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  • ¿Quién puede librar a los que claman por ayuda?
    La Atalaya 2010 | 15 de agosto
    • Sin duda, nos impresiona la compasión que demostró con quienes sufrían (Mat. 9:35, 36; 15:29-31). En cierta ocasión, un leproso le rogó: “Si tan solo quieres, puedes limpiarme”. Y él le respondió: “Quiero. Sé limpio”. ¡Qué maravilla! El hombre quedó completamente curado (Mar. 1:40-42). Más tarde, cuando se encontró con una viuda que había perdido a su hijo único, Cristo “se enterneció por ella” y dijo al joven: “¡Levántate!”. Y así fue: ¡volvió a vivir! (Luc. 7:11-15.)

      7, 8. ¿Qué demostraciones hizo Jesús de su poder para curar enfermos?

      7 La razón por la que Jesús pudo realizar milagros fue porque Jehová le había dado el poder, tal como lo ilustra el siguiente relato. “Una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años” había visto cómo su salud iba de mal en peor, y eso a pesar de que había recurrido a “muchos médicos [que] le habían hecho pasar muchas penas” y de que “había gastado todos sus recursos”. Por este motivo, se introdujo entre la multitud y fue a tocar a Jesús, violando así un precepto de la Ley referente a las personas con “flujo de [...] sangre” (Lev. 15:19, 25). Al darse cuenta de que había salido poder de él, Cristo preguntó quién lo había tocado. “Atemorizada y temblando”, la mujer “cayó delante de él y le dijo toda la verdad”. Comprendiendo que Jehová la había sanado, Jesús la trató con ternura y le dijo: “Hija, tu fe te ha devuelto la salud. Ve en paz, y queda sana de tu penosa enfermedad” (Mar. 5:25-27, 30, 33, 34).

  • ¿Quién puede librar a los que claman por ayuda?
    La Atalaya 2010 | 15 de agosto
    • Un Rey que nos entiende y nos cuida

      14, 15. ¿Por qué podemos estar seguros de que Jesús comprende nuestros sentimientos y “librará al pobre que clama por ayuda”?

      14 ¡Qué triste es la situación de la humanidad imperfecta, y cuánta ayuda necesita! Pero hay esperanza (léase Salmo 72:12-14). Jesús, el Salomón Mayor, se compadece de nosotros. Entiende muy bien que somos imperfectos y sabe lo que es el dolor, pues él mismo sufrió por defender la justicia. De hecho, Jehová permitió que afrontara las pruebas finales por sí solo. Tanta fue la presión a la que se vio sometido que “su sudor se hizo como gotas de sangre que caían al suelo” (Luc. 22:44). Más tarde, cuando estaba clavado en el madero, exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat. 27:45, 46). Pero ni el dolor que padeció ni los despiadados ataques de Satanás lo apartaron de Jehová. Fue fiel hasta el fin.

      15 Tengamos la seguridad de que Jesús ve nuestro dolor. “Él librará al pobre que clama por ayuda, también al afligido y a cualquiera que no tiene ayudador.” Su amoroso Padre siempre “está escuchando a los pobres”, “sanando a los quebrantados de corazón” y “vendando sus partes doloridas”. Y lo mismo hará Cristo (Sal. 69:33; 147:3). Él puede “condolerse de nuestras debilidades” porque “ha sido probado en todo sentido igual que nosotros” (Heb. 4:15). ¡Cuánto nos alegra saber que ya reina en el cielo y está deseoso de solucionar los males que sufrimos!

      16. ¿Por qué podía Salomón compadecerse de sus súbditos?

      16 En la antigüedad, Salomón demostró que le tenía “lástima al de condición humilde”. Su compasión no se debía solo a que fuera una persona sabia y perspicaz, sino también a que su vida había estado marcada por las tragedias. Uno de sus hermanos, Amnón, violó a su hermana Tamar, y otro, Absalón, se vengó haciéndolo matar (2 Sam. 13:1, 14, 28, 29). Más tarde, Absalón dio un golpe de estado para destituir a David y convertirse en rey, pero fracasó y murió a manos de Joab (2 Sam. 15:10, 14; 18:9, 14). Otro de sus hermanos, Adonías, también trató de apoderarse del trono. Si lo hubiera conseguido, aquello seguramente habría significado la muerte de Salomón (1 Rey. 1:5). Algo que da a entender que este rey comprendía bien el sufrimiento humano es la oración que hizo durante la inauguración del templo. En ella reconoció que sus súbditos padecían “cada cual su propia plaga y su propio dolor”, y suplicó a Jehová que tuviera a bien “perdonar y dar a cada uno conforme a todos sus caminos” (2 Cró. 6:29, 30).

      17, 18. ¿Qué dolor aflige a algunos siervos de Dios, y qué les ayuda a sobrellevarlo?

      17 Ciertamente, cada cual sufre “su propio dolor”. A menudo, el origen está en las experiencias vividas. Mary,a una hermana de unos 30 años, escribe: “Tengo todos los motivos del mundo para ser feliz, pero los recuerdos del pasado a veces me llenan de vergüenza y rabia, me hunden en la tristeza y me hacen llorar. Son cosas que tengo muy grabadas, como si hubieran sucedido ayer. Me dominan y me hacen sentir inútil y culpable”.

      18 Muchos siervos de Dios experimentan sentimientos parecidos. ¿Qué puede darles las fuerzas para aguantar? Lo mismo que ha ayudado a Mary: “Tengo buenos amigos y hermanos espirituales que llenan mi vida de felicidad. También trato de centrar la mente en las promesas de Jehová de un futuro mejor. Estoy segura de que entonces mis clamores por auxilio se convertirán en gritos de alegría” (Sal. 126:5). ¡Qué necesario es que todos cifremos nuestra esperanza en el Rey que Dios ha nombrado: su Hijo Jesucristo! De él se predijo: “Le tendrá lástima al de condición humilde y al pobre, y las almas de los pobres salvará. De la opresión y de la violencia les redimirá el alma, y la sangre de ellos será preciosa a sus ojos” (Sal. 72:13, 14). ¡Qué palabras tan alentadoras!

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