-
Atención debida a nuestros mayores: un desafío al cristianoLa Atalaya 1988 | 15 de julio
-
-
Una responsabilidad de la congregación
El discípulo Santiago escribió: “La forma de adoración que es limpia e incontaminada desde el punto de vista de nuestro Dios y Padre es esta: cuidar de los huérfanos y de las viudas en su tribulación”. Santiago también declaró: “Si un hermano o una hermana están en estado de desnudez y carecen del alimento suficiente para el día, y sin embargo alguno de entre ustedes les dice: ‘Vayan en paz, manténganse calientes y bien alimentados’, pero ustedes no les dan las cosas necesarias para su cuerpo, ¿de qué provecho es? Así, también, la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma”. (Santiago 1:27; 2:15-17.)
Por eso, si un cristiano envejecido necesita ayuda, esto debe interesar a toda la congregación. Los superintendentes pueden llevar la delantera a este respecto. Según las instrucciones de Pablo en 1 Timoteo 5:4, primero deben determinar si el envejecido tiene hijos o nietos que estén dispuestos a “seguir pagando la debida compensación a sus padres y abuelos, porque esto es acepto a vista de Dios”. Si no los tiene, pudieran determinar qué clase de seguro o de provisiones gubernamentales pudieran utilizarse. Quizás hasta miembros de la congregación pudieran dar ayuda financiera como arreglo personal.
Sin embargo, si nada de esto se puede hacer, los superintendentes pueden considerar si la persona llena o no los requisitos para recibir ayuda de la congregación misma. Dijo Pablo: “Que sea puesta en la lista la viuda que haya cumplido no menos de sesenta años, mujer de un solo esposo, de quien se dé testimonio por sus excelentes obras”. (1 Timoteo 5:9, 10.)
-
-
Atención debida a nuestros mayores: un desafío al cristianoLa Atalaya 1988 | 15 de julio
-
-
Cómo han ayudado las congregaciones
Una vez que se sepa lo que necesita la persona mayor, se pueden hacer arreglos específicos. Cuando en la congregación hay un espíritu de afecto, interés en el bien de otros y altruismo, no es difícil hallar una buena cantidad de hermanos y hermanas que estén dispuestos a ayudar. Así no se impone una carga injusta sobre unas cuantas personas. Por ejemplo, una congregación ha preparado un horario para que los publicadores visiten a los envejecidos. Estos hermanos y hermanas se deleitan en participar en esto, y no se pasa por alto a nadie.
En otra congregación los hijos incrédulos de una Testigo de edad avanzada la habían desatendido. Sin embargo, Testigos jóvenes de la localidad le hacían el lavado, el planchado y la limpieza, y además le cuidaban el patio. Los hermanos le ayudaban a pagar el alquiler y la alimentación. La llevaban a las asambleas y a las reuniones. Y cuando ella murió, se encargaron de todas las diligencias y los gastos funerales.
En una pequeña congregación sudafricana un hermano de edad avanzada, mestizo, quedó completamente paralizado por una apoplejía. Porque no tenía ningún familiar que lo atendiera, una hermana viuda de la congregación y su hijo lo acogieron en su hogar. Varones de la congregación se turnaban para bañarlo. Además, un hermano precursor blanco llevaba a pasear a este hermano envejecido en su silla de ruedas. Este cuadro, extraordinario en Sudáfrica, causó conmoción. La congregación atendió amorosamente a este hermano hasta su muerte.
Sin embargo, no estamos diciendo que sea fácil atender a las necesidades de los hermanos y hermanas envejecidos. Se necesita verdadera iniciativa y resolución para resolver los problemas que puedan surgir.
-
-
Atención debida a nuestros mayores: un desafío al cristianoLa Atalaya 1988 | 15 de julio
-
-
Prudencia y persistencia
No obstante, a veces puede suceder que las personas de edad avanzada sean hasta cierto grado independientes. Aunque necesiten ayuda, quizás se resistan a aceptarla. Y a menos que los superintendentes o los que han sido asignados para ayudar estén alerta, esas personas mayores pudieran tratar de arreglárselas por su cuenta.
Una viuda envejecida tenía cáncer, pero no se lo había dicho a nadie. Necesitaba ayuda para transportar sus pertenencias a cierto lugar a kilómetro y medio (una milla) de distancia. En vez de mencionarles a otros que necesitaba ayuda, le pidió a una amiga de 84 años de edad que la ayudara. Juntas metieron unos objetos en una carretilla y trataron de empujarla ellas mismas. Sin embargo, en poco tiempo se dieron cuenta de que no podían seguir, y la amiga de la viuda fue a buscar a un anciano de la congregación, que vivía cerca, para que las ayudara.
Por eso, quizás tengamos que ejercer prudencia, pero a la vez ser persistentes, para determinar precisamente qué podemos hacer para ayudar a tales personas. Si solo nos ofrecemos a la ligera, con expresiones como: ‘Avíseme si le puedo servir en algo’, pudiéramos recibir la pronta respuesta: ‘Gracias, pero no necesito nada’. Pero recuerde que cuando Lidia invitó a su hogar al apóstol Pablo y a otros no se dio por vencida porque pareció que ellos habían rehusado su invitación. Más bien, ‘sencillamente los obligó a aceptar’. (Hechos 16:15.) Por eso, sea persistente. Averigüe qué necesitan y lo que prefieren los mayores, antes de que tengan que pedir ayuda.
-