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Alabado sea Dios, Fuente de la vida y la productividadLa Atalaya 1987 | 1 de marzo
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En octubre de 1940 fue rescindida mi sentencia de muerte. Sin embargo, todavía estuve bajo custodia en varios centros de detención. Finalmente fui a parar al campo de concentración de Stutthof, cerca de Danzig (hoy Gdansk). Testigos de Jehová leales que ya estaban en el campo, tales como Joseph Scharner, Wilhelm Scheider, Herman Raböse y Hermine Schmidt, llegaron a ser mis amigos íntimos y dieron firmeza a mi fea. Allí, en medio de 30.000 prisioneros, cada uno bajo condena y sin esperanza, tuvimos el privilegio de dar el consuelo que trae el Reino de Jehová.
Agradecido por la bondad de Jehová
En enero de 1945, mientras la guerra del frente oriental se nos iba acercando, comenzó la evacuación del campo. En el muelle de Danzig nos esperaba el barco Wilhelm Gustloff para llevarnos al oeste. Porque nuestro convoy fue bombardeado por aviones, no llegamos a tiempo para tomar el barco; para los que sí lo tomaron el viaje fue calamitoso, pues pocos sobrevivieron cuando el barco fue hundidob. Por algún tiempo se nos mantuvo entonces, junto con otros 200 prisioneros, en un establo cercado. En aquellas condiciones antihigiénicas contraje fiebre tifoidea. Entonces vino la orden: “¡De regreso al campo de Stutthof!”. Con una fiebre tan alta que apenas podía caminar, logré recorrer el largo camino de regreso solo gracias a la ayuda de un hermano, Hans Deike. Necesité diez días en la enfermería del campo para que me bajara la fiebre.
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Nos recuperamos rápidamente de las pruebas y en septiembre disfrutamos de una asamblea de los testigos de Jehová en Copenhague. Dos jóvenes que habían aprendido la verdad en el campo de Stutthof —una letona y la otra ucraniana— se bautizaron.
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[Fotografía en la página 24]
El grupo de Testigos del campo de concentración de Stutthof después de su llegada a Dinamarca en 1945; Eduard Warter está a la extrema izquierda, recibiendo la bienvenida que le da un hermano local
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