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El esposo y la esposa: ¿hablan en realidad lenguajes distintos?¡Despertad! 1994 | 22 de enero
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El esposo y la esposa: ¿hablan en realidad lenguajes distintos?
IMAGÍNESE que Carlos entra en la oficina de Juan cabizbajo y con aspecto apesadumbrado, sin poder disimular su profunda preocupación. Juan mira bondadosamente a su amigo y espera a que hable. “No sé si podré cerrar esta transacción —suspira Carlos—. Hay tantos obstáculos, y la dirección me está presionando mucho.” “¿Por qué te preocupas, Carlos? —pregunta Juan en tono positivo—. Sabes bien que eres el más cualificado para este trabajo, y la dirección también lo sabe. Tómate el tiempo que necesites. ¿Te parece que este es un problema? Pues bien, precisamente el mes pasado...” Juan le cuenta los detalles graciosos de un pequeño fracaso que él tuvo, y poco después su amigo sale de la oficina riéndose y aliviado. Juan se alegra de haberle podido ayudar.
Imagínese también que cuando Juan llega a casa aquella tarde se da cuenta enseguida de que Silvia, su esposa, está disgustada. La saluda con especial jovialidad y luego espera a que le cuente por qué está así. Tras un tenso y sepulcral silencio, Silvia dice bruscamente: “¡Ya no lo resisto más! ¡Este nuevo jefe es un tirano!”. Juan le pide que se siente, la abraza y le dice: “Cariño, no te disgustes tanto. Piensa que no es más que un empleo. Los jefes son así. Tendrías que haber oído cómo vociferaba hoy el mío. Pero si tanto te afecta, deja ese trabajo”.
“¡Ni siquiera te importa cómo me siento! —replica Silvia—. ¡Nunca me escuchas! ¡No puedo dejar el trabajo! ¡Tú no traes suficiente dinero a casa!” Tras decir eso, se va corriendo al dormitorio y rompe a llorar desconsoladamente. Sorprendido, Juan se queda de pie frente a la puerta cerrada, sin entender lo que ha pasado. ¿Por qué han provocado reacciones tan distintas las palabras de consuelo de Juan?
¿Se debe a la diferencia de sexo?
Hay quienes responderían que la reacción fue diferente por un simple detalle: Carlos es un hombre, y Silvia, una mujer. Los lingüistas creen que los problemas de comunicación en el matrimonio muchas veces se deben a la diferencia de sexo. Libros como You Just Don’t Understand (No comprendes) y Men Are From Mars, Women Are From Venus (Los hombres son de Marte, y las mujeres, de Venus) fomentan la teoría de que los hombres y las mujeres, aunque hablen el mismo idioma, tienen estilos de comunicación diferentes.
Indiscutiblemente, cuando Jehová creó a la mujer a partir del hombre, ella no era solo un modelo ligeramente revisado. El hombre y la mujer fueron ideados de manera exquisita y cuidadosa para complementarse mutuamente en sentido físico, emocional, mental y espiritual. A estas diferencias innatas hay que añadir las complejidades de la crianza y la vida de cada uno, así como el efecto moldeador que ejerce la cultura, el ambiente y el modo que tiene la sociedad de ver lo masculino y lo femenino. Debido a estas influencias se pueden aislar ciertos patrones característicos del modo de comunicarse el hombre y la mujer. Claro está que ni el “hombre típico” ni la “mujer típica” son fáciles de encontrar, y puede que solo existan en las páginas de los libros de psicología.
Las mujeres se caracterizan por su sensibilidad, aunque hay muchos hombres que son extraordinariamente cariñosos en su trato con los demás. Puede que el razonamiento lógico se atribuya más a los hombres; sin embargo, las mujeres muchas veces son de mente aguda y analítica. De modo que aunque resulta imposible decir que un rasgo en particular es exclusivamente masculino o estrictamente femenino, una cosa sí es cierta: el ver los asuntos como los ve otra persona puede marcar la diferencia entre una coexistencia pacífica y una guerra abierta, especialmente en el matrimonio.
La comunicación dentro del matrimonio plantea diariamente una enorme dificultad. Muchos maridos perspicaces atestiguarían que la pregunta engañosamente sencilla: “¿Te gusta mi nuevo peinado?”, puede estar repleta de peligros. Cuando su marido se pierde durante un viaje, muchas esposas diplomáticas aprenden a no decir continuamente: “¿Por qué no preguntas a alguien?”. En lugar de minimizar las aparentes peculiaridades del cónyuge y aferrarse con obstinación a las propias argumentando “es que soy así”, los cónyuges que se aman no se rigen por las apariencias, sino que buscan lo que hay detrás. Eso no significa que cada uno deba estudiar fríamente el estilo de comunicación del otro; más bien, es cuestión de ver con cariño lo que la otra persona siente y piensa.
Tal como cada persona es diferente, también lo es cada unión de dos seres en el vínculo matrimonial. En vista de nuestra naturaleza humana imperfecta, el verdadero acuerdo de dos mentes y dos corazones no se produce por accidente; requiere mucho esfuerzo. Por ejemplo, es muy fácil suponer que los demás ven las cosas igual que nosotros. Con frecuencia satisfacemos las necesidades de otros como nos gustaría que satisficieran las nuestras, tratando quizás de poner en práctica la regla áurea: “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos”. (Mateo 7:12.) Sin embargo, Jesús no quiso decir que lo que usted quiere también debe bastar a los demás, sino que así como a usted le gustaría que otros le dieran lo que usted necesita o desea, usted debería dar a otros lo que ellos necesitan. Esto es fundamental especialmente en el matrimonio, pues ambos cónyuges han hecho el voto de satisfacer las necesidades del otro lo mejor que puedan.
Silvia y Juan hicieron ese voto, y los dos años que llevan casados han sido felices. Sin embargo, aunque piensan que se conocen muy bien, a veces se presentan situaciones que revelan un incipiente problema de comunicación que las buenas intenciones por sí solas no pueden solventar. “El corazón del sabio hace que su boca muestre perspicacia”, dice Proverbios 16:23. En efecto, la clave está en mostrar perspicacia en la comunicación. Veamos cómo eso les puede ayudar a Juan y a Silvia.
Cómo ve las cosas el hombre
Juan se mueve en un mundo competitivo en el que todo hombre, en una situación dada, debe ocupar su lugar en un orden social: el de subordinado o el de superior. La comunicación sirve para fijar su posición, competencia, experiencia o valor. La independencia es de suma importancia para él. Por eso, cuando le dan órdenes de una manera exigente, Juan nota que se resiste. Ante la insinuación de que “no está haciendo su trabajo” se rebela, aunque lo que se le pide sea lógico.
Juan conversa básicamente para intercambiar información. Le gusta hablar de hechos, ideas y cosas nuevas que ha aprendido.
Cuando escucha, raras veces interrumpe al que habla, ni siquiera con expresiones breves de asentimiento, como “claro” o “sí”, porque está absorbiendo información. Pero si está disconforme, posiblemente no dude en decirlo, en particular a un amigo. Así demuestra que le interesa lo que su amigo tiene que decir, explorando todas las posibilidades.
Si tiene un problema, prefiere encontrar la solución por sí mismo. Por eso quizás se aparte de todos y de todo. O puede que trate de relajarse con alguna diversión para olvidarse temporalmente del asunto. Solo hablará de él si quiere que le aconsejen.
Si un hombre acude a él con una inquietud, como hizo Carlos, se da cuenta de que su deber es ayudarle, pero procurando que su amigo no se sienta como un incompetente. Por lo general, además del consejo le contará alguna dificultad que él haya tenido para que su amigo vea que no es el único, que no está solo.
A Juan le gusta participar en actividades con sus amigos. El compañerismo significa para él hacer cosas juntos.
Ve el hogar como un refugio del mundo exterior, un lugar donde ya no tiene que hablar para demostrar lo que es, donde se confía en él, se le acepta, se le ama y se le aprecia. Aun así, de vez en cuando nota que necesita estar solo. No tiene nada que ver con Silvia ni con nada que ella haya hecho. Simplemente necesita estar un rato a solas. Le cuesta revelar a su esposa sus temores, inseguridades y sufrimientos. No quiere preocuparla. Su responsabilidad es cuidar de ella y protegerla, y necesita que ella confíe en que él lo hará. A pesar de que desea recibir apoyo, no quiere compasión. Esta le hace sentirse incompetente o inútil.
Cómo ve las cosas la mujer
Silvia se ve en un mundo de relaciones sociales con otros. Para ella es muy importante forjar y fortalecer los vínculos de dichas relaciones. La conversación es una manera importante de fomentar y confirmar la intimidad.
La dependencia es algo natural para ella. Se siente amada si Juan le pregunta su opinión antes de decidir algo, si bien desea que sea él quien lleve la delantera. Cuando tiene que tomar una decisión, le gusta consultar a su marido, no necesariamente para que le diga lo que tiene que hacer, sino para mostrarle que cuenta con él y le tiene confianza.
A ella le cuesta mucho decir abiertamente que necesita algo. No quiere molestar a Juan o hacerle pensar que no es feliz. Más bien, espera que él se dé cuenta, o bien suelta alguna indirecta.
En las conversaciones, le intrigan los pequeños detalles y hace muchas preguntas. En vista de su sensibilidad y vivo interés en la gente y las relaciones humanas, esta es una reacción natural.
Cuando escucha a alguien, asiente con la cabeza, y de vez en cuando le interrumpe con exclamaciones o preguntas para demostrarle que está escuchando y le interesa lo que se le dice.
Se esfuerza mucho por saber intuitivamente lo que la gente necesita. Ofrecer ayuda sin que se la pidan es una hermosa manera de manifestar amor. Desea sobre todo ayudar a su esposo a madurar y mejorar.
Cuando tiene un problema, quizás se sienta abrumada. Se ve en la necesidad de hablar, no tanto para buscar una solución como para expresar sus sentimientos. Necesita saber que alguien la entiende y se interesa en ella. Cuando sus emociones se alteran, generaliza y hace afirmaciones tajantes y exageradas. Cuando exclama: “¡Nunca me escuchas!”, no lo dice en el sentido pleno de la expresión.
Su mejor amiga de la infancia no era aquella con la que hacía cosas, sino aquella a la que se lo contaba todo. Por eso, al casarse, no está tan interesada en salir y participar en diferentes actividades como en poder contar con alguien que le escuche con empatía y con quien compartir sus sentimientos.
El hogar es un lugar donde puede hablar sin ser juzgada. No duda en revelar sus temores y preocupaciones a Juan. Si necesita ayuda, no le avergüenza admitirlo, pues confía en que su marido está allí para ayudarla y se interesa lo suficiente como para escucharla.
Normalmente se siente amada y segura en su matrimonio. Sin embargo, de vez en cuando, sin ninguna razón aparente empieza a sentir inseguridad y que le falta cariño, y necesita con urgencia que su esposo le repita que la quiere y le ofrezca compañerismo.
Sí, Juan y Silvia se complementan, pero son muy distintos. Las diferencias entre ellos crean la posibilidad de serios malentendidos, aun cuando ambos hagan todo lo posible por amar y apoyar a su cónyuge. Si pudiésemos oír lo que cada uno pensaba durante la situación mencionada al principio, ¿qué cree que habrían dicho?
Lo que vieron a través de sus propios ojos
“Tan pronto como abrí la puerta, me di cuenta de que Silvia estaba disgustada —diría Juan—. Supuse que me diría la razón cuando fuese el momento. El problema no me pareció tan grave. Pensaba que se sentiría mejor si podía ayudarla a ver que no tenía que estar tan disgustada y que la solución era sencilla. Me dolió mucho oírla decir ‘que nunca la escucho’. Me sentí como si me estuviera culpando de toda su frustración.”
“Todo el día me han salido mal las cosas —explicaría Silvia—. Sabía que no era culpa de Juan. Pero cuando entró tan jovial, sentí que estaba pasando por alto el hecho de que estaba disgustada. ¿Por qué no me preguntó lo que me pasaba? Una vez que le expliqué el problema, básicamente dijo que me estaba comportando como una tonta, que era algo insignificante. En lugar de decir que comprendía cómo me sentía, Juan, el ‘arreglalotodo’, me ofreció una solución. Yo no quería soluciones, ¡quería comprensión!”
A pesar de lo que estas diferencias temporales pudieran dar a entender, Juan y Silvia se quieren mucho. ¿Qué les puede ayudar a expresar su amor con más claridad?
Ver los asuntos a través de los ojos del otro
Juan pensaba que preguntar a Silvia lo que le pasaba sería entremeterse en sus asuntos, de ahí que obrara con ella como le hubiera gustado que obraran con él. Esperó a que ella misma se expresara. Ahora Silvia no solo estaba disgustada por el problema, sino también porque parecía que él no le daba el apoyo que ella le pedía. No vio su silencio como una muestra de bondad y respeto, sino como una falta de interés. Cuando por fin habló, Juan la escuchó sin interrumpirla. Pero ella pensó que él no captaba sus sentimientos. Entonces, en lugar de mostrar empatía, su esposo le ofreció una solución. Para ella fue como si le hubiese dicho: ‘Tus sentimientos no cuentan; estás tomándotelo demasiado en serio. ¿No ves qué solución tan sencilla tiene este problemita?’.
¡Qué diferente habría sido si cada uno hubiera podido ver las cosas como las ve el otro! La situación pudiera haberse desarrollado así:
Al regresar a casa, Juan encuentra a Silvia disgustada. “¿Qué te pasa, cariño?”, le pregunta en tono bondadoso. Ella empieza a llorar y le cuenta lo que le ocurre. Silvia no dice: “¡Todo es culpa tuya!”, ni insinúa que él no cumple bien con su responsabilidad. Juan la estrecha contra sí y escucha con paciencia. Cuando ella termina, le dice: “Lamento que te sientas de este modo. Entiendo por qué estás tan disgustada”. Silvia responde: “Muchas gracias por escucharme. Me siento mucho mejor sabiendo que me comprendes”.
Lo triste es que muchos matrimonios optan por poner fin a su relación mediante el divorcio en lugar de resolver sus desacuerdos. La falta de comunicación es culpable de desbaratar muchos hogares. Estallan discusiones que sacuden los mismos cimientos del matrimonio. ¿Cómo sucede todo eso? En el siguiente artículo se explica cómo sucede y cómo impedir que suceda.
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Análisis de una discusión¡Despertad! 1994 | 22 de enero
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Análisis de una discusión
ELLA necesita desahogarse. Él quiere dar soluciones. Aunque a través de la historia millones de discusiones matrimoniales han tenido tonos muy diversos, lo normal es que solo sean variaciones de unos cuantos temas básicos. Comprender la opinión o el estilo de comunicación distinto de su cónyuge puede ayudarle a reducir el devastador incendio forestal de una discusión a simples ascuas calientes en la chimenea de un hogar feliz.
“¡No controles mi vida!”
Puede que el estereotipo de la mujer dominante y criticona sea la experiencia de más de un esposo, que se encuentra a cada momento maniatado por consejos, peticiones y críticas. La Biblia reconoce tales sentimientos cuando dice: “Las contiendas de una esposa son como un techo con goteras que ahuyenta a uno”. (Proverbios 19:13.) La esposa quizás le pida a su esposo algo a lo que él se opone en silencio por razones que ella desconoce. Pensando que no la ha escuchado, insiste, diciéndole además lo que tiene que hacer. Él se opone todavía más. ¿Se trata de una esposa criticona y de un esposo arrogante, o simplemente de dos personas que no se han comunicado con suficiente claridad?
Desde el punto de vista de la esposa, la mejor forma de expresar amor a su marido es ofreciéndole consejo útil. Sin embargo, él opina que ella le está dando órdenes y que da a entender que es un incompetente. Cuando ella dice: “No olvides el maletín”, quiere mostrar su interés, asegurarse de que lleva todo lo que necesita, pero a él le recuerda cuando su madre le gritaba desde la puerta: “¿Llevas los guantes?”.
Puede que la esposa esté agotada y diga de forma amable: “¿Te apetece que cenemos fuera esta noche?”, cuando lo que en realidad quiere decir es: “¿Por qué no me llevas a cenar fuera esta noche?; estoy demasiado cansada para cocinar”. Pero su querido esposo puede que escoja ese momento para alabar su forma de cocinar e insistir en que prefiere su comida a cualquier otra. O quizás piense: ‘Intenta manipularme’. Mientras tanto, la esposa tal vez se pregunte resentida: ‘¿Cómo es posible que no se dé cuenta?’.
“¡No me quieres!”
“¿Cómo puede pensar así? —exclama el esposo frustrado y perplejo—. Trabajo, pago las cuentas y de vez en cuando hasta le traigo flores.”
Si bien todos los humanos necesitan sentirse amados, la mujer tiene una necesidad especial de que se lo repitan a menudo. Quizás no lo diga, pero en su interior puede que se sienta como una carga inútil, sobre todo si su ciclo menstrual le ocasiona depresión temporal. Es posible que en tales ocasiones su esposo la deje sola, pensando que necesita tiempo para ella. La esposa tal vez interprete su alejamiento como una confirmación de sus peores temores: él ya no la quiere. Quizás le hable con aspereza e intente forzarlo a que la ame y la apoye.
“Cariño, ¿qué te pasa?”
La manera que tiene el hombre de resolver un problema preocupante posiblemente sea buscar un lugar tranquilo para meditar sobre él. La esposa pudiera intuir la tensión y reaccionar de forma instintiva intentando sacarle de su aislamiento. Por muy buena intención que tenga, el esposo puede considerarlo una intromisión humillante. Cuando se retira para meditar en su problema, ve por encima del hombro a su fiel esposa siguiéndole con determinación y escucha esa voz persistente y amorosa que le dice: “Cariño, ¿estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Por qué no me lo cuentas?”.
En caso de que no haya respuesta, la esposa quizás se sienta herida. Cuando ella tiene un problema, le gusta comentarlo con él, pero el hombre al que ama no quiere hacerla partícipe de sus sentimientos. Puede que llegue a la conclusión: “Ya no me quiere”. Por eso, cuando el esposo, que no sospecha nada, sale de su mundo interno contento con la solución que ha encontrado, no se encuentra a la compañera amorosa que dejó a un lado, sino a una esposa encolerizada dispuesta a enfrentarse con él por haberla relegado.
“¡Nunca me escuchas!”
La acusación parece una broma. Él piensa que no hace más que escuchar. En cambio, su esposa tiene la extraña sensación de que mientras habla todo lo que dice está siendo leído y analizado por un ordenador que resuelve un complicado problema matemático. Sus sospechas se confirman cuando en medio de una frase él dice: “Pero ¿por qué no tratas de...?”.
Cuando la esposa acude a su marido con un problema, en muchas ocasiones ni le está echando la culpa ni le pide una solución. Lo que más necesita es un oído comprensivo que escuche, no solo los hechos desnudos, sino sus sentimientos al respecto. No quiere consejo, sino una confirmación de sus sentimientos. Por eso, más de un esposo bien intencionado ha desencadenado una explosión con tan solo decir: “Cariño, no te lo tomes así, no es tan grave”.
A menudo muchas personas esperan que sus cónyuges les lean el pensamiento. “Llevamos veinticinco años casados —dijo un hombre—. Si a estas alturas no sabe lo que quiero, o es que no le importa o no presta atención.” Un escritor explica en su libro sobre la relación matrimonial: “Cuando los cónyuges no se dicen el uno al otro lo que quieren y se critican constantemente por no hacer las cosas bien, no sorprende que el espíritu de amor y cooperación desaparezca. En su lugar surge [...] una lucha por el poder, en la que cada uno intenta obligar al otro a satisfacer sus necesidades”.
“¡Eres un irresponsable!”
Puede que la esposa no se lo diga a su esposo tan abiertamente, pero su tono de voz puede comunicar la misma idea. La pregunta “¿por qué llegas tan tarde?” podría ser una simple petición de información. Sin embargo, es más probable que con su mirada acusadora y los brazos en jarras esté diciéndole a su esposo: “Tú, criatura irresponsable, me tenías preocupada. ¿Por qué no me llamaste? Eres un desconsiderado. Ahora la cena se ha echado a perder”.
Desde luego, tiene razón respecto a la cena. Pero si se suscita una discusión, ¿no corre peligro también su relación? “La mayoría de las discusiones no se producen solo porque dos personas están en desacuerdo, sino porque o bien el marido piensa que la mujer no aprueba su punto de vista o esta no está de acuerdo con el modo de hablar que emplea con ella”, comenta el Dr. John Gray.
Hay personas que opinan que en el hogar uno debe ser libre de decir lo que quiera sin restricciones. No obstante, un buen comunicador intenta llegar a un acuerdo y hacer las paces, teniendo en cuenta los sentimientos del que le escucha. Tal conversación podría compararse más o menos a servir un vaso de agua helada al cónyuge en vez de arrojárselo a la cara. Se comprende que la diferencia está en el modo de servir.
Poner en práctica las palabras de Colosenses 3:12-14 eliminará las discusiones y producirá un hogar feliz: “De consiguiente, como escogidos de Dios, santos y amados, vístanse de los tiernos cariños de la compasión, la bondad, la humildad mental, la apacibilidad y la gran paciencia. Continúen soportándose unos a otros y perdonándose liberalmente unos a otros si alguno tiene causa de queja contra otro. Como Jehová los perdonó liberalmente a ustedes, así también háganlo ustedes. Pero, además de todas estas cosas, vístanse de amor, porque es un vínculo perfecto de unión”.
[Fotografía en la página 9]
Él defiende los hechos; ella, los sentimientos
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Un hogar feliz en el que los dos son uno¡Despertad! 1994 | 22 de enero
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Un hogar feliz en el que los dos son uno
SI TUVIERA que edificar un hogar fuerte, seguro y cómodo, ¿qué materiales utilizaría? ¿Madera, ladrillo, piedra? El libro bíblico de Proverbios recomienda lo siguiente: “Con sabiduría se edifica la casa, y con discernimiento resulta firmemente establecida. Y con conocimiento los cuartos interiores se llenan de todas las cosas preciosas y agradables de valor”. (Proverbios 24:3, 4.) En efecto, se requiere sabiduría, discernimiento y conocimiento para edificar un hogar feliz.
¿Quién lo edifica? “La mujer verdaderamente sabia ha edificado su casa, pero la tonta la demuele con sus propias manos.” (Proverbios 14:1.) Lo mismo puede decirse del hombre sabio que entiende que está en su mano hacer que su matrimonio sea fuerte y feliz o débil y desgraciado. ¿De qué depende uno u otro resultado? Es interesante comprobar que las sugerencias de algunos consejeros matrimoniales modernos coinciden notablemente con la sabiduría intemporal de la Palabra de Dios, escrita hace miles de años.
Escuchar: “Escuchar de verdad es una de las mejores atenciones que se pueden brindar a otra persona, y es vital para edificar y mantener una relación íntima”, afirma una guía matrimonial. “El oído de los sabios procura hallar conocimiento”, dice el proverbio. (Proverbios 18:15.) Dado que no es posible ver si los oídos están abiertos, como sucede con los ojos o la boca, ¿de qué modo puede usted probar a su cónyuge que le está escuchando de verdad? Una manera es reaccionando a lo que le dice, es decir, escuchando de forma activa. (Véase el recuadro de la página 11.)
Franqueza e intimidad: “Nuestra cultura no favorece la franqueza —comenta el libro One to One—Understanding Personal Relationships (Frente a frente: comprensión de las relaciones personales)—. Se nos enseña desde niños a meternos en nuestros asuntos, guardar silencio respecto al dinero, las ideas y los sentimientos, [...] todo lo que sea personal. No es tan fácil olvidar la lección, ni siquiera cuando ‘nos enamoramos’. A no ser que se haga un esfuerzo constante por cultivar la franqueza, no puede florecer la intimidad”. El libro bíblico de Proverbios dice: “Resultan frustrados los planes donde no hay habla confidencial” y “con los que consultan juntos hay sabiduría”. (Proverbios 13:10; 15:22.)
Lealtad y confianza: El marido y la mujer hacen un voto de lealtad ante Jehová. Cuando los cónyuges confían en que cada uno mantiene su compromiso leal hacia el otro, el amor no se ve minado por la sospecha, el orgullo, el espíritu de competencia y la preocupación por conseguir lo que uno piensa que se merece.
Compartir: Una relación se profundiza gracias a las experiencias compartidas. Con el tiempo, la pareja puede ir tejiendo una historia de valor incalculable que cada uno de los dos guarda como un tesoro. Lo último que se les ocurriría es pensar en romper ese vínculo de amistad. “Existe un amigo más apegado que un hermano.” (Proverbios 18:24.)
Bondad y ternura: Los actos bondadosos reducen las fricciones de la vida y diluyen el orgullo. Si los patrones de bondad están bien arraigados, siguen intactos aunque las emociones se alteren en el curso de una discusión, y así se minimiza el dolor. La ternura crea un clima cálido en el que puede crecer el amor. Aunque para el hombre pueda resultar muy difícil expresarse con ternura, la Biblia dice: “La cosa deseable en el hombre terrestre es su bondad amorosa”. (Proverbios 19:22.) En cuanto a la buena esposa, “la ley de bondad amorosa está en su lengua”. (Proverbios 31:26.)
Humildad: Es el antídoto del venenoso orgullo. La humildad hace que se pida perdón de buena gana y se den gracias con frecuencia. ¿Qué hacer si uno es inocente de una supuesta ofensa? ¿Por qué no decir con amabilidad: “Siento mucho que estés tan enfadado”? Interésese por lo que perturba a su cónyuge y entonces podrán ver juntos cómo corregir la situación. “Es una gloria para el hombre desistir de disputar.” (Proverbios 20:3.)
Respeto: “La palabra clave para reconocer las diferencias de cada uno y resolverlas juntos es respeto. Lo que es importante para un cónyuge quizás no lo sea tanto para el otro. A pesar de esto, cada uno siempre puede respetar los puntos de vista del otro”. (Keeping Your Family Together When the World Is Falling Apart [Cómo mantener unida a la familia cuando el mundo se derrumba].) “Por la presunción solo se ocasiona una lucha, pero con los que consultan juntos hay sabiduría.” (Proverbios 13:10.)
Humor: Los nubarrones de la crisis se pueden disipar con una buena broma. Fortalece los vínculos del amor y alivia la tensión que a menudo entorpece el pensamiento coherente. “Un corazón gozoso tiene buen efecto en el semblante.” (Proverbios 15:13.)
Dar: Busque de forma positiva cosas que agradecerle a su cónyuge y sea generoso en sus expresiones de agradecimiento. Estos preciosos detalles pueden provocar una respuesta más sincera que obsequiar una corbata de seda o un ramo de flores. Desde luego, se pueden comprar regalos o hacer cosas agradables el uno para el otro. Pero “el mayor regalo que se puede dar —dice el libro Lifeskills for Adult Children (Aptitudes necesarias para niños adultos)— no es posible ponerlo en una caja. Son sus expresiones de amor y aprecio, su estímulo y su ayuda”. “Como manzanas de oro en entalladuras de plata es una palabra hablada al tiempo apropiado para ella.” (Proverbios 25:11.)
Si estas cualidades se comparan con los ladrillos para la construcción de una relación marital, se podría decir que la comunicación es el cemento que las une. Por eso, ¿qué pueden hacer las parejas cuando surgen desacuerdos? “En vez de considerar las distintas opiniones como fuente de conflicto, [...] habría que verlas como una fuente de conocimiento. [...] Los detalles de la vida diaria se convierten en una mina de oro de información”, dice el libro Getting the Love You Want (Consiga el amor que quiere).
Procure ver todo desacuerdo, no como una provocación, sino como una oportunidad preciosa de llegar a conocer mejor a la persona que ama. Acepten juntos el desafío de resolver las diferencias y navegar hacia los pacíficos puertos de la armonía. De esa forma fortalecerán los lazos y profundizarán el amor que convierte a los dos en uno.
Jehová Dios ve la cooperación como algo muy bello, y por eso la introdujo en su creación: en el ciclo de dar y tomar oxígeno de las plantas y los animales, en las órbitas de los cuerpos celestes y en las relaciones simbióticas entre insectos y flores. Así, también, en la unión marital puede existir un cálido ciclo en el que el esposo le confirma a la esposa su amor por palabra y obra y la esposa confiada obedece con alegría a quien es su cabeza. De ese modo, los dos llegan a ser uno, lo que les alegra tanto a ellos como al Creador del matrimonio, Jehová Dios.
[Fotografía en la página 10]
Escuchar de verdad es una de las mejores atenciones que se pueden brindar a otra persona
[Recuadro en la página 11]
“Presten atención a cómo escuchan.” (Lucas 8:18)
Escuchar de forma activa es una forma de garantizar que el hablante y el oyente se entienden bien el uno al otro. Puede decirse que el oyente trata de reaccionar a las palabras del hablante y al significado que capta. Estos son los pasos básicos:
1. Preste atención cuidadosa; escuche para captar mensajes importantes.
2. Capte los sentimientos que subyacen tras las palabras.
3. Repita al hablante lo que oye. No juzgue, critique ni discuta. Tan solo deje saber a la persona que ha captado el mensaje de forma correcta. Reconozca los sentimientos implícitos.
4. Probablemente el hablante o confirmará o corregirá lo que usted ha dicho y quizás se extienda más sobre el tema.
5. Si no lo ha entendido bien, vuelva a intentarlo.
Escuchar de forma activa resulta eficaz sobre todo para suavizar el aguijón de la crítica. Acepte el hecho de que la crítica suele tener algo de cierto. Quizás se diga de una forma que hiera, pero en vez de ponerse a la defensiva y devolver el golpe, ¿por qué no escucha de manera activa para calmar la situación? Reconozca que comprende cualquier sentimiento de enfado al que haya podido dar lugar y vea cómo puede corregir el asunto.
[Recuadro en la página 12]
“Si alguno tiene causa de queja.” (Colosenses 3:13)
Si tuviese una queja, ¿cuál sería la mejor forma de expresarla sin comenzar una pelea? En primer lugar, conceda a su cónyuge un margen de confianza. Quizás crea que él o ella ha sido desconsiderado, irresponsable, brusco o poco sabio, pero lo más seguro es que no pretendiera hacerle daño. Exponga con tranquilidad sus sentimientos sin hacer acusaciones: “Cuando hiciste aquello, me sentí...”. Así no habrá motivo de discusión. Tan solo expresará cómo se siente usted y no inculpará a su cónyuge. Como es seguro que la persona no tenía intención alguna de herirlo, la reacción puede ser de negación o de autojustificación. No obstante, céntrese en el problema y esté dispuesto a proponer una solución.
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