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  • ¿Somos una fuente de alivio?
    La Atalaya 2007 | 15 de noviembre
    • El ejemplo de Jesús

      Jesucristo era un hombre que dejaba huella. Hasta un breve encuentro con él era una experiencia tan agradable como el frescor del rocío. Por ejemplo, el Evangelio de Marcos indica que Jesús “tomó a los niños en los brazos y empezó a bendecirlos, poniendo las manos sobre ellos” (Marcos 10:16). ¡Qué bien tienen que haberse sentido aquellos pequeños!

      La última noche que vivió como hombre en la Tierra, Jesús lavó los pies a sus apóstoles, demostrando así una humildad que tuvo que llegarles al corazón. Acto seguido, Jesús les dijo: “Yo les he puesto el modelo, que, así como yo hice con ustedes, ustedes también deben hacerlo” (Juan 13:1-17). En efecto, ellos también debían ser humildes. Aunque no captaron de inmediato la idea y esa misma noche discutieron sobre quién tenía más importancia, Jesús no se enojó, sino que razonó pacientemente con ellos (Lucas 22:24-27). Hasta “cuando [sus enemigos] lo estaban injuriando, no se puso a injuriar en cambio”. De hecho, “cuando estaba sufriendo, no se puso a amenazar, sino que siguió encomendándose al que juzga con justicia”. Sin duda, la actitud de Jesús es reconfortante, y hacemos bien en imitarla (1 Pedro 2:21, 23).

      Jesús dijo a sus oyentes: “Tomen sobre sí mi yugo y aprendan de mí, porque soy de genio apacible y humilde de corazón, y hallarán refrigerio para sus almas” (Mateo 11:29). ¡Qué maravilla poder aprender directamente de Jesús! Enseñaba tan bien que, cuando tomó la palabra en la sinagoga de su pueblo, la gente se quedó atónita y dijo: “¿Dónde consiguió este hombre esta sabiduría y estas obras poderosas?” (Mateo 13:54). Hoy en día, cuando leemos los relatos sobre la vida y ministerio de Jesús, también aprendemos muchas cosas de él, entre ellas a ser una fuente de refrigerio, o alivio. Fijémonos, por lo tanto, en el extraordinario ejemplo que dio al hacer comentarios constructivos y ayudar al prójimo.

      Seamos constructivos al hablar

      Con las relaciones humanas ocurre lo mismo que con las casas: es mucho más fácil destruir que construir. Es muy fácil atacar las faltas ajenas, pues todo el mundo es imperfecto y comete errores. Como bien dijo el rey Salomón, “no hay en la tierra hombre justo que siga haciendo el bien y no peque” (Eclesiastés 7:20). Así que no es nada difícil descubrir los defectos del prójimo y derrumbarlo haciendo comentarios hirientes (Salmo 64:2-4). Pero ser constructivos cuando hablamos es todo un arte.

      Con sus palabras edificantes, Jesús animaba a las personas. Les brindaba alivio espiritual anunciándoles las buenas nuevas del Reino (Lucas 8:1). También animaba a sus discípulos al ayudarles a conocer íntimamente a su Padre celestial (Mateo 11:25-27). No es extraño que la gente se sintiera atraída a Jesús.

  • ¿Somos una fuente de alivio?
    La Atalaya 2007 | 15 de noviembre
    • Ayudemos al prójimo

      Jesús conocía muy bien las terribles condiciones en que vivían los oprimidos. Así, leemos que “al ver las muchedumbres, se compadeció de ellas, porque estaban desolladas y desparramadas como ovejas sin pastor” (Mateo 9:36). Pero él no se limitó a observar la situación en que se hallaban, sino que hizo algo para aliviarla. Les dirigió esta invitación: “Vengan a mí, todos los que se afanan y están cargados, y yo los refrescaré”. Y agregó estas tranquilizadoras palabras: “Mi yugo es suave y mi carga es ligera” (Mateo 11:28, 30).

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