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Esfuerzos en pro de la unidad¡Despertad! 1991 | 22 de febrero
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Esfuerzos en pro de la unidad
Por el corresponsal de ¡Despertad! en Francia
¡VERGÜENZA! Sí, por vergüenza dio comienzo el movimiento ecuménico. ¿Vergüenza de qué? Del lamentable espectáculo que la cristiandad ofrecía al mundo no cristiano de ser una casa dividida contra sí misma.
En la primera asamblea celebrada por el CEI (Consejo Ecuménico de las Iglesias) su secretario general, el doctor W. A. Visser ’t Hooft, explicó: “Somos un Consejo de Iglesias, no el Consejo de una Iglesia indivisa. Nuestro nombre señala nuestra debilidad y vergüenza ante Dios pues, en definitiva, en la Tierra únicamente puede haber, y hay, una sola Iglesia de Cristo”.
Una enciclopedia católica francesa publicada recientemente admite: “En el siglo XIX se era más consciente del escándalo provocado por la división de las iglesias, en particular entre los misioneros, cuyo antagonismo mutuo contradecía el Evangelio que habían venido a predicar a los no cristianos. [...] El golpe decisivo se produjo con el desarrollo de las misiones de África y Asia, que sacaron a relucir las divisiones entre cristianos que obstaculizaban la evangelización”.
Sus comienzos
La palabra “ecuménico” se deriva del término griego oi·kou·mé·ne ([tierra] habitada). El movimiento ecuménico, que comenzó a mediados del siglo XIX, aspira a la unidad mundial de las iglesias de la cristiandad. Conscientes de las desventajas de que existan divisiones entre las iglesias, durante el siglo XIX y principios del siglo XX los reformadores organizaron diversas asociaciones interconfesionales.
La desunión que reinaba en la cristiandad afectaba de forma especial a los misioneros que habían sido enviados a convertir a los no cristianos. Debido a que las páginas de la historia de la Iglesia estaban salpicadas de sangre, no podían señalarlas como prueba de la superioridad de su religión. ¿Cómo justificarían la existencia de tantas iglesias, todas pretendiendo ser cristianas y citando de Jesús o del apóstol Pablo, siendo que ambos recalcaron la necesidad de que hubiese unidad cristiana? (Juan 13:34, 35; 17:21; 1 Corintios 1:10-13.)
Sin duda esa situación contribuyó a la formación del moderno movimiento ecuménico, que en 1910 convocó la primera Conferencia Misionera Mundial en Edimburgo (Escocia). Posteriormente, en 1921, se formó el Consejo Internacional de Misiones. A este respecto, la New Catholic Encyclopedia explica: “El Consejo Internacional de Misiones no solo se formó para difundir información sobre métodos misionales efectivos, sino también para mitigar el escándalo de las divisiones cristianas mediante evitar la competencia en los países no cristianos”.
La Iglesia católica muestra sus reservas
Sin embargo, ¿qué hizo la Iglesia católica romana para mitigar el escándalo de la división cristiana? En 1919 se le invitó a participar en un congreso sobre fe y constitución celebrado por varias iglesias donde se considerarían diferencias de doctrina y ministerio. Sin embargo, el papa Benedicto XV rechazó la invitación. En 1927, de nuevo recibió una invitación para participar en la Primera Conferencia Mundial sobre Fe y Constitución, celebrada en Lausana (Suiza). Delegados de varias iglesias protestantes y ortodoxas se reunieron para discutir los obstáculos a la unidad, pero el papa Pío XI prohibió la participación de los católicos.
En su artículo sobre el papa Pío XI, la New Catholic Encyclopedia dice: “La Santa Sede adoptó una actitud negativa hacia el movimiento ecuménico de la cristiandad no católica”. Esta actitud evolucionó hacia una franca hostilidad cuando, en 1928, el Papa promulgó su encíclica Mortalium animos, donde condenó el movimiento ecuménico y prohibió a los católicos dar cualquier apoyo al ecumenismo.
En 1948 se formó el CEI, que al momento de su fundación constaba de casi ciento cincuenta iglesias miembros, en su mayoría protestantes. Se incluyeron algunas iglesias ortodoxas orientales y posteriormente se unieron otras iglesias ortodoxas. Todas aceptaron como base doctrinal para ser miembros del CEI la siguiente declaración: “El Consejo Ecuménico de las Iglesias es una asociación fraternal de iglesias que confiesan al Señor Jesucristo como Dios y Salvador”. A pesar de esta clara fórmula trinitaria, el papa Pío XII declinó la invitación para que la Iglesia católica se uniera a este consejo ecuménico.
¿Cambia el catolicismo?
Juan XXIII, elegido Papa en 1958 a la edad de casi setenta y siete años, fue considerado por muchos católicos como tan solo un papa di passaggio o provisional. Sin embargo, fue él quien abrió las ventanas del Vaticano para que soplasen vientos de cambio que hasta el día de hoy causan revuelo en los círculos católicos. Una de sus primeras decisiones a principios de 1959 fue la de convocar un concilio ecuménico, lo que, en términos católicos, significaba una reunión general de los obispos de toda la Iglesia católica.
El propósito de este concilio era, en primer lugar, “poner al día a la Iglesia” y, en segundo lugar, “abrir el camino hacia la reunión de los hermanos separados de Oriente y Occidente en el un solo rebaño de Cristo”. En consonancia con este segundo propósito, en el año 1960 el papa Juan XXIII estableció en el Vaticano el Secretariado para Fomento de la Unión entre los Cristianos, que fue aclamado como “el primer reconocimiento oficial que hace la Iglesia católica romana de la existencia del movimiento ecuménico”.
No cabe duda de que parecían soplar vientos de cambio. Sin embargo, ¿estaba la curia romana —el poderoso grupo de prelados que componen el gobierno administrativo de la Iglesia— a favor de estos cambios? Y en caso afirmativo, ¿qué concepto tenían de la unidad cristiana?
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Un dilema para la Iglesia católica¡Despertad! 1991 | 22 de febrero
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Un dilema para la Iglesia católica
“UN NUEVO PENTECOSTÉS.” Esa fue la esperanza que expresó el papa Juan XXIII para el concilio ecuménico que comenzó en 1962 y que llegó a conocerse como el Vaticano II. Esperaba que sería un medio para lograr la renovación espiritual de los católicos y que traería cambios que prepararían el terreno para volver a unir a la cristiandad.
Sin embargo, todos los prelados del Vaticano no compartían tales ideas de aggiornamento (puesta al día). The New Encyclopædia Britannica informa: “De modo que la decisión del Papa fue recibida con frialdad por su conservadora curia, cuyos miembros estaban convencidos de que la Iglesia había prosperado bajo la dirección de Pío XII y no veían ninguna razón de peso para los cambios que [el papa] Juan preveía. De hecho, algunos cardenales del Vaticano hicieron todo lo que estaba en su mano para demorar el concilio hasta que ese anciano hubiese fallecido y el proyecto se pudiera abandonar con discreción”.
Decreto sobre el ecumenismo promulgado en el Vaticano II
El papa Juan XXIII vivió lo suficiente para poner en marcha el Concilio Vaticano II pero murió poco después, en junio de 1963, mucho antes de la clausura del concilio en diciembre de 1965. Sin embargo, el 21 de noviembre de 1964 el papa Pablo VI promulgó el Decreto sobre el ecumenismo, cuya introducción decía: “Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines principales que se ha propuesto el sacrosanto Concilio Vaticano II”.
El sacerdote jesuita Walter M. Abbott escribió unas palabras reveladoras en su obra The Documents of Vatican II: “El Decreto sobre el ecumenismo señala la integración plena de la Iglesia católica romana en el movimiento ecuménico”. Y de modo similar, bajo el apartado “Roman Catholicism following the second Vatican Council” (El catolicismo romano después del Concilio Vaticano II), The New Encyclopædia Britannica dijo con optimismo: “La Iglesia católica romana ha abandonado oficialmente su postura de ‘única Iglesia verdadera’”.
No obstante, ¿puede decirse que la Iglesia católica haya abandonado de verdad esa postura? ¿En qué condiciones se conseguiría la unidad? Después de haber determinado el grado al que los católicos podían participar en la actividad ecuménica, el Decreto sobre el ecumenismo estipulaba: “Este sagrado Concilio exhorta a los fieles que se abstengan de toda ligereza o imprudente celo [...]. Su acción ecuménica ha de ser plena y sinceramente católica, es decir, fiel a la verdad recibida de los apóstoles y de los padres, y conforme a la fe que siempre ha profesado la Iglesia católica”.
Obstáculos a la unidad
Lo cierto es que la Iglesia católica romana no abandonó su postura de ser la única Iglesia verdadera. El Decreto sobre el ecumenismo promulgado en el Vaticano II matiza: “Tan solo por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es auxilio general de la salvación, puede conseguirse la plenitud total de los medios salvíficos. Creemos que el Señor entregó todos los bienes del Nuevo Testamento a un solo colegio apostólico, a saber: al que preside Pedro”.
La enciclopedia francesa Théo—Nouvelle Encyclopédie Catholique, publicada en 1989, afirma: “Para los católicos, el Papa, como sucesor de Pedro, es teológicamente el elemento permanente de la unidad de la Iglesia y los obispos. No obstante, resulta obvio que el Papa es la razón principal que divide a los cristianos”.
Esta divisiva doctrina de la primacía del Papa está muy relacionada con los dogmas de la infalibilidad papal y la sucesión apostólica de los obispos católicos, ambos inaceptables para la mayoría de las iglesias no católicas de la cristiandad. ¿Hizo algo el Vaticano II para modificar la postura católica respecto a estas doctrinas?
El párrafo 18 de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, promulgada en el Vaticano II, explica: “Este santo Concilio, siguiendo las huellas del Vaticano I [que decretó el dogma de la infalibilidad del Papa], enseña y declara con él que Jesucristo, eterno Pastor, edificó la santa Iglesia enviando a sus apóstoles como Él mismo había sido enviado por el Padre (cf. Io 20,21 [Juan 20:21]) y quiso que los sucesores de éstos, los obispos, hasta la consumación de los siglos, fuesen los pastores de su Iglesia. Pero para que el episcopado mismo fuese uno solo e indiviso, estableció al frente de los demás apóstoles al bienaventurado Pedro, y puso en él el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión. Esta doctrina de la institución, perpetuidad, fuerza y razón de ser del sacro primado del Romano Pontífice y de su magisterio infalible, el santo Concilio la propone nuevamente como objeto firme de fe a todos los fieles y, prosiguiendo dentro de la misma línea, se propone, ante la faz de todos, profesar y declarar la doctrina acerca de los obispos, sucesores de los apóstoles, los cuales, junto con el sucesor de Pedro, Vicario de Cristo y Cabeza visible de toda la Iglesia, rigen la casa del Dios vivo”.
Es significativo que esta Constitución dogmática sobre la Iglesia la promulgó el papa Pablo VI el mismo día que firmó el Decreto sobre el ecumenismo. Y ese mismo día 21 de noviembre de 1964, hizo una declaración que proclamaba a “María Santísima ‘Madre de la Iglesia’, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores”. ¿Cómo se puede afirmar que el Decreto sobre el ecumenismo ‘señaló la integración plena de la Iglesia católica romana en el movimiento ecuménico’ cuando el mismo día de su publicación el Papa decidió reafirmar dogmas que son del todo inaceptables para la mayoría de los miembros del CEI (Consejo Ecuménico de las Iglesias)?
El dilema de la Iglesia
El doctor Samuel McCrea Cavert, anterior secretario general del Consejo Nacional de las Iglesias, que desempeñó un papel importante en la formación del Consejo Ecuménico de las Iglesias, afirmó: “En realidad, el Decreto [sobre el ecumenismo] no concilia su concepto ecuménico y su pretensión de que la única Iglesia verdadera es la católica romana. [...] Además, está la otra pretensión de la primacía de Pedro y de su jurisdicción sobre toda la Iglesia. Estas pretensiones parecen indicar que la forma católica romana de entender el ecumenismo está inalterablemente centrado en Roma”.
El doctor Konrad Raiser, secretario general diputado del CEI, declaró: “El Papa [Juan Pablo II] hace muchas declaraciones ecuménicas, pero está inspirado por una misión que le lleva en otra dirección”.
La evidente contradicción entre la fachada de ecumenismo que presenta el Vaticano y su obstinado apego a sus propios conceptos tradicionales tan solo revela que la Iglesia de Roma se encuentra entre la espada y la pared. Si es sincera respecto a su participación en el movimiento ecuménico en pro de la unidad cristiana tiene que renunciar a su afirmación de ser la única Iglesia verdadera. Si rehúsa renunciar a esta afirmación, tiene que admitir que su llamado ecumenismo es tan solo una maniobra táctica para atraer a las iglesias ortodoxas y protestantes a que vuelvan a la grey católica.
Expresado sin rodeos, la Iglesia católica tiene que admitir que las afirmaciones que ha hecho por siglos son falsas, o bien reconocer que su actual participación en el movimiento ecuménico es una absoluta hipocresía. Sea lo que fuere, muchos miembros sinceros de las iglesias de la cristiandad están confusos y se preguntan si algún día se conseguirá la unidad cristiana.
[Comentario en la página 8]
‘El Decreto sobre el ecumenismo señala la integración plena de la Iglesia católica romana en el movimiento ecuménico’
[Fotografía en la página 7]
El Vaticano II puso a la Iglesia católica entre la espada y la pared
[Reconocimiento]
UPI/Bettmann Newsphotos
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¿Es posible la unidad cristiana?¡Despertad! 1991 | 22 de febrero
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¿Es posible la unidad cristiana?
LA CRISTIANDAD es una casa dividida. Sus aproximadamente más de mil quinientos millones de personas que la componen están repartidos entre la Iglesia católica romana, la ortodoxa oriental, la protestante y otras iglesias y sectas que afirman ser cristianas. Muchas personas sinceras se preguntan si algún día se conseguirá la unidad cristiana.
Lamentando la desunión religiosa, un documento del Concilio Vaticano II decía: “Todos se proclaman discípulos del Señor, pero sus convicciones chocan y sus caminos divergen, como si Cristo mismo estuviese dividido (cf. 1 Cor[intios] 1:13). Sin duda, esta discordia contradice abiertamente la voluntad de Cristo, supone una piedra de tropiezo para el mundo y perjudica la santísima causa de proclamar las buenas nuevas a toda persona”.
La Iglesia católica y la unidad
La Iglesia católica, que cuenta con casi la mitad de todos los miembros de la cristiandad, tiene su propio concepto de lo que es unidad cristiana. A finales del siglo pasado se formaron diversas “uniones de oración”, entre ellas la Archicofradía de Nuestra Señora de la Compasión para el retorno de Inglaterra a la fe católica, la Unión Pía de oraciones a Nuestra Señora de la Compasión para la conversión de los herejes y la Archicofradía de Oraciones y Buenas Obras para la reunión de los cismáticos orientales con la Iglesia.
En 1908, por iniciativa de un sacerdote anglicano convertido al catolicismo, se organizó una semana anual de oración universal (18-25 de enero) “en favor de la conversión y retorno de los hermanos separados”. Esta se convirtió en la Semana de Oración universal por la unidad cristiana, en la que el CEI (Consejo Ecuménico de las Iglesias) ha participado desde principios de la década de los cincuenta.
La obra católica titulada The Documents of Vatican II especifica: “Por muchas décadas, los católicos romanos han ofrecido todos los meses de enero ocho días de oración por la unidad de la Iglesia. Hasta 1959, la idea general tras esos días de oración (18-25 de enero) era la esperanza de que los protestantes ‘retornasen’ a la única Iglesia verdadera y de que el cisma ortodoxo terminase”.
¿Cambió el Vaticano II el punto de vista de la Iglesia católica respecto a la unidad cristiana? Pablo VI, sucesor del papa Juan XXIII, promulgó la Constitución dogmática sobre la Iglesia, que dice: “Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica [...]. Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, permanece en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él”.
De modo que el punto de vista de la Iglesia católica sobre la unidad cristiana básicamente no ha cambiado. Lo que en realidad se dijo en el Vaticano II es que cualquier cosa buena que pueda encontrarse fuera de la Iglesia católica le pertenece a ella y, por lo tanto, como dice la Constitución dogmática sobre la Iglesia, todas ellas son dones que “inducen hacia la unidad católica”.
¿Está cualificada para promover unidad?
¿Qué puede decirse de la tan repetida declaración de la Iglesia católica de ser “una, santa, católica y apostólica”? En primer lugar, el reciente cisma de los católicos tradicionalistas bajo la dirección del arzobispo Lefebvre, por no mencionar la abierta rebelión de centenares de teólogos católicos, desmienten la afirmación de la Iglesia de ser “una”.a
En segundo lugar, el registro de la Iglesia católica, llena de antisemitismo, torturas de “herejes”, el fomento de “guerras santas” y la participación en la política y en sucios escándalos económicos, revela que está lejos de ser santa.
En tercer lugar, la Iglesia de Roma difícilmente puede justificar su afirmación de ser “católica” o “universal”, pues tan solo cuenta con aproximadamente la mitad de los que afirman ser cristianos, lo que equivale a alrededor del 15% de la población mundial.
Y por último, ni los hechos históricos, ni la actuación del papado, ni la opulencia, inmoralidad y participación en la política de muchos prelados católicos, justifica la afirmación de la Iglesia de ser “apostólica”. Resulta obvio pues que la Iglesia católica no está en posición de ser el foco de la verdadera unidad cristiana.
El Consejo Ecuménico y la unidad
En el Consejo Ecuménico de las Iglesias hay más de trescientas iglesias protestantes y ortodoxas orientales con más de cuatrocientos millones de miembros en más de cien países. Su propósito es el de “proclamar la unidad esencial de la Iglesia de Cristo y poner de manifiesto ante las iglesias la obligación de mostrar esa unidad y su urgencia para la obra de evangelización”. Sin embargo, ¿ofrece el CEI más esperanza que la Iglesia católica romana en lo que respecta a conseguir la verdadera unidad cristiana?
¿Sobre qué base espera el CEI unir a los cristianos? Una enciclopedia dice: “El Consejo Ecuménico de las Iglesias. [...] Los miembros por lo general concuerdan en que la división de los cristianos es contraria a la voluntad de Dios y un grave obstáculo para que los no cristianos acepten el cristianismo. [...] Aumenta el convencimiento de que la unidad debe estar basada en la verdad”. En vista de esto, ¿qué es lo que las más de trescientas iglesias miembros del CEI consideran que es la verdad fundamental?
En 1948 algunas iglesias consideraron que la base para formar parte del CEI era poco trinitaria. De modo que en 1961 se modificó el texto para que dijera: “El Consejo Ecuménico de las Iglesias es una asociación fraternal de iglesias que confiesan al Señor Jesucristo como Dios y Salvador según las Escrituras y se esfuerzan en responder conjuntamente a su vocación común para la gloria del único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo”. (Las cursivas son nuestras.)
Esta declaración es en sí una contradicción. ¿Por qué? Porque la creencia en un “único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo” no es “según las Escrituras”. The Encyclopedia of Religion afirma: “Hoy los teólogos concuerdan en que la Biblia hebrea no contiene ninguna doctrina de la Trinidad”. Por otra parte, el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento explica: “El cristianismo primitivo no tiene aún una doctrina trinitaria fija”. Y The New Encyclopædia Britannica declara: “Ni la palabra Trinidad ni la doctrina explícita aparece en el Nuevo Testamento, ni tampoco trató Jesús ni sus seguidores de contradecir la Shemá del Antiguo Testamento: ‘Oye, oh Israel: El Señor nuestro Dios es un solo Señor’. (Deuteronomio 6:4.)”.
Además, el CEI ha tenido gran participación en las luchas políticas. Por ejemplo, ha suministrado fondos para movimientos de liberación armada. A este respecto, The New Encyclopædia Britannica revela: “La identificación de grupos del CEI con diversos movimientos revolucionarios ha levantado las críticas de algunas iglesias constitutivas”. El proceder no cristiano de inmiscuirse en la política no puede producir verdadera unidad cristiana, como tampoco puede hacerlo una base doctrinal que no es bíblica.
Se puede conseguir la verdadera unidad
Es de interés que la obra francesa Encyclopædia Universalis, publicada en 1989, afirma que el propósito del ecumenismo es “devolver a la dividida familia de cristianos una unidad profunda y visible, en armonía con la enseñanza de Jesús [...]. Al observar cómo los cristianos se aman unos a otros, los no cristianos deberían poner fe y unirse a la Iglesia, prefigurando el nuevo mundo donde los principios rectores serán servicio, justicia y paz, como fue predicho y demostrado por Cristo. [...] Es digno de notar que [...] la Epístola a los Hebreos (II, 5) hable de la ‘oi·kou·mé·ne [(tierra) habitada] por venir’, subrayando así que los cristianos no esperan un mundo inmaterial o espiritual, sino este mundo habitado [tierra habitada] reconciliado con su Creador”.
Cada vez más miembros de las iglesias de la cristiandad se dan cuenta de que las doctrinas de su Iglesia no están en armonía con la enseñanza de Jesús y observan con vergüenza que los miembros de su religión no se aman entre sí. Sin embargo, muchos de ellos han encontrado una familia de cristianos que están profundamente unidos y se dan cuenta de que realmente se aman unos a otros. Han encontrado verdadera unidad cristiana y esperanza en la familia mundial de los testigos de Jehová.
Como resultado, millones de personas que antes eran miembros de las iglesias de la cristiandad ponen ahora su esperanza en el nuevo mundo unido de Dios, donde los principios rectores serán servicio, justicia y paz.
[Nota a pie de página]
a Para más detalles, véase la revista ¡Despertad! del 22 de junio de 1990 bajo el tema “¿Por qué hay divisiones en la Iglesia católica?”
[Comentario en la página 11]
Muchas personas han hallado una familia mundial de cristianos que ya están unidos
[Fotografía en la página 10]
Este monumento, en la sede del Consejo Ecuménico de las Iglesias (Ginebra, Suiza), simboliza las oraciones por la unidad de las iglesias, aún sin contestar
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