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“¡No puede ser!”Cuando muere un ser querido
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“¡No puede ser!”
UN SEÑOR de Nueva York (E.U.A.) relata: “Mi hijo Jonathan estaba visitando a unos amigos que vivían a unos cuantos kilómetros de casa. A mi esposa, Valentina, no le agradaba que fuera a aquel lugar. Siempre se preocupaba por el tráfico. Pero a él le encantaba la electrónica, y sus amigos tenían un taller donde podía hacer prácticas. Yo me encontraba en casa, en el oeste de Manhattan, y mi esposa estaba en Puerto Rico visitando a su familia. ‘Jonathan debe estar a punto de llegar’, pensé. En ese momento sonó el timbre de la puerta. ‘Seguro que es él’, me dije. Pero, no; era la policía y unos paramédicos. ‘¿Reconoce usted este permiso de conducción?’, preguntó el agente de policía. ‘Sí, es el de mi hijo Jonathan.’ ‘Tenemos malas noticias para usted. Ha habido un accidente y... su hijo..., su hijo ha muerto.’ Mi reacción inmediata fue decir: ‘¡No puede ser!’. Aquel espantoso suceso abrió una herida en nuestro corazón que todavía no se ha curado, aunque ya han pasado varios años”.
‘Tenemos malas noticias para usted. Ha habido un accidente y... su hijo..., su hijo ha muerto.’
Un padre de familia de Barcelona (España) escribe: “Éramos una familia feliz de la España de los años sesenta: María —mi esposa—, nuestros tres hijos —David, Paquito e Isabel, de 13, 11 y 9 años respectivamente— y yo.
”Un día del mes de marzo de 1963, Paquito vino de la escuela quejándose de un fuerte dolor de cabeza. Estábamos desconcertados porque no sabíamos cuál podría ser la causa; pero pronto lo supimos. Tres horas más tarde, estaba muerto. Una hemorragia cerebral había acabado con su vida.
”Paquito murió hace más de treinta años, pero el profundo dolor de aquella pérdida sigue afectándonos hasta este día. Cuando los padres pierden a un hijo, siempre sienten que han perdido una parte de sí mismos, sin importar cuánto tiempo haya transcurrido o cuántos hijos más tengan.”
Estos dos casos de padres que perdieron a un hijo ilustran lo honda y duradera que es la herida cuando sobreviene tal desgracia. Un médico escribió acertadamente: “La muerte de un niño suele ser más trágica y traumática que la de un adulto, porque un niño es la última persona de la familia que se espera ver morir. [...] El fallecimiento de cualquier niño representa la pérdida de futuros sueños, parientes [hijos políticos y nietos] y experiencias [...] de los que aún no se ha disfrutado”. La mujer que sufre un aborto espontáneo puede experimentar el mismo sentimiento de pérdida profunda.
Una mujer que enviudó cuenta lo siguiente: “Mi esposo, Russell, fue asistente médico en la zona del Pacífico durante la II Guerra Mundial. Presenció terribles batallas, y sobrevivió a todas ellas. Luego regresó a Estados Unidos, donde llevó una vida más tranquila. Posteriormente empezó a servir de ministro de la Palabra de Dios. Después de cumplir 60 años manifestó los síntomas de una afección cardíaca. Se esforzó por llevar una vida activa, pero, finalmente, un día de julio de 1988 sufrió un fuerte ataque cardíaco y murió. Su pérdida me dejó desolada. Ni siquiera pude despedirme de él. Russell no era simplemente mi esposo. Era mi mejor amigo. Habíamos compartido cuarenta años de nuestras vidas. Parecía que a partir de ese momento me iba a ver sumida en una terrible soledad”.
Estos son solo unos cuantos ejemplos de los miles de tragedias que acaecen diariamente a las familias por todo el mundo. La mayoría de las personas que han perdido a un ser querido le dirán que cuando muere un hijo, el cónyuge, el padre, la madre o un amigo, se siente que la muerte es verdaderamente “el último enemigo”, como dijo el escritor cristiano Pablo. La primera reacción natural a la aterradora noticia suele ser de negación: “¡No puede ser! No lo puedo creer”. A esta reacción con frecuencia le siguen otras, como veremos más adelante. (1 Corintios 15:25, 26.)
No obstante, antes de analizar los sentimientos de aflicción, contestemos algunas preguntas importantes. ¿Significa la muerte el fin de la persona? ¿Hay alguna posibilidad de volver a ver a nuestros seres queridos?
Existe una esperanza real
El escritor bíblico Pablo hizo concebir esperanzas de que se eliminará a este “último enemigo”, la muerte, cuando escribió: “La muerte ha de ser reducida a nada”. “El último enemigo en ser destruido será la Muerte.” (1 Corintios 15:26, Biblia de Jerusalén.) ¿Por qué estaba Pablo tan seguro de que sería así? Porque a él le había instruido alguien que había sido levantado de entre los muertos, a saber, Jesucristo. (Hechos 9:3-19.) Por eso también escribió: “Dado que la muerte es mediante un hombre [Adán], la resurrección de los muertos también es mediante un hombre [Jesucristo]. Porque así como en Adán todos están muriendo, así también en el Cristo todos serán vivificados”. (1 Corintios 15:21, 22.)
Jesús se conmovió mucho cuando se encontró con una viuda de Naín y vio a su hijo muerto. El relato bíblico nos dice: “Al acercarse [Jesús] a la puerta de la ciudad [Naín], pues ¡mira!, sacaban a un muerto, el hijo unigénito de su madre. Además, ella era viuda. También estaba con ella una muchedumbre bastante numerosa de la ciudad. Y cuando el Señor alcanzó a verla, se enterneció por ella, y le dijo: ‘Deja de llorar’. En seguida se acercó y tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron, y él dijo: ‘Joven, yo te digo: ¡Levántate!’. Y el muerto se incorporó y comenzó a hablar, y él lo dio a su madre. Entonces el temor se apoderó de todos, y se pusieron a glorificar a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta ha sido levantado entre nosotros’, y: ‘Dios ha dirigido su atención a su pueblo’”. Note que Jesús se compadeció tanto de la viuda que resucitó a su hijo. ¡Piense en lo que ese suceso presagia! (Lucas 7:12-16.)
Aquella resurrección, de la que hubo testigos presenciales, fue memorable. Sirvió de garantía de la resurrección que Jesús había predicho antes, un regreso a la vida en la Tierra bajo “un nuevo cielo”. En aquella ocasión Jesús había dicho: “No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán”. (Revelación [Apocalipsis] 21:1, 3, 4; Juan 5:28, 29; 2 Pedro 3:13.)
Pedro y algunos de los doce hombres que acompañaban a Jesús en sus viajes también presenciaron varias resurrecciones. Incluso escucharon al resucitado Jesús hablar a orillas del mar de Galilea. El relato nos informa: “Jesús les dijo: ‘Vengan, desayúnense’. Ninguno de los discípulos tuvo el ánimo de inquirir de él: ‘Tú, ¿quién eres?’, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó y tomó el pan y se lo dio, y así mismo el pescado. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de haber sido levantado de entre los muertos”. (Juan 21:12-14.)
En consecuencia, Pedro pudo escribir con total convicción: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque, según su gran misericordia, nos dio un nuevo nacimiento a una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”. (1 Pedro 1:3.)
El apóstol Pablo expresó su esperanza segura con las siguientes palabras: “Creo todas las cosas expuestas en la Ley y escritas en los Profetas; y tengo esperanza en cuanto a Dios, esperanza que estos mismos también abrigan, de que va a haber resurrección así de justos como de injustos”. (Hechos 24:14, 15.)
Así pues, millones de personas pueden tener la firme esperanza de volver a ver con vida a sus seres amados en la Tierra, pero en circunstancias muy diferentes. ¿Qué circunstancias serán esas? En la última sección del folleto, titulada “Una esperanza segura para los muertos”, se tratará más a fondo la esperanza que da la Biblia para los seres queridos que hemos perdido.
Pero primero respondamos a las preguntas que usted posiblemente tenga si está afligido por la muerte de un ser querido: ¿Es normal sentir tanto dolor? ¿Cómo puedo sobrellevarlo? ¿Cómo pueden ayudarme los demás? ¿Qué puedo hacer para ayudar a los que están desolados? Y sobre todo, ¿qué esperanza segura para los muertos contiene la Biblia? ¿Volveré a ver alguna vez a mis seres queridos? Y si así es, ¿dónde?
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¿Es normal sentirse así?Cuando muere un ser querido
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¿Es normal sentirse así?
UN HOMBRE que estaba de duelo escribió: “Como me crié en Inglaterra, me enseñaron a no exteriorizar mis sentimientos. Aún me parece oír a mi padre, un ex militar, diciéndome con los dientes apretados: ‘¡No llores!’, cuando algo me producía dolor. No recuerdo si alguna vez mi madre nos besó o abrazó a mis tres hermanos y a mí. Cuando tenía 56 años, vi morir a mi padre. Aunque sentí una pena inmensa, al principio fui incapaz de llorar”.
Hay culturas en las que los individuos expresan sus sentimientos abiertamente. Los demás saben si se sienten contentos o tristes. Pero en otras partes del mundo, especialmente en el norte de Europa y en Gran Bretaña, se ha educado a la gente, sobre todo a los hombres, para que oculten sus sentimientos, para que repriman sus emociones y no se inmuten ante nada. No obstante, ¿tiene algo de malo expresar el dolor cuando se sufre la pérdida de un ser querido? ¿Qué dice la Biblia al respecto?
Personajes bíblicos que lloraron
La Biblia fue escrita por hebreos del Mediterráneo oriental, quienes eran un pueblo expresivo. En sus páginas se encuentran muchos casos de personas que manifestaron públicamente su aflicción. El rey David, por ejemplo, quedó desolado cuando su hijo Amnón fue asesinado y ‘lloró con un llanto sumamente grande’. (2 Samuel 13:28-39.) Lloró incluso la muerte de su traicionero hijo Absalón, que había intentado usurpar el trono. El relato bíblico nos indica: “Entonces el rey [David] se perturbó y subió a la cámara del techo sobre el paso de entrada y se puso a llorar; y esto decía al andar: ‘¡Hijo mío, Absalón, hijo mío, hijo mío, Absalón! ¡Oh, que yo pudiera haber muerto, yo mismo, en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!’”. (2 Samuel 18:33.) David manifestó su dolor como cualquier otro padre. ¡Cuántas veces han deseado los padres haber muerto ellos en lugar de sus hijos! Parece tan anormal que un hijo fallezca antes que sus padres.
¿Cómo reaccionó Jesús ante la muerte de su amigo Lázaro? Al acercarse a su tumba, lloró. (Juan 11:30-38.) María Magdalena también lloró cuando se aproximaba al sepulcro de Jesús. (Juan 20:11-16.) Es cierto que el cristiano que entiende la esperanza bíblica de la resurrección no llora inconsolablemente, como lo hacen algunos que no poseen un fundamento bíblico claro para sus creencias con respecto a la condición de los muertos. Pero, como todo ser humano con sentimientos normales, el verdadero cristiano, pese a tener la esperanza de la resurrección, llora la pérdida de cualquier persona querida. (1 Tesalonicenses 4:13, 14.)
Llorar o no llorar
¿Cómo reacciona la gente hoy en día? ¿Le cuesta o le da vergüenza a usted exteriorizar sus sentimientos? ¿Qué recomiendan los especialistas? En muchas ocasiones, sus opiniones modernas son un mero reflejo de la sabiduría antigua inspirada de la Biblia. Dicen que debemos expresar el dolor en vez de reprimirlo. Esto nos recuerda a hombres fieles de la antigüedad, como Job, David y Jeremías, cuyas expresiones de dolor aparecen en la Biblia. Ellos no reprimieron sus sentimientos. Por consiguiente, no es sensato aislarse de los demás. (Proverbios 18:1.) Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que el duelo se expresa de diferentes formas según la cultura y las creencias religiosas predominantes.a
¿Qué puede hacer si tiene ganas de llorar? Llorar es humano. Recuerde de nuevo que cuando Lázaro murió, Jesús “gimió en el espíritu y [...] cedió a las lágrimas”. (Juan 11:33, 35.) De este modo probó que el llanto es una reacción normal ante la muerte de un ser amado.
Es normal sentir dolor y llorar cuando muere un ser querido
El caso de Anne —cuyo bebé, Rachel, falleció del síndrome de muerte infantil súbita— corrobora lo anterior. Su esposo comentó: “Lo sorprendente fue que ni Anne ni yo lloramos en el entierro, aunque todos los demás estaban llorando”. A esto, Anne replicó: “Sí, pero yo he llorado mucho por ambos. Creo que su muerte me afectó de modo especial unas cuantas semanas después de la tragedia, cuando por fin un día me encontré sola en casa. Me pasé todo el día llorando. Pero creo que eso me ayudó. Me sentí mejor. Tenía que llorar la muerte de mi hija. Creo sinceramente que se debe dejar a las personas dolientes que lloren. Aunque decir ‘no llores’ es una reacción natural de los demás, en realidad no ayuda en nada”.
La reacción de algunos
¿Cómo han reaccionado algunas personas al sufrir la pérdida de un ser querido? Pongamos por caso a Juanita, quien sabe lo que significa perder a un bebé. Juanita estaba embarazada cuando tuvo que ser hospitalizada debido a un accidente automovilístico. Anteriormente había tenido cinco abortos, así que es comprensible que estuviera preocupada. A las dos semanas se puso de parto prematuramente. Poco después nació la pequeña Vanessa, con un peso de apenas 900 gramos. “¡Estaba tan emocionada! —recuerda Juanita—. ¡Por fin era madre!”
Pero su felicidad fue efímera. Vanessa murió a los cuatro días de su nacimiento. “Sentí un gran vacío —dice Juanita—. Había dejado de ser madre. Me sentía incompleta. Fue doloroso volver a casa y ver la habitación que habíamos preparado para Vanessa y las camisetas que yo le había comprado. Por los siguientes dos meses no hacía más que revivir el día de su nacimiento. No quería ver a nadie.”
¿Fue una reacción extrema? Aunque resulte difícil de entender, los que han pasado por la misma situación que Juanita explican que sufrieron tanto por la muerte de su bebé como lo hubieran hecho por la de alguien que hubiera vivido más tiempo. Según ellos, mucho antes de que nazca un niño, los padres ya lo aman. Entre el bebé y la madre se crea un vínculo especial. Cuando el bebé muere, la madre siente que se pierde a una persona real. Y eso es precisamente lo que los demás deben entender.
Cómo pueden afectarle los sentimientos de ira y de culpa
Otra madre describió así sus sentimientos al saber que su hijo de 6 años de edad había muerto súbitamente a causa de un problema cardíaco congénito: “Pasé por una serie de reacciones: aturdimiento, incredulidad, culpabilidad e indignación contra mi esposo y el médico por no darse cuenta de la gravedad de su estado”.
La ira puede ser otro síntoma de la aflicción. Puede descargarse sobre los médicos y enfermeras, por creer que no hicieron todo lo que pudieron por el difunto, o sobre amigos y familiares que aparentemente dicen o hacen cosas que no debieran. Algunos se enfadan con el que ha fallecido por no haber cuidado su salud. Stella cuenta: “Recuerdo que me indigné con mi esposo porque yo sabía que las cosas podrían haber resultado de otra manera. Él había estado muy enfermo, pero no había hecho caso de las advertencias de los médicos”. Y a veces el enojo con el difunto se debe a las cargas que su muerte impone.
Hay quienes se sienten culpables por su indignación, es decir, que se condenan a sí mismos por estar enojados. Otros se culpan de la muerte de su ser querido. “No hubiera muerto —se dicen a sí mismos convencidos— si yo le hubiera presionado para que fuera antes al médico” o “para que consultara a otro médico” o “para que se cuidara mejor”.
La pérdida de un hijo es un trauma terrible; las muestras sinceras de condolencia y empatía pueden ayudar a los padres
En el caso de otras personas, el sentimiento de culpabilidad es aún más extremo, sobre todo si el ser amado murió de manera repentina e inesperada. Empiezan a recordar las ocasiones en que se enfadaron con el fallecido o discutieron con él. O tal vez piensen que no se portaron todo lo bien que debían con él.
El largo proceso de la aflicción de muchas madres confirma la opinión de muchos entendidos según la cual la pérdida de un hijo deja un vacío imposible de llenar en los padres, particularmente en la madre.
La pérdida del cónyuge
La pérdida del cónyuge constituye otro tipo de trauma, especialmente si ambos llevaban una vida muy activa juntos. Puede significar el fin de todo un estilo de vida en común, de viajes y de su trabajo, entretenimiento e interdependencia.
Eunice explica lo que sucedió cuando su esposo falleció repentinamente de un ataque cardíaco: “Durante la primera semana pasé por una fase de insensibilidad; era como si hubiera dejado de funcionar. Perdí incluso el olfato y el gusto. Mi sentido de la lógica, en cambio, siguió funcionando. Puesto que había permanecido junto a mi esposo mientras trataban de estabilizarlo mediante resucitación cardiopulmonar y medicación, no sufrí los síntomas habituales de rechazo de la realidad. No obstante, me sentía sumamente frustrada, como si estuviera viendo un automóvil caerse por un precipicio sin poder hacer nada para evitarlo”.
¿Lloró? “Naturalmente, sobre todo cuando leí los cientos de tarjetas de condolencia que había recibido. Lloré con cada una de ellas. Eso me ayudó a afrontar el resto del día. Pero nada me ayudaba cuando me preguntaban una y otra vez cómo me sentía. Obviamente, me sentía desdichada.”
¿Qué ayudó a Eunice a soportar su pena? “De manera inconsciente tomé la decisión de seguir adelante con mi vida —dice—. Pero todavía me duele recordar que mi esposo, que tanto amaba la vida, no está aquí para disfrutarla.”
“No deje que otros le manden...”
Los autores del libro Leavetaking—When and How to Say Goodbye (La despedida: cuándo y cómo despedirse) aconsejan: “No deje que otros le manden cómo debe actuar o sentirse. El proceso de la aflicción difiere de persona a persona. A los demás les puede parecer —y quizás se lo digan— que está demasiado apenado o que no lo está lo suficiente. Perdónelos y olvídese de ello. Si intenta encajar a la fuerza en un molde creado por otras personas o por la sociedad en general, retardará su recuperación emocional”.
Evidentemente, no todo el mundo sobrelleva su pesar de la misma forma. No estamos sugiriendo que un modo particular sea necesariamente mejor que otro para toda persona. Sin embargo, la situación sería alarmante si se produjera un estancamiento, si la persona apesadumbrada fuera incapaz de resignarse a la realidad. En tal caso, necesitaría la ayuda de amigos compasivos. La Biblia dice: “Un compañero verdadero ama en todo tiempo, y es un hermano nacido para cuando hay angustia”. Por lo tanto, no tenga miedo de pedir ayuda ni de hablar ni de llorar. (Proverbios 17:17.)
Cuando se pierde a un ser querido, es normal sentirse afligido, y no tiene nada de malo exteriorizarlo. Pero hay otras preguntas que requieren una respuesta: ‘¿Cómo puedo sobrellevar el dolor? ¿Es normal tener sentimientos de culpa y de ira? ¿Cómo puedo dominarlos? ¿Qué puede ayudarme a superar la pérdida y el pesar?’. En la siguiente sección se contestarán estas y otras preguntas.
a Por ejemplo, una creencia tradicional de los yoruba, pueblo nigeriano, es la reencarnación del alma. Por lo tanto, cuando una mujer pierde a un hijo, siente un gran dolor, pero no por mucho tiempo, pues, como dice un refrán yoruba, “Es el agua lo que se ha derramado, pero el calabacino no está roto”. Según los yoruba, esto significa que la madre —el calabacino que contiene el agua— puede tener otro hijo, que pudiera ser una reencarnación del fallecido. Los testigos de Jehová no siguen las tradiciones basadas en supersticiones provenientes de conceptos erróneos como el de la inmortalidad del alma y la reencarnación, ambos carentes de apoyo bíblico. (Eclesiastés 9:5, 10; Ezequiel 18:4, 20.)
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¿Cómo puedo sobrellevar el dolor?Cuando muere un ser querido
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¿Cómo puedo sobrellevar el dolor?
“ME SENTÍA obligado a reprimir mis sentimientos”, dice Mike al recordar la muerte de su padre. Mike creía que inhibir el dolor era propio de los hombres. Pero posteriormente se dio cuenta de su error. Así que cuando un amigo suyo perdió a su abuelo, sabía lo que debía hacer. “Hace un par de años —cuenta— le hubiera dado unas palmadas en el hombro y le hubiera dicho: ‘Pórtate como un hombre’. Pero en esta ocasión, lo tomé del brazo y le dije: ‘Exterioriza tus sentimientos. Te ayudará a sobreponerte. Si quieres que me vaya, me voy. Y si quieres que me quede, me quedo. Pero no tengas miedo de manifestar lo que sientes’.”
MaryAnne también se consideraba obligada a contener sus emociones cuando falleció su esposo. “Estaba tan preocupada por dar un buen ejemplo a los demás —recuerda—, que refrenaba mis sentimientos normales. Pero con el tiempo comprendí que tratando de ser fuerte como una roca ante otros, no me estaba ayudando a mí misma. Comencé a analizar mi situación y a decirme: ‘Si tienes ganas de llorar, llora. No te hagas la fuerte. Desahógate’.”
De modo que la recomendación de Mike y MaryAnne es: Manifieste su dolor. Y tienen razón, porque hacerlo sirve de desahogo. Dar libre curso a los sentimientos puede aliviar la tensión que se siente. La expresión natural de las emociones, acompañada de comprensión y de información precisa, le permitirá ver sus sentimientos desde una perspectiva correcta.
Obviamente, no todo el mundo expresa el dolor de la misma forma. Y factores tales como si la muerte de la persona querida se produjo repentinamente o tras una larga enfermedad, podrían influir en la reacción emocional de los sobrevivientes. Con todo, lo que parece seguro es que reprimir los sentimientos puede perjudicar tanto física como emocionalmente. Es mucho más saludable desahogar la pena. ¿De qué forma? Las Escrituras contienen consejos prácticos.
Cómo aliviar la pena
Una forma de desahogarse es hablando. Después de perder a sus diez hijos y de sufrir otras cuantas desgracias personales, el antiguo patriarca Job dijo: “Mi alma ciertamente siente asco para con mi vida. Ciertamente daré salida a [en hebreo, “soltaré”] mi preocupación acerca de mí mismo. ¡Hablaré, sí, en la amargura de mi alma!”. (Job 1:2, 18, 19; 10:1.) Job no podía contener su preocupación por más tiempo. Tenía que darle rienda suelta; tenía que ‘hablar’. El dramaturgo inglés William Shakespeare escribió algo parecido en Macbeth: “Dad palabras al dolor. La desgracia que no habla, murmura en el fondo del corazón, que no puede más, hasta que le quiebra”. (Versión de Luis Astrana Marín.)
Por consiguiente, si habla de sus sentimientos con “un compañero verdadero” que le escuche paciente y comprensivamente, puede encontrar cierto alivio. (Proverbios 17:17.) Al expresar verbalmente las experiencias y los sentimientos, por lo general resulta más fácil comprenderlos y sobrellevarlos. Y si el oyente también perdió a alguien y se sobrepuso, posiblemente le dé unas cuantas sugerencias prácticas para que usted también lo consiga. Una señora cuyo hijo había muerto expresó así cómo le había ayudado conversar con otra mujer que había sufrido una pérdida semejante: “Saber que otra persona había pasado por lo mismo, que había sobrevivido y que estaba llevando de nuevo una vida más o menos normal, me fortaleció mucho”.
La Biblia contiene varios ejemplos de cómo el poner por escrito los sentimientos puede ayudar a expresar el dolor
¿Le incomoda hablar de sus sentimientos? Tras la muerte de Saúl y Jonatán, David compuso una endecha muy emotiva en la que plasmó su dolor. Con el tiempo, este canto triste llegó a formar parte del libro bíblico de Segundo de Samuel. (2 Samuel 1:17-27; 2 Crónicas 35:25.) Hay personas a las que, como a David, les resulta más fácil expresarse por escrito. Cierta viuda dijo que ella escribía lo que sentía y varios días después lo leía. Este método le resultó útil para desahogarse.
Comunicar sus sentimientos de palabra o por escrito contribuirá a mitigar su dolor. También puede ayudarle a aclarar malentendidos. Una madre doliente relata: “Mi esposo y yo habíamos oído hablar de otras parejas que se habían divorciado después de perder a un hijo, y no queríamos que a nosotros nos sucediera lo mismo. Así que cada vez que nos enfadábamos y nos sentíamos tentados de culparnos el uno al otro, hablábamos del problema hasta resolverlo. Creo que de esa forma nuestra relación se hizo más íntima”. Por lo tanto, al exteriorizar sus sentimientos quizás entienda que, aunque otras personas hayan sufrido la misma pérdida que usted, no van a expresar su aflicción como usted, sino que lo harán a su paso y a su manera.
Otra cosa que puede ayudarle a aliviar la pena es llorar. Según la Biblia, hay “un tiempo de llorar”. (Eclesiastés 3:1, 4.) Y no cabe duda de que ese tiempo llega cuando muere un ser querido. Parece que derramar lágrimas de dolor es parte esencial del proceso de recuperación.
Una joven cuenta que una amiga íntima la ayudó a sobreponerse a la muerte de su madre. Ella recuerda: “Mi amiga siempre estaba a mi lado. Lloraba conmigo. Hablaba conmigo. Podía manifestar libremente mis emociones, y eso era muy importante para mí. No tenía por qué avergonzarme de llorar”. (Véase Romanos 12:15.) Tampoco usted tiene que avergonzarse de sus lágrimas. Como ya hemos visto, en la Biblia hay muchos ejemplos de hombres y mujeres de fe, entre ellos Jesucristo, que derramaron lágrimas de dolor abiertamente sin que parecieran sentir vergüenza por ello. (Génesis 50:3; 2 Samuel 1:11, 12; Juan 11:33, 35.)
En todas las culturas, los dolientes agradecen que se les dé consuelo
Es posible que durante algún tiempo sus emociones sean un tanto impredecibles. Quizás se le salten las lágrimas cuando menos se lo espere. Una viuda se dio cuenta de que cada vez que iba a comprar al supermercado (lo cual había hecho muchas veces con su esposo) rompía a llorar, sobre todo cuando por costumbre tomaba de los estantes los productos que le gustaban a su esposo. Así pues, sea paciente consigo mismo. Y no piense que tiene que contener las lágrimas. Recuerde que son una reacción natural y necesaria del proceso de aflicción.
Cómo vencer el sentimiento de culpa
Como se indicó anteriormente, algunos experimentan sentimientos de culpa tras la pérdida de alguien querido. Tal reacción explicaría en parte el profundo dolor del fiel Jacob cuando le hicieron creer que “una feroz bestia salvaje” había matado a su hijo José. El propio Jacob le había mandado ir a ver si sus hermanos estaban bien. De modo que posiblemente le atormentaban ideas como: ‘¿Por qué envié a José solo? ¿Por qué lo mandé a una zona infestada de bestias salvajes?’. (Génesis 37:33-35.)
Tal vez usted crea que algún descuido suyo contribuyó a la muerte de la persona a quien quería. Si ese es el caso, le puede servir de ayuda pensar que los sentimientos de culpa —sea esta real o imaginaria— son una reacción normal de aflicción. Y tampoco estos sentimientos deben reprimirse necesariamente. Si habla de la culpa que siente, es probable que encuentre gran alivio.
No obstante, debe comprender que, por mucho que amemos a una persona, no podemos controlar su vida ni evitar que “el tiempo y el suceso imprevisto” le acaezcan. (Eclesiastés 9:11.) Por otra parte, seguro que sus intenciones no fueron malas. Por ejemplo, si no concertó una cita con el médico antes, ¿fue porque quería que su ser querido enfermara y muriera? ¡Claro que no! Por lo tanto, ¿es usted verdaderamente culpable de su muerte? No.
Así expresa una madre cómo superó su sentimiento de culpa después de la muerte de su hija en un accidente automovilístico: “Me sentí culpable de haberla mandado por algo. Pero me di cuenta de que era absurdo que me sintiera así. No tuvo nada de malo que la enviara con su padre a hacer un mandado. No fue más que un lamentable accidente”.
‘Pero quisiera haber dicho y hecho tantas cosas...’, quizás piense. Es posible; sin embargo, ¿quién puede decir que haya sido un padre, una madre o un hijo perfecto? La Biblia nos recuerda: “Todos tropezamos muchas veces. Si alguno no tropieza en palabra, este es varón perfecto”. (Santiago 3:2; Romanos 5:12.) Acepte, pues, el hecho de que no es perfecto. Pensar continuamente en todo lo que hubiera querido hacer no cambiará las cosas y puede retardar su recuperación.
Si tiene buenas razones para creer que es culpable de verdad, que no son imaginaciones suyas, piense en que lo más importante para mitigar el sentimiento de culpa es obtener el perdón divino. La Biblia nos asegura: “Si errores fuera lo que tú vigilas, oh Jah, oh Jehová, ¿quién podría estar de pie? Porque hay el verdadero perdón contigo, a fin de que se te tema”. (Salmo 130:3, 4.) Usted no puede cambiar el pasado, pero sí puede suplicar a Dios que le perdone sus errores anteriores. ¿Qué más puede hacer? Pues bien, en vista de que Dios promete perdonar los errores del pasado, ¿no cree que usted también debería perdonarse a sí mismo? (Proverbios 28:13; 1 Juan 1:9.)
Cómo dominar la ira
¿Se siente además bastante molesto con los médicos, las enfermeras, sus amigos o incluso con el fallecido? Tenga en cuenta que esa es otra reacción frecuente ante la pérdida de alguien querido. Quizás el dolor que siente vaya acompañado de ira de forma natural. Comprender tal hecho puede beneficiarle. Un escritor dijo: “Solo cuando se toma conciencia de la ira —no dejándose llevar por ella, sino percatándose de que se siente— es posible librarse de sus efectos nocivos”.
También le puede servir de ayuda expresar su enojo. ¿Cómo? No mediante estallidos violentos, evidentemente. La Biblia advierte que la cólera prolongada es dañina. (Proverbios 14:29, 30.) Pero tal vez le reconforte hablar de lo que siente con un amigo comprensivo. A algunas personas les calma asimismo realizar ejercicios enérgicos cuando están enfadadas. (Véase también Efesios 4:25, 26.)
Aunque es importante expresar con franqueza los sentimientos, conviene dar una advertencia. Existe una gran diferencia entre expresar los sentimientos y descargarlos sobre otros. No hay necesidad de que culpe a los demás de su ira y su frustración. De modo que trate de comunicar sus sentimientos, pero no en tono hostil. (Proverbios 18:21.) A continuación vamos a tratar la principal ayuda de que disponemos para sobrellevar el dolor.
Ayuda de parte de Dios
La Biblia nos asegura: “Jehová está cerca de los que están quebrantados de corazón; y salva a los que están aplastados en espíritu”. (Salmo 34:18.) En efecto, una relación con Dios le puede ayudar, más que cualquier otra cosa, a sobreponerse a la muerte de un ser querido. ¿De qué manera? Todas las sugerencias prácticas ofrecidas hasta ahora se basan en la Palabra de Dios, la Biblia, o están en armonía con ella. Aplicarlas puede ayudarle a sobrellevar el dolor.
Por otra parte, nunca subestime el valor de la oración. La Biblia nos exhorta: “Arroja tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará”. (Salmo 55:22.) Si hablar de sus sentimientos con un amigo comprensivo le puede ayudar, ¡cuánto más le ayudará abrir su corazón al “Dios de todo consuelo”! (2 Corintios 1:3.)
El valor de la oración no estriba solo en que nos haga sentir mejor. El “Oidor de la oración” promete dar espíritu santo a los siervos suyos que se lo pidan sinceramente. (Salmo 65:2; Lucas 11:13.) Y el espíritu santo o fuerza activa de Dios puede infundirle el ‘poder que va más allá de lo normal’ para que salga adelante. (2 Corintios 4:7.) Recuerde que Dios puede ayudar a sus siervos fieles a aguantar todos y cada uno de los problemas que se les presenten.
Una señora que perdió a su hija recuerda cómo el poder de la oración les ayudó a ella y a su esposo a sobrellevar la pérdida. “Si estábamos en casa de noche y el dolor se volvía insoportable, orábamos juntos en voz alta —explica—. Cuando teníamos que hacer algo sin ella por primera vez, como ir a la reunión de congregación o a una asamblea, pedíamos fuerzas. Si al levantarnos por la mañana nos parecía que no podríamos hacer frente a la realidad, rogábamos a Jehová que nos ayudara. No sé por qué, pero me traumatizaba entrar sola en la casa; así que cada vez que lo hacía, le suplicaba a Jehová que me ayudara a mantenerme calmada.” Esta fiel mujer cree firmemente, y con razón, que aquellas oraciones fueron decisivas. Usted también puede comprobar que, en contestación a sus oraciones constantes, ‘la paz de Dios que supera a todo pensamiento guardará su corazón y sus facultades mentales’. (Filipenses 4:6, 7; Romanos 12:12.)
La ayuda que Dios da es determinante. El apóstol cristiano Pablo afirmó que Dios “nos consuela en toda nuestra tribulación, para que nosotros podamos consolar a los que se hallan en cualquier clase de tribulación”. Es cierto que la ayuda divina no elimina por completo el dolor, pero lo hace más llevadero. Eso no significa que no va a llorar más o que va a olvidarse de la persona amada. No obstante, puede recuperarse. Y cuando así suceda, su experiencia quizás le sirva para ser más comprensivo y compasivo al ayudar a otros a enfrentarse a una pérdida parecida. (2 Corintios 1:4.)
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Cómo ayudar al dolienteCuando muere un ser querido
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Cómo ayudar al doliente
“SI PUEDO ayudarte en algo, avísame”, decimos muchos de nosotros al amigo o al familiar que acaba de perder a un ser querido. Y lo decimos de todo corazón. Haríamos cualquier cosa por ayudarle. Pero ¿suele llamarnos el doliente para informarnos: “He pensado en algo en lo que me puedes ayudar”? Raramente. Es obvio que hemos de tomar la iniciativa si de verdad queremos ayudar y consolar a quien está de duelo.
Un proverbio bíblico dice: “Como manzanas de oro en entalladuras de plata es una palabra hablada al tiempo apropiado para ella”. (Proverbios 15:23; 25:11.) Conviene saber lo que se debe decir y hacer, y lo que no se debe decir ni hacer. A continuación se ofrecen unas cuantas sugerencias bíblicas que a algunos dolientes les han parecido prácticas.
Qué hacer
Escuche: Sea “presto en cuanto a oír”, dice Santiago 1:19. Una de las principales ayudas que puede dar al doliente es compartir su pena escuchándolo. Quizás él necesite hablar de la persona querida que ha fallecido, del accidente o la enfermedad que causó su muerte, o de sus sentimientos. Así que pregúntele: “¿Te gustaría hablar de ello?”. Deje que él lo decida. Recordando la muerte de su padre, un joven dijo: “Me ayudaba mucho el que me preguntaran por lo sucedido y que entonces me escucharan de verdad”. Escuche paciente y compasivamente a las personas desconsoladas sin pensar que tiene que darles respuestas o soluciones. Deje que expresen lo que quieran.
Tranquilícelos: Asegúreles que ellos hicieron cuanto estuvo a su alcance (o cualquier otra cosa que sea cierta y constructiva). Cálmelos diciéndoles que lo que sienten —tristeza, ira, culpa o cualquier otro sentimiento— seguramente es normal. Hábleles de personas que usted conozca que hayan logrado sobreponerse a una pérdida similar a la de ellos. Según Proverbios 16:24, tales “dichos agradables son [...] una curación a los huesos”. (1 Tesalonicenses 5:11, 14.)
Ofrézcase: Póngase a su disposición no solo en los primeros días, cuando están presentes muchos amigos y familiares, sino incluso meses después, cuando todos han vuelto a sus actividades diarias. Así mostrará ser “un compañero verdadero” que permanece junto a su amigo en los momentos de “angustia”. (Proverbios 17:17.) “Nuestras amistades procuraban que tuviéramos algo que hacer todas las noches para que no pasáramos mucho tiempo solos en casa —cuenta Teresea, cuya hija pereció en un accidente de tráfico—. Eso nos ayudó a llenar el vacío que sentíamos.” En los años subsiguientes a la pérdida del ser querido, los sobrevivientes pueden experimentar mucha angustia al llegar aniversarios como el de bodas o el del fallecimiento. ¿Por qué no marca tales fechas en su calendario a fin de que, llegado el momento, se acuerde de ponerse a su disposición y así darles apoyo moral, si lo necesitan?
Si se da cuenta de que debe hacerse algo sin falta, no espere a que se lo pidan; tome la iniciativa
Tome la iniciativa si es conveniente: ¿Hay que realizar ciertas gestiones? ¿Se precisa que alguien cuide de los niños? ¿Necesitan alojamiento los amigos y parientes que han llegado de fuera? Las personas que acaban de perder a un ser querido suelen estar tan aturdidas que ni siquiera saben lo que ellas han de hacer, por lo que difícilmente podrán decir a los demás en qué les pueden ayudar. Así pues, si se da cuenta de que debe hacerse algo sin falta, no espere a que se lo pidan; tome la iniciativa. (1 Corintios 10:24; compárese con 1 Juan 3:17, 18.) Una mujer que había perdido a su esposo relató: “Muchos me dijeron: ‘Si hay algo que pueda hacer, dímelo’. Pero hubo una amiga que no me preguntó: fue directa al dormitorio, deshizo la cama y lavó las sábanas que mi esposo había manchado al morir. Otra amiga tomó un cubo lleno de agua y detergente y limpió la alfombrilla sobre la que él había vomitado. Unas cuantas semanas después, un anciano de la congregación se presentó en casa en ropa de trabajo y con sus herramientas, y me dijo: ‘Seguro que hay algo que reparar. ¿Qué es?’. No sabe cuánto le agradezco que me arreglara la puerta, que estaba colgando de una bisagra, y que me reparara un electrodoméstico”. (Compárese con Santiago 1:27.)
Sea hospitalario: “No olviden la hospitalidad”, nos recuerda la Biblia. (Hebreos 13:2.) Debemos acordarnos de mostrar hospitalidad en especial a los que están de duelo. En lugar de decirles que pueden visitarle cuando quieran, concrete el día y la hora de la invitación. No se rinda enseguida si la declinan. Puede que necesiten que les insista un poco. Tal vez rechazaron su oferta por temor a perder el control de sus emociones frente a otros. También es posible que no les parezca bien disfrutar de una comida y de compañía en tales momentos. Acuérdese de Lidia, la mujer hospitalaria mencionada en la Biblia. Lucas indica que invitó a él y a otros a su casa, y ‘sencillamente los obligó a aceptar’. (Hechos 16:15.)
Sea paciente y comprensivo: No se sorprenda demasiado por lo que los dolientes puedan decir al principio. Recuerde que quizás estén indignados o se sientan culpables. Si se desfogan con usted, deberá ser comprensivo y paciente para no alterarse. “Vístanse de los tiernos cariños de la compasión, la bondad, la humildad mental, la apacibilidad y la gran paciencia”, recomienda la Biblia. (Colosenses 3:12, 13.)
Escriba una carta: Con frecuencia se pasa por alto el valor de una carta de pésame o una tarjeta de condolencia. ¿Qué ventaja ofrecen? Cindy, cuya madre murió de cáncer, responde: “Una amiga me mandó una bonita carta que me ayudó mucho porque podía leerla y releerla”. Una carta o tarjeta de consuelo puede componerse de solo unas “pocas palabras”, pero debe estar escrita con el corazón. (Hebreos 13:22.) En ella puede decirle al doliente que se preocupa por él y que guarda gratos recuerdos del difunto, o puede explicarle cómo influyó este en su propia vida.
Ore con ellos: No subestime el valor de orar con los afligidos y a favor de ellos. La Biblia dice: “El ruego del hombre justo [...] tiene mucho vigor”. (Santiago 5:16.) Oírle orar por ellos puede ayudarles, por ejemplo, a vencer sentimientos negativos como el de culpa. (Compárese con Santiago 5:13-15.)
Qué no hacer
Su presencia en el hospital puede animar a los dolientes
No se mantenga alejado por no saber qué decir o hacer: ‘Seguro que ahora mismo necesitan estar a solas’, puede que pensemos. Pero la verdad quizás sea que nos mantenemos alejados porque tememos hacer o decir una inconveniencia. Sin embargo, si los amigos, familiares y compañeros de creencia evitan al doliente, este posiblemente se sienta más solo, lo cual avivará su pena. Tenga en cuenta que las palabras y acciones más afectuosas son por lo general las más sencillas. (Efesios 4:32.) Su sola presencia puede infundir ánimo. (Compárese con Hechos 28:15.) Teresea dijo con respecto al día en que murió su hija: “Al cabo de una hora, el vestíbulo del hospital se había llenado de amigos nuestros; todos los ancianos y sus esposas estaban allí. Algunas mujeres todavía tenían los rulos en la cabeza; otros iban en ropa de trabajo. Dejaron todo lo que estaban haciendo y vinieron. Muchos de ellos nos dijeron que no sabían qué decir, pero no importaba: estaban allí, y con eso era suficiente”.
No los presione para que dejen de llorar: Podríamos estar tentados de decirles: ‘Bueno..., ya..., no llores más’. Pero tal vez sea mejor que cedan a las lágrimas. “Creo que es importante dejar que las personas que han perdido a un ser querido manifiesten sus sentimientos y se desahoguen”, dice Katherine al reflexionar sobre la muerte de su esposo. Luche contra la tendencia a decir a otros cómo deben sentirse. Y no piense que tiene que ocultar sus sentimientos para que no les afecten a ellos. La Biblia recomienda, más bien, ‘llorar con los que lloran’. (Romanos 12:15.)
No les aconseje que se deshagan de la ropa u otros efectos personales del difunto antes de que estén preparados para ello: Quizás pensemos que deberían deshacerse de los objetos que les traen recuerdos porque de un modo u otro prolongan la aflicción. Pero el dicho “ojos que no ven, corazón que no siente” no es aplicable en este caso. Muchos dolientes necesitan tiempo para asimilar la pérdida del ser querido. Recuerde la descripción que da la Biblia de la reacción del patriarca Jacob cuando le hicieron creer que una fiera había matado a su hijo José. Después de que le mostraron la vestidura de José manchada de sangre, “se dio al duelo de su hijo por muchos días. Y todos sus hijos y todas sus hijas siguieron levantándose para consolarlo, pero él siguió rehusando recibir consuelo”. (Génesis 37:31-35.)
No diga: ‘Puedes tener otro bebé’: “Me molestaba que la gente me dijera que podía tener otro niño”, recuerda una mujer que perdió a un hijo. Probablemente se diga con buenas intenciones, pero para los desconsolados padres, las palabras que den a entender que se puede reemplazar al hijo perdido son como “estocadas de una espada”. (Proverbios 12:18.) Un hijo nunca puede reemplazar a otro porque cada hijo es único.
No tiene necesariamente que evitar referirse al difunto: “Muchas personas ni siquiera mencionaban el nombre de mi hijo Jimmy ni hablaban de él —recuerda una madre—. Debo admitir que eso me dolía un poco”. De modo que no tiene que cambiar forzosamente de tema cada vez que se mencione el nombre del fallecido. Pregunte a la persona si necesita hablar del ser querido. (Compárese con Job 1:18, 19 y 10:1.) Algunos dolientes agradecen oír hablar a los amigos de las cualidades singulares por las que le tenían cariño al difunto. (Compárese con Hechos 9:36-39.)
No se precipite a decirles: ‘Es mejor que haya sido así’: Tratar de ver algo positivo en la muerte no siempre ‘conforta a las almas abatidas’ que están de duelo. (1 Tesalonicenses 5:14.) Recordando la muerte de su madre, una joven dijo: “Otros me decían: ‘Ya ha dejado de sufrir’, o: ‘Por lo menos está en paz’. Pero eso no era lo que yo quería oír”. Tales comentarios pueden dar a entender a los sobrevivientes que no deberían estar tristes o que la pérdida no fue significativa. No obstante, es posible que estén muy acongojados porque echen mucho de menos al ser querido.
Tal vez sea mejor que no diga: ‘Sé cómo te sientes’: ¿De verdad lo sabe? ¿Cómo puede comprender, por ejemplo, lo que sienten los padres cuando se les muere un hijo si usted no ha experimentado esa misma pérdida? Y aun si la ha experimentado, tenga en cuenta que no todo el mundo reacciona exactamente igual que usted. (Compárese con Lamentaciones 1:12.) No obstante, podría servir de cierta ayuda al doliente el que le explicara, si parece oportuno, cómo se recuperó usted. Una mujer que había perdido a su hija halló alivio cuando otra madre cuya hija también había muerto le contó cómo había vuelto a la vida normal. “La madre de la otra joven no inició su historia diciéndome: ‘Sé cómo te sientes’ —explicó la primera mujer—. Se limitó a contarme cómo le fue a ella y dejó que yo sacara mis propias conclusiones.”
Para ayudar a un doliente deberá mostrar compasión, discernimiento y mucho amor. No espere a que él acuda a usted. No se limite a decir: “Si hay algo que pueda hacer...”. Encuentre ese “algo” por sí mismo, y entonces, si es conveniente, tome la iniciativa.
Todavía quedan unas cuantas preguntas por responder: ¿En qué consiste la esperanza bíblica de la resurrección? ¿Qué puede significar para usted y el ser querido que ha muerto? ¿Cómo podemos estar seguros de que es una esperanza confiable?
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