Afán excesivo de logro = Frustración. “Hagan lo que hagan —escribe Mary Susan Miller—, parece que los niños compiten en la vida en una carrera inacabable en la que los adultos les han metido.” El niño se ve presionado a ser el mejor en la escuela, en casa y hasta en el juego; él nunca gana, y la carrera nunca termina.

      Nacimiento de un hermano = Pérdida. Al tener que compartir la atención y el afecto de los padres, al niño puede parecerle que ha perdido a sus padres en lugar de haber ganado un hermano.

      Escuela = Ansiedad de sentirse separado. Para Amy, dejar a su madre para ir a la escuela era como morir un poco cada día.

      Errores = Humillación. Como los niños tienen una imagen insegura de sí mismos, “tienden a dar una importancia desproporcionada a las cosas”, dice la Dra. Ann Epstein. Ella ha descubierto que la humillación es uno de los factores desencadenantes más comunes del suicidio infantil.

      Minusvalías = Frustración. Además de ser objeto de las burlas de compañeros poco compasivos, el niño que sufre alguna deficiencia física o mental posiblemente tenga que aguantar la impaciencia de profesores y familiares que se muestran decepcionados por cosas que él no puede evitar.

  • Padres que maltratan: los principales causantes de estrés
    ¡Despertad! 1993 | 22 de julio
    • Padres que maltratan: los principales causantes de estrés

      “Como [los niños] tienen pocos marcos de referencia fuera de la familia, las cosas que [...] aprenden en casa, tanto sobre sí mismos como sobre los demás, se convierten en verdades universales que se les graban profundamente.”—Dra. Susan Forward.

      UN ALFARERO puede tomar una masa de barro sin forma, añadirle una proporción adecuada de agua y darle forma hasta convertirla en una hermosa vasija. De igual manera, los padres dan forma a la idea que el niño tiene de sí mismo y del mundo. Con amor, guía y disciplina, el niño se desarrolla hasta convertirse en un adulto estable.

      Sin embargo, ocurre con mucha frecuencia que las impresiones que se graban en la mente y el corazón de un niño proceden de padres que lo maltratan. El maltrato emocional, físico y sexual crea unos patrones de pensamiento deformados, que se arraigan con fuerza y resultan difíciles de cambiar.

      Maltrato emocional

      Las palabras pueden herir más que los puños. “No recuerdo un día que no me dijera que ojalá yo no hubiera nacido”, dice Jason. Karen recuerda: “Siempre me daban a entender que era mala o que no era bastante buena”.

      Los niños normalmente creen lo que se dice sobre ellos. Si a un niño se le llama constantemente estúpido, es posible que con el tiempo se considere un estúpido. Dígale a una niña que es una inútil, y se lo creerá. Los niños ven las cosas desde una perspectiva limitada, y muchas veces no son capaces de distinguir entre lo que es cierto y lo que son agravios infundados.

      Maltrato físico

      Joe recuerda las palizas que le daba su padre: “Empezaba a descargar puñetazos sobre mí hasta tenerme acorralado contra la pared, donde me castigaba con tales golpes que me aturdía [...]. ¡Y lo que me daba más miedo de todo era que nunca supe qué provocaba aquellos estallidos!”.

      El padre de Jake le pegaba continuamente. Durante una de esas palizas, a Jake, que tenía solo 6 años de edad, se le rompió el brazo. “Yo no dejaba que ni él ni mis hermanas ni mamá me viesen llorar —recuerda—. Era el único orgullo que me quedaba.”

      El libro Strong at the Broken Places (Fuertes a pesar de una vida accidentada) indica que sufrir maltratos físicos durante la infancia es comparable a “sufrir un accidente automovilístico todos los días, todas las semanas o todos los meses”. Dichos maltratos enseñan al niño que el mundo no es un lugar seguro y que no se puede confiar en nadie. Además, la violencia suele engendrar violencia. “Si no se protege a los niños de los que los maltratan —advierte la revista Time—, llegará el día en que tendrá que protegerse al público de los niños.”

      Maltrato sexual

      Según cierta estimación, hacia los 18 años, una de cada tres niñas y uno de cada siete niños han sido obligados a participar en algún acto sexual. La mayoría de estos niños sufre en silencio. “Como soldados desaparecidos en combate —comenta el libro The Child in Crisis—, estos niños permanecen perdidos por años en una jungla particular de temor y culpabilidad.”

      “Cuánto odiaba a mi padre por abusar de mí, y qué culpable me sentía por ello —dice Louise—. Sentía tanta vergüenza porque se supone que una niña tiene que amar a sus padres y yo no siempre los amaba.” Estos confusos sentimientos son comprensibles cuando el principal protector de un niño se convierte en el agresor. Beverly Engel formula la siguiente pregunta en el libro The Right to Innocence (El derecho a la inocencia): “¿Cómo aceptar que nuestro propio padre o nuestra propia madre, que se supone que debían amarnos y cuidarnos, tuviesen tan poco interés en nosotros?”.

      Los abusos sexuales pueden deformar por completo la visión que el niño tenga de la vida. “Cualquier adulto que haya sido agredido sexualmente de niño, arrastra desde entonces profundos sentimientos de una inadaptación irremediable y se considera indigno y perverso”, escribe la Dra. Susan Forward.

      No desaparece

      “No solo sufre maltrato o abandono el cuerpo del niño —escribe la investigadora Linda T. Sanford—. Las familias con problemas echan a perder la mente del niño.” Cuando se maltrata a una criatura, sea emocional, física o sexualmente, es posible que crezca sintiéndose inútil y pensando que no inspira cariño.

      Jason, mencionado antes, tenía tan poco amor propio de adulto que fue declarado un suicida en potencia. Al colocarse innecesariamente en situaciones que ponían en peligro su vida, daba a esta el mismo valor que su madre le había inculcado: “Ojalá no hubieras nacido”.

      Reflexionando en los efectos de haber sufrido maltratos físicos de niño, Joe dice: “Es algo que no desaparece porque te vayas de casa o te cases. Siempre tengo miedo de algo, y yo mismo no me lo perdono”. La tensión de vivir en una familia en la que hay maltratos físicos, hace que muchos niños crezcan con sentimientos negativos con respecto al futuro y rígidas actitudes defensivas que más que protegerlos los aprisionan.

      El incesto del que Connie fue víctima creó en ella una imagen deformada de sí misma que cristalizó en su vida adulta: “Todavía pienso muchas veces que la gente puede mirarme por dentro, y que ve lo repugnante que soy”.

      Todos los tipos de maltrato enseñan lecciones nefastas que pueden quedar grabadas profundamente para cuando se llega a la edad adulta. Es cierto que lo que se aprende se puede desaprender. De ello dan testimonio los innumerables sobrevivientes que se han recuperado de los maltratos recibidos durante la infancia. Pero es mucho mejor si los padres reconocen que, desde el momento en que su hijo nace, ellos están moldeando gran parte del concepto que el niño tendrá de sí mismo y del mundo. El bienestar físico y emocional de un niño está principalmente en manos de sus padres.

      [Fotografía en la página 7]

      Las palabras pueden herir más que los puños

  • Cómo descifrar las señales de estrés de su hijo
    ¡Despertad! 1993 | 22 de julio
    • Cómo descifrar las señales de estrés de su hijo

      “Sentir estrés raras veces carece de causa: suele ser una reacción a sucesos o circunstancias particulares.”—Dra. Lilian G. Katz.

      ¿CÓMO se orienta el piloto de un avión durante una noche oscura y de niebla? Desde que despega hasta que aterriza, ha de fijarse en una serie de señales. El tablero de la cabina de un avión grande cuenta con más de un centenar de instrumentos que transmiten al piloto información fundamental y le avisan de posibles problemas.

      Criarse en este mundo cargado de estrés es como volar a través de una tormenta. ¿Qué pueden hacer los padres para que sus hijos tengan un vuelo suave desde la infancia hasta la edad adulta? Como muchos niños no hablan de las cosas que les causan estrés, los padres tienen que aprender a descifrar las señales que indican su existencia.

      El organismo “habla”

      El niño suele manifestar su estrés a través del organismo. Ciertas reacciones psicosomáticas —como dolencias estomacales, dolores de cabeza, fatiga, trastornos del sueño y problemas relacionados con la evacuación— pueden ser señales de que algo va mal.a

      En el caso de Sharon, su pérdida de audición fue el clímax de un período de intensa soledad. Los calambres que le daban a Amy en el estómago cuando empezó a ir a la escuela estaban inducidos por el temor a verse separada de su madre. El estreñimiento de John se debía a la tensión que sentía al presenciar las peleas violentas de sus padres.

      La agresión sexual de que fue víctima una niña de 10 años llamada Ashley tuvo consecuencias físicas. “Recuerdo que [después de la violación] no asistí a la escuela durante una semana porque estuve enferma”, menciona. El libro When Your Child Has Been Molested (Cuando su hijo ha sufrido abusos deshonestos) explica: “Es tal el estrés que puede provocar en el niño o la niña el peso de haber sufrido abusos deshonestos, que llega a enfermar”. Algunas señales físicas que pueden indicar ese tipo de trauma son: lesiones, dolor al evacuar, dolores recurrentes de estómago y de cabeza y dolores óseos o musculares sin ninguna causa aparente.

      Cuando la enfermedad parece psicosomática, los padres deberían tomar el asunto en serio. “No importa si el niño finge o no —dice la Dra. Alice S. Honig—, lo que importa es el problema que se oculta detrás.”

      Las acciones dicen más que las palabras

      Una repentina alteración de la conducta suele ser una forma de pedir auxilio. El libro Giving Sorrow Words (Palabras de pesar) explica: “Cuando un buen estudiante empieza a obtener malas calificaciones merece atención, igual que la merece cuando un niño que siempre está alborotando se convierte de pronto en un ángel”.

      El repentino hábito de mentir de un niño de 7 años llamado Timmy empezó cuando su madre se absorbió de lleno en el trabajo. El comportamiento descarado que empezó a manifestar de pronto un niño de 6 años llamado Adam, obedecía a sus sentimientos de incapacidad en la escuela. El que un niño de 7 años llamado Carl volviera a orinarse en la cama por las noches era un indicio de que anhelaba la atención de sus padres, que entonces parecía desviada hacia su hermanita pequeña.

      Lo más preocupante es la conducta autodestructiva. Los frecuentes accidentes de una niña de 12 años llamada Sara no podían atribuirse a simple torpeza. Desde el divorcio de sus padres, inconscientemente utilizaba el hacerse daño como el medio de tratar de recobrar el afecto de su padre ausente. La conducta autodestructiva, bien mediante agresiones leves —como causarse heridas de poca importancia— o mediante algo realmente grave —como un intento de suicidio—, es una señal de una situación de intenso estrés.

      Expresan lo que sienten

      “De la abundancia del corazón habla la boca”, dijo Jesucristo. (Mateo 12:34.) Lo que el niño dice suele revelar si su corazón está dominado por sentimientos negativos.

      “Los niños que llegan a casa diciendo que ‘nadie los quiere’, en realidad le están diciendo que no están satisfechos consigo mismos”, afirma la Dra. Loraine Stern. Lo mismo pudiera suceder cuando presumen. Aunque estos parecen el polo opuesto de los que tienen poco amor propio, alardear de logros reales o imaginarios puede ser un esfuerzo por vencer profundos sentimientos de incapacidad.

      Es cierto que todos los niños enferman, se comportan mal de vez en cuando y en ocasiones se sienten decepcionados consigo mismos. Pero cuando tales problemas constituyen un patrón de vida y no se observa ninguna causa directa, los padres deberían verlos como una señal y analizar su significado.

      Después de examinar los patrones de comportamiento durante la infancia de seis adolescentes que perpetraron una agresión sumamente violenta, Mary Susan Miller comentó: “Todas las señales estaban a la vista. Los muchachos las habían manifestado en su vida durante años, pero nadie prestó atención. Los adultos lo veían, pero se encogían de hombros”.

      Ahora más que nunca, los padres deben estar alerta para reconocer las señales de estrés en los niños y hacer algo al respecto.

      [Nota a pie de página]

      a A diferencia de la hipocondría —que abarca dolencias imaginarias—, una enfermedad psicosomática es real. Lo que sucede es que está provocada por una causa emocional en lugar de física.

      [Recuadro en la página 8]

      ¿Estrés en la matriz?

      Hasta un feto puede detectar el estrés, el temor y la ansiedad que su madre le comunica a través de los cambios químicos en la corriente sanguínea. “El feto en desarrollo percibe hasta la más mínima tensión que experimenta la mujer embarazada —escribe Linda Bird Francke en el libro Growing Up Divorced (Bajo el signo del divorcio)—. Aunque los sistemas nerviosos del feto y de la madre no están conectados directamente, existe entre ambos una relación unidireccional que no puede romperse.” Esto puede explicar por qué, según la revista Time, aproximadamente un 30% de los niños de 18 meses o menos padecen dificultades relacionadas con el estrés, que van desde abandono emocional hasta neurosis de ansiedad. “Los bebés de madres infelices o angustiadas suelen manifestar también infelicidad y angustia”, concluye Francke.

      [Recuadro en la página 9]

      Cuando un niño trata de acabar con su vida

      “¿Qué pasaría si durmiese cien años?”, le preguntó Lettie a su padre. Él pensó que se trataba de una pregunta infantil. Pero Lettie no estaba hablando a la ligera. Unos días después la niña fue hospitalizada por haberse tomado un frasco entero de somníferos.

      ¿Qué debería hacer usted si su hijo piensa en el suicidio o llega a atentar contra su vida? “Busque ayuda profesional de inmediato —insta el libro Depression—What Families Should Know (Lo que las familias deberían saber sobre la depresión)—. Tratar a suicidas en potencia no es una tarea de aficionados, ni siquiera de aquellos que manifiestan un gran interés en la persona deprimida. Usted puede pensar que ha disuadido a su familiar de suicidarse, cuando, en realidad, lo que esa persona ha hecho es callar y guardar dentro de sí todos sus sentimientos, hasta que estallan con horribles resultados.”

      Con un tratamiento adecuado, existe esperanza para los niños que tratan de acabar con su vida. “La mayoría de las personas que tratan de suicidarse no quieren realmente morir —dice el libro que acabamos de citar—. Lo único que quieren es dejar de sufrir. Es una forma de pedir auxilio.” En la congregación cristiana, los ancianos pueden dar apoyo amoroso y buen consejo bíblico a los padres que no sepan qué hacer ante las tendencias suicidas de sus hijos.

  • Ayude a sus hijos a afrontar el estrés
    ¡Despertad! 1993 | 22 de julio
    • Ayude a sus hijos a afrontar el estrés

      “Muchos niños no encuentran a nadie en casa —física o emocionalmente— cuando necesitan hablar.” (Depression—What Families Should Know)

      BIEN se ha dicho que la familia es un laboratorio emocional. Es un centro de investigación en el que el niño somete a prueba sus creencias, observa los resultados y empieza a llegar a ciertas conclusiones acerca de la vida. ¿Cómo pueden asegurarse los padres de que sus hijos llevan a cabo esa experimentación tan importante en un ambiente saludable, y no en uno estresante?

      Escuche

      El libro The Child in Crisis recomienda lo siguiente a los padres: “Mantengan vivo el diálogo”. Como una cuerda de salvamento entre padre e hijo, el diálogo es de importancia fundamental cuando la familia ha vivido algún tipo de experiencia traumática. Nunca suponga que el hecho de que el niño no diga nada significa que se lo está tomando bien o que se está adaptando. Puede que sencillamente esté reprimiendo en silencio su ansiedad y sufrimiento, como hizo una niña de 7 años que aumentó 15 kilogramos de peso en los seis meses siguientes a la separación de sus padres.

      La palabra “diálogo” indica que hablan dos o más personas. Por consiguiente, el padre o la madre no debería decirlo todo. Rick y Sue pidieron ayuda profesional cuando su hijo de 6 años empezó a comportarse mal y a desarrollar un carácter ingobernable en casa. Tras una entrevista con toda la familia, el consejero notó algo. “Los padres intelectualizaban mucho, dando explicaciones largas y a menudo excesivas —dijo—. Además, tendían a monopolizar la conversación, y pude apreciar que los niños se impacientaban.” Es provechoso dejar que los niños se expresen. (Compárese con Job 32:20.) Si no pueden hablar de sus problemas cuando surgen, quizás los exterioricen después con su conducta. (Compárese con Proverbios 18:1.)

      El diálogo es muy importante cuando se requiere disciplina. ¿Cómo se siente el niño respecto a la corrección? ¿Entiende por qué la recibe? En lugar de solo decir al niño cómo debería sentirse, descubra lo que hay en su corazón. Razone con él para ayudarlo a llegar a la conclusión apropiada. “Ofrezca materia en que pensar —escribe Elaine Fantle Shimberg—, pero deje que medite en ella su hijo.”

      Reconozca los sentimientos del niño

      Algunos padres ahogan el diálogo diciendo cosas como: “Deja de llorar”, “No deberías sentirte así” o “No es tan malo como piensas”. Es mucho mejor reconocer los sentimientos del niño. Expresiones como: “Observo que algo te ha entristecido”, “Pareces muy disgustado” o “Reconozco que debes sentirte decepcionado”, contribuirán al diálogo.

      El libro How to Talk so Kids Will Listen & Listen so Kids Will Talk (Cómo hablar para que los niños escuchen y cómo escuchar para que los niños hablen) hace un comentario muy oportuno a este respecto: “Cuanto más trate de apartar los sentimientos tristes de un niño, más se aferrará él a ellos. Cuanto mejor acepte los sentimientos negativos, más fácil les resultará a los niños desprenderse de ellos. Supongo que podría decirse que si usted quiere tener una familia feliz, más vale que aprenda a dar lugar a manifestaciones de mucha infelicidad”. (Compárese con Eclesiastés 7:3.)

      Muestre empatía

      “Como la mayoría de los adultos ven el mundo de un niño desde su propia perspectiva —escribe Mary Susan Miller—, les resulta difícil imaginar otra vida tan estresante como la suya.”

      En efecto, los padres olvidan fácilmente los sufrimientos y las ansiedades que experimentaron cuando crecían. Por eso, muchas veces minimizan el estrés que sienten sus hijos. Tendrían que recordar cómo se sintieron ante la muerte de un animal de compañía, el fallecimiento de un amigo o la mudanza a un vecindario diferente. Deberían recordar los temores que tenían durante su infancia, incluso los que pudieran calificarse de irracionales. Recordar es una clave para la empatía.

      Ponga un buen ejemplo

      El modo como afronte su hijo el estrés dependerá mucho de su forma de afrontarlo como padre o madre. ¿Trata usted de aliviar el estrés recurriendo a la violencia? Entonces no se sorprenda cuando su hijo exteriorice su ansiedad de la misma manera. ¿Sufre en silencio cuando está muy preocupado? Entonces, ¿cómo puede pedir que su hijo sea franco y confiado? ¿Están los sentimientos de estrés tan escondidos en su familia, que los niegan en lugar de reconocerlos y remediarlos? En ese caso, no se asuste de los efectos físicos y emocionales que esto pueda tener en su hijo, pues, por lo general, cualquier intento de sepultar la ansiedad solo incrementará la dificultad de sacarla a relucir.

      Criar hijos en un mundo de tanto estrés plantea grandes dificultades a los padres, pero el estudio de la Biblia ha ayudado a muchos de ellos. Esto es lo que deberíamos esperar, pues el Autor de la Biblia lo es también de la vida de familia. “La sabiduría de Dios se demuestra por todos sus resultados”, dijo Jesucristo. (Mateo 11:19, Versión Popular.) Al ir poniendo en práctica los principios bíblicos, los padres se darán cuenta de que las Escrituras son provechosas “para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia”. (2 Timoteo 3:16.)

      [Fotografía en la página 10]

      Una buena comunicación alivia el estrés

      [Fotografía en la página 11]

      El niño derrama la leche, su hermano se burla de él, pero el padre, comprensivamente, lo consuela

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