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  • ¿Es siempre impropio quejarse?
    La Atalaya 1997 | 1 de diciembre
    • Efectos negativos en uno mismo y en los demás

      No hay duda de que un espíritu de queja crónico es perjudicial y la Biblia lo condena. La persona quejumbrosa se causa daño físico y espiritual a sí misma y perjudica a quienes son objeto de sus quejas. El proverbio bíblico dice de la esposa quejumbrosa: “El techo con goteras que ahuyenta a uno en un día de lluvia constante y la esposa contenciosa son comparables”. (Proverbios 27:15.) Quejarse directamente de Jehová o de cualquiera de sus provisiones es particularmente grave. Cuando la nación de Israel se quejó del maná milagroso que se le suministró durante el viaje de cuarenta años por el desierto, llamándolo “pan despreciable”, Jehová envió serpientes venenosas para castigar a los que se habían quejado con falta de respeto, y muchos murieron. (Números 21:5, 6.)

      Además, Jesús aconsejó a sus seguidores que no se quejaran de la “paja” (cúmulo de faltas) que observaran en el prójimo, sino que fueran muy conscientes de la “viga” (cúmulo de defectos), de mucho mayor tamaño, que nosotros mismos tenemos. (Mateo 7:1-5.) De igual manera, Pablo condenó el juzgar (una forma de quejarse) a los demás como algo “inexcusable [...], puesto que tú que juzgas practicas las mismas cosas”. Estas advertencias deben motivarnos a no ser innecesariamente críticos y a no desarrollar un espíritu de queja. (Romanos 2:1.)

      ¿Se condena todo tipo de queja?

      ¿Deberíamos llegar a la conclusión, entonces, de que todo tipo de queja es condenable? No. Ese no es el caso. La Biblia indica que hay muchas injusticias en nuestro mundo imperfecto que necesitan corrección. Jesús narró la parábola de un juez injusto que a regañadientes hizo justicia a una viuda oprimida ‘para que no siguiera yendo y aporreándole hasta acabar con él’. (Lucas 18:1-8.) Es posible que, en algunos casos, nosotros también tengamos que quejarnos con persistencia hasta que se corrijan las injusticias.

      Al enseñarnos a pedir en oración que venga el Reino de Dios, ¿no nos insta Jesús a reconocer las deficiencias del mundo actual y a ‘clamar’ a Dios para que remedie la situación? (Mateo 6:10.) Cuando “el clamor de queja” por la iniquidad de las antiguas ciudades de Sodoma y Gomorra llegó a sus oídos, Jehová envió a sus mensajeros “para ver si [obraban] del todo conforme al clamor [...] acerca de ello”, y luego remediar la situación. (Génesis 18:20, 21.) Para alivio de aquellos que se habían quejado, Jehová corrigió la situación destruyendo las dos ciudades y a sus inmorales habitantes.

      La congregación cristiana

      ¿Debería ser diferente entre los hermanos en la congregación cristiana? Aunque los cristianos son hombres y mujeres imperfectos, se esfuerzan sinceramente por servir a Dios en paz y unidad. No obstante, surgen motivos de queja entre ellos que es necesario atender. En el siglo primero surgió una de estas situaciones en la congregación ungida poco después de Pentecostés. Muchos cristianos recién convertidos se quedaron en Jerusalén para recibir más instrucción y ánimo, y compartían los alimentos que había disponibles. Sin embargo, “se suscitó una murmuración de parte de los judíos de habla griega contra los judíos de habla hebrea, porque a sus viudas se las pasaba por alto en la distribución diaria”. Los apóstoles no condenaron a quienes se quejaron tildándolos de elementos perturbadores, sino que tomaron medidas para corregir la situación. En efecto, quienes tienen autoridad en la congregación deben escuchar con humildad las quejas justas que se presentan con el debido respeto y la actitud adecuada, y luego tomar las medidas pertinentes. (Hechos 6:1-6; 1 Pedro 5:3.)

      A la autoridad que corresponda

      ¿Se dio cuenta de que en los ejemplos anteriores las quejas se presentaron con una actitud apropiada y ante la autoridad que correspondía? Por ejemplo, no tendría objeto quejarse a la policía de una carga tributaria, ni al juez, de sus padecimientos físicos. Del mismo modo, sería impropio quejarse de alguna situación, ya sea de dentro o de fuera de la congregación, a una persona que no tenga la autoridad o la capacidad de ayudar a resolver el asunto.

  • ¿Es siempre impropio quejarse?
    La Atalaya 1997 | 1 de diciembre
    • Ahora bien, no debería esperarse que todas las quejas tuvieran un final feliz. El sabio rey Salomón observó con realismo: “Lo que se hace torcido no se puede enderezar”. (Eclesiastés 1:15.) Conviene tener presente que algunos asuntos sencillamente tendrán que esperar a que Dios los corrija a su debido tiempo.

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