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Inculcamos amor por Jehová en el corazón de nuestros hijosLa Atalaya 2002 | 1 de mayo
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Nuestra responsabilidad hacia Jehová
Enseñar a los hijos a amar a Dios también exige leer y estudiar su Palabra con regularidad. Con esto presente, celebrábamos un estudio de familia todas las semanas, generalmente los lunes por la noche. Dado que la diferencia de edad entre el mayor y el menor es de nueve años, nuestros hijos tenían necesidades muy distintas, por lo que no siempre podíamos abarcar la misma información con todos ellos.
Por ejemplo, la instrucción que les dábamos a los que estaban en la etapa preescolar era relativamente sencilla. Karla analizaba con ellos un solo texto de la Biblia, o utilizaba las láminas de las publicaciones bíblicas. Aún conservo gratos recuerdos de las ocasiones en que, muy de mañana, los más pequeños se subían a mi cama y me despertaban para mostrarme sus ilustraciones favoritas del libro El nuevo mundo.a
Karla desarrolló la habilidad de enseñarles con paciencia las muchas razones que tenemos para amar a Jehová. Puede que suene sencillo, pero la realidad es que, en sentido físico y emocional, era prácticamente una labor de tiempo completo para Karla y para mí. Con todo, no nos dimos por vencidos. Queríamos llegar a sus tiernos corazones antes de que otras personas que no conocían a Jehová empezaran a influir en ellos. Por tal razón, insistíamos en que nuestros hijos asistieran al estudio de familia tan pronto como pudieran sentarse.
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Inculcamos amor por Jehová en el corazón de nuestros hijosLa Atalaya 2002 | 1 de mayo
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Dimos a nuestros hijos la atención que necesitaban
Por supuesto, en ocasiones surgieron contratiempos. Mientras los niños crecían, descubrimos que inculcar amor en su corazón requería saber lo que ya había en este, y para lograrlo, teníamos que escucharlos. A veces nuestros hijos creían tener motivo para quejarse, así que Karla y yo nos sentábamos y hablábamos del asunto con ellos. Añadimos una media hora especial después del estudio en familia para permitir que expresaran abiertamente cualquier inquietud que tuvieran.
Tomemos el caso de Thomas y Gabriele, los más pequeños. Ellos pensaban que nosotros, los padres, estábamos mostrando favoritismo al hijo mayor. Durante una sesión dijeron con franqueza: “Papá, nos parece que tú y mamá siempre permiten que Hans Werner se salga con la suya”. Al principio, no podía creer lo que estaba oyendo. Sin embargo, después de analizar el asunto objetivamente con Karla, admitimos que tenían razón, de modo que hicimos un mayor esfuerzo por tratarlos a todos por igual.
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